viernes, 29 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Epílogo

La terraza  se  iba  llenando  de  gente. Desde el dormitorio,  Paula observaba los lujosos coches que llegaban al castillo por el camino, ya libre de baches.  Lo único que no había  cambiado era la vieja  llave oxidada  que  él  le  había dado. La guardaba en un cajón, junto a la cama.

–¿Qué haces aquí? –preguntó Pedro, a su espalda–. Te esperan en la terraza.

–Subimos  a  buscar  el  conejito  de  peluche  de  Sofía,  y se ha  quedado dormida –miró  con cariño a su  hija,  en el centro de  la  cama, que  lucía  un  vestido  amarillo  pálido,  regalo de su  abuela.  Intento mantenerla  limpia  para  la  fiesta.

–Una  batalla  perdida,  diría  yo  –Pedro conocía  el  espíritu  aventurero  de  su  hija–.  Luciana y  Daniel han  llegado  con  Delfina.  Está deseando  ver a su  prima.

–A Sofía le pasa lo mismo. Son muy amigas.

–Hablando  de  amigas...  –Luciana entró  en  la  habitación,  sonriente,  y  abrazó a Paula–. Predigo que celebrarán su cumpleaños juntas el resto de su vida.  ¿Qué  hacen  aquí?  Tendrían  que  estar  abajo, recibiendoa  sus invitados.

–He delegado esa tarea  en  Federico...  –Pedro besó a su  hermana,  se inclinó y recogió un peluche de debajo de la cama–. ¿Buscabas esto?

Sofía abrió los ojos y bostezó. Pedro alzó a su hija en brazos y le dió el conejito.

–¿Delfi? –Sofía miró a su alrededor.

–Venga, vamos  a buscar a tu prima  –Paula sonrió–.  Es  hora  de  que  empiece la fiesta.

–Dámela,  por  favor  –Luciana extendió  los  brazos  hacia  su  sobrina–.  Tu  prima Delfi ya ha encontrado la fuente de chocolate, dudo que ese vestido siga siendo amarillo pálido por mucho tiempo.

–Feliz  cumpleaños  –Paula besó  a  su  hija–.  Ve  con  tu  tía.  Bajaremos  enseguida.

Sofía se fue con Luciana, a buscar a su prima.

–¿Puedes creer que sólo tenga dos años? Se la ve tan segura y feliz... –Paula sabía que era porque se sentía arropada y querida por su familia–. ¿Qué es eso? –preguntó, al ver que Pedro tenía una carpeta en la mano.

–Es lo que hemos estado esperando  –Pedro dejó la carpeta  en  la  cama y agarró sus manos.

–¿En serio? ¿Es posible? –el corazón le dió un bote–. No me atrevía ni a pensarlo. No quería ni preguntar cómo iba, por si traía mala suerte.

–Todo está firmado y aprobado. Está hecho.

Habían hecho falta dos años,  un montón  de  apeleo  y  el  poder  e  influencia de Pedro, pero su persistencia por fin iba a tener recompensa. En  alguna  residencia  italiana,  una  niña  llamada  Isabella iba  a pasar  su  última noche sin familia.

–¿Cuándo podemos recogerla?

–Mañana –acarició  su  mejilla–.  Sabes que no  será fácil,  ¿Verdad?  Me  preocupa que esperes que todo vaya como la seda; habrá muchos baches, al menos al principio.

–Sé que no será  fácil.  La  vida no  lo es,  pero  los  baches  nos  ayudan  a  descubrir quiénes somos, y nos dan valentía –alzó la vista hacia él, maravillada por lo mucho que había  cambiado.  «Gracias  a  él»,  pensó.  Él  hacía  que  se  sintiera segura, y saberse amada le daba el valor para expresarse con libertad–.  Durante  un  tiempo  me  preocupó  que,  como  habíamos  conseguido  tener  a  Sofía, no quisieras seguir con esto.

–No me lo planteé ni una sola vez.

–¿Alguna vez deseas que hubiéramos poder tenido más hijos de nuestra sangre? –preguntó ella, apoyando la cabeza en su pecho.

–¿La  verdad? No.  No podría hacerte volver a pasar por  eso,  y  yo  tampoco  lo  soportaría.  La  preocupación  casi  acabó  conmigo  –la  abrazó con fuerza–. Tenemos una hija sana y preciosa, nos tenemos el uno al otro y otra hija viene de camino. Siempre dejo de jugar cuando voy ganando.

–Escucha –abajo  se  oían  los  gritos  y  risas  de  niños  y  niñas  jugando–. ¿Sabes lo que es eso?

–¿Qué?

–Podría equivocarme –Paula sonrió y agarró su mano–pero parece el sonido de un final feliz.

–O eso, o un montón de niños a punto de poner fin a la paz de la piscina –ironizó él.

De la mano, fueron a dar la bienvenida a la familia.




FIN

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 64

Debía de haberle llamado mientras él hablaba con Federico. Frunció el  ceño, sin  prestar  atención a  los hombres  que,  sentados  alrededor de la mesa,  esperaban que iniciara  la  reunión.  ¿Por qué  había llamado para desearle  suerte?  La  había visto esa  mañana y se  la había deseado en persona.

–¿Pepe? –la  voz  de  Hernán   sonó  inquieta,  pero  alzó  la  mano  para  silenciarlo.

–Necesito hacer una llamada. Disculpenme –Pedro salió de la sala y marcó el número de Paula.

No hubo respuesta. Maldiciendo  entre  dientes,  consultó  su  reloj.  Se suponía que estaba  sentada  junto  a  la  piscina  cotilleando  con  su  hermana.  Volvió  a  escuchar  el  mensaje y esa vez captó el cambio de tono de voz y la larga pausa que había desde que decía su nombre hasta que le deseaba suerte.Lo escuchó de nuevo. Algo iba mal.Llamó a su hermana pero, como era habitual, su teléfono comunicaba.

–¿Pepe? –Hernán lo  llamó desde el  umbral–. ¿Qué diablos pasa? Te están esperando. Hemos tardado cinco años en llegar a este punto.

Pedro llamó a Paula de nuevo, pero su teléfono estaba apagado. Paula nunca lo llamaba si estaba trabajando.Solo lo había hecho una vez antes.

–Tendrás que cerrar el trato sin mí –siguiendo un instinto que no podía identificar, Pedro ya salía por la puerta.

–Pero... –dijo su abogado, atónito.

Era demasiado tarde. Pedro se había ido.



Paula estaba  tiritando,  sentada  en  el  suelo  del  lujoso  cuarto  de  baño,  cuando la puerta de la villa se abrió de golpe y oyó a Pedro gritar su nombre.

–¿Qué ha ocurrido? –preguntó al verla–. ¿Qué haces aquí?

–Has venido –le castañeteaban los dientes, pero sintió un intenso alivio al verlo.

–Claro  que  he  venido, aunque la próxima vez  preferiría  que fueras directa  y evitaras  lo  críptico.  Tu mensaje no tenía  ningún  sentido  –frunció  las  cejas  con  preocupación,  la  levantó  del  suelo  y  la  llevó  al  dormitorio.   Ella  esperaba que la dejase en la cama, pero se sentó con ella en el regazo–. Dime qué ocurre, tesoro. ¿Es el asma?

–No –no  podía  dejar  de  tiritar,  pero  se  sentía  mucho  mejor  por  dentro  porque él estaba allí.

–Estoy embarazada.

Él se quedó de piedra. Atónito.

–Me dijiste que...

–Te dije  lo que me dijeron.  Que  no  podía  quedarme  embarazada.  Que  era  imposible  –su  voz  subió  de  volumen  y  él  le  habló  en  italiano  para  tranquilizarla, ocultándole su propio miedo.

