miércoles, 15 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 30

Algo estaba haciéndole cosquillas en la cara. Segundos después, una brisa le levantó un mechón de pelo que cayó sobre su mejilla. El estúpido de David estaba haciéndolo de nuevo, la había conseguido despertar al respirar encima de su cara. Pero entonces cayó en la cuenta. Llevaba casi un año divorciada de David. No podía ser David el que respiraba cerca de ella. Abrió lo ojos rápidamente. ¡Pedro! Estaba en la cama de Pedro. Intentó controlar el impulso de saltar de la cama. Tenía que estar quieta, no podía despertarlo. Si lo hacía y la veía allí, no podría volver a mirarlo a la cara. Respiró profundamente para calmarse y contempló la situación. Ella estaba tumbada boca arriba y él de lado, hacia ella y con un brazo sobre el estómago de Paula. Una luz grisácea comenzaba a filtrarse por las cortinas. Estaba amaneciendo, creyó que podría escapar sin que él se diera cuenta, pero tenía que tener cuidado. Poco a poco se movió para deshacerse del brazo de Luke. Lo sujetó en alto y colocó después sobre el edredón. Unos segundos después, sus pies tocaron la moqueta. Las cosas iban bien. Pero entonces Pedro se movió y ella se quedó helada. Su mano buscó el espacio vacío que había quedado a su lado y acabó posándose sobre la otra almohada. Paula contuvo el aliento unos segundos más y, cuando comprobó que estaba profundamente dormido, salió de puntillas del dormitorio. La tostada acababa de salir de la tostadora cuando oyó a Pedro entrando en la cocina. Se sonrojó al instante. Por fortuna, ella estaba de espaldas a él y no podía verle la cara.


–Buenos días, Paula.


–Buenos días –repuso ella inclinando aún más la cabeza.


Por mucho que intentara convencerse de lo contrario, su cerebro no acaba de creerse que lo que había pasado la noche anterior hubiera sido simplemente un amigo ayudando a otro. Cuando ocurrió, todo le había parecido simple y lógico. Pero esa mañana todo parecía distinto y estaba hecha un lío. No estaba segura de sus sentimientos. Lo único que sabía eraque se sentía avergonzada y que era más consciente de su presencia que en el pasado. Le parecía que compartir la cama con alguien, aunque sólo fuera para consolarlo, era algo muy íntimo. Las barreras que había edificado a su alrededor para no implicarse habían sido derribadas por una pesadilla. Lo peor era que no podía dejar de pensar en el tacto de su piel o en el calor que sus cuerpos juntos habían generado en esa cama. Había sido muy agradable abrazarlo. Llevaba un año echando de menos ese tipo de contacto humano. Pensó que eso era lo que había pasado. Tenía carencias afectivas y estaba simplemente reaccionando como cualquier persona normal lo habría hecho en sus circunstancias. Por otro lado, le parecía inverosímil que una persona normal se metiera en la cama con su jefe. Fuera como fuera, ya no podía pensar en él sólo como su jefe, ni como un hombre destrozado al que tenía que ayudar. Había pensado que podía ser algo así como su ángel de la guardia. Que podía ayudarlo a superar sus problemas y después desaparecer.

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