lunes, 1 de febrero de 2021

Perdóname: Capítulo 69

A la entrada de la tienda había trajes de etiqueta para niños. El traje más pequeño resultó ser de una sola pieza, blanco, de manga corta y botones para abrocharlo entre las piernas. La pechera había sido diseñada para parecer una camisa plisada con cuello de etiqueta y corbata de satén blanca. Pedro se echó a reír. Tomó el traje y se agachó para enseñárselo a Baltazar.


—¿Sabes qué, pequeño? Con tus zapatos blancos y tus calcetines, vas a ser la comidilla de la fiesta de tu abuelo.


Pedro dejó el traje sobre el mostrador y le pidió al empleado que le enseñara un traje de etiqueta para él en negro, de diseño italiano, que fuera bien con el vestido de Paula.


—Uso la cuarenta y cuatro de largo y la treinta y cuatro de cintura. Y la dieciséis de cuello de camisa.


El empleado le mostró un traje. Pedro volvió a agacharse y a enseñárselo a Baltazar.


—¿Te gusta?


El bebé comenzó a mover los brazos y las piernas excitado. Pedro vió de reojo que Paula, por primera vez, no miraba a su hijo con una sonrisa. Estaba pensando en el viaje a Nueva York, algo la aterrorizaba. Apenas podía esperar el momento de descubrir qué podía ser. Él se puso en pie riendo ante el entusiasmo del niño.


—Mi hijo dice que servirá. Póngame también una corbata gris plateada de rayas, una faja negra y gemelos de perla. Me llevaré además un par de calcetines negros y unos zapatos como esos que tiene ahí, del número cuarenta y dos.


Una vez más Pedro dejó la tarjeta de crédito sobre el mostrador. Luego, a propósito, dejó que su mirada vagara por la silueta de Paula que, entonces, se agachó y sacó a Baltazar del cochecito. Estaba completamente ruborizada. Le encantaba ver que ella estaba tan nerviosa que, a pesar de que el niño estuviera bien, lo sacaba del cochecito para utilizarlo como escudo con el que sentirse segura.


—Aquí tiene, señor.


Pedro le dió las gracias al empleado y procedió a dejar los paquetes en el cochecito de Baltazar. Miró a Paula y preguntó:


—¿Vamos? —luego empujó el cochecito, cargado de bolsas, y Paula lo siguió con Baltazar en brazos—. Lo mejor será pedir que nos traigan la cena a la habitación. Así podremos acostarnos pronto, en cuanto el bebé esté dormido. ¿Qué te parece? ¿O te apetecía ir a cenar a algún sitio?


—No, no tengo ningún interés en particular.


—Si de verdad no te gusta el vestido, aún hay tiempo de devolverlo y buscar otro.


—Es un vestido adorable —admitió ella al fin.


—Será adorable si te lo pones tú. Vamos a hacer los tres una entrada tan triunfal que hasta mi madre se va a quedar sin habla. Y eso no es frecuente, te lo aseguro. Me voy a divertir.


Cuando llegaron al coche, Paula volvió la cabeza en dirección a él con expresión azorada.


—Pedro… con el trabajo que te cuesta volver a tu casa… ¿Cómo es que de pronto estás tan deseoso de ir?


Podía mentir tan bien como ella.


—Corrígeme si me equivoco, ¿No fuiste tú la que me rogó que hiciéramos esto para allanarle el camino a Baltazar?


—Sí —susurró ella emocionada.


—¿Es que has cambiado de opinión? A mí no me importa, yo vuelvo a Laramie ahora mismo, si quieres. Los chicos estarán encantados de que vuelva esta noche, vamos retrasados.


Pedro cambió de carril tratando de descubrir el farol de Paula. Luego, al ver la salida hacia Cheyenne, que les conduciría a Laramie, puso el intermitente derecho.


—¿Qué estás haciendo?


—Tratando de hacerte feliz.


—¡No! —gritó ella con pánico.


—¿No, qué?


Cuanto más la pinchaba, más actuaba Paula como si escondiera un gran secreto.


—¡Pedro, por el amor de Dios! Tú sabes que tenemos que ir a Nueva York.


—No, si tú no quieres.


—Sí quiero —aseguró ella.

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