miércoles, 1 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 2

No quería que le importara lo que dijera la gente. Todos creían que debía de haber sido una esposa horrorosa si no podía haber hecho feliz a un partidazo como David. Su marido la había cambiado por una modelo más joven y sexy y sus padres creían que debía de ser culpa suya. Lower Hadwell estaba situada al otro lado del río. Le parecía extraño que en un pueblo tan encantador viviera un hombre con un pasado tan oscuro. Se preguntó si sus vecinos lo sabrían, si acaso murmuraban y lo miraban con curiosidad cuando entraba en el bar. A lo mejor lo habían recibido con calor en su comunidad. Esperaba que hubiera sido lo último. Se merecía un nuevo comienzo, lejos de los rumores y cotilleos de las zonas residenciales. El ferry llegó pronto al muelle del pueblo. Paula pagó al conductor y salió del barco. No había nadie en ninguna parte. Bueno, casi nadie. Vió una figurasolitaria con una chaqueta demasiado grande para ella en uno de los muelles, mirando el agua. Era una niña. No debía de tener más de once o doce años. Llevaba su largo y oscuro pelo sujeto en una coleta. De vez en cuando levantaba la vista y miraba hacia el infinito. La niña la miró al oír que se acercaba, pero desvió casi inmediatamente la mirada. Seguramente más por desinterés que por vergüenza. Un minuto después, levantó la caña de pescar. Se quedó mirando el anzuelo y, al ver que seguía vacío, pareció entristecerse más aún.


–No pasa nada. A lo mejor pescas uno la próxima vez –le dijo Paula–. ¿Qué cebo estás usando?


–Mi padre me ha dicho que no hable con extraños.


–Es muy buen consejo.


Era un consejo que ella también debía seguir. La niña se concentró en la pesca y dejó de mirarla. Acababa de darse la vuelta cuando la niña le habló por fin.


–Es panceta.


Paula se detuvo y la miró.


–¿A qué peces les gusta la panceta? No me digas que aquí hay tiburones.


–¡Nada de peces! Mira.


En el anzuelo había tres pequeños cangrejos. La niña sacudió el hilo sobre un cubo con agua y dos cayeron en el cubo, donde ya había más. La joven agitó con más energía el hilo para que cayera el último, el más testarudo. Cuando por fin se desprendió del anzuelo, fue a caer fuera del cubo y al lado de los pies de Paula. Ésta no pudo evitar gritar y pegar un salto. La niña comenzó a reír con ganas. Paula se acercó de nuevo a la niña. Le gustaba verla sonreír, pero se recordó que tenía que irse. Pensó que a lo mejor podía ayudarla a encontrarlo. Sacó un papel del bolsillo y le leyó la dirección.


–¿Por qué quiere ir allí?


–Bueno… Es por trabajo.


No quiso darle más detalles. La niña no pareció creérselo, pero le señaló una casa de piedra que había a unos cuatrocientos metros de allí. Estaba situada en la orilla.


–¿Cómo puedo llegar allí? ¿Hay un barco que me pueda llevar?


–No, hay una carretera enfrente de la posada que llega hasta allí, pero siempre está embarrada.

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