miércoles, 24 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 45

 –Paula… estás guapísima.


–Lo mismo digo –dijo en voz baja.


–Creo que la ocasión lo merece.


La abrazó y su boca bajó hasta la de ella para besarla con ganas. Ella le echó los brazos al cuello mientras él se abría camino entre sus labios para saborearla. Pedro retiró la boca y juntó su frente con la de ella.


–Te quiero, Paula Chaves. Te quiero como nunca he querido a nadie en mi vida. Y si no te sacó de esta habitación, voy a acabar arrancándote ese bonito vestido.


El pulso de Paula se aceleró.


–A lo mejor es eso lo que quiero que hagas –repuso desafiante.


Pedro se quedó helado, con miedo a creer lo que acababa de decir Mariah, y sabiendo que todavía había muchos obstáculos entre ellos dos.


–¿Lo dices en serio? –Pedro la miraba desde arriba por su diferencia de estatura–. ¿Quieres que te haga el amor? 


Ella lo miró a los ojos y afirmó con la cabeza.


–¿Y qué pasa con tu padre? ¿La enemistad de tu familia con la mía?


–No es nuestra enemistad –se puso de puntillas y lo besó–. Cuando Rosa se casó con tu abuelo fue porque se amaban el uno al otro. Ésa es la única razón por la que dos personas deberían estar juntas.


–Ésa es la razón por la que nosotros deberíamos estar juntos –Pedro le dió un beso largo y apasionado–. Paula, cásate conmigo.


Paula no podía pensar racionalmente. No lo había hecho desde que Pedro había vuelto a su vida. Se vió aceptando con la cabeza la loca, increíble y maravillosa propuesta. 


Antes de que pudiera cambiar de opinión, Pedro ya la tenía en un taxi camino del ayuntamiento en busca de una licencia de matrimonio, después a la vuelta se dirigieron en el taxi a una capilla. Las palabras de ánimo de él la sobrecogían; sus besos la anonadaban. Todo lo que ella quería era casarse con el hombre que amaba. Después todo lo demás saldría bien. Tenía que salir bien. Pedro le dió un ramo de rosas blancas y se quedó en pie a su lado hasta que el sacerdote comenzó a oficiar. Paula se encontraba concentrada mirando a Pedro cuando escuchó la frase.


–Yo los declaro marido y mujer.


Acto seguido la boca de Pedro fue en busca de la de Paula. Estaba totalmente abstraída. Cuando acabó de besarla la sonrió.


–Bueno, señora Alfonso, ¿Qué te parece si volvemos al hotel y lo celebramos? 




Tres intentos tuvo que hacer Pedro en el hotel para meter la tarjeta de la puerta en la ranura, pero al final consiguió abrirla. Se volvió hacia Paula y la levantó en brazos.


–Quiero hacer esto bien –dijo antes de pasar con la novia por la puerta.


Paula se agarró a su cuello y él la besó. Cuando ella gimió y se agarró con más fuerza Pedro sintió la rápida respuesta de su cuerpo. Se quedó parado y respiró hondo.


–Tendremos que dejarlo para más tarde. 


Llevó a Paula al centro de la suite donde en una mesa, vestida con mantel blanco e iluminada con altas velas blancas, se encontraba la cena de boda. Había más velas titileando por toda la habitación, además de varios ramos de flores.

Enemigos: Capítulo 44

Salieron del ascensor y se dirigieron a la habitación. Cuando Pedro le puso la mano en la espalda de forma protectora y la llevó hasta la puerta, no pudo controlar el escalofrío. No quería separarse de él. Abrió la puerta con la tarjeta y la dejó pasar primero. Habían bajado la intensidad de la luz y las cortinas estaban abiertas a la luminosidad de Las Vegas. Paula se dirigió a la puerta del balcón, sabiendo que lo más lógico sería decir buenas noches e irse a su dormitorio.


–Deberíamos ir a dormir –le dijo Pedro aproximándose por detrás de ella–. Tenemos que levantarnos temprano mañana.


Paula iba a decir algo en contra, pero al final asintió, y creyó que él estaría dirigiéndose a la habitación. En cambio, sintió las manos de él en los hombros.


–Gracias por esta noche, Paula. Me lo he pasado muy bien.


Ella se giró.


–Yo también –susurró–. Sin contar con que además hemos ganado dinero. Espero que mañana también tengamos suerte.


Pedro estiró la mano y le acarició la cara.


–Me parece que no hay nada que no podamos hacer… –bajó la cabeza y le dió un suave beso en los labios–. Juntos.


Al final Pedro le cubrió la boca con la suya, ahogando el gemido de ella. La apretó contra sí haciendo más intenso el beso. Su lengua se deslizó por los labios de ella hasta que los abrió y él entró para saborearla. Las piernas de Paula se debilitaban y el pulso se le aceleraba. Cuando por fin la soltó los dos jadeaban.


–Odio tener que acabar esta noche excepcional, pero más vale que lo haga antes de que perdamos el control –Pedro le besó la punta de la nariz y la acompañó hasta la puerta de la habitación–. Gracias otra vez por esta noche, Paula –levantó la mano de ella y se la llevó a los labios para besarla–. Te veo mañana por la mañana.


La fantasía había acabado. 


Su suerte continuó a la mañana siguiente cuando fueron a ofertar su presupuesto para hacer un grupo de casas de estilo tradicional ubicadas en un campo de golf. Los promotores y el arquitecto tenían algo más que curiosidad por las ideas de los dos, y cuando Paula mencionó los proyectos bien conocidos en los que había trabajado, se mostraron más que interesados y quisieron saber cuándo podrían empezar la obra. De vuelta en el hotel, Pedro la  convenció  para salir a celebrarlo. Le dijo que fuera a la boutique del hotel y se comprara un vestido especial. Paula fue a comprar, pero con su propio dinero. Y encontró algo adecuado para la ocasión, un vestido rosa claro de tirantes finos y cintura ceñida, con bastante vuelo. Llegaba hasta media pantorrilla y acababa con un dobladillo festoneado. Encontró unas sandalias de tacón alto rosas, que combinaban de maravilla con el vestido. Incluso se dio el lujo de arreglarse el pelo y el cutis en un salón de belleza. A las seis de la tarde, alguien llamaba con unos ligeros toquecitos en la puerta de su dormitorio. Respiró hondo y abrió, no le salían las palabras cuando puso la vista encima del hombre alto con traje oscuro y corbata color burdeos que tenía delante. Pedro estaba guapísimo. 

Enemigos: Capítulo 43

Paula no había tenido mucha diversión en los últimos años. No había estado en Las Vegas desde la universidad. Siempre había estado demasiado ocupada y siempre había pensado que el juego era una manera tonta de perder el tiempo y el dinero. Pero con Pedro estaba aprendiendo cosas que no sabía. Como jugar al veintiuno. Cuando se aburrieron de jugar a las cartas, recogieron las fichas y acabaron en las máquinas tragaperras. Pedro la llevó pasando por las máquinas de un cuarto de dólar y de dólar, hasta que llegaron a la zona de las máquinas de cinco a veinticinco dólares.


–Oh, Pedro, creo que esto es mucho nivel para mí.


–Tienes que vivir un poco –sonrió y sacó algunos billetes del bolsillo–. Vamos a jugar los dos a ver qué pasa.


Paula aceptó, pero después de que varios billetes se esfumaran en la máquina intentando ganar el premio, la situación parecía poco prometedora. En ese momento, de repente, las tres cerezas aparecieron.


–Oh, Pedro, ¡Hemos ganado! –proclamó ella.


–No lo suficiente –dijo él al mismo tiempo que le daba a la palanca y observaban juntos en las ventanitas los desiguales signos.


Después de darle a la manivela varias veces más turnándose no salía ningún premio. Paula estaba viendo cómo disminuían sus ganancias.


–Quizá deberíamos parar ahora –dijo ella.


–¿Dónde está tu espíritu de aventura, mujer?


–Se fue con los últimos cien dólares.


Pedro se inclinó hacia delante y le dió un beso prolongado en los labios. Cuando se retiró le guiñó el ojo, haciendo que Paula contuviera la respiración.


–Confía en mí –susurró él con una voz ligeramente ronca, después tomó la mano de ella, la levantó hasta la palanca y la envolvió con la suya. 


Sin apartar en ningún momento sus poco comunes ojos azules de ella, presionó la palanca hacia abajo. Además del «clic» que hacían los signos al parar se escuchó un zumbido. Salió un triple bar, después otro triple bar y finalmente la tercera ventanita se unió a las otras dos. Sonó la campana y Paula saltó en los brazos de Pedro sin ser consciente de la multitud que se había congregado para mirar. Habían ganado casi tres mil quinientos dólares. Él la besó.


–¿Ves?, ya te dije que hacíamos buen equipo.


Sobre la una de la noche, Pedro y Paula sintiéndolo mucho dieron la noche por acabada. Ella estaba indecisa. Hacía mucho tiempo que no se despendolaba y se lo pasaba bien. Estaba claro que pasar la noche con Pedro Alfonso podría ser la fantasía de cualquier chica. Y esa noche era eso. Una fantasía. Una salida nocturna para un poco de diversión. Sin embargo, todo tenía que acabar en algún momento. 

Enemigos: Capítulo 42

Pedro sentía cómo su ánimo crecía.


–¿Qué opinas de vivir en Las Vegas una temporada?


–¿Yo? ¿Me estás ofreciendo un trabajo?


–¿Tienes planes para después de Paradise?


Paula sabía que Pedro le iba a pedir ser algo más que la gerente del proyecto. Negó con la cabeza.


–Entonces ayúdame a elaborar un presupuesto.


Paula abrió un cajón de su mesa y sacó otra carpeta.


–Como te he dicho, no podía dormir anoche.


Sus ojos azules se iluminaron, después se puso a ojear lo que Paula había hecho durante la mayor parte de la noche.


–Guau, yo nunca habría conseguido algo así de detallado.


–Forma parte de mis funciones. Todavía tengo que comprobar el coste de los materiales. Por una parte, podrías convencer a tus mejores hombres para que fueran contigo, aunque tuvieras que pagarles el alojamiento, y por otra, para reducir costes podrías contratar mano de obra local hasta completar la plantilla.


Se quedó asombrado.


–Me haces creer que lo puedo conseguir. ¿Qué te parece si vienes conmigo a Las Vegas para hablar con un señor sobre el presupuesto?


Paula estaba emocionada con la confianza que Pedro depositaba en ella, pero sabía que no podía aceptar. Su padre se pondría furioso si descubriera que ella estaba haciendo eso. Irse con un Hunter. Para Miguel Chaves, ella estaría poniéndose del lado del enemigo. Sin embargo, no lo pudo remediar.


–Estaría encantada. 


El viernes por la noche fueron en coche hasta Tucson para tomar un avión a Las Vegas. No habían divulgado mucho la noticia del viaje, y mucho menos que iban juntos. Después de aterrizar y recoger el equipaje, alquilaron un coche y se dirigieron a un hotel de lujo de la calle Strip. Pedro había reservado una suite de dos dormitorios. Después de dar propina al botones, volvió a la salita de estar y vió inquieta a Paula. Eso no era lo que él deseaba para su fin de semana juntos.


–A menos que estés demasiado cansada, he pensado que podríamos ir a cenar algo y dar una vuelta por la ciudad.


Paula sonrió.


–Dame treinta minutos para arreglarme.


Paula miró alrededor de la habitación.


–Quiero llamar a mi madre un momento para que sepa que ya he llegado.


–¿Qué les has dicho a tus padres?


–Que iba a una entrevista para otro trabajo. Lo cual es verdad.


Pedro se quedó mirando a Paula mientras ésta se metía en su dormitorio y cerraba la puerta. Él no esperaba estar muy apartado de Paula durante ese fin de semana. Lejos de Haven y de los problemas familiares, no tenían que preocuparse de nada, sólo de ellos mismos. 


La puerta del dormitorio se abrió y Paula volvió a entrar en la sala de estar. Se había soltado el pelo y pintado un poco los labios. Se acercó a él, deslizó los brazos alrededor del cuello de Pedro y le besó. De forma directa, profunda y con ganas. Cuando ella acabó el beso el cuerpo de Pedro deseaba más.