–Pau, sé que estás asustada pero todo irá bien. Tienes que confiar en mí. Es una buena noticia, ángel mío.

–No –sus  ojos se llenaron de  lágrimas–.  No puedo  tener  un  bebé.  Que esté embarazada no implica que vaya a tenerlo. La última vez...

–Esta vez será diferente –lo dijo con tanta certeza que en cualquier otro momento ella le habría reprochado su arrogancia.

–No puedes saber eso.

–Ni tú puedes saber lo contrario –le acarició el pelo con manos fuertes y capaces.

–Los médicos dijeron que no podía quedarme embarazas.Si lo hubiera creído posible, te habría hecho utilizar protección.

–Creo que esta vez no nos fiaremos de esos médicos –sin soltarla, sacó el  teléfono  del  bolsillo.   Marcó  un  número,  habló rápidamente  en  italiano  y  colgó–.  Ya  te  dije  que  había investigado.  Encontré a alguien  con mucha experiencia en casos como el tuyo. Voy a pedirle que venga lo antes posible.

–¿Y si él no puede verme?

–Es ella, y si no puede venir, iremos a verla.

Por primera vez desde que había descubierto su embarazo, Paula sintió que se relajaba un poco.

–Estabas en mitad de una  reunión.  Me  parece increíble  que hayas venido.

–¿De veras pensabas que no lo haría?

–Hoy era muy importante para tí –sintió una oleada de culpabilidad–. Lo he arruinado todo.

–Nada de eso. Pero ¿Por qué no me pediste que viniera cuando dejaste el mensaje? Dijiste mi nombre con desesperación y luego me deseaste suerte. Me dejaste jugando a las adivinanzas.

–Había olvidado lo de la reunión.  Cuando la prueba dió positivo, sentí pánico  y  te  llamé.  Estaba  desesperada por hablar contigo.  Cuando saltó el contestador  recordé  dónde  estabas  y lo que hacías,  y  que  por  eso  habías  apagado el teléfono.

–No lo apagué. Estaba hablando con Federico cuando llamaste.

–Eso no se me  ocurrió.  Me dí cuenta de que estaba siendo  injusta  contigo y te desee suerte.

–Escuché  el  mensaje  otra  vez  y  noté  la  diferencia  de  voz  entre  el  principio  y  el  final  –inspiró  con  fuerza–.  Me  alegro  muchísimo  de  que  me  llamaras.

–¿Te  alegra  que  haya  arruinado  el  negocio  más  importante  de  toda  tu  carrera?

–Eso no importa.  Lo  importante es que  enías  problemas  y  recurriste  a  mí.  Es  una  buena  noticia.  En  cuanto  a  la  otra  buena  noticia...  –puso  la  mano  sobre   su   abdomen   y   sonrió–.   ¿No te advertí que volvería a dejarte   embarazada? Soy superviril, ¿no?

–Superarrogante –dijo ella con una leve sonrisa.

–Es un hecho. Te he dejado embarazada.

–Supongo que opinas que soy una mujer afortunada –Paula, riendo, le golpeó en el hombro.

–Eso no hace falta decirlo.  Y yo soy  un  hombre afortunado  porque  me  has dado el mayor regalo posible. Me llamaste. Confiaste en mí.

–Y tú viniste.

–Siempre  vendré.  Siempre  estará  disponible  para  tí  y  para  nuestra  familia. No volverás a necesitar ese inhalador porque me tendrás a mí.

–Eres demasiado protector.

–Siciliano –la besó–. Y loco de amor por tí.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 63

–Una belleza.

–Es un sitio muy romántico  –Luciana admiró  sus  uñas  recién  pintadas  de  rosa–. Tiene que haber sido como una segunda luna de miel. Cuando quieras darme las gracias por haberlos unido de nuevo, no dudes en hacerlo.

–No te rindes, ¿Verdad? –Paula se rió.

–No. Y ahora voy a pasar al plan B.

–Pepe y  yo  estamos  juntos –Paula cambió   de   postura–.  No necesitamos un plan B.

–El plan B se centra en tener bebés –Luciana tenía la cara vuelta hacia el sol,  por  eso  no  vió  cómo  se  tensaba  Paula–.  ¿No  crees  que  sería  divertido  estar embarazadas a la vez? Nuestros hijos podrían jugar y crecer juntos, como hice yo con mis primos.

Paula no podía  acusar a su amiga de insensibilidad  porque  nunca  le  había contado lo ocurrido. Pero había llegado la hora de hacerlo.

–Lu...

–Imposible. No puedo guardar un secreto –Luciana se sentó y se apartó el sombrero de la cara. Sus ojos brillaban–. Estoy embarazada. Me hice la prueba anoche. Daniel quiere que espere unas semanas antes de decirlo, pero tú eres especial.

–¿Estabas embarazada cuando te casaste?

–¡No, claro que no!  –protestó Luciana con  indignación–.  Y  baja la  voz.  ¿Quieres que mis hermanos le den una paliza a mi marido? Es un bebé de luna de miel –sonreía de oreja a oreja.

–Solo llevan dos semanas casados.

–Tres –Luciana se rió–. Es obvio que no perdías el tiempo mirando el reloj cuando estuviste en Taormina. Llevo casada tres semanas enteras.

Paula la miró atónita. Lo pensó y era verdad. Eso significaba que... Se sintió palidecer y vió que Luciana la miraba con preocupación.

–¿Pau? ¿Estás bien?

–Es el calor. Voy a ir a tumbarme un rato. No me encuentro bien. Estoy mareada.

–¿Mareada? –su rostro se iluminó–. Tal vez estés embarazada también.  Eso sería fantástico.

–¡No! Es decir... no es posible.

–¿Por qué no?  Llevas tres  semanas practicando el sexo sin descanso. Toma... –Luciana rebuscó en su bolso y puso un paquete en la mano de Paula–. Compré dos, pero me bastó con uno. Úsalo tú.Era un test de embarazo.

Paula tenía la boca seca. Una mujer que no podía quedarse embarazada no necesitaba eso.

–No, gracias. No puedo estar embarazada.

–Eso pensaba yo –dijo Luciana con alegría–. Y resultó que me equivocaba. Mira, si quieres...

–Tengo que ir a tumbarme –Paula se alejó de su amiga, chocó con una silla y bajó los escalones.

No podía estar embarazada.Diez minutos después estaba sentada en la villa vacía, mirando un test de embarazo positivo y tragándose la amarga bilis del miedo. Estaba volviendo a ocurrir, pero esa vez  no había  júbilo inicial, solo  terror profundo y oscuro. Con manos temblorosas, sacó el teléfono del bolso y marcó el número de Pedro.Cuando saltó el contestador, sintió pánico.

–¿Pedro? –el  nombre sonó  como  una  especie  de susurro desesperado.   Entonces  recordó que  él  había  apagado  el  teléfono  porque estaba finalizando el trato sardo. No tenía tiempo de hacer de nodriza y no era justo  que  lo  pusiera  en  esa  situación.  Anhelaba pedirle que volviera  a  casa,  pero consiguió controlarse–. Llamaba para desearte suerte en la reunión.

Pedro iba  a  entrar  en  la  reunión  más  importante  de  su  vida  cuando  sonó su teléfono. Era Federico, para darle las últimas cifras que necesitaba. Armado con  todo  lo  necesario  para  cerrar  el  trato,  colgó  y  vió  que tenía un mensaje.Entró en la sala de reuniones comprobando el buzón de voz. Se detuvo en seco al oír la voz de Paula:

–¿Cristiano? Llamaba para desearte suerte en la reunión.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 62

–Estaré bien. Luciana ha vuelto de su luna de miel y vamos a vernos en el Spa, para hacernos la manicura y charlar. Y le he prometido a Federico echar un vistazo  al  club  deportivo del complejo:  voy a observar a  los entrenadores en  acción y hacer algunas recomendaciones. Después buscaré un despacho vacío y contestaré los mensajes que he ignorado desde que fuimos a Taormina.

