lunes, 8 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 10

 –Es difícil no acordarse del apellido Chaves.


–Si lo dices por Paula, ella siempre fue muy maja, con esos grandes ojos verdes.


Pedro le lanzó una mirada amenazadora.


–Madre.


–De acuerdo, me callo. Pero sólo si tú dejas de preocuparte por Miguel Chaves. Sus socios contrataron a Alfonso Construction porque eres el mejor. Es verdad que tiene rencor a todos los Alfonso, pero eso no tiene nada que ver contigo.


–¿Nada? –Pedro levantó las cejas–. Ese hombre me amenaza siempre que puede. ¿Qué hizo exactamente el abuelo Federico para que sea así? –Pedro había escuchado tantas versiones de la historia que no sabía cuál creer.


–Fue hace mucho tiempo y ninguna de las partes implicadas están ya –dijo su madre–. Por desgracia, Miguel mantiene vivo el resentimiento.


–Sólo dime que el abuelo no se quedó con terreno de los Chaves por medio de una estafa. 


–¡No! Federico Alfonso fue un hombre justo y honesto. Su único pecado fue que se enamoró. Alberto Chaves y Federico Alfonso fueron como hermanos gran parte de sus vidas. Cuando Alberto fue a servir a filas en la Segunda Guerra Mundial, pidió a tu abuelo que cuidara de su novia, Rosa Summers.


Hizo una pausa y suspiró.


–Durante los dos años siguientes pasaron mucho tiempo juntos y… Bueno… una cosa llevó a la otra. Cuando Alberto volvió se indignó, y dijo que Rosa había dicho que se casaría con él. Ella negó que le hubiera prometido nada. Se dijeron cosas terribles y su amistad acabó. Alberto Chaves mantuvo el resentimiento hasta la tumba. Ahí debería haber acabado todo, pero Miguel ha seguido con el rencor de su padre.


–Y ahora no parará hasta que no acabe conmigo.


–Pues no le dejes –recalcó su madre–. Sé que durante años ha estado ocasionando algunos problemas a Fede. Pero para la inmensa mayoría de la gente las rencillas entre los Alfonso y los Chaves es agua pasada.


Ana volvió a suspirar.


–Por la que lo siento es por Paula. Miguel ha puesto a la pobre chica en una situación difícil.


Pedro se acordó de lo que había pasado por la mañana y cómo se había negado ella a ceder siquiera un milímetro.


–Me parece que no te tienes que preocupar, Paula se sabe manejar.


Sorprendentemente, su madre sonrió.


–Me parece muy bien –comentó, y se dirigió hacia la puerta.


–Un momento, ¿De parte de quién estás tú?


–De la tuya. Pero con las mujeres siempre has sido demasiado drástico. Ya es hora de que haya alguien que haga que te esfuerces por lo que quieres.




A la mañana siguiente, Paula se masajeaba las sienes con los dedos, intentando aliviar el dolor de cabeza que tenía desde que se había levantado. Sacó dos pastillas de un frasco y se las tomó con café, esperando que la cafeína acelerara el efecto. Confiaba en que Shane no apareciera hasta por lo menos una hora más tarde. Se dirigía otra vez a su mesa justo cuando la puerta se abrió y el hombre en cuestión entró. Tenía muy buen aspecto para ser tan temprano.


–Buenos días –murmuró pasando hacia su mesa. 


–Buenos días –contestó Paula viéndolo ojear el correo.


–¿Esto es todo lo que hay?


–Menos las facturas, que las tengo yo –dijo ella.


–¿Por qué? ¿No has pensado que podría querer ver cuánto dinero se está gastando?


Tenía que admitir que él llevaba razón.


–En trabajos anteriores siempre me he ocupado de dar las órdenes de pago.


–Pues da las órdenes de pago, pero aun así quiero ver las facturas para asegurarme de que no nos cobran de más.


–Ése es mi trabajo.


Pedro le echó una mirada descarada. 

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