–No tengo nada que objetar, pero ¿A qué viene eso?


–Sólo quería comenzar bien nuestra noche. Y agradecerte que me hayas elegido para ser tu gerente de proyecto.


–Todavía no he ganado el concurso.


–Lo ganarás –dijo Paula con una sonrisa–. Tu reputación va en aumento.


No sólo eso estaba aumentando.


–¿Qué tal si dejamos para mañana la celebración? Vamos a comer algo.


La agarró de la mano y salieron de la habitación, antes de que decidiera mandar al cuerno la comida y darse el festín con ella. 

Enemigos: Capitulo 41

 –No saquemos el tema delante de él ahora. Le está costando recuperarse.


–Mujer, yo sólo quiero estar contigo –la besó a conciencia antes de dejarla– . Caray, eres demasiado tentadora –declaró, y la dejó levantarse–. Vamos a entretenernos un poco –la ayudó a levantarse y luego se levantó él–. Tengo algo que quiero que veas –a llevó hasta la encimera de la cocina–. No quiero que pienses que sólo me interesas por tener un cuerpo sexy y ser guapa. También me encanta que tengas cabeza –abrió una carpeta–. ¿Te importaría mirar este proyecto?


–Qué dulce eres hablando, Pedro Alfonso. De verdad que sabes meterte a una chica en el bolsillo.


–Lo intento hacer lo mejor que puedo.


A la mañana siguiente, Pedro estacionó al lado del coche de Paula. Incluso sin haber dormido bien por haber estado pensando en ella, su corazón se aceleraba con la expectación de volver a verla. Saltó los escalones para subir, abrió la puerta de la caseta y se metió rápidamente. Antes de que pudiera decir nada a la hermosa mujer que había detrás de la mesa, vio a dos trabajadores, Felipe y Tomás, que estaban allí de pie.


–Hola, Pedro –dijo Felipe–. ¿Vas a trabajar con nosotros hoy?


Pedro dejó de mirar a Paula y se dirigió a los dos hombres.


–Alguien tiene que controlaros, chicos –dijo con una sonrisa.


Paula entregó a los dos carpinteros el cheque del sueldo, y tras un movimiento de cabeza en señal de agradecimiento volvieron al trabajo. Tan pronto como se cerró la puerta, Pedro fue hacia ella. Sin mediar palabra, la abrazó y la besó profundamente.


–Buenos días.


–Buenos días –contestó ella, hizo un movimiento para salir de los brazos de él, y miró nerviosa a la puerta.


–¿Temes que nos vea alguien?


Paula asintió con la cabeza.


–Me gustaría que nuestra vida privada siga siendo privada.


–En ese caso, ¿Quizá pueda ir a tu casa más tarde?


–Quizá –ella sonrió, abrió un cajón de la mesa y sacó la carpeta que él le había dado la noche anterior–. ¿Tienes unos minutos para hablar de esta propuesta antes de que te vayas con los obreros?


–¿Ya te has metido con ello?


–No he podido dormir esta noche.


El pulso de él se aceleró.


–¿Tú tampoco? Tienes suerte de que no fuera a llamar a tu puerta –se sentó en una silla–. ¿Qué te parece el proyecto de Las Vegas?


–Es el doble de grande que el de Paradise. ¿Puedes sacar adelante ese volumen de trabajo?


–He estado pensando en ampliar la empresa. Sé que podría tener la misma plantilla. La mayoría de mis obreros no tendrían problema en trabajar de cuatro a seis meses en Las Vegas.


–Me parece bien. Éste es un buen proyecto para concursar –dijo Paula–. Los plazos y las fechas de finalización son razonables. 

lunes, 22 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 40

Él le apoyó la cabeza contra su hombro.


–No hace falta que digas nada. Te quiero tanto que estoy a punto de explotar. Pero tú no estás preparada para esto, Paula. Y me importas demasiado para aprovecharme de tí.


–Te quiero –dijo ella, intentando mitigar la confusión que tenía encima.


–Y yo te quiero a tí. Pero las cosas están yendo muy deprisa. Creo que tenemos que ir más despacio. Ni siquiera hemos quedado para salir.


Pedro la besó en la cabeza. Ella sabía que él tenía razón, pero eso no la aliviaba.


–Se nota que has cambiado desde que íbamos al instituto. Eras un pulpo, siempre intentando meter las manos por debajo del sujetador.


Pedro echó una risita.


–Todo lo que quería era hacer una primera incursión, pero siempre me desbaratabas los mejores movimientos.


De pronto, Paula sintió la necesidad de sacar a la luz su gran duda. 


–Siempre pensé que… Ésa fue la razón por la que rompiste conmigo.


Cuando lo escuchó maldecir, intentó levantarse de sus rodillas, pero él la sujetó con fuerza.


–Paula, eso está en el último lugar de las razones por las que rompí contigo. Estaba hecho un lío tremendo cuando mi padre murió. Pero tú me importabas. Es que mi familia lo perdió todo, la casa, el dinero…


–Fui consciente de ello. Quise estar a tu lado, pero tú no dejabas de jugar con todas esas otras chicas.


Eso era ridículo. Aquellos tiempos ya habían pasado hacía mucho. Pedro dió un largo resoplido.


–No puedo negar que he estado con algunas mujeres, pero son muchas menos de las que se dice.


Paula estaba acurrucada encima de él, la cabeza descansaba sobre su hombro. Quería creerle.


–Tengo que irme.


–Primero escucha lo que te voy a decir –le puso las manos a ambos lados de la cara–. No te equivoques, Paula. Te quería entonces y te quiero ahora. Pero si te llevara ahora a la cama y te hiciera el amor esta noche, seguramente te arrepentirías mañana por la mañana –él movía la cabeza de un lado a otro–. No podría soportarlo. Quiero algo más que una noche contigo –respiró hondo–. Ahora tienes muchas cosas encima. Los dos las tenemos. Me queda camino por recorrer hasta que mi empresa sea solvente –levantó las cejas–. Y dicho eso, te diré que no puedo evitar desearte. Quiero que vuelvas a mi vida, Paula –se pasó la mano por el pelo en señal de frustración–. Sé que no tenemos mucho tiempo para estar juntos fuera de la obra, pero deberíamos ser capaces de quedar de vez en cuando. ¿Qué te parece lo de salir conmigo?


–A mí también me gustaría –dijo un poco aturdida–.¿Y qué pasa con mi padre? 


–Ya sé que guarda rencor a mi familia, pero, Paula, se trata de tu vida.


Paula era consciente de ello, pero su padre había estado tan enfermo…


Enemigos: Capítulo 39

Eran más de las nueve de la noche cuando Paula se paró con el coche al lado del garaje de los Alfonso. Miró hacia arriba, la luz estaba encendida, Pedro estaba en casa. Respiró hondo, estremeciéndose. Él merecía sinceridad, pero eso la podía herir a ella. Era mejor decirle que ellos no podían llegar a ser una pareja y mantener las distancias. De esa manera ella no sufriría tanto. Y lo que era más importante, su padre no se disgustaría. El problema era que ella no quería perderlo. Salió del coche y subió por la escalera. Antes de que se acobardara, llamó a la puerta desgastada por la intemperie. Los segundos parecían horas mientras esperaba, después la puerta se abrió. Pedro apareció, llevaba unos vaqueros y una camisa abierta que dejaba al descubierto su pecho desnudo. Ella no podía respirar, y mucho menos hablar.


–Paula, ¿Qué haces aquí? ¿Ha pasado algo en la obra? No me digas que han entrado otra vez.


Negó con la cabeza.


–Yo… quería hablar contigo, pero si éste no es un buen momento… –le faltó valor y comenzó a girarse para irse. 


Él la detuvo.


–Paula, si es para algo del proyecto por lo que has venido no tienes más que decírmelo.


Volvió a negar con la cabeza. Una lenta y sexy sonrisa se dibujó en la cara de Pedro.


–¿Has venido a verme? –respiró hondo y tiró de ella para que pasara dentro.


Paula se sintió sin fuerzas para resistirse. Era inútil, al igual que intentar no sentir nada por él. Ella afirmó con la cabeza al mismo tiempo que rodeaba con los brazos el cuello de Pedro.


–Ya sabes, Pedro Alfonso, que hay muchas razones por las que no debería estar aquí. Por las que no debería querer iniciar nada contigo.


La boca de él bajó en picado hasta encontrar la de ella, dejándola sinpalabras, sin aire.


–¿Cómo vamos a poder trabajar juntos?


–Siendo muy felices –susurró él, y le dió un besito provocador en el labio inferior. 


Ella emitió un quejido y se acercó más, deleitándose con los sentimientos que Pedro provocaba en ella. No pudo refrenarse y levantó la boca para juntarla con la de él. Ahora era su lengua la que acosaba los labios de Pedro, y se estremeció con la reacción de él, que gimió y la envolvió con los brazos, estrujándola contra sí mismo.


–Pedro –balbuceó ella cuando él la levantó, la llevó al sofá y se sentó con ella en sus rodillas. 


Paula no quería pensar en otra cosa que no fuera amar a ese hombre.


–He notado que me faltabas –admitió él entre besos–. No puedo expresarte lo contento que estoy de que estés aquí.


–No debería haber venido. Estamos jugando con fuego, Pedro. Mi padre… –sus palabras se extinguieron cuando la mano de él se metió debajo de su blusa y acarició su piel desnuda–. Mi padre nunca aceptará esto.


–Tu padre no está aquí, Paula. Sólo tú y yo. Estamos completamente solos.


Pedro comprimía con su boca la de Paula. Le dijo que ella era la única que le importaba, la única que quería. Consiguió desabrocharle el sujetador, después las yemas de sus dedos se pusieron a trabajar excitando y endureciendo los pezones. Paula tomó aire en profundidad y su mirada se encontró con la de él; vió el deseo reflejado en los ojos de él.


–Pedro...

Enemigos: Capítulo 38

Algunos días después, Pedro acababa de colgar el teléfono cuando Paula entró en la caseta oficina después de comer. Como hacía a diario, había ido a ver a su padre a casa. Él notó mucho su ausencia. Dos días atrás, Paula le había pedido que no siguiera pensando en tener una relación afectiva con ella, y así lo hizo. Ambos sabían que tenían que centrarse en el proyecto, y ella había tenido trabajo extra, ayudando a su madre a atender la diabetes del padre.


–¿Qué tal? –dijo ella cuando se dirigía a su mesa.


–Hola –a él se le puso cara de contento cuando ella se inclinó sobre la mesa, se recreaba viendo cómo los pantalones vaqueros de ella se ajustaban a sus bien formadas piernas y redondo trasero. Cuando dejó de estar inclinada, se giró y lo miró airadamente, como si supiera lo que él había estado pensando.


–¿No crees que puedes sacar más trabajo adelante si tienes la cabeza donde tienes que tenerla? –puso una sonrisa forzada.


–Ya que eres tan buena leyéndome el pensamiento, vamos a ver si puedes adivinar lo que voy a hacer ahora –atravesó la oficina, y fue a por ella, pero estuvo muy rápida y lo esquivó. Echó un vistazo hacia la puerta como si alguien pudiera entrar en cualquier momento.


–Pedro, compórtate.


Pedro hizo lo que ella le pidió y se apartó.


–Es que eres demasiado tentadora.


–Bueno, pues intenta controlarte –lo recriminó ella y se sentó a su mesa–. Esto es un lugar de trabajo. 


–Entonces vamos a continuarlo esta noche. Salgamos a cenar –quería convencer a Paula de que ellos se entendían bien y de que deberían continuar su relación afectiva.


–Creo que ya hemos hablado de esto. No vamos a tener ninguna relación ahora.


–Ya la tenemos. Quiero pasar más tiempo contigo, Paula. Quiero quedar contigo y llevarte por ahí.


Ella se quedó pensando, y él sabía que estaba tentada.


–No puedo. Le he dicho a mi padre que iría a cenar esta noche. 