–Puedes usar mi despacho, pero preferiría que no tuvieras que trabajar hoy.

–No tengo que trabajar.  Quiero trabajar  –Paula dió un paso  atrás, preguntándose  si  llegaría el día en que no le temblaran las rodillas solo con mirarlo–. Ya está. Estás muy elegante.«Pecaminosamente guapo», pensó. «Y mío».

–Volveré a tiempo para llevarte a cenar  –Pedro llevó la mano a su  chaqueta–. He descubierto un nuevo restaurante...

–En ese caso, me compraré un vestido nuevo.

–Hazlo –se inclinó hacia ella y la besó–. Hablé con mi madre, por cierto. La horrorizó saber  que habías pasado por eso sin decírselo  a  nadie.  Habría deseado que confiaras en ella.

–No es mi fuerte, como sabes.

–Intenté  explicárselo, pero no quería hablar de  tu pasado sin haberte perdido  permiso  –acarició  su  mejilla  con  los  nudillos–.  Podrías confiar en ella.  Le ayudaría a entender.

–Quiere verte feliz. Eso lo entiendo muy bien.

–Soy feliz –la abrazó con fuerza–. ¿Cómo podría no ser feliz teniéndote a tí?

El teléfono sonó y él suspiró con exasperación.

–Echo de menos Taormina –rezongó.

Un  segundo después salía  por la puerta.  Su mente  ya estaría  centrada  en solucionar el asunto de Cerdeña. Un trato muy importante para él.

–Soy muy lista –Luciana,  encantada  consigo  misma,  ajustó  el  ala  de  su  sombrero–.  Sabía  que,  si  los  reunía,  no  aguantarían  sin  tocarse.  Y  Pedro está a punto de cerrar el negocio sardo, así que habrá un «felices para siempre » para todos.

–¿Por qué es tan importante lo de Cerdeña? –Paula estaba sentada en una hamaca, a su lado.

–Era el sueño de nuestro padre  –Luciana se  puso crema  en  las  piernas–. Quería  tener  hoteles en las  dos  islas. Pero es difícil  conseguir  terreno  para  construir  allí.  Pepe encontró  el  lugar  perfecto porque  es  un  genio. Y  hace que  la  gente  casi  se  sienta  obligada  a  vender.  Por  eso  tiene  que  finalizar  el  trato  en  persona.  Se  lo  venden  a  él,  confían  en  que  hará  lo  correcto.  Que  construirá sin arruinar el entorno. ¿Qué tal Taormina?

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 61

Dió instrucciones a Federico y colgó el teléfono.

–¿Va todo bien?  –preguntó ella desde la cama.

 Con ojos  adormilados,  sin maquillaje y con el pelo revuelto, estaba preciosa.

–Todo bien –decidió  posponer  el  momento de decirle que tenía que volver a Palermo, pero ella percibió algo y salió de la cama.

Se agachó para recoger la prenda de seda que había empezado la noche sobre su cuerpo  y  acabado en el  suelo. Ese movimiento  bastó  para hechizarlo. Cuando se reunió con él en la terraza, puso las manos en su nuca y la besó largamente.

–Mmm... –se apartó de él–. ¿Qué me ocultas?

–¿Qué te hace pensar que te oculto algo?

–Tu expresión –rodeó su cuello con los brazos–. Dímelo.

–Tengo que regresar. Una crisis en el proyecto de Cerdeña requiere mi atención. Lo siento mucho, mi amor –esperaba ver decepción, pero ella sonrió.

–Está bien.  Sabíamos que no podíamos quedarnos para siempre  –afirmó con valentía.

–No digas que está bien cuando estás pensando otra cosa. Dime lo que piensas, quiero saberlo.

–De acuerdo  –sus ojos chispearon  burlones–.  Estoy pensando que no  quiero que te vayas. Quiero que nos quedemos aquí para siempre.

–Por lo menos ahora sé que dices la verdad.

–Pero  ambos sabemos que  no es práctico quedarnos.  Y este trato es muy importante para tí, lo entiendo. No puedes delegarlo en otra persona.

–Ocurra lo que ocurra, nada cambiará cuánto te quiero –tomó su rostro entre las manos y la besó–. Dime que lo entiendes.

–Lo entiendo.

Pedro no se hacía ilusiones. Esos  últimos  días  ella  se  había  abierto  más que nunca, pero él sabía que cuando se sentía amenazada, se cerraba al mundo. Era su forma de protegerse.

–Una semana –prometió  contra sus  labios– volveremos por  una semana. Y  empezaremos  y  acabaremos cada día juntos.  Desayuno y cena.  Cerdeña  está  muy  cerca  de  Sicilia.  No  pasaré mucho  tiempo  fuera.  Es una promesa.



Paula observó a Pedro enviar un correo electrónico con una mano mientras se anudaba la corbata de seda con la otra. En la mesa había una taza de  café,  ya  frío,  que no había  tenido tiempo de  beberse. Desde que habían llegado al Palazzo Alfonso había estado abrumado de trabajo. Sintió una punzada de añoranza por la sencillez de su vida en Taormina. En Palermo compartía  a  Pedro con  muchísima  gente. Él había cumplido la  promesa de desayunar  y cenar juntos,  pero la noche  anterior habían cenado pasadas las once. Además, la  incomodaba  la  grandiosidad  del  palacio.   Las paredes estaban  llenas  de obras de  arte de  valor incalculable.  Pedro se  alojaba allí  cuando tenía que estar en la ciudad, pero prefería la villa en el Alfonso Spa y su nueva casa en Taormina. Su hogar. El de los dos. La palabra hogar hacía que se sintiera  de  maravilla.  Se derretía por  dentro al pensar que el increíble hombre que tenía delante era suyo. Era adicto al  trabajo, sí,  pero  ella  adoraba  su  energía  y  su  entrega. Pedro asumía  responsabilidades y compromisos con el trabajo y con su familia desde mucho antes de que ella lo conociera. Se acercó   y   terminó de anudarle la corbata mientras él,  gesticulando, soltaba  una  indignada  parrafada  en  italiano.  Cuando colgó la  llamada estaba visiblemente enfadado.

–¡Abogados! –tensó  la  mandíbula–.  Son capaces de hacer que  un hombre se dé a la bebida. Tengo que volar a Cerdeña y había pensado pasar la tarde contigo. Iba a llevarte de compras.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 60

–¿Y  qué  pasa  con  lo  que  quieres  tú?  –tenía  el  rostro  hundido  en  su  cuello y sus lágrimas se mezclaban con el agua de la piscina.

–Te  quiero  a  tí  –afirmó  con  tono  posesivo. La apartó para mirarla a los  ojos–. A tí. Siempre. Creía que lo había dejado claro.

Ella se sintió ligera por dentro, relajada. Como si se hubiera quitado un gran peso de encima.

–Hay otra cosa, algo que llevo tiempo pensando. No sé qué pensarás al respecto.

–Dímelo y lo averiguaremos.

Paula  titubeó,  porque  realmente  no  tenía ni  idea  de cómo  iba  a reaccionar él.

–Lo que me gustaría de verdad sería adoptar un niño –dijo de carrerilla–. Y  no  solo  porque  no podamos tenerlo nosotros.  Quiero que ofrezcamos un hogar. No a un bebé, todo el mundo quiere adoptar bebés. Me refiero a un niño mayor, perdido y solo, que no sepa lo que es sentirse querido. Quiero llenar un dormitorio  de  juguetes  y  libros  pero,  más  que  nada,  quiero  que  seamos  una  familia para alguien que no tiene esperanza de tenerla.

