miércoles, 29 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 52

 –Sí.


–¿Y cómo se conocieron?


–Ya te he dicho que no es asunto tuyo, David –le dijo ella levantando la barbilla–. ¿Te irás si te contesto? Lo conocí en el trabajo.


–¿En el trabajo? ¿En tu trabajo de niñera? –preguntó él riendo–. Es un poco triste, Paula. Trabajas para él, ¿Verdad?


–Yo…


–No te molestes en negarlo. Eres un libro abierto. Empieza a ser un modelo de comportamiento.


–¿El qué?


–Enamorarte de hombres que están fuera de tu alcance. No estás a su altura, Paula.


–Ya te he dicho que te vayas… –repuso ella.


–Lo que tú digas, Paula.


Estaba furiosa, quería gritar. Volvió a entrar en el hotel con una sonrisa en la cara. Lo odiaba. Esperaba que se quedara pronto calvo y que a Carla le saliesen estrías. Sacudió la cabeza. No entendía qué le pasaba. Ella no era así, no era una persona vengativa. Creía que todo era culpa de Pedro. La atraía tanto que empezaba a sufrir estando a su lado. Esa noche era una cruel broma del destino. Sabía que había llegado el momento de seguir con su vida y cambiar de trabajo. Oyó pasos detrás de ella en el pavimento.


–¿No te dije que te largaras? –dijo sin girarse.


–Perdón, no sabía que…


–¡Pedro! No quería decir… –repuso girándose.


–¿Qué ocurre, Paula?


–Nada, sólo estoy algo cansada. Pero estoy bien, de verdad.


–¡Tonterías! Parecías contenta al principio, pero durante la última hora has estado un poco… No sé. ¿He hecho o dicho algo que te molestara?


–No, Pedro. Has estado estupendo.


–¿Tiene que ver entonces con tu ex? Me lo he encontrado al venir para aquí. ¿Te ha dicho algo?


–No, no.


–¿Estás segura? Porque no me importaría ir a hablar seriamente con él.


–Es tentador, pero no, gracias –repuso ella estremeciéndose.


–Debes de estar helada –le dijo él acercándose y frotándole los brazos. 


Ya estaba bastante tensa y el contacto era más de lo que podía soportar.


–No hagas eso, Pedro. Por favor.


No podía más. Era demasiado. Además de ser cariñoso y amable con ella, estaba tocándola. No podía resistirlo. Pedro bajó las manos y se quedó mirándola. Tenía la cabeza algo inclinada y sus ojos le quemaban la piel. Era casi peor ver su expresión que sentir sus manos en la piel. No pudo resistirlo y cerró los ojos. Oyó el susurro de telas, estaba quitándose la chaqueta. Sintió el forro satinado sobre sus hombros y cómo la cerraba sobre su pecho para abrigarla. Era como estar rodeada por él, su calor, su aroma y su piel. Sabía que era mejor no abrir los ojos. Él estaba muy cerca, a pocos centímetros, y le acariciaba las solapas de la chaqueta. Esperaba el momento en que se apartara y pudiera respirar de nuevo. Pero él no se apartó y Paula no sabía qué hacer. Abrió los ojos. Ya no le importó si podía respirar o no. Pedro la miraba con deseo. Nadie la había mirado así. Era más que atracción física. Era como si pudiera ver en su interior, a la mujer real, detrás de toda la fachada. Y, para sorpresa de ella, a él parecía gustarle lo que veía. Cuando él tiró de las solapas para acercarla más, Paula comenzó a respirar de nuevo. Entonces Pedro se agachó sobre ella y le rozó los labios con los suyos.

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