Vaya.


–¿Cómo se siente tu padre? ¿Tienes idea de cuándo volverá a trabajar?


Chaves había estado dando un trabajo agotador a su mujer y su hija. No le importaba nada llamar a Paula para que fuera a casa varias veces a lo largo del día.


–Creo que la semana que viene.


En lo que concernía a Pedro, lo bueno de todo eso era que Chaves había dejado de atosigarle. Y eso hacía su trabajo más fácil.


–Como no puedes salir a cenar esta noche, ¿Qué tal si nos largamos pronto y nos tomamos algo? Hay algo que me gustaría comentar contigo.


Aunque habían pasado mucho tiempo juntos en la obra, en público eso no había sucedido. Pedro pretendía que ellos dos figuraran como pareja.


–No sé si eso es una buena idea ahora –dijo ella eludiendo la invitación.


Eso dolía.


–Bueno, entonces, dime cuándo será una buena idea.


Se quedó callada.


–Supongo que he malinterpretado tu actitud. Creía que te gustaba estar conmigo.


–No es eso, Pedro –empezó a decir–. Dijiste que irías despacio. Los dos tenemos responsabilidades.


–No creo para nada que se me fueran a olvidar, sin embargo hay tiempo para otras cosas, Paula. Creía que podría haber tiempo para nosotros, pero supongo que estaba equivocado –tomó su casco de la mesa y salió de la caseta cerrando fuerte la puerta. 


Se dirigió directamente donde estaban los carpinteros montando estructuras, con la esperanza de que golpeando clavos desahogaría su frustración. 

Enemigos: Capítulo 37

Él le sostuvo la mirada.


–Y me importabas mucho.


La garganta seca de Paula la hizo tragar saliva.


–Y a mí me importabas un montón tú, pero mi padre me causaba muchos problemas. Ir a estudiar fuera no parecía mala solución en aquel momento… Para todo.


Pedro le tomó la mano.


–Ahora somos mucho más maduros y supuestamente más cabales. Me alegro de que hayas vuelto. Y espero que te quedes.


Eso ya era demasiado. Ella no quería que él la hiciera albergar esperanzas otra vez.


–Pedro, ahora mismo no puedo pensar en otra cosa que no sea este proyecto… Y mi familia.


Pedro le puso un dedo en los labios.


–No malgastes energía dando explicaciones, Paula. Entre tú y yo siempre ha habido algo; desde que fui a aquella reunión escolar y te ví por primera vez. Madre mía, me dejaste sin respiración cuando me sonreíste.


Pedro la miraba mientras los bonitos ojos verdes de ella se abrían del todo. Lo había echado todo a perder años atrás. Ahora era la oportunidad de jugar sus cartas.


–Ya que estamos siendo sinceros, Paula, quiero acabar lo que te estaba diciendo antes.


De repente, ella hizo un movimiento para irse.


–Creo que es mejor dejar las cosas como están.


Pedro no iba a permitir que ella negara lo que había entre ellos. Fue detrás de ella.


–Dijiste que no te gustaba que jugara contigo calentando y enfriando lo que hay entre nosotros –estiró el brazo para agarrarla–. Y nosotros dos sabemos que siempre que nos aproximamos sin duda alguna se calienta –la estrechó en sus brazos y le cubrió la boca con la suya.


Paula estaba aturdida. Finalmente cedió y se dejó caer contra él.


–He querido hacer esto desde que te dejé en tu puerta el viernes por la noche.


Pedro pasó un dedo por el labio inferior de Paula, y ella perdió la capacidad de resistencia. Era una pequeña caricia, pero que le metió el fuego en el cuerpo, causándole dolor. Él le dio otro pequeño e incitante beso en ellabio de abajo.


–Dime que querías verme tanto como yo a tí.


Todo se iría abajo si ella le dijera la verdad. Aun así, no pudo refrenarse.


–Sí –confesó ella antes de entregarse a otro beso.


Cuando él retiró su boca a ella le costó trabajo poder respirar.


–Sólo dime que nos daremos otra oportunidad –dijo él.


–Pedro, no podemos dejar que nuestros sentimientos obstaculicen nuestros trabajos.


–No pongas tantos impedimentos. Podemos hacer el proyecto Paradise y además pasar parte de nuestro tiempo libre juntos.


Ella se rió.


–Ahora me doy cuenta de que estás loco.


Se miraban fijamente.


–Claro, por tí. 

Enemigos: Capítulo 36

De pronto, la oficina parecía que se le quedaba pequeña, sobre todo cuando Pedro se acercó y se sentó en el borde de su mesa.


–Paula, no era necesario que volvieras aquí. Yo puedo ocuparme de las cosas.


–Lo sé, pero mi padre tiene que pasar la noche en el hospital, y pensé que podría hacer algo de trabajo.


–¿No está mejor?


–Sí, el médico sólo quiere asegurarse de que está estabilizado. Va a tener que cambiar la dieta y aprender a ponerse insulina –suspiró de cansancio.


–¿Y qué pasa contigo? Tendrás un montón de cosas que hacer ahora. ¿Por qué no te tomas unos días libres?


¿Qué pretendía Pedro?


–No, puedo arreglármelas.


–Paula, sé que te sientes culpable al pensar que tu padre estaba bebiendo.


–¡No sigas! –levantó una mano–. No quiero hablar de ello –eso nunca se lo había confiado a nadie, no obstante, se dio cuenta de que Pedro de alguna manera sabía ese secreto de familia–. ¿Cómo lo has sabido? –preguntó ella tras un momento de tenso silencio.


Pedro permaneció en silencio por un momento, después se encogió de hombros.


–Ya sabes cómo son las ciudades pequeñas, todo el mundo sabe los asuntos de los demás.


–Muy bien –ella lo miró–. Entonces sabrás que el hogar de los Chaves no era perfecto. En realidad, era bastante tormentoso a veces.


–Paula no lo decía para dar pena.


–¿Fue ésa la razón por la que te marchaste fuera para ir a la universidad? 


Ella asintió.


–¿Fue ésa también la razón por la que sólo volviste a casa unas cuantas veces en los últimos diez años? –preguntó Pedro–. ¿O fue por mí?


Paula no podía tocar ese tema ahora. Sus emociones estaban a flor de piel.


–No te lo tengas tan creído, señor Alfonso. Me recuperé de tí hace mucho tiempo –no estaba siendo sincera–. ¿Cómo te diste cuenta de que me había ido? Estabas muy ocupado quedando con cualquier chica en cincuenta millas a la redonda. Dudo que ni siquiera lo notaras.


–Pero lo noté –bajó el tono de voz–. Me pasé por tu casa el día antes de irte. Tu madre abrió la puerta y dijo que no querías verme.


Paula estaba asombrada. 


–Mi madre nunca me lo dijo.


Pedro se encogió de hombros.


–Probablemente fue mejor así. Yo no quería que te fueras pensando mal de mí –su increíble mirada de ojos azules se encontró con la de ella–. Nunca pretendí hacerte daño, Paula. Sólo que después de la muerte de mi padre… y de la pérdida del rancho… fue algo muy difícil de asimilar para mí.


Paula se daba cuenta de que él aún estaba molesto por lo que ocurrió.


–Lo sé. Éramos los dos tan jóvenes… 

viernes, 19 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 35

 –Ah, mi madre, tengo que llamarla.


–No te preocupes, iré a su casa y la llevaré al hospital –Pedro le agarró las manos en muestra de apoyo–. Ve con tu padre, no te preocupes de nada más, ya me ocupo yo.


–Gracias.


Pedro se dirigió al coche patrulla de su hermano.


–¿Me puedes escoltar hasta la casa de los Chaves?


–Claro –dijo Federico–. Bueno, Miguel va a odiar esto. Los Alfonso ayudando a los Chaves en un apuro familiar.


A Pedro no le preocupaba mucho lo que pensara Miguel. Sólo estaba preocupado por una persona. Paula.




Tres horas más tarde, Paula salía de la sala de reanimación donde estaba su padre. Su madre había llegado treinta minutos después que la ambulancia, y desde entonces no se había movido de al lado de su marido. El médico había confirmado que su padre tenía diabetes. Y Miguel Chaves no se la estaba tratando bien. Pensaba que tampoco ella estaba ayudando mucho, ya que se sentía culpable de algo fatal para su padre. De que él hubiera empezado a beber otra vez. Todo ese tiempo había estado enfermo. Dió un largo y profundo suspiro. Podría haber muerto ese mismo día si… Miró en la sala de espera y vió a Pedro repantigado en una silla de plástico, con sus largas piernas estiradas. Tenía los ojos cerrados, la cabeza inclinada hacia atrás contra la pared. Un sentimiento agradable le recorrió el cuerpo a Paula, él estaba allí por ella. No se esperaba ver que él se había quedado, y aunque no estaba muy segura de querer que él estuviera ahí, se puso muy contenta de ver que estaba. Fue hasta él y, como si sintiera su presencia, abrió esos cautivadores ojos azules y se puso derecho en la silla.


–Hola.


–Hola –respondió ella, dándose cuenta de que le faltaba un poco el aliento– . ¿No deberías estar en la obra?


–Estoy en contacto con Francisco –se palpó el teléfono móvil que tenía en el bolsillo–. Estoy donde quiero estar. Además, puedo pasar luego por allí para ver cómo van las cosas.¿Cómo está tu padre? 


–Está estable. Quiero darte las gracias por haber pensado rápidamente en lo que le pasaba –se quedó mirando al infinito–. Si no hubieras estado allí…


Pedro se puso de pie y le echó el brazo por encima de los hombros.


–No pienses en ello, Paula. Lo que importa ahora es que tu padre se va a poner bien. Y los médicos le tendrán bajo control.


–¿Cómo supiste lo que había que hacer?


–Mi abuelo era diabético. Hubo una vez, cuando yo tenía doce años, que mi padre hizo eso. 


-Él fue quien me dijo lo del zumo de naranja. Todo saldrá bien, Paula –la atrajo hacia sí para pegarla a su cuerpo y ella consintió.


Alrededor de las siete de la tarde de ese día, Paula volvió a la obra. El coche de Pedro estaba estacionado a la puerta de la caseta oficina. No quería encontrarse otra vez cara a cara con él, ya que se sentía muy vulnerable. Había sido tan amable y se había portado tan bien. Y la había hecho sentirse tan segura cuando la estrechó en sus brazos. Intentó apartar a un lado tales pensamientos, pero ese día no funcionaba nada para evitar el recuerdo de su ternura y su preocupación. Con un rápido vistazo alrededor se percató de que los obreros habían acabado por esa jornada. Uno de los guardias de seguridad pasó por allí en un vehículo. La saludó y continuó la ronda cuando ella subía los escalones para entrar en la caseta oficina. Pedro estaba en su mesa hablando con el encargado. Ella fue a su sitio y se dispuso a acabar algunos trabajos. Lo primero que vio fue la lista de cosas que tenían que hacer los obreros al día siguiente. Pasados unos minutos Francisco fue a preguntarle por su padre, después se marchó. 

Enemigos: Capítulo 34

Miguel Chaves entró en la caseta oficina, con aspecto de estar irritado y enfadado. Paula se echó para atrás, pero Pedro no dejó que el padre de ella lo intimidara.


–¿Qué quieres, Chaves?


–Quiero saber por qué demonios no estás trabajando –no articulaba bien las palabras. Se tambaleó al dirigirse hacia la mesa. ¿Estaba bebido?–. ¿Por qué no estás fuera trabajando con tus hombres?


–Estoy trabajando aquí.


–No me creo nada. Paula puede ocuparse de la oficina. Así que agarra un martillo y ponte a clavar, Alfonso.


–Papá, por favor –fue hacia él–. Pedro tiene toda una plantilla trabajando y estamos casi al día con los plazos.


–Lo quiero ahí fuera –apuntó con el índice.


Pedro no podía aguantar más. Le daban ganas de llamar a uno de los otros socios para que vieran esa otra cara de Miguel Chaves. Entonces Paula tomó la iniciativa.