–Sí,  yo  también  quiero  eso  –era  típico  de  su  generosidad  no  titubear  siquiera–. Oír lo que pasaste me horroriza. Y  tenemos  mucho.  Me encantaría ofrecer un  hogar  y  una  familia a  un niño que lo necesite. Y tú serás una madre maravillosa. Esa respuesta tan positiva la emocionó más que ninguna otra cosa. Su corazón se abrió a él por completo y se abrazó a su cuello.

–Eres muy especial.

–¿No era un  arrogante  y  controlador  adicto  al  trabajo?  –él  enarcó  una  ceja.

–Eso también  –decidió asegurarse de que hablaba en serio–.  ¿Estás  seguro? No será fácil.

–Sabes que adoro los retos –sonriente, la besó.

Siguieron en el  castillo  hasta  que  una  llamada  de  Federico interrumpió  su  idilio.  Una  crisis de trabajo requería su presencia. Pedro miró a Paula, aún dormida, festejando la vista con su cuerpo desnudo.La tentación de vivir en ese paraíso el resto de sus días era enorme. Allí era imposible que ella se escondiera. Inmersos en su mundo privado se habían protegido de la realidad. Sabía que en el mundo real las cosas cambiarían. Él tenía un negocio que  dirigir y ella  también. Por  mucho que se esforzaran,  a veces tendrían que separarse.Se  vistió y salió con el teléfono a la  terraza.  Escuchó a su  hermano  al  tiempo  que  pensaba  en  los  retos  que esperaban a  su matrimonio.  Habían  avanzado  mucho  en  esas  semanas,  pero  no  sabía  si  lo  que  habían  creado  perduraría cuando volvieran al mundo exterior. Pensó que su  matrimonio era como un  barco. Tras reparar  el  casco, flotaba bien en puerto, pero no sabía si aguantaría el embate del mar abierto.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 59

Ella lo necesitaba tanto que gimió su nombre, suplicante y desesperada. Él, igualmente deseoso, cambió de posición.Cuando  la  penetró,  ella  gritó  de  alivio  por  lo  bien que  hacía  que  se  sintiera.  Su cuerpo se tensó  alrededor de  él, que tuvo  que  hacer  un  esfuerzo  para contenerse. Pero ella no quería que se contuviera  e  hizo  cuanto  pudo  para  volverlo  loco  con  la  lengua  y  las  manos,  hasta  que  él  perdió  su  legendario  control  y  embistió con fuerza, llegando a lo más profundo.Después  atrapó  su  boca  e  iniciaron  un  intenso  beso  que  aún  seguía  cuando ambos alcanzaron la inevitable cima del placer. La explosión de éxtasis sexual los dejó saciados y exhaustos. Más tarde nadaron en la piscina, disfrutando de la puesta de sol. La luz bailaba sobre el agua, sacando destellos dignos de un diamante. Tendría  que  haber  sido  perfecto.  Pero  Paula estaba  sufriendo  una  agonía.

–Pedro, hay algo que tengo que decirte –él la rodeó con los brazos.

–Pues dilo.

–Antes dijiste que habías llamado a un especialista. Cuando dijiste que estar casado  conmigo  era más  importante que  tener hijos,  yo...  yo  no  sabía  que pensabas consultar a médicos  y hacer lo posible para tener un bebé.

–Quería hacerlo por tí.

–¿De veras? ¿Por mí o por tí?

–No quieres que lo haga –estrechó los ojos.

Ella podía haber mentido. Podía haber dejado que la relación siguiera su curso, pero no lo hizo.

–No –movió  la  cabeza, sabiendo que su  futuro estaba en juego–.  No  quiero. Hay algo que no te he dicho. No he sido completamente sincera.

–Dímelo ahora.

–Perder nuestro bebé fue lo peor que me había ocurrido nunca. Cuando sentí los primeros dolores pensé: «No, por favor, cualquier cosa menos esto». No había nada que quisiera  más  que  ese bebé  –sus ojos se llenaron de  lágrimas–. Y lo perdí. Cuando me dijeron que no podría tener más hijos, no me importó. No quería otros hijos. Solo me importaba el que había perdido. Nunca jamás habría  vuelto a pasar por eso, nunca me habría  arriesgado.  Nuestro matrimonio  ya  había  fracasado,  así  que  no  poder  tener  hijos  se  convirtió  en  algo irrelevante.

–¿Aún piensas lo mismo? –inspiró con fuerza.

–Sí. Aunque fuera posible, y no lo es, no pasaría por eso. Para mí, estar embarazada no supuso emoción y alegría, sino miedo y pérdida.

–Paula...

–Esto no tiene  que  ver  con  lo que  ocurrió  entre  nosotros,  Pedro.  Aunque hubieras estado allí, habría perdido al bebé. Estaba devastada y tenía que alejarme. Si solo hubiera gritado, habría llegado un punto en el que habrías querido que hablara de lo ocurrido y yo no podía. Quería esconderme.

–Así que te fuiste.

–Hice  mal  –empezó  a  llorar–.  Tenía  el  corazón  roto  y  me  desquité  contigo. Te culpé de todo. Y era incapaz de decirte lo que estaba sintiendo.

–Pero ahora lo has hecho... –la apretó contra sí–. Ahora que entiendo lo que quieres, no volveré a hablar de especialistas.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 58

–Soy  un  hombre  con  influencias,  ¿Recuerdas? –pero su  voz tenía  un  deje de incertidumbre que ella no había oído nunca–. ¿Te gusta?

–Oh,  sí –que hubiera hecho eso  por  ella, hacía que todo lo demás pareciera mucho peor.

–Tengo otra cosa para tí –recogió un paquete envuelto de la mesa y se lo dió–. Quiero que leas este libro primero.

Paula se preguntó por qué había envuelto ese en concreto. Tras quitar el papel descubrió un libro de cuentos de hadas bellamente encuadernado.

–Oh... –se le cascó la voz y agarró el libro con fuerza, incapaz de hablar por culpa de la emoción.

–Dijiste que nunca tuviste uno de niña. Pensé que había que remediarlo –le quitó el libro de las manos e inclinó la cabeza hacia ella–. En los cuentos de hadas  también  pasan  cosas  malas,  pero eso no significa que no pueda haber un final feliz.  La  princesa  siempre  consigue al hombre guapo y  rico, aunque  haya manzanas envenenadas y ruecas malignas por el camino.

–No sé qué decir –Paula tragó saliva.

–Pensé que te gustaría. Que te haría feliz –la miró consternado.

Era el momento  de  decirle  que  no  quería  ver  al  médico que  había  buscado. Tenía que explicarse.

–Soy  feliz.  Me  encanta.  Y me emociona  muchísimo que  te  hayas  acordado... –las  lágrimas  empezaron  a  derramarse  por  sus  mejillas. 

Él soltó  una imprecación y la abrazó con fuerza.

–Comprendí  que  tenías  razón  al  decir  que  no  te  había  hecho  regalos  personales. Asumía que un diamante sería bien recibido, sin pensar que para tí no sería especial.

–Ahora me siento como una desagradecida –murmuró ella, apretando el rostro  húmedo  contra su pecho–.  No es que no me gusten los diamantes.  Es que sé que  has  regalado  muchos  y no implican  amor. Pero  esto...  –alzó  la  cabeza y miró las filas de libros– es tan especial.

–Quería que fuera una sorpresa. Te perdiste la infancia y quiero darte un curso intensivo.

–Te quiero –Paula, sintiéndose fatal, lo rodeó con los brazos.

