lunes, 15 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 22

Una hora más tarde, las mujeres estaban en la cocina preparando comida mientras los hombres estaban viendo cómo Federico asaba filetes en la barbacoa del patio, Paula se movía por la hermosa cocina admirada por la habilidad con la que Pedro había trabajado. Había diseñado con esmero los espacios para moverse y trabajar en ella, instalando gran cantidad de armarios de madera de arce y encimeras de granito, incluyendo una isleta en el centro con otro fregadero supletorio. Recordaba las otras cosas que había visto dando una vuelta por la casa. La rehabilitación de los suelos de maderas nobles y la chimenea. Todos los baños también habían sido reformados con mármol natural travertino. Pedro tenía ese talento. Ella lo había descubierto hacía años. En su día, él había soñado con estudiar arquitectura. En aquella época los dos habían tenido muchos sueños. Y el mayor sueño había sido permanecer juntos. Planearon ir juntos a la misma universidad para que el padre de ella no pudiera separarlos. Después Horacio Alfonso murió y todo cambió. Los proyectos de Pedro se habían desmoronado y acabó apartándose de ella. Oyó de repente que Vanina la llamaba.


–¿Necesitas que haga algo? –preguntó Paula.


–Casi está listo, así que por qué no vas llevando la comida fuera al patio. Fede ha dicho que a los filetes les falta muy poco.


Paula asintió, tomó las ensaladas de patata y de col, y cruzó la puerta de doble hoja que daba al entarimado de madera de secuoya roja. Se encontró riendo a carcajadas a Pedro, Federico, Jorge y Diego, que estaban de pie alrededor de la barbacoa más grande que había visto nunca. Pedro se hallaba de espaldas a ella. Ese hombre estaba bien desde cualquier ángulo. Tenía la camisa tirante a la altura de sus anchos hombros, para luego estrecharse y ceñirse en su delgada cintura. Los pantalones vaqueros azules envolvían sus esbeltas caderas y las musculosas y largas piernas. Se dió la vuelta, y se apresuró a tomar una de las ensaladeras de manos de ella.


–Gracias.


Pedro le echó una de esas sonrisas suyas, que la dejó sin respiración y aceleró su corazón. Caray con el chico. Ya se había imaginado que quedar con él para salir no sería buena idea.


–Eh, relájate –le dijo cuando la vio tensa–. Somos una pareja, ¿Recuerdas? Se supone que tengo que ser atento contigo.


–No creo que sea necesario que le pongas tantas ganas.


Pedro dejó las ensaladeras en la mesa de cristal, después la tomó del brazo y la llevó por el entarimado para poder estar solos. Ella sabía que se estaba poniendo un poco tonta. ¿Qué daño podría hacer jugar a interpretar?


–No me gusta ser objeto de exposición. Cada vez que te acercas a mí, toda tu familia nos mira.


–¿Eso crees?


Justo en ese momento su madre, su hermana y Vanina sacaron el resto de la comida fuera.


–En ese caso quizá deberíamos darles algo de que hablar.


Bajó la cabeza, y sus labios tocaron los de ella en un dulce y tierno beso. Paula sabía que debería impedirlo, pero no parecía que lo pudiera conseguir. Lo agarró por los antebrazos mientras él le daba un besito provocador en el labio inferior. La respiración de ella se alteró de puro placer. De pronto la voz de Federico les devolvió a la realidad.


–Eh, ustedes dos, paren ya. Es hora de comer.


Pedro interrumpió el beso y le guiñó el ojo, después la acompañó a la mesa.


–Chico, tengo hambre –hizo saber Pedro al tiempo que se sentaba al lado de su aturdida acompañante. 

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