–Papá, qué te parece si te llevo a casa y te pongo al corriente de cómo van las cosas –intentó persuadirle–. Mamá puede prepararte algo de comer.


–No tengo tiempo. Este proyecto va con retraso –insistió el padre sin mucha convicción. Parpadeó y empezó a dar tumbos. Tropezó y Pedro corrió a su lado.


–Eh, Miguel. Más vale que te sientes.


–Aparta tus manos de mí, Alfonso.


Pedro llevó a Chaves hasta una silla, por lo que no había tenido muy en cuenta la fútil discusión. No olía nada a alcohol, pero la piel la tenía húmeda y pegajosa al tacto, sudaba en abundancia. Algo le pasaba.


–Miguel, ¿Has tomado alguna medicación?


Miguel agarró del cuello de la camisa a Pedro.


–Eso a tí no te importa.


–Lo siento, Pedro –dijo Paula–. Tengo que llevarlo a casa.


–Paula, no pretendo fisgonear, pero… ¿Ha estado bebiendo tu padre?


–Mi padre no ha estado bebiendo. Es… diabético. No quiere que lo sepa nadie.


Pedro fue inmediatamente al pequeño frigorífico que había en el rincón, sacó una botella de zumo de naranja y la abrió. Se la ofreció a Chaves.


–Tómate esto, Miguel.


–No quiero nada de eso –lo rechazó tímidamente.


–Paula, haz que tu padre beba un poco. Voy a llamar a una ambulancia – ella asintió, Pedro sacó su móvil, marcó el número de emergencias y explicó la situación al operador–. Ya vienen para acá.


Llegaron en diez minutos. Mientras el personal sanitario se ocupaba de Chaves, Pedro salió de la caseta llena de gente, en ese momento llegaba el coche patrulla del sheriff. Federico salió del vehículo.


–¿Qué ha pasado?


Pedro se dió cuenta de que no estaba tan calmado como creía.


–Miguel Chaves empezó a comportarse de manera confusa y fuera de sus cabales. Supongo que es un bajón de glucosa, les puede pasar a los diabéticos.


Veinte minutos más tarde, Chaves se encontraba en una camilla a punto de entrar en la ambulancia. Paula iba detrás, parecía pálida y asustada. Pedro se acercó a ella.


–¿Qué tal está?


–Está mejor, pero se lo llevan al hospital. Tengo que ir con él.


–Por supuesto.


Nuevas lágrimas brotaron en los ojos de ella. 

Enemigos: Capítulo 33

 –Eso fue hace una hora. He estado intentando localizarte en el móvil.


–Pues aquí me tienes –dijo con irritación–. ¿Qué problema tenías tan gordo que no has podido solucionar?


–Yo no he dicho que haya algo que no pueda solucionar. Sólo quiero poder localizarte.


–Estuve con algunos asuntos personales, ¿Qué pasa? Pensé que podías manejarte una hora sin mí.


Pedro se percató de una tristeza en sus ojos que su malhumorado tono no conseguía ocultar.


–Paula, ¿Qué te pasa?


–Nada.


Cuando Paula pasó por la mesa de él, se estiró y la agarró del brazo.


–Dime la verdad. ¿Qué ha pasado?


–Ah, ahora resulta que te preocupas, cuando esta mañana ni siquiera me has mirado.


Se quedó perplejo.


–¿No es eso lo que querías?


–Lo que quiero es sinceridad, Pedro. No quiero jugar a ningún juego. Me has mentido respecto a eso de que tu madre nos quería juntar.


¿Con quién había estado hablando?


–Mi madre ha estado intentando emparejarnos a Federico y a mí desde que cumplimos los veintiuno.


–¿Así que la escenita de estar juntos en la barbacoa fue para agradarla a ella? –sus ojos tenían aspecto afligido–. ¿Y qué pasa con la cena donde Jorge? ¿Fue eso para agradar a tu madre, o fue simplemente para ver en cuánto tiempo conseguirías fastidiar a la estricta gerente del proyecto? Flirteas con ella, la besas hasta que pierde la cabeza, y después llega el lunes por la mañana y la tratas como si no la conocieras.


Él se sentía por los suelos.


–No, Paula, no ha sido así –estiró la mano para acariciarla, pero ella rehusó el gesto–. Lo prometo. Creí que estaba haciendo lo que tú querías –se pasó una mano por el pelo.


Las lágrimas inundaron los ojos de Paula. Pedro se acercó a ella.


–Sí, te besé en la barbacoa. El beso del patio quizá fue para mi familia, pero el del granero fue exclusivamente porque no pude refrenarme. Sabía que era una excusa para conseguir que fueras al rancho, y pensé que una vez que estuvieras en mis brazos…


–Que sucumbiría a tus encantos –continuó Paula por él.


Pedro intentó forzar una sonrisa, pero no pudo.


–Un hombre siempre puede tener esperanzas –se serenó rápidamente–. Si fuera verdad lo que dices, ¿Por qué te habría reconocido ciertas cosas? Te lo dije en serio eso de que me importas. Quiero otra oportunidad.


Ella movió la cabeza de un lado a otro.


–¿Por qué me tendría que someter otra vez a eso? Tú me rechazaste ya una vez –volvió a negar con la cabeza–. Eso duele, Pedro.


–Tenía diecisiete años. Lo que hice fue arrogante y tonto –extendió el brazo y pasó la palma de la mano por la mejilla de ella–. Mi vida sufrió un vuelco cuando mi padre murió.


–Yo sabía que eso era así, y quise estar ahí para ayudarte.


–Oh, Paula –se acercó más a ella, pero antes de que pudiera estrecharla en sus brazos, la puerta se abrió. 

Enemigos: Capítulo 32

 –No, fuimos al Double A. La señora Alfonso me invitó.


–¿Lo sabe papá?


–No tengo que dar explicaciones a papá de dónde voy –los prejuicios de su padre habían vuelto a pasar de una generación a otra–. Sabes que Pedro Alfonso no ha hecho nada malo. Lo que pasara entre nuestros abuelos hace sesenta años debería estar enterrado y olvidado. No dejes que papá te envenene la sangre.


Se puso tenso.


–Lo único que sé es que nosotros los Chaves tenemos que ser una piña. Somos una familia. Tú has faltado a tu lealtad.


Eso le dolía.


–Fue papá quien me trajo a este trabajo. Aquí no hay enemigos. Sólo una estúpida enemistad heredada que tiene que acabar.


–¿Cómo puedes decir eso? Paula, nos robaron nuestras tierras. No estoy dispuesto a escuchar cómo los defiendes.


–No estoy defendiendo a nadie. Por favor, Gonzalo. Vamos a hablar de esto – estiró la mano para tocarle, pero él se retiró y salió corriendo de la cafetería.


A través del cristal vió cómo su hermano subía a un todoterreno nuevo de doble cabina que le había comprado su padre y se iba a toda velocidad. ¿Cómo podría ella ayudarlo si no le escuchaba?


–¿Paula?


Se giró y vió a Federico.


–¿Va todo bien?


–Oh, Federico. Disculpa. Me has pillado pensativa.


–Me refiero a tu hermano. ¿Te da problemas?


No iba a sacar sus problemas familiares allí. Puso una sonrisa forzada.


–Son sólo cosas de adolescente.


El sheriff no parecía convencido, mientras la seguía hasta la barra para sentarse.


–¿Estás segura de que no es más que eso?


¿Era ése el momento de hablar de Gonzalo?


–¿Por qué? ¿Hay algo que debería saber?


Federico se encogió de hombros.


–Jorge ha tenido algunos problemillas con Gonzalo y sus amigos, aunque hasta ahora los ha sabido solucionar.


Paula estaba avergonzada. Sabía que Jorge tenía unas normas muy concretas para todos los chavales que iban a la cafetería. Si no seguían esas normas, se les prohibía el paso.


–¿Hay algo más que debería saber?


–Le he pillado alguna vez haciendo novillos. A veces tiene una actitud desafiante conmigo. Por eso, he hablado con tu madre. Me prometió que hablaría con él. La mayoría de las veces los chavales acaban abandonando esos comportamientos –Federico adoptó una mirada interesante–. Pedro y yo salimos bastante bien de esa etapa.


–Tu hermano todavía tiene sus momentos –dijo ella, consciente de estar actuando todavía como si los dos fueran pareja.


–Hacían muy buena pareja aquel día en el rancho. Ustedes, que tuvieron problemas hace tanto tiempo.


Ya era hora de dejar de jugar.


–Dimos la impresión de estar bien avenidos sólo para que tu madre dejara de hacer de casamentera. Todo era apariencia. Mi relación con Pedro sólo es laboral. No hay nada entre nosotros.


Una gran sonrisa se dibujó en la atractiva cara de Federico.


–Menos mal que mi madre no estuvo en el granero para ver ese beso de pasión. Estaría preparando la boda en este mismo momento.




Pedro miró su reloj. Era más de la una. ¿Dónde estaba Paula? Normalmente ella nunca salía para comer, y ya llevaba una hora fuera sin poderla localizar. Sabía que algo la había disgustado cuando había estado trabajando, y él, al fin y al cabo, la había dejado que fuera sola. Debía haber ido con ella. La puerta de la oficina se abrió y el corazón de Pedro latió más fuerte, para después acelerarse cuando por fin le echó la vista encima. No había tenido ocasión de fijarse bien en ella esa mañana. Ya que, con mucho esfuerzo, había tratado de ignorarla. Eso casi acaba con él, pero era lo que ella dijo que quería. Una relación meramente profesional.


–¿Dónde has estado?


Ella fue a su mesa y puso allí la bolsa.


–Comiendo. 

Enemigos: Capítulo 31

Miró al otro lado de la oficina y vió que Pedro se estaba fijando en ella. 


–¿Pasa algo? –preguntó él.


Sus emociones estaban muy recientes para ocultarlas. Hizo de tripas corazón y sacó fuerzas para levantarse.


–Nada que algo de comer no pueda ayudar a resolver. ¿Quieres que te traiga algo cuando vuelva? –rezó para que Pedro no pidiera ir con ella.


–Si no es mucha molestia, me gustaría que fuera una hamburguesa con queso y patatas fritas –se echó mano a la cartera.


Paula  no quiso aceptar el dinero.


–Yo invito. Tú pagaste el desayuno el otro día.


–No importa.


Paula casi había llegado a la puerta cuando Pedro la detuvo. Aguantó la respiración.


–Si no estoy aquí cuando vuelvas, estoy fuera trabajando. Llámame por la radio –por un momento se miraron frente a frente, el silencio se prolongó entre ellos, ambos fueron conscientes de su deseo sexual.


Él habló primero.


–¿Estás segura de que estás bien?


Paula consiguió afirmar con la cabeza ante la sincera preocupación de él.  Era tan tentador para ella recostarse en su hombro… ¿Pero podía poner en riesgo su corazón otra vez con él?


Veinte minutos más tarde, Paula entraba en el Good Time Café. Estaba lleno de gente, pero el suave sonido de la música amortiguaba el ruido de las conversaciones. Dió una pasada con la mirada por los compartimentos con mesas y sillas, vio a varios jóvenes estudiantes de secundaria agrupados en la máquina de discos. Centró la atención en uno alto, larguirucho, con pelo rubio demasiado largo. Su hermano, Gonzalo. Ella sonrió. No había visto mucho a Gonzalo desde que ella se había mudado. A lo mejor podía convencerlo para comer juntos. Fue pasando por la zona de mesas hasta llegar a la diminuta pista de baile que se hallaba frente a la vieja máquina de discos.


–Hola, Gonzalo.


Él se giró, dejó de sonreír cuando la reconoció.


–Paula. Hola.


–¿Cómo es que no estás en el instituto?


–Sólo hemos tenido clase hasta mediodía –se metió las manos en los bolsillos–. Así que aquí estoy pasando el tiempo.


–Si no tienes clase, ¿Por qué no te vienes a la obra? Te puedo enseñar lo que estamos haciendo.


Su hermano se sorprendió.


–¡No! ¿Por qué iba a querer yo hacer eso? –miró a sus amigos–. Ya tenemos planes. Y nos tenemos que ir.