–¿Puedes repetirlo? –la besó con alivio.

–Te quiero.

Posiblemente fuera el momento más sincero de su matrimonio.  La  emoción era  un  afrodisíaco  tan  potente como  la  atracción  física  que  los  consumía  a  ambos.  Segundos  después estaban  desnudos sobre la alfombra, con los libros como únicos testigos de su insaciable deseo. Bastaba un beso  devastador para  que  ella  se  convirtiera  en  un  ser  apasionado y complaciente. Y el beso no se limitaba a sus bocas, sino que se extendía por sus cuerpos, entrelazados y pulsantes. Ella clavó las uñas en sus hombros,  sintiendo  los  músculos  largos  y  duros.  Él deslizó  la  mano  entre  sus  muslos y sus dedos la exploraron con destreza, convirtiendo su ardor en pura llamarada.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 57

–Pensé que tenía prohibida la entrada en la casa –Paula temblaba tanto que no estaba segura de que las piernas fueran a soportar su peso.

–Ya no. Tengo una  sorpresa  para  tí.  Un  regalo  –agarró  su  mano  y  frunció el ceño–. Tienes la mano fría. ¿Estás bien?

–Estoy perfectamente.

Quería decirle que no necesitaba regalos de él, pero solo podía pensar en que iba a hacer que la viera un médico y eso era lo último que quería.

–Estoy deseando que lo veas.

–¿Al médico?

–Hablo de mi regalo –la miró con indulgencia.

–Ah.  Seguro que me encantará  –consiguió decir ella. 

Sabía que tenía que decirle la verdad. Volvieron a  la casa y  Pedro la  llevó  al  despacho,  una  de  sus  habitaciones  favoritas.  Se  detuvo  con  la  mano  en  el  pomo  y  ella  se  preguntó  qué regalo podía merecer tanto drama.

–Dijiste que no pensaba en lo que tú querías. Que mis regalos no eran personales –tenía  la  voz ronca y la miraba expectante–.  Este regalo es muy  personal y espero que te demuestre cuánto te amo.

Ella quería decirle que no importaba cuánto la amara, que su relación no tenía  futuro  si  seguía esperando que  tuvieran  hijos,  pero no  tuvo oportunidad,  porque él abrió la puerta y dió un paso atrás. Paula tragó saliva, atónita. Lo  que  había  sido  un  despacho  de  alta   tecnología, había sido transformado en biblioteca. Había altas estanterías de madera clara, talladas a mano, en todas las paredes. El escritorio de Pedro había sido sustituido por dos enormes sofás que invitaban a sentarse a leer. Pero lo que más le llamó la atención era que las estanterías ya estaban llenas de libros. Paula fue hacia ellas con piernas temblorosas y un nudo en la garganta. Vió muchos de sus libros favoritos, y otros muchos que no había leído.Tendría que haber sido el regalo perfecto. Habría sido el regalo perfecto si no hubiera sabido que su amor no tenía futuro. Recordó la  vez  que,  siendo una niña,  alguien  le  había  dado  un  globo  grande y reluciente, que había estallado unos instantes después. Ladeó  la  cabeza  y  miró  los  libros.  Su  globo  reluciente.  Sacó  uno  y  lo  examinó.

–Es una primera edición.

–Sí. Y antes de que digas nada, tuve ayuda buscándolos, porque no soy ningún  experto  en  libros  antiguos.  Pero  la  idea  fue  mía.  Y  les  dí  una  lista. Me puse en  contacto  con  esa  maestra  de  la  que  hablaste,  la  estimable  señorita Hayes,  y  ella me  puso  al  corriente  de  lo  que  debería  haber  en  una  biblioteca  británica bien provista.

–¿La  señorita  Hayes?  ¿Cómo  la  encontraste?  –el  nudo  que  tenía  en  la  garganta era enorme.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 56

De la mano, siguieron paseando entre las ruinas, admirando la vista del mar y el Etna detrás.

–Nunca me canso de este lugar. Ojalá pudiéramos vivir aquí –dijo ella.

–¿No echas de menos la ciudad?

–No.  Pero vivir aquí no es práctico,  ¿Verdad?  –pasó  los  dedos  por  una  enorme piedra y se sentó–. Tú no puedes  dirigir tu negocio desde aquí, ni yo el mío.  Puede que no sea solo  el lugar,  sino que  uando estamos aquí no trabajamos.

–Tendremos que llegar a un  compromiso.  Venir más  a menudo.  Pasar aquí, por ejemplo un mínimo de una semana al mes –se sentó a su lado.

–Es un plan maravilloso, pero en la práctica pasarás mucho tiempo en el avión, como siempre.

–Fede va a ocuparse más de esa parte del negocio –Pedro estiró las largas  piernas–.  Es  quien está  buscando nuevos terrenos  y  negociando.  Yo paso más tiempo aquí,  supervisándolo  todo  –puso la mano en  su  nuca  y la  atrajo para besarla.

Pero ni siquiera  eso  consiguió  distraer  a  Paula de  la  conversación.  La  semilla de la esperanza empezó a germinar en su interior.

–¿De  verdad crees que podría funcionar?  ¿Podrías pasar más  tiempo aquí, en Taormina?

–Los  dos  podríamos  pasar  más  tiempo  aquí.  Pero no  conduciría.  El  helicóptero es más práctico.

–¿Te he dicho alguna vez lo lejos que estás de la vida real? –Paula  no daba crédito–. Lo dices como si fuera un medio de transporte normal.

–Es una opción  genial.  Con el  helicóptero,  da  igual  dónde  esté.  Puedo  utilizarlo para recorrer la isla y también para llegar al aeropuerto si necesito el avión.  Hablando  de  aviones,  tengo  buenas  noticias  –sonó  muy  satisfecho  consigo mismo–. He encontrado un médico que hablará con nosotros sobre lo que ocurrió.  Nos aconsejará  y  nos  dirá  si  se  puede  hacer  algo.  Solo tenemos  que llamar para concertar una cita.

–Ya he visto a un especialista –Paula empezó a sentirse fatal–. Me dijo que no puedo tener hijos.

–Viste a un médico local y, la verdad, ángel mío, la atención médica que recibiste dejó mucho que desear. Te mereces lo mejor y lo tendrás.

–El equipo del hospital me salvó la vida.

–Cierto,  pero  se  trata  de  una  especialidad  muy  concreta.  Ha  habido grandes  avances  en  los últimos  años.  No creeré que  no  hay esperanza  hasta que lo oiga de alguien  que  sabe lo que dice.  No discutas.  Es  lo  menos  que  puedo hacer por tí.

Sonó  su  teléfono  y,  en  vez  de ignorarlo  como hacía  últimamente,  se  puso en pie para contestar. Por eso no  vió  la  reacción  de  Paula,  que  se  había  quedado  helada.  Él  quería ayudar y la culpa era de ella, por no haberle dicho lo que sentía.

–¿Quién era? –preguntó cuando él regresó.

–Tenemos que volver a casa.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 55

Desde que le había vuelto a poner la alianza en el dedo, apenas habían pasado tiempo en casa. Él se había ausentado unas cuantas veces para hacer llamadas telefónicas, que ella había supuesto eran de negocios. Ya no estaba tan segura.La casa ya tenía gimnasio y sala de cine. ¿Qué más podía haber en una casa cuando la vida tenía lugar principalmente al aire libre?

El  piloto volvió a sobrevolar el volcán y Paula decidió olvidar la  casa y  disfrutar  de  estar   con  Pedro. Era muy  buen guía  y  tenía  extensos  conocimientos sobre el Etna.