Empezaron a irse, pero Paula paró a su hermano mientras los otros se dirigían a la puerta.


–Gonzalo, esperaba poder pasar un rato contigo. Si no hoy, quizá en otro momento.


–¿De repente quieres hacer de hermana mayor? Te fuiste de nuestra casa para ir con el enemigo.


¿Cómo podía él pensar eso de ella?


–¿Pero qué dices?


–Te llevas fenomenalmente bien con los Alfonso.


–Trabajo con Pedro.


–¿Eso es lo que estaban haciendo hace dos semanas cuando él estaba en tu departamento?


¿Había ido su hermano al departamento el día que ella fue al rancho? 

miércoles, 17 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 30

El siguiente lunes por la mañana Paula llegó a la obra a las seis de la mañana y vió que Pedro estaba ya en su mesa. La saludó con un rápido movimiento de cabeza mientras seguía hablando por teléfono. Era un asunto de trabajo, como de costumbre. Cuando por fin colgó se acercó hasta la mesa de ella.


–Hola –dijo él, mientras daba vueltas a un papel de notas que tenía en la mano.


–Hola –contestó ella señalando al papel–.¿Hay algún problema?


Pedro parpadeó.


–Sí, Sergio Combs me llamó ayer por la noche. Ha tenido un accidente con la moto este fin de semana.


Ella emitió un grito ahogado. El carpintero había sido uno de los primeros en darle la bienvenida.


–¿Está bien?


–Se ha dado un buen golpe y se ha roto un brazo. No podrá trabajar en al menos seis semanas.


–Pues tendremos que buscar a alguien que lo reemplace –dijo ella, sabiendo que era un poco cruel pensar inmediatamente en el trabajo que estaba por hacer. Pero no quedaba más remedio.


–Así es. No podemos permitirnos ningún retraso, por eso he contratado a Luis Harper. Trabajé con él el verano pasado. Vendrá aquí sobre las ocho.


Paula se quedó mirando el nombre en el papel. No podía mirar a Pedro sin recordar la cena y el baile que compartieron el viernes por la noche en la cafetería. En el fondo le había sentado mal que no la hubiera llamado o ido a visitar al departamento durante todo el fin de semana. No había sabido nada de él durante todo el fin de semana. ¿Estaba jugando con ella? O, como ella no había accedido tan fácilmente, quizá él había perdido interés. Recuerdos de años atrás surgían de nuevo, de cuando Pedro de repente desapareció de su vida. No podía permitirse el lujo de quedar expuesta a ese tipo de daño otra vez. Lo mejor era mantener las distancias. Que durante el resto de la mañana él trabajara tranquilamente en su lado de la oficina y ella en el suyo. Paula podría haber hecho eso si su padre no la hubiera llamado por teléfono cuatro veces para preguntarle cosas frívolas. Cuando llamó una vez más, se dió cuenta de que estaba cada vez más agitado, y a veces su conversación no tenía ningún sentido. Acabó por decirle que no la llamara más; con la promesa de que ella iría a hacer una visita a casa y le pondría al tanto de cómo iban las cosas, por la tarde cuando ella saliera de trabajar, después colgó. Cerró los ojos, se acordaba de años atrás cuando su padre bebía. Se acordaba de los tiempos difíciles que casi habían destruido su familia y la habían mantenido alejada a ella. Pensaba que esos días pertenecían al pasado. ¿Pero realmente era así? 



Enemigos: Capítulo 29

Aunque ella estaba entusiasmada con la idea, sabía que uno de los extraños de los que él hablaba era su padre.


–Eh, ¿Por qué esa cara triste? –Pedro tomó su mano–. No te tienes que preocupar del trabajo esta noche. Esta noche es para que te relajes. Ha sido una semana ajetreada.


Pedro la sacó de la mano a la pequeña pista de baile. Una vez en sus brazos, Paula olvidó cualquier razón por la que no debería estar haciendo eso, Pedro la abrazó contra él. Ella no pudo resistir la tentación de dejarse caer en sus fuertes brazos, y se permitió abandonarse al momento. La música se paró demasiado pronto. Él se apartó un poco, reacio a separarse de ella tan pronto. La quería tener así para siempre.


–¿Todavía te gusta esa canción?


Paula levantó la cabeza para mirarle con esos ojos verdes.


–¿Te has acordado? 


Pedro asintió con la cabeza.


–También me acuerdo de que lloraste cuando vimos la película Ghost – había ido al rancho y la habían visto juntos en el vídeo.


Ella sonrió.


–Esperaba que no te dieras cuenta.


–Era un poco difícil no darse cuenta, cuando tus lágrimas mojaban mi camisa –dijo él, y enseguida añadió–. No es que me importara. A un chico le vale cualquier excusa para abrazar a su chica.


–Eso no era todo lo que querías hacer –murmuró ella.


–¿Qué quieres que te diga? No era más que un adolescente.


Ella dejó de sonreír.


–Sí, y tenías bastante fama.


Ella se soltó del abrazo, y él la dejó ir, consciente de que el momento había pasado.


–¿Te apetece una copa de vino? –Pedro fue a la enfriadera, que estaba en el mostrador, y llenó dos copas. Le ofreció una a ella.


–Me puede entrar sueño con esto –dijo Paula después de beber un poco.


–Corro ese riesgo. Es más, espero que te relaje lo suficiente para que pases un buen momento.


Paula olfateó el aire.


–Si ésa es la lasaña de Jorge, seguro que paso un buen momento.


–Así que tengo que darte de comer para que me prestes atención.


Ella levantó las cejas y él estuvo a punto de besarla.


–Mientras tenga comida tienes toda mi atención.


La acompañó a la mesa.


–Tus deseos son órdenes para mí –fue a la cocina y salió con dos platos de lasaña.


Pedro se sentó frente a ella. No pudo evitar sonreír cuando la vió cómo se tiraba a la comida. Y sonreír siempre estaba bien para empezar.

Enemigos: Capítulo 28

Paula se quedó anonadada ante su brusquedad.


–Tardé tanto tiempo en contestar al teléfono porque estaba dormido… y soñando contigo –soltó una gran bocanada de aire–. Y, cariño, el sueño era como poco para mayores de dieciocho años, y habría llegado a X si no suena el teléfono.


Se acercó un paso más a ella.


–De alguna manera me alegro de que me interrumpieras, porque quiero que seamos los dos los que vivamos eso juntos –la besó en la punta de la nariz y se fue con decisión. Sabía que ella todavía no estaba preparada para confiar en él. Y esa confianza era lo primero para él.




Eran más de las ocho de la tarde de ese mismo día, cuando Paula, exhausta, entraba en su pequeño departamento. Cuando acabaron de hacer limpieza en la obra la pasada noche, Pedro la había seguido hasta casa. Después de muy pocas horas de sueño, estaba de vuelta en la obra, allí se encontró con que Pedro y Federico la estaban esperando. Hablaron de manera extraoficial con el sheriff del incidente de la noche anterior. El hermano de Pedro prometió incrementar las patrullas alrededor de la zona, esperaba que eso mantuviera alejados a los intrusos. Ahora estaba en casa, Paula se quitó la ropa de trabajo y se metió en la ducha. Dejó que el agua caliente relajara su cuerpo más tiempo de lo habitual. Esa noche sólo le apetecía cenar algo, ver un poco la televisión y dormir mucho. No tenía mucha comida y estaba pensando en pedir algo del Pizza Palace cuando alguien llamó a la puerta. No esperaba a nadie. Abrió la puerta y vió a Pedro con la luz de fuera.


–Pedro, ¿Qué haces por aquí?


Pedro relajó un poco la sonrisa.


–Bueno, seguro que sabes hacer sentirse bien recibido a un chico –sin esperar a ser invitado a entrar, pasó por delante de ella y se metió en su pequeño departamento.


–Mira, Pedro. Estoy realmente cansada esta noche. Justo ahora iba a pedir algo de comida.


–Me alegro de que no hayas cenado. Me gustaría llevarte a cenar fuera.


Eso no era lo que ella necesitaba. Ya la hacía sentir bastante mal el hecho de que él supiera que ella había tenido celos.


–No me apetece nada tener que vestirme y salir.


–Así como estás vas perfecta. Además, no vamos a ir muy lejos.


Abrió la boca para oponerse, pero no pudo, sobre todo después de que Shane alargara la mano para tomar la suya y mantenerla agarrada.


–Bien, de acuerdo, tengo que cenar. Pero no quiero estar fuera hasta muy tarde.


–Me parece muy bien.


Ella asintió con la cabeza, después fue a ponerse unas sandalias y se metió deprisa al baño. Se pasó un cepillo por el pelo y se pintó los labios, odiaba estar deseando pasar el resto del día con Pedro. Respiró hondo varias veces para relajarse, y salió.


–Has hecho bien en soltarte el pelo –dijo Pedro sonriendo.


Hizo que ella pasara su brazo por el de él, salieron y bajaron las escaleras. En lugar de dirigirse hacia el coche de él, la sorprendió llevándola a la cafetería por la puerta de atrás. Atravesaron la cocina, en la que no había nadie y sólo una pequeña luz alumbraba encima de la plancha, y salieron al salón.


–Oh, Pedro.


El restaurante estaba cerrado, por eso estaba oscuro, propiciaba la intimidad. Unas velas titileando alineadas a lo largo del mostrador proporcionaban una tenue luz. Una de las mesas tenía un mantel blanco, con servicio para dos personas y un florero con rosas en el centro. La máquina de discos ponía la música de fondo, eran los Righteous Brothers cantando Unchained Melody. Paula se giró para tenerle de frente.


–¿Has preparado tú esto?


–En gran parte, aunque Jorge ha hecho la comida. Quería llevarte a algún sitio. Has invertido un montón de horas en el trabajo. Quiero que sepas cuánto te lo agradezco –se acercó un poco más a ella–. Quería llevarte a algún sitio donde pudiéramos hablar sin extraños que nos molesten. 

Enemigos: Capítulo 27

 –Han llenado todas estas paredes de pintadas –le dijo Adrián–. Gerardo y yo fuimos tras ellos, al final pillamos a uno, y en ese momento vimos las llamas que salían de la otra casa. Le soltamos para ir corriendo a apagar el fuego.


–Es gasolina –dijo Pedro–. Se puede oler.


–Oh, Dios –dijo Paula–. Esto es más grave. ¿Han llamado a los bomberos?


Adrián negó con la cabeza al mismo tiempo que miraba a Pedro.


–Hemos conseguido apagar el fuego antes de que se extendiera. Estos chavales son inexpertos, pero me temo que si no los frenamos, alguien va a salir mal parado. El que pillé olía a alcohol. Cómo me hubiera gustado haberle podido quitar el pasamontañas.


–¿Vieron algún vehículo? –preguntó Pedro.


–No, salieron corriendo campo a través. Deben de haber venido en un todoterreno para pasar por ahí.


Pedro se adentró en el chalé en construcción, apuntó su linterna hacia los tableros de madera pintarrajeados.


–Maldita sea. ¿Quién nos estará haciendo esto? –susurró, al tiempo que quitaba la luz de las repugnantes palabras.


–No he llamado al sheriff, Pedro. Pero quizá tú deberías hacerlo. Aunque sean niños, están jugando a un juego peligroso.


–Hablaré con mi hermano por la mañana. Pero no queremos que la noticia se divulgue. Podrían decir que Paradise Estates está gafado.


–Lo peor no es eso –dijo el guardia de seguridad–. Quienquiera que esté detrás de esto va en serio. Esta noche podrían haber arrasado este lugar.


Pedro dió un largo resoplido de frustración. Se dirigió al chalé de al lado y encontró allí a Paula. El olor a gasolina persistía.


–Esto es muy fuerte.


–No tanto –Paula apuntó con la linterna a un montón de madera–. Si nos deshacemos de los tableros, nos desharemos del olor –ella lo miró–. Trae tu coche aquí, lo cargamos y hacemos un viaje al vertedero. Esta peste se habrá ido mañana. Nadie sabrá nada.


Pedro estaba sorprendido.


–¿Y qué pasa con tu padre? ¿No deberías decírselo?


Paula negó con la cabeza.


–Él me ha contratado para que me ocupe de organizar las cosas. Y creo que ésta es la mejor manera de tratar el problema.


Pedro se sintió aliviado. Quizá podían llegar a trabajar coordinados.


–No puedo estar más de acuerdo contigo.


–Pero, Pedro, no podemos permitir que esto siga pasando. Esta noche hemos tenido suerte, pero no podemos seguir recibiendo estos golpes –se puso tensa– . Tengo muy claro que no voy a permitir a unos cuantos jóvenes inadaptados acabar con mi proyecto.


Pedro no pudo evitar sonreír ante su furia y actitud protectora. Estaba de parte suya.


–Ésa es mi chica.


Ella frunció el ceño.


–No soy tu chica. Soy tu gerente.


–¿No puedes ser las dos cosas? –estiró la mano para tocarla.


–¿No tienes ya suficientes mujeres?


A él le gustaba que a ella le importara tanto como para estar celosa.


–Ya te he dicho que estaba durmiendo.


No parecía convencida, y echó a andar hacia la caseta oficina. Pedro enseguida la siguió, quería convencerla para que lo creyera. La agarró del brazo para que no fuera tan deprisa.


–Pedro, suéltame –forcejeó para soltarse.


–En cuanto te diga algunas cosas.


Dejó de forcejear con él y se cruzó de brazos.


–Muy bien, a ver, habla.


–Primero, no he estado con nadie esta noche o cualquier otra noche desde que volviste a la ciudad. ¿Tan bajo concepto tienes de mí para pensar que después de estar contigo, de besarte de la manera que lo hice, puedo llevarme a otra mujer a la cama? 

Enemigos: Capítulo 26

Pedro tomó a Paula en sus brazos, deleitándose con su tentadora dulzura mientras el cuerpo de ella se moldeaba pegado contra el suyo. Una necesidad imperiosa afloró en él cuando la boca de ella se abrió con ganas de recibir su beso. El deseo se hacía más fuerte con ella aceptando todo lo que él le daba, pidiendo más. La echó sobre la cama, el peso de sus cuerpos hacía ceder el colchón, las sábanas frescas, al contacto con la encendida piel de los dos, nada podían hacer para bajar esa fiebre. Él había pasado tanto tiempo sin poder pensar en otra cosa que no fuera Paula… Tanto tiempo hacía que la quería…


–Pedro… hazme el amor –susurró ella mientras se echaba hacia atrás.


–Con mucho gusto –dijo él colocándola debajo de sí…


En ese momento, de repente sonó un timbre. Intentó no prestarle atención, pero cada vez sonaba más fuerte y la voz de Paula se desvaneció.


–¡No! –gritó él–. No te vayas.


Con un lamento, se incorporó en la cama, dándose cuenta de que todo había sido un sueño, y de que el timbre era el del teléfono. Lo descolgó para ver quién era.


–Más vale que sea algo importante –gritó, respirando con desasosiego.


–¿Qué te parece que hayan entrado otra vez en la obra? –dijo Paula.


Estaba todavía agitado cuando miró el reloj de la mesilla, eran las dos y cinco de la madrugada.


–¿Paula?


–El guarda de seguridad no ha podido localizarte y me ha llamado a mí. Debes de dormir como un tronco.


Se pasó una mano por el pelo, y trató de reponerse. 


–Bueno, pero ya estoy despierto. Te veo en la obra dentro de media hora.


Paula se acababa de bajar de su vehículo cuando el de Pedro frenó en seco al lado de donde lo había hecho ella. Salió abrochándose los botones de la camisa. Una descarga de sensaciones asaltó a Paula cuando vió el pelo revuelto de Pedro y el sexy aspecto somnoliento de su cara. ¿Había apagado el teléfono porque no quería que le molestaran? ¿Había estado con una mujer? Recordaba la voz fatigada de él cuando por fin contestó al teléfono. Ella no quería preocuparse por eso, pero se preocupaba. Pedro saludó con la cabeza de manera seca a Paula.


–¿Dónde está Adrián?


–No lo he visto, acabo de venir y estoy sola. Pero me voy a enterar –se fue por el embarrado terreno hacia la nueva fila de casas en construcción.


Pedro la alcanzó.


–¿Te dijo algo por teléfono? ¿Los han pillado?


Paula se paró.


–Mira, Pedro. Sé lo mismo que tú. Si no hubieras estado tan ocupado podrías haber contestado al teléfono y podrías haber preguntado a Adrián tú mismo – echó a andar de nuevo, pero él la detuvo.


–¿De qué demonios estás hablando? No hacía otra cosa que dormir.


–Si tú lo dices –odiaba estar celosa. ¿Qué le importaba a ella si estaba con otra mujer? Dejó de pensar en ello. Era asunto de él.


Las luces de seguridad resaltaban la pausada y tranquila sonrisa de Pedro.


–¿Has pensado que estaba con una mujer?


Se puso tensa.


–No me importa con quién pasas el tiempo. A menos que repercuta en el trabajo.


Esa vez echó a andar y no paró hasta que encontró a los dos guardas de seguridad, Adrián Shields y Gerardo Turner, junto a uno de los chalés.


–Perdona por haberte llamado, Paula –dijo Adrián, un ex marine fornido que todavía llevaba el corte de pelo militar.


–Pensé que esta vez los teníamos –dijo el otro guardia, Gerardo, éste tenía una complexión menos fuerte, pero era experto en artes marciales.


–¿Han dañado algo? –preguntó Pedro cuando se acercó tras ella. 

lunes, 15 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 25

Por fin llegaron a la antigua granja de los Alfonso. Las paredes y tejados estaban prácticamente echados a perder. A la cabaña de dos habitaciones, hecha de troncos en basto, le faltaba parte del tejado, pero el suelo estaba intacto. Había un granero y los restos de un corral. Pedro se bajó del caballo y fue a ayudar a Paula. Intentaba concentrarse con ganas en el asunto de filmar allí El Haven de los Alfonso, pero no podía dejar de pensar en ella. En la manera de sentir de ella cuando estaba en sus brazos, en lo mucho que deseaba volver a abrazarla. Abandonó de momento tal pensamiento, subió el escalón para entrar bajo el porche y empezar a examinar el lugar. Aunque era poco lo que se podía aprovechar, los cimientos de la cabaña, que tenía cien años, habían aguantado en condiciones el paso del tiempo.


–Estupendo –dijo Diego–. Esto es exactamente lo que me había figurado cuando leí el original de Carolina. Aunque claro, la cabaña tenía el tejado y todas las paredes.


–Creo que el tejado se voló hace unos veinte años –dijo Federico–. ¿Te acuerdas, Pedro? Papá quitó los restos para que no se cayera encima de nosotros.


Pedro comprobó la recia estructura.


–Sí, me acuerdo. También me acuerdo de que eché una mano para sacar todos los trastos.


Federico se acercó hasta Pedro.


–¿Qué te parece, Pedro? ¿Podemos restaurarlo?


–Sí que podríamos, pero antes de eso hay que ver si deberíamos restaurarlo –miró a Paula, que estaba de pie junto a Carolina–. Aquí está la historia de la familia Alfonso. Es como si fuera poco respetuoso alterar este lugar.


Federico asintió. Pedro sabía lo que le había costado a su hermano recuperar el Double A. Cómo había ahorrado cualquier dinero extra que ganaba. De esa manera, cuando subastaron el decaído rancho el pasado verano, consiguió comprarlo y que estuviera otra vez en manos de la familia Alfonso.


Federico se dirigió al productor.


–Diego, creo que me voy a echar para atrás en mi ofrecimiento –el lamento de Carolina fue audible–. Pero te voy a hacer otro. Qué te parece si renuncio a todos los ingresos que me ibas a proporcionar por usar el paraje, y en lugar de utilizar la granja original, usamos el dinero para construir una réplica ahí en la subida hacia el norte.


Diego miró a Carolina y ella afirmó con la cabeza.


–No parece mala idea, ¿Podría ver el sitio?


Federico sonrió.


–Claro –y se dirigió hacia los caballos.


Pedro llamó a su hermano.


–Si no te importa, Paula y yo vamos a volver a la casa.


Vió a su hermano, su hermana y el amigo de ésta irse a caballo, después se volvió a Paula y sonrió.


–Por fin solos.


–Podrías haber ido con ellos, sé volver sola.


–No quiero ir con ellos. Quiero hablar contigo. 


–No creo que debamos hablar de algo que no sea el proyecto. Así no hay peligro.


–¿Y qué pasa con lo nuestro?


–No hay nada nuestro, Pedro –movió la cabeza de un lado a otro para dar más énfasis a sus palabras–. Estamos trabajando juntos. Nada más.


–Entonces, ¿Los besos de antes no quieren decir nada? –dijo Pedro entrecerrando los ojos–. ¿Tú abrazada a mí, dejando que mis manos tocaran tu cuerpo, no fue nada?


Ella se estremeció y luchó contra los sentimientos que él evocaba con toda su fuerza de voluntad.


–No niego que sintamos atracción el uno por el otro.


–¿Atracción? Pero qué dices, cariño, teníamos tanto fuego que casi quemamos el granero.


–Y entonces, ¿Qué quieres demostrar, Pedro? ¿Que todavía siento algo por tí?


Él no sabía cómo responder a su actitud tajante.


–Todavía hay algo entre nosotros.


–Sólo porque beses bien, no significa que me vas a tener a tus pies. Ya no somos aquellos estudiantes adolescentes –le dijo ella con los puños apretados– . Hay demasiadas cosas en nuestro pasado para que alguna vez tengamos un futuro. Y cuanto antes te des cuenta de eso, señor Alfonso, mejor será para todos nosotros. 



Enemigos: Capítulo 24

Los dedos de él continuaron trabajando el tieso pitón. Ella se estremecía, acercó la boca de Pedro hasta recibirla con la suya. La necesidad se hacía más fuerte, y él no quería otra cosa más que sentir las manos de Paula pasando por su pecho. El sedoso tacto de ella le encendía. La llevó contra la pared y alinearon los cuerpos. Estaban perfectamente ajustados el uno con el otro.


–Siente cómo me pones, Paula –él tenía la respiración agitada. Su boca tomó de nuevo la de ella con otro ávido y necesitado beso. Tenía sujeta a


Paula con fuerza mientras la acariciaba y saboreaba su dulzor. Inesperadamente, Pedro oyó que Federico lo llamaba. Dejó lo que estaba haciendo al instante, a tiempo para ver a su hermano entrando al granero. Lanzó un exabrupto y bajó la mirada hasta ella. Viéndola con la cara encendida y sofocada, sintió que lo necesitaba y le dió un abrazo reconfortante.


–Tranquila, cariño, no pasa nada.


Federico tenía una sonrisa picarona mientras se acercaba hacia ellos.


–Siento interrumpir.


–Entonces, ¿Por qué lo haces? –preguntó Pedro intentando recuperar la calma.


–Sólo quería avisarte, Pedro. Caro y su poco campero productor van a salir. Quieren ir cabalgando a la granja, ahora. Nuestra hermana quiere que vayas con ellos –miró a Paula y sonrió otra vez–. Y a mí también me gustaría. Si deciden usar el Double A como lugar de rodaje necesitarán reconstruir cosas en la vieja cabaña. Y antes de dar mi consentimiento, quiero que pienses en cómo restaurarla.


–Bueno, vamos para allá –notaba a Paula tensa.


Federico asintió con la cabeza.


–Necesito ayuda para reunir los caballos –y salió enseguida sin esperar.


Una vez solos, Pedro abrazó a una Paula reacia.


–Siento que Fede nos interrumpiera.


Ella no le miraba.


–Quizás ha sido lo mejor. Escucha, no es necesario que yo vaya cabalgando con ustedes. Me quedo aquí tranquilamente haciendo compañía a Vanina.


Ya había echado a andar cuando él la detuvo.