–No  habíamos dedicado  suficiente  tiempo  a  hacer  cosas  juntos  –dijo  él  cuando el helicóptero regresó a la casa–. A veces hablábamos de trabajo hasta cuando estábamos cenando.

Caminaron  hasta  la  terraza.  Allí  les  irvieron  limonada  fría  que  Paula  aceptó con una sonrisa.

–No tienes que disculparte  por  eso.  Soy  tan adicta al  trabajo como  tú,  pero  estoy  de  acuerdo  en  que  no  encontramos  un  término  medio  –se  oyó  un  fuerte ruido y ella miró hacia la casa–. ¿Qué son esos golpes?

–Es parte de tu sorpresa –frunció el ceño con impaciencia–. El ruido me está volviendo loco. Vamos a dar un paseo.

Paula habría  preferido  quedarse  junto  a  la  piscina,  pero al ver la expresión  de  su  rostro  comprendió  que  real  mente  quería  sorprenderla  con  lo  que  fuera  que  estuviese  planeando.  Así  que  permitió  que  la  condujera  por  el  camino que atravesaba el naranjal hasta las ruinas del anfiteatro grecorromano.

–¿Estás  respirando  bien?  –preguntó  él,  ajustándole  el  sombrero  para  protegerla del sol.

–Sí. El ejercicio no me provoca asma. Es una suerte, o tendría que dejar mi trabajo.

–¿Por qué elegiste el fitness como profesión? Es raro, teniendo asma.

–El asma fue la razón. Estaba empeñada en estar en forma. Cuando esa pareja decidió no adoptarme intenté ignorar el hecho de que tenía asma. Dejéde utilizar el  inhalador,  pero  eso me llevó al hospital  unas cuantas  veces. Entonces decidí que sería  más sensato  enfocarlo de otra forma,  así  que  busqué toda la información que pude. El asma varía en cada persona, pero en mi caso el ejercicio era bueno. Cuanto más en forma, más sana. Mi detonante siempre ha sido el estrés.

–Me siento como  un  bruto por haber  provocado ese  ataque  la  noche  antes de la boda de Luciana.

–Si no lo hubieras hecho, tal vez no habríamos vuelto a hablar –dijo ella, sintiéndose amada.

–Sí habríamos hablado. No te habría dejado marchar. En cuanto bajaste del  avión  deseé  encerrarte en  la villa y no dejarte ir  nunca.  Y tú sentiste lo mismo.

–Sí –la  necesidad  de  estar  con  él  la  había  abrasado. 

Aún  le  costaba  creer que estaban juntos.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 54

–¿Tenemos que volver a hablar de eso?

–Sí.  No vamos a  renunciar a  lo  que tenemos,  así  que  debemos  dejar  claro lo que sentimos. Me casé contigo porque te amaba y quería pasar el resto de mi vida a tu lado. No dediqué el tiempo suficiente a hacértelo saber –suspiró con  fuerza–  pero  tienes  que  entender que mi  fallo se  debió a  la presión  del trabajo,  no  a  la  falta de amor. Como mucho,  puedes  acusarme  de  complacencia.

–Y de arrogancia.

–Sí,  también  –farfulló  Pedro–.  Cometí  errores,  pero  nunca  me  dijiste  lo  que  sentías  y  creía  que  nuestro  matrimonio  era  sólido  y  bueno.  Tú  no  lo  veías así y no dijiste nada. Te regalaba joyas y me dabas las gracias.  Sufrías los poco sutiles comentarios de mi madre sin decirme nada.

–Es tu madre y la quieres.

–Tú eres mi esposa y te quiero –dijo él, comprendiendo que ella nunca había  tenido  una  madre ni  una  familia  que  la  amara  sin  condiciones–.  Mi  primera  responsabilidad  es  para  contigo.  Siempre  lo  será  –contuvo  el  aliento,  esperando su respuesta–. Dí algo. Pero no insistas en lo de mi arrogancia. Eso ya ha quedado claro.

–Si seguimos... –dejó la frase en el aire–. ¿Qué será de esa familia que soñabas con tener?

–Tú eres la familia que soñaba tener, en cuanto lo demás... –ignorando a  los  perros,  se  inclinó  hacia  ella,  agarró  sus  manos  y  la  levantó–.  Lo  solucionaremos juntos. Tendrás que decirme lo que piensas y te escucharé con atención.  Te  amo  –tomó  su  rostro  entre  las  manos–.  Cuando acabe de  demostrártelo no habrá lugar a dudas en tu mente.

En el  silencio  que siguió,  él  entendió  el  significado  de  la  palabra  «suspenso». Se preguntó qué iba a hacer si ella lo rechazaba, porque se sabía incapaz de aceptar un «No».

–Si vuelves a hacerme daño, no habrá otra oportunidad –los ojos verde mar atraparon los suyos.

–Si vuelvo a hacerte  daño, Terminator me comerá  –farfulló  él.   Abrió la mano  y  le  mostró  su  anillo  de  boda–.  Debe  estar  en  tu  dedo,  no  en  tu  bolso.  Póntelo y no vuelvas a quitártelo nunca.



-¿Esto forma para de tu plan para que confíe en tí? ¿Llevarme al cráter de  un  volcán?  –Paula aferraba  el  asiento  del  helicóptero mientras miraba los campos de lava y la boca del volcán con una mezcla de miedo y fascinación.

El  piloto de Pedro había volado desde  Palermo  y les había recogido  para hacer un tour aéreo de esa parte de la isla.

–¿Vamos a aterrizar?

–Hoy no. Hoy veremos el paisaje desde arriba –su sonrisa era tan sexy que  ella  no  podía  dejar  de  mirar  su  boca. 

La  atracción era  tan fuerte  que le daba vueltas la cabeza. Los días se habían fundido en una larga e indulgente expresión del amor que sentían.

–Tal vez ya hayamos hecho suficiente turismo por un día –murmuró ella, odiándose  por  su  debilidad–.  ¿Volvemos  a  casa?  –se le aceleró el  corazón al pensar en lo que eso implicaría.

Ambos eran insaciables. Por más tiempo que pasaran en la cama, no se cansaban el uno del otro.

–No podemos volver a casa aún.

–¿Por qué no?

–Es  una  sorpresa.  Están haciendo cambios en la  casa  –no quiso decir  más y eso intrigó a Paula.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 53

La  había  tratado  igual  que  a  otras mujeres  de su  vida anterior,  que  medían  cada  regalo por  su  valor  económico.  Pero los regalos caros de un  hombre  rico  no  significaban  nada  para  una  mujer  como  Paula,  que  había  creado  su  propia  empresa  y  estaba  orgullosa  de  su  éxito.  No  buscaba  seguridad  financiera, sino emocional;  él no se la había dado.  Ella había anhelado muestras  de  su amor  y  él,  en  su  arrogancia,  había  asumido que  al  casarse con ella ya lo había dicho todo. Y cuando ella había dejado de creer en la relación, él ni siquiera se había planteado tener parte de culpa. Maldiciendo entre dientes, saltó de la cama y localizó el bolso de Paula. Encontró lo que buscaba, y con ello en la mano salió a la terraza iluminada por la luna. Ella no estaba allí.«Huyendo  de  nuevo»,  pensó.  Pero esa  vez la seguiría hasta  el  fin  del  mundo, si hacía falta. No le hizo falta ir tan lejos. La encontró en su despacho, acurrucada en uno de  los sofás  con  un  libro  en  la  mano  y  Rambo  y  Terminator  tumbados  a  sus  pies,  guardándola.  Recordó lo  que le había contado  sobre  esa  habitación  llena de libros que la había enamorado .Eso le había hecho entender que leer había sido su manera de escapar del  mundo  y de  compensar  todo  lo  que  faltaba  en  su  vida.  Era  impresionante cuánto había conseguido partiendo de casi nada.