–Mi madre se quedará haciendo compañía a Vanina. Me gustaría que vinieras –aun sabiendo que se estaban liando demasiado, lo decía en serio–. No quiero que el tiempo de estar juntos se acabe aquí. Te prometo que tendré las manos quietas.


Ella se burlaba medio sonriendo.


–No son sólo tus manos lo que me preocupa.


–Muy bien, no te besaré –estiró la mano para agarrarla–. Pero eso será luego, ahora necesito algo que me consuele –en ese momento, su boca se fundió con la de ella en un largo beso.


Paula sabía que estaba loca. Loca por Pedro Alfonso. Yendo al paso encima del caballo a lo largo del camino, se dió cuenta de que nada había cambiado durante los años que había estado fuera de Haven. Había comparado con Pedro a cada uno de los hombres con los que había intentado tener una relación, y ninguno daba la talla. ¿Pero cómo podía permitirse a sí misma tener sentimientos hacia ese hombre, si tenía miedo de permitirse confiar en él? Nunca podría amar a un hombre en el que no pudiera confiar. Eso sin contar con el hecho de que su padre probablemente la repudiaría como hija. Por muy absurdas que fueran las razones de Miguel Chaves para odiar a los Alfonso, él no iba a cambiar. ¿En qué situación la dejaba eso a ella? Tendría que elegir a uno de los dos hombres. Como si Pedro supiera que estaba pensando en él, la miró volviendo la cabeza y le guiñó el ojo. Su pulso empezó a acelerarse al recordar los besos que se habían dado en el granero.

Enemigos: Capítulo 23

Después, por la tarde, Pedro se dirigió al granero en busca de Paula. Sabía que era jugar con fuego pasar más tiempo a solas con ella, y más ahora que ya la había besado delante de su familia. Se dijo a sí mismo que todo era para guardar las apariencias. Nada más que un juego para que su madre le dejara en paz. Eso era hasta que su boca tocaba la de ella. Entonces, era como si todo y toda la gente desapareciera y sólo estuviera Paula. Apartó a un lado los sentimientos que todavía le quedaban. Había sido una tontería. ¿No había jurado, después del encuentro de los dos en la oficina de la obra la semana pasada, que no la volvería a tocar? Ella tenía mucho peligro. Y él no tenía que ser tentado más de lo que ya era. Tenían que trabajar juntos durante los tres meses siguientes. Pero no podía negar que le hacía estar dispuesto a arriesgarlo todo. Ya dentro del granero, su vista intentaba adaptarse a la tenue luz según se adentraba por el pasillo de cemento. Al final encontró a Paula al lado de la cuadra de Gypsy, canturreando y acariciando a la preñada yegua apalusa. Parecía relajada, libre de preocupaciones y atractiva. Y él la deseaba. No podía esperar más. Se volvió hacia él y dejó de sonreír, aunque él podía sentir que el deseo sexual entre ellos estaba tan encendido como siempre. La mirada de ella se ensambló con la de él.


–Pedro…


Él ignoró la vacilación de ella y la alcanzó con sus manos, la atrajo hacia sí hasta tenerla en sus brazos.


–Como me digas que no quieres que te bese, te voy a llamar mentirosa.


La arrimó más hacia su cuerpo, hasta que los dos quedaron pegados. La condescendencia de ella estuvo a punto de volverle loco.


–No deberíamos hacer esto –se quejó ella sin ímpetu.


Pedro giró la cabeza a los lados.


–Mentirosa –dijo él, justo antes de que su boca capturara la de ella. 


Al día siguiente afrontaría las consecuencias. En ese momento lo único que quería era sentirla en sus brazos. Cuando ella abrió la boca, él se deslizó dentro hasta escuchar un dulce gemido de ella. Paula rodeó con los brazos el cuello de Pedro e hizo el beso más profundo. Dando un quejido él le mostró su evidente deseo, a la vez que un apetito que no había conocido antes le recorrió el cuerpo. Puso la mano en el pecho de ella, y se encontró con el pezón erecto por encima de la blusa. Ella dió un grito ahogado y él se separó, pero en ningún momento se dejaron de mirar.


–¿Quieres que lo deje? 

Enemigos: Capítulo 22

Una hora más tarde, las mujeres estaban en la cocina preparando comida mientras los hombres estaban viendo cómo Federico asaba filetes en la barbacoa del patio, Paula se movía por la hermosa cocina admirada por la habilidad con la que Pedro había trabajado. Había diseñado con esmero los espacios para moverse y trabajar en ella, instalando gran cantidad de armarios de madera de arce y encimeras de granito, incluyendo una isleta en el centro con otro fregadero supletorio. Recordaba las otras cosas que había visto dando una vuelta por la casa. La rehabilitación de los suelos de maderas nobles y la chimenea. Todos los baños también habían sido reformados con mármol natural travertino. Pedro tenía ese talento. Ella lo había descubierto hacía años. En su día, él había soñado con estudiar arquitectura. En aquella época los dos habían tenido muchos sueños. Y el mayor sueño había sido permanecer juntos. Planearon ir juntos a la misma universidad para que el padre de ella no pudiera separarlos. Después Horacio Alfonso murió y todo cambió. Los proyectos de Pedro se habían desmoronado y acabó apartándose de ella. Oyó de repente que Vanina la llamaba.


–¿Necesitas que haga algo? –preguntó Paula.


–Casi está listo, así que por qué no vas llevando la comida fuera al patio. Fede ha dicho que a los filetes les falta muy poco.


Paula asintió, tomó las ensaladas de patata y de col, y cruzó la puerta de doble hoja que daba al entarimado de madera de secuoya roja. Se encontró riendo a carcajadas a Pedro, Federico, Jorge y Diego, que estaban de pie alrededor de la barbacoa más grande que había visto nunca. Pedro se hallaba de espaldas a ella. Ese hombre estaba bien desde cualquier ángulo. Tenía la camisa tirante a la altura de sus anchos hombros, para luego estrecharse y ceñirse en su delgada cintura. Los pantalones vaqueros azules envolvían sus esbeltas caderas y las musculosas y largas piernas. Se dió la vuelta, y se apresuró a tomar una de las ensaladeras de manos de ella.


–Gracias.


Pedro le echó una de esas sonrisas suyas, que la dejó sin respiración y aceleró su corazón. Caray con el chico. Ya se había imaginado que quedar con él para salir no sería buena idea.


–Eh, relájate –le dijo cuando la vio tensa–. Somos una pareja, ¿Recuerdas? Se supone que tengo que ser atento contigo.


–No creo que sea necesario que le pongas tantas ganas.


Pedro dejó las ensaladeras en la mesa de cristal, después la tomó del brazo y la llevó por el entarimado para poder estar solos. Ella sabía que se estaba poniendo un poco tonta. ¿Qué daño podría hacer jugar a interpretar?


–No me gusta ser objeto de exposición. Cada vez que te acercas a mí, toda tu familia nos mira.


–¿Eso crees?


Justo en ese momento su madre, su hermana y Vanina sacaron el resto de la comida fuera.


–En ese caso quizá deberíamos darles algo de que hablar.


Bajó la cabeza, y sus labios tocaron los de ella en un dulce y tierno beso. Paula sabía que debería impedirlo, pero no parecía que lo pudiera conseguir. Lo agarró por los antebrazos mientras él le daba un besito provocador en el labio inferior. La respiración de ella se alteró de puro placer. De pronto la voz de Federico les devolvió a la realidad.


–Eh, ustedes dos, paren ya. Es hora de comer.


Pedro interrumpió el beso y le guiñó el ojo, después la acompañó a la mesa.


–Chico, tengo hambre –hizo saber Pedro al tiempo que se sentaba al lado de su aturdida acompañante. 

Enemigos: Capítulo 21

 –¿Qué pasa, te has cansado de Los Ángeles y has decidido volver a casa? – dijo Pedro pinchándola. 


–¿Para qué voy a volver a casa? ¿Para que mis hermanos no dejen dedarme órdenes? –se acercó más, sus ojos, al igual que los de su hermano, se encendieron.


–Que me aspen, si no echo de menos fastidiarte –respondió el, y le dió un gran abrazo–. Me alegro de tenerte aquí, Caro.


–Se está bien de vuelta en casa –se soltó del abrazo–. Aunque sólo sea para el fin de semana.


Pedro miró por detrás de su hermana.


–¿Quién es ese chico?


–Ah, perdóname, es Rodrigo –lo llamó para que fuera junto a ellos e hizo las presentaciones.


Rodrigo sonrió y le tendió la mano con entusiasmo.


–Encantado de conocerte, Pedro. Caro habla tanto de su familia que es como si los conociera a todos.


Pedro estrechó su mano, preguntándose si ese chico era el novio de Carolina. Hizo que Paula se pusiera a su lado.


–Caro, te acordarás de Paula Chaves. Ha vuelto y está trabajando en el proyecto Paradise conmigo. Paula, mi hermana, Carolina, y su amigo, Diego.


Carolina echó a su hermano una sonrisa pícara, como pidiendo saber más. Después de las presentaciones, apareció Federico y se sumó al grupo.


–Bueno, hermanita, ya estamos todos reunidos. ¿Vas a decirnos ahora qué noticias tienes?


Carolina sonrió. Inmediatamente Pedro dirigió la mirada hacia la mano izquierda de su hermana, esperando encontrar un anillo de compromiso. Pero no llevaba nada. Se sintió aliviado.


–Bueno, he traído a Diego conmigo porque quería conocer el rancho. Está verificando algunos emplazamientos.


–¿Emplazamientos para qué?


–Diego hace películas. Diego Michaels Productions –iba a estallar si no lo soltaba–. He vendido mi guión, El Haven de los Alfonso.


La madre de ellos dió un grito ahogado por la emoción.


–Oh, Caro, eso es maravilloso. Sé lo mucho que has trabajado en ello.


–Te felicito, hermana –Pedro la abrazó otra vez, al mismo tiempo que recordaba que durante años Carolina había estado investigando en profundidad el asentamiento de los Alfonso en la zona.


Después la felicitaron los demás.


–La empresa de Diego ha comprado los derechos cinematográficos de El Haven de los Alfonso.


El grupo parecía pasmado al escuchar a Carolina contar los detalles.


–Quiere empezar la producción en pocos meses –miró a Federico–. Piensa que el rancho Double A es el lugar idóneo para filmar mi historia. 

viernes, 12 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 20

De camino al rancho, Pedro podía sentir que Paula estaba tensa en el asiento de al lado. Y tenía que reconocer que era lógico. Las cosas se estaban complicando. En la misma medida que él había tratado de no tener nada con ella, se había colado otra vez poco a poco en su vida. No necesitaba una pareja precisamente ahora, y menos aún que fuera Paula Chaves. No había manera de que pudieran tener alguna vez un futuro juntos, por muy guapa y sexy que fuera. A partir del día siguiente, no habría más ocasiones para salir juntos y relacionarse con más gente. Pasaron con el coche bajo el arco de hierro forjado que anunciaba la entrada al rancho Double A. No cabía en sí de orgullo cuando miraba alrededor y veía todas las recientes mejoras que habían sido hechas en el rancho. Sólo seis meses antes Federico había conseguido volver a comprar las tierras, y desde entonces había trabajado de manera incansable reconstruyendo la vieja hacienda que había pertenecido a la familia Alfonso durante casi cien años. Él también había contribuido lo suyo, dedicando largos fines de semana y tardes a reformar la casa, modernizando la cocina y realizando otras mejoras. Estacionó enfrente de la casa, recién  pintada de amarillo y con persianas venecianas blancas. El amplio porche de madera, cargado de ornamentación y molduras, estaba adornado con cestas que colgaban llenas de flores de colores.


–Oh, siempre me ha gustado esta casa –Paula le miró y sonrió–. He oído que has trabajado mucho en ella.


Él se apresuró a responder con una pregunta.


–¿Dónde lo has oído? 


–Francisco lo mencionó –la mirada de sus ojos verdes se topó con la de él–. Me alegro de que tu familia haya recuperado el rancho.


Él asintió con la cabeza, sabía que lo decía de corazón. Paula no era como su padre. Ella nunca había albergado rencor hacia nadie, tampoco hacia los Alfonso. Pero Miguel Chaves no  esperaba otra cosa que total lealtad de su hija. Y ella estaba dispuesta a dársela.


–Bueno, el propietario es Federico –dijo Pedro–. Él ha heredado el talento de los Alfonso para trabajar un rancho. Yo seguiré con la construcción.


–Tu abuelo también construyó esta casa para su familia. Será de ahí de donde te viene a tí el talento.


Pedro hubiera deseado que el elogio de ella no significara tanto para él. Antes de que pudiera decir nada, la puerta de la casa se abrió y Vanina salió para saludarlos. Todavía estaba delgada, no se notaba mucho que ya estaba de cinco meses. Nada más salir del coche, Federico, Jorge y la madre acudieron también.


–Me alegro mucho de que hayas podido venir –dijo Ana a Paula, y le dió un abrazo.


–Fue muy amable de su parte invitarme.


Pedro sacó la planta del coche.


–Vanina, te presento a Paula. Paula, Vanina.


Paula descubrió que estaba nerviosa cuando tomó el rosal de manos de Pedro y se lo dio a Vanina.


–Es encantador. Gracias, Paula –la tierna rubia sonrió–. Espero que no se me muera.


Todos se echaron a reír al mismo tiempo que otra pareja salía de un lateral de la casa y se acercaba. Paula reconoció a Carolina Alfonso, alta y de buen talle, con el pelo castaño y esos ojos azul oscuro. Iba vestida con una blusa azul, unos vaqueros con la raya bien marcada y botas. El hombre que estaba con ella, de pelo rubio rojizo, también era apuesto, y con aspecto de ser de ciudad. Llevaba pantalones de algodón de sport marrón claro, con un polo amarillo, caminaba por el desigual terreno como con miedo de ensuciarse sus mocasines. No había duda de que el chico de Carlina no había estado nunca en un rancho.


Enemigos: Capítulo 19

El sábado Paula estaba contenta de haber sobrevivido a su primera semana de trabajo. Gracias al cambio de actitud de Pedro estaba empezando a entenderse con el personal. Pero lo más duro había sido irse de casa de sus padres. Miguel Chaves no era la persona más fácil con la que vivir en cualquier circunstancia, pero ahora que ella había aceptado el puesto en Paradise Estates, no podía aguantar por más tiempo sus constantes indagaciones.  Años atrás el padre de Paula tuvo un problema con el alcohol. Había sido una de las razones por las que dejó su casa al empezar a ir a la universidad. Quería a su familia, pero tuvo que irse por su propio bien. El sentimiento de culpabilidad la había atormentado, por ser consciente de que había dejado a su hermano menor, Gonzalo, teniendo que afrontar los efectos de la enfermedad. Aunque su padre, que había dejado de beber de manera reacia tras ser diagnosticado de diabetes, llevaba cinco años recuperado, eso no significaba que en su familia todo fuera perfecto. Desde que había vuelto a Haven, su hermano no había ocultado el resentimiento hacia ella. A lo mejor no era tan mala idea irse a vivir fuera de casa.


Dando un suspiro de satisfacción, Paula miró alrededor en su nuevo hogar. En los tres últimos días había pintado de amarillo las mugrientas paredes del pequeño departamento, y había puesto cortinas nuevas en la única ventana. Lustrosas toallas y alfombrillas daban un necesario toque de color al baño. Nada de eso le quitó tiempo de su trabajo. Mientras ella recomponía la oficina, Pedro trabajaba con los obreros, intentando recuperar el tiempo perdido. También contrataron a una empresa de seguridad de Tucson. Habría dos personas pernoctando en la obra y pondrían más focos de luz. Ella se miró una última vez en el espejo del armario. Era primeros de mayo, y aunque era un día cálido de primavera, se había puesto unos vaqueros y una blusa azul turquesa. En lugar de las botas de trabajo que llevaba a diario, se había puesto su favorito par de botas del Oeste, unas Tony Lama negras hechas a mano. Estaba sacando un jersey cuando oyó que llamaban a la puerta. «Pedro». Dió un largo resoplido y después le abrió la puerta.


–Guau. Fíjate qué casa –dijo Pedro con una sonrisa.


Un poco decepcionada porque no se había fijado en ella, Paula balbuceó.


–Es sólo una manita de pintura.


Sus ojos por fin volvieron a ella, y volvió a sonreír.


–Estás… muy guapa, tú también.


–Gracias.


Paula fue a la cocina y tomó una maceta con un rosal, tenía capullos de color rosa intenso ya abriéndose.


–¿Qué es eso que llevas?


–Un regalo para un nuevo hogar. Tengo entendido que a Vanina le gusta cuidar plantas.


–Ten cuidado, podrías arruinar tu imagen de chico duro –dijo él.


Paula sonrió, porque sabía que quería burlarse de ella.


–No eres tan listo como pensaba, Pedro Alfonso, yo no soy un chico.


–Sí, ya me he dado cuenta. Más de lo que debería.


Le subió un bochorno por el cuerpo al mismo tiempo que se esforzaba por no ponerse colorada.


–Quizá deberíamos hablar algo antes de ir al Double A –acabó por decir él.


–¿El qué? 


–Sobre mi familia. Como vamos a ir juntos, van a pensar que somos pareja. Y cuanto más lo neguemos, más van a intentar volver al tema.


Paula se sintió terriblemente decepcionada.


–Entonces, ¿No quieres que vaya? Bueno, lo entiendo –le entregó el rosal–. Dale esto a Vanina y dile que tenía que trabajar.


–Alto, alto. Yo no he dicho que no quiera que vayas –ambos se miraron fijamente–. Simplemente quería avisarte y proponerte algo.


Casi no se atrevía a preguntar qué.


–A ver, dime.


–Actuar como si fuéramos pareja.


Paula se quedó sin palabras. ¿Estaba loco? ¿Pretendía romperle el corazón otra vez? Vió su embaucadora sonrisa. Se estaba comportando de una forma tan engreída, como si ella tuviera que caer rendida en sus brazos. Bueno, dos podrían jugar a fingir… 

Enemigos: Capítulo 18

 –¿Qué es lo que de verdad te trae por aquí?


–Paula está interesada en alquilar tu cuarto de arriba.


Jorge se encogió de hombros.


–Ni siquiera he estado ahí arriba desde que Vanina se mudó.


–En ese caso, nosotros lo limpiaremos.


La mirada de Jorge se encontró con la de Paula.


–No es gran cosa.


–No necesito que sea gran cosa –dijo ella–. Es sólo por un tiempo, hasta que acabe la obra.


Jorge entró por la puerta doble a la cocina y unos segundos más tarde estaba de vuelta con una llave.


–Enséñasela tú, Pedro. No puedo irme en este momento.


–Vamos –dijo Pedro levantándose.


Paula se llevó un trozo de tostada y dió un trago grande de su café.


–Una chica se puede morir de hambre estando contigo.


Llevó a Paula de la mano a través de la cocina, después salieron por la parte de atrás y subieron las escaleras. Cuando Pedro abrió la puerta, ella intentó no tener ninguna reacción, pero le costó. Aunque la habitación estaba recogida era oscura y sombría. Y pequeña.


–No mentías cuando dijiste que no era gran cosa –entró en el exiguo cuarto de baño, que tenía lo estrictamente necesario.


–Tienes que ver lo positivo –dijo Pedro.


Ella puso cara de extrañeza.


–Que sería…


–Estás mucho más cerca de la obra.


Eso era cierto. Sus padres vivían al otro lado de la ciudad.


–Tampoco se puede decir que en Haven haya un tráfico excesivo en horas punta.


–No tendrías que seguir defendiéndome ante tu padre.


–¿Qué te hace pensar que te defiendo?


Pedro se encogió de hombros.


–Bueno, podrías evitar tener que informarle cada día.


Ésa era la mejor razón.


–Voy a echar de menos la comida que hace mi madre.


Pedro la siguió hasta la cocina. 


–Jorge sirve una cena estupenda todas las noches. Se parece mucho a la de mi madre.


Paula miró hacia la encimera, donde había un azulejo roto.


–No parece que haya suficiente espacio para dar una fiesta –dijo ella suspirando.


Ambos se miraron. Un mechón de pelo moreno caía por la frente de él. Estaba sexy, pero Paula no se lo podía decir.


–En ese caso tendrías que invitar a menos gente –sugirió él–. A mí, por ejemplo, me gusta más cuando se reúne menos gente, es más íntimo.


Paula estaba hecha un lío sólo de pensar si quedarse o no con ese departamento, o lo que era peor aún, de pensar que Pedro era el que estaba allí con ella. Pero una vez que estiró el brazo y le tomó la llave a él ya no pudo detenerse.


–No voy a tener tiempo de hacer ningún tipo de fiesta.


–Sólo trabajo y ninguna diversión te hará una chica sosa.


–Lo siento, así soy yo.


Ahí estaba otra vez ese destello sexy de él.


–Ya veremos qué se puede hacer para cambiar eso. 

Enemigos: Capítulo 17

Pedro sabía que su hermana tenía tendencia a dar emoción a las cosas. Todo tenía que ser una gran producción.


–¿Por qué no nos lo puede decir aquí en casa? –Pedro trataba de disimular su fastidio. Tenía pensado echar unas horas trabajando en la obra durante el fin de semana–. Además, Fede siempre me engancha para algún trabajo en el rancho.


–Esta vez no. Sólo va a haber diversión –la madre miró hacia la cocina y saludó con la mano a Jorge Price, el dueño del restaurante–. Voy a invitar a Jorge y pedirle que haga su ensalada de col –a continuación miró a Paula–. Ah, y Paula, nos encantaría que fueras tú también.


A Paula le pilló por sorpresa, y se paró con el tenedor lleno a mitad de camino hacia la boca.


–Oh, gracias, señora Alfonso, pero no puedo entrometerme en asuntos de familia.


–Tonterías, contigo nunca sería una intromisión. Y estoy segura de que a Pedro le encantaría que vieras el trabajo que ha hecho en la casa del rancho. Por favor, sé que Carolina no va a ir sola.


Fantástico, la estaban emparejando con Pedro. No se atrevió a mirarlo, pero se preguntó qué iba a hacer él.


–Gracias, lo pensaré.


–Mi madre se saldrá con la suya –empezó a decir Pedro–. Así que si quieres ahorrarte la espera será mejor que accedas ahora.


Paula dejó el tenedor. No podía tragar nada con el nudo que tenía en la garganta. Sonrió a la señora Alfonso.


–De acuerdo, iré en mi coche.


–No hace falta –saltó Pedro otra vez–. Yo te llevo.


Antes de que Paula pudiera decir algo al respecto, Jorge salió de la cocina y saludó a Ana.


–Eh, forastero –dijo a Pedro–. No te he visto desde hace tiempo.


–Llevo aquí sentado treinta minutos.


–Supongo que no he mirado –Jorge se volvió a Paula–. Habiendo una clienta tan guapa, prefiero mirarla a ella. Hola, Paula. He oído que habías vuelto a la ciudad.


–Hola, Jorge –Paula sonrió al fornido hombre mayor de pelo cano y poco espeso. No había cambiado con el paso del tiempo–. No has cambiado nada.


–Me mantengo. Es difícil permanecer joven. He oído también que te ha tocado la difícil tarea de meter en vereda a este muchacho.


Pedro miró girando la cabeza por encima del hombro.


–¿Tengo un letrero pegado en la espalda que pone: métete conmigo?


Todos se rieron.


–Nunca hemos necesitado el letrero –dijo Jorge–. ¿Cómo es que te has pasado por aquí esta mañana?


–Para desayunar –sugirió él.


–Bueno, tengo que irme –les comunicó Ana al mismo tiempo que le tocaba a Jorge en el brazo, y se marchó.


Pedro había estado pensando durante mucho tiempo que podría haber sentimientos entre su madre y Jorge. No habrían tenido ninguna repercusión, pero cualquiera podía ver que los dos se preocupaban el uno del otro. Después de que Ana se hubo ido, Jorge se dirigió otra vez a Pedro.