–Si  nunca tuviste libros  de  niña,  ¿Cómo  desarrollaste tu  pasión  por  la  lectura? –preguntó.

–Tuve una maestra fantástica.  La  señorita  Hayes.  Era  muy  buena  conmigo –Paula  dejó caer la mano y acarició la cabeza de Terminator.

–Deja el libro. Necesito hablar contigo.

Ella dejó el libro sobre el regazo, en silencio.

–Yo no veía nuestra relación como la veías tú. Ahora me doy cuenta de que daba mucho por sentado –para una vez que necesitaba fluidez de palabra, le estaba fallando–. Es cierto que fui culpable de cierta arrogancia, lo admito –paseaba de un lado a  otro–.  Pero en  parte  se  debía a que no sabía  lo que estabas pensando. Tuve mucha culpa, pero tú también erraste al no hablarme de tu pasado. Si lo hubieras hecho, habría entendido la razón de que te costara tanto confiar en la gente, y me habría ocupado del tema.

–¿Habrías añadido «tranquilizar a Paula» a tu lista de cosas que hacer? Yo no soy un proyecto.

–¡No he dicho eso!  ¡Deja que me explique!  –la súbita explosión fue recibida con un gruñido de Terminator–. Ese perro es demasiado protector.

–Me quiere.

–Y por lo visto  aceptas ese  amor sin cuestionarlo,  mientras  que  los  demás tenemos que dejarnos la piel para conseguir lo mismo –soltó el aire de golpe–. Nunca he sentido por otra mujer lo que siento por tí.

–No dejas de repetir lo mismo.

–Si vuelves a hablar antes de que acabe, encontraré la forma de hacerte callar, perro o no perro –la amenazó. Ella cerró el libro–. Admito que pensé que con casarme contigo había  dejado claros mis sentimientos.  Ahora veo que no dediqué suficiente  tiempo  a  expresarte  mi  amor, pero no tenía  ni  idea de que  dudabas de él.  Aquel día tomé una decisión terrible, pero te juro que no pensé en ningún momento que perderías al bebé.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 52

–Yo creí que casarme contigo probaba cuánto te quería.  Cometí el pecado de dar  demasiado por hecho  –se inclinó  hacia  ella y le  dió  un  beso  suave–. Es posible que fuera algo arrogante.

–¿Posible? –sonrió  contra  sus  labios–.  ¿Pensabas que  ese  detalle,  casarte conmigo, iba a servirme para toda la vida?

–No era tan  malo.  Te probaba mi  amor a diario.  Te enviaba muchos regalos.

–Los enviaba tu secretaria –murmuró paula–. ¿Crees que no sabía que le decías: «Envía flores a mi esposa», y ella se ocupaba de todo?

–Yo elegía las joyas.

–De  una  selección  que  te  enviaban  al  despacho  para  reducir  la  inconveniencia  y  el  impacto que pudiera tener  en  tu  jornada  laboral.  No digo que no fueras generoso –añadió rápidamente–. Solo digo que esos regalos no hacían que me sintiera segura.

–Tendrían que haberlo hecho. Era su función.

–¿Por qué? No eran personales. Eran regalos genéricos. Seguro que te habían  garantizado  la  gratitud eterna de muchas  mujeres en el  pasado.  A mí solo me recordaban que eras un hombre muy rico, y que había todo un harén esperando una grieta en nuestro matrimonio para aprovecharla.

–Sí había regalado joyas antes. Pero eres la primera y única mujer a la que he amado.

–Y se suponía que yo tenía que saberlo.

–Sí. Pero no sabía cuánto te habían herido. Si me lo hubieras dicho...

–Habría sido aún más vulnerable.

–Si hubiera tenido más idea de lo que había en tu cabeza, tal vez no me hubiera equivocado tanto. Y eso no quiere decir que te culpe de mis fallos.

–Admito que el pasado me ha vuelto cauta y no puedo hacer nada al respecto, pero cuando estuvimos juntos no ví  nada que me hiciera pensar que te importaba. Cada vez pasabas más tiempo en el trabajo –encogió las piernas, sintiéndose  vulnerable solo por hablar  del  tema–.  Y cuando  te pedí  ayuda no tuviste tiempo para mí. Eso me convenció de que no me querías. Por eso me fui,  Pedro. No me diste ninguna  indicación  de que nuestra  relación  pudiera  sobrevivir.

Y una parte de ella, que odiaba, seguía sin permitirle aceptar y creer su declaración de amor. Oír a Pedro Alfonso decir «te quiero» había sido y era el  sueño  de  muchas  mujeres.  Sin  embargo,  para  ella  no  eran  más  que  palabras. Frustrada,  Paula se  levantó,  se  puso  una  bata y salió  a  la  terraza. El miedo era  como un escalofrío  que  recorría  su  piel  ardiente.  Por  fin  entendía  que el futuro de su matrimonio no residía en su capacidad de tener hijos, sino en su capacidad de confiar en que él no le haría daño.

Pedro  se  preguntó qué quería  ella  decir con  que «nunca  le  había  dado ninguna indicación».Tumbado de espaldas con las manos en la nuca, rememoraba dos años de matrimonio, enfrentándose a algunos hechos incómodos. Le había comprado joyas. Flores. Utilizando esos canales que ella había identificado  con  tanta  astucia.  Regalos  extravagantes que,  a su  modo de  ver,  probaban la profundidad de sus sentimientos.Ella  siempre  se  los  había  agradecido,  pero  ¿Cuánto  tiempo  había  invertido él en esos regalos? Le había dado lo que pensaba que quería, no lo que ella quería en realidad.Eso lo avergonzaba.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 51

–¿Por qué era tan importante ese trato?

–Eso ya no importa. No hay excusa para mi comportamiento.

–Háblame del trato, Pedro.

–No hace falta decir que llegó en el peor momento –suspiró y se mesó el cabello–.  Cinco  años  de  trabajo  culminaron  el  día  antes  de  que  volvieras  de  Londres.  Había  planeado  cenar contigo.  En vez de eso,  tú  llegabas  y  yo  me  iba.

Ella recordó que él había sonado preocupado por teléfono, apenas había respondido cuando le mencionó que temía que algo fuera mal.

–¿Qué era tan importante de ese trato concreto?

–Ahora ni siquiera lo recuerdo –soltó una risa amarga–. Era otro terreno perfecto  para  un  exclusivo complejo hotelero.  Más de lo mismo.  Excepto que nunca había cerrado un negocio tan grande. Sabía que la propiedad de esa isla aseguraría  el  futuro  de  la  empresa  y  nuestra  reputación  subiría  como  la  espuma.

–¿La empresa tenía problemas?

–No,  pero las  empresas  que  se  centran  en  el  turismo  no  pueden  dormirse en los laureles. El mercado es muy volátil. Es una de las razones de que trabajemos el turismo de lujo. Me acusaste de ser adicto al trabajo y tenías razón. Lo soy.

–Supongo que tuviste  que  convertirte  en  uno –Paula recordó  lo  que  había  dicho  Dani  sobre  el  papel  que  asumió  tras la muerte de su  padre–. Quedaste a cargo de todo siendo muy joven.

–¿De todo? –soltó una risa seca–. Si te refieres a la empresa, «todo» se reducía a dos hoteles pequeños que apenas daban beneficios.

–Creí que había sido la empresa de tu padre.

–Lo que existe ahora salió de la empresa de mi padre –miró las puertas abiertas a la terraza y el azul turquesa de la piscina–. Estaba en la universidad, en  Estados  Unidos,  cuando  mi  padre murió.  Mi madre estaba devastada, mi  hermano y mi hermana aún estaban en el colegio. Mi padre tenía dos hoteles, que no iban  demasiado  bien. Yo era el hijo mayor  y  estaba estudiando Ingeniería  Estructural,  pero todos dependían de mí,  así  que me hice  cargo de algo sobre lo que no sabía nada.

Ella se preguntó cuánto le había costado  renunciar  a  sus  sueños  y  volver a casa para ocuparse de hacer realidad los de su padre.

–Lo que empezó como necesidad se convirtió en hábito. Al poco tiempo, ni  siquiera  me  preguntaba por qué  trabajaba tanto.  Era mi forma de vivir.  No  importaba  cuánto  dinero  ganara  o  cuánto  éxito  tuviera  la  empresa,  no  podía  olvidar  que  todos  dependían  de  mí.  En mi capacidad  de dirigir  y  ampliar  la  empresa.

Paula sabía que no solo había mantenido  a  su  madre  y  hermanos,  también daba empleo a muchos otros miembros de su familia, como primos y tíos. Ellos lo habían convertido en «El Proveedor».

–Hernán me  aconsejó que renunciara al  trato caribeño  porque  el  precio  que  pedían  quitaba  viabilidad  al negocio.  Íbamos a retirarnos cuando hicieron una contraoferta.  Teníamos  veinticuatro  horas  para  decidirnos.  Pensé que el  trato garantizaría el futuro de la empresa.

–¿Y seguiste adelante? –nunca le había preguntado si había cerrado el trato o no.

–Sí.  Y va muy  bien.  Mejor  de  lo  que  había  predicho  –volvió  la  cabeza  para mirarla–. Pero Hernán tenía razón, el precio fue demasiado alto.

–Fui egoísta –admitió  ella,  sabiendo  que  él  no  hablaba  de  coste  monetario–. No pensé en tu responsabilidad con respecto a los demás. Pensé solo en mis necesidades.

–Con razón.

–«Solo es un trato más», pensé. Nunca pensé en la presión que sentías ni en la gente que dependía de tí para vivir. Nunca me hablabas de eso.

–No quería hablar de trabajo cuando estaba contigo. Estaba loco por tí. Sigo estándolo –le tembló un poco la voz–. Desde el primer día, cuando te ví en pantalones cortos, gritándole a Federico por correr demasiado lento.

–El día de nuestra boda creí que me amabas. Cuando estaba contigo, te creía. Pero cada vez pasábamos menos tiempo juntos. Para cuando supe que estaba  embarazada,  apenas  nos  veíamos.  Que no vinieras cuando te lo  pedí,  fue la última gota. Me pareció la evidencia de que no me querías.

viernes, 22 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 50

–Tienes  razón.  Aún  me  afecta  y  ha  conformado  lo  que soy.  Me  hizo  decidir que dependería solo de mí misma. No tenía amigos íntimos porque no confiaba en nadie lo suficiente para crear vínculos.

–Te hiciste amiga de Luciana.

–Técnicamente,   ella se hizo amiga mía.  Estábamos en  la misma  residencia  universitaria  y  ella  es  como  tú,  tan  abierta  emocionalmente  que  no  acepta un no por respuesta. Cada vez que cerraba la puerta de mi habitación, ella la  abría.  Siempre me  estaba  arrastrando  a  un evento u  otro.  No  me  permitía esconderme y la verdad es que adoraba su compañía. Era la primera amiga auténtica que tenía, y nunca me falló–. Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas–. Cuando te abandoné tendría que haber puesto punto final a nuestra amistad, pero no lo hizo.

–Mi hermana es fantástica, pero no le digas que lo he dicho yo –un deje de  humor  suavizó  el  tono  de  su  voz–.  No  me  extraña  que  te  marcharas  después  de  lo  que  hice.  Sé  que esto es  un  lío,  pero  podemos  arreglarlo.  Lo  arreglaremos.

–¿Y si no podemos? Mi pánico a confiar en la gente afecta a todo lo que hago –se sentía tan bien entre sus brazos que le costaba concentrarse en otra cosa. Sería increíblemente fácil cerrar los ojos y dejar que él decidiera por los dos–. Cuando confías en alguien le otorgas el poder de herirte.

–Te quiero –la tumbó de espaldas y se colocó sobre ella–. Lo estropeé todo,  pero  vas  a  perdonarme  porque  también  me  quieres.  Tus dudas son  por  miedo, no porque falte el amor.

–Lo sé.

–Y eso puedes superarlo. Eres la mujer más fuerte y dura que conozco. Me cuesta creer  que  hayas pasado por tanto tú sola.  Aquel horrible  día,  hace  dos  años,  no te escuché  con  atención  –confesó  con  voz  rota–.  Me  llamaste  y  dijiste que estabas preocupada, pero el médico ya me había dicho que estarías bien, así que más de la mitad de mi mente estaba centrada en el negocio que quería  cerrar,  llevaba  cinco  años  trabajando  en  el  trato.  Si  hubiera  sabido  cuánto miedo tenías, lo habría dejado todo y vuelto.

–Estaba aterrorizada.

Él  dejó  escapar  un  gruñido  de  remordimiento  y  giró  para  ponerse  de  espaldas, llevándola con él.

–Ojalá  pudiera dar marcha  atrás  al  reloj  y  hacer las cosas de  otra  manera. No sabes cuánto lo deseo.

–No cambiaría nada.  No  habrías  puesto  en  peligro ese  trato por  mí,  Pedro.

–Mi  matrimonio  era  más  importante  que  ningún  trato,  pero en  ese  momento  no  me  dí  cuenta  de que tenía que elegir.  No entendí  lo  importante  que era para tí mi presencia. Sé que no es excusa, pero el médico me aseguró que todo iría bien.

Ella pensó que tenía unos ojos preciosos.  O  tal  vez  lo  precioso  fueran  sus pestañas:  espesas  y negras,  enmarcaban  una  mirada  penetrante,  que  sabía  leerla  de  maravilla.  A  diferencia  de  la  mayoría  de  los  hombres,  a  Pedro no  le  costaba  expresar  sus  emociones ni  interpretar  las  de  ella.  Por  eso  mismo,  no  encajaba  con  su  carácter  que  no  hubiera  acudido  a  su  lado  cuando se lo suplicó.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 49

–¿Te fuiste a vivir con ellos?

–No. Esa primera noche estaba  tan  stresada  por  la  novedad  de  estar  en un sitio nuevo con gente desconocida que no podía respirar. Tuve un ataque de  asma.  Pasamos  la  noche  en  urgencias y después  de  eso... –hizo  una  pausa– decidieron que preferían no tener hijos a tenerme a mí. No querían una criatura enferma, viajes a urgencias, preocupaciones y ansiedad. Querían una niña  que encajase  en  esa  habitación:  rizos rubios,  vestidos  color  rosa  y  pura  perfección.  Y esa no era  yo;  una  pena,  porque me había  enamorado  de  esa  habitación  llena de  libros.  Me encantaba  la  idea  de  poder  cerrar  la  puerta  y  quedarme  dentro,  simulando  que  era  una  biblioteca.  Iba a leer cada  libro  y  ería  una  gran  aventura  –consciente  de  que  había  revelado  más  de  lo  que  esperaba, aligeró el tono de voz–. Ahora ya lo sabes: soy un desastre porque no  tuve  libros  –tampoco  había  tenido  familia,  pero  eso  no  lo  dijo–.  Tal  vez,  si  hubiera leído cuentos de hadas, no sería tan desastre. Mi problema es que no sabría distinguir un final feliz aunque tropezara con él.

Siguió  un  largo  silencio.  Pedro se  apoyó  en  el  codo  y  se  irguió  para  mirarla, incrédulo.

–¿Estás diciendo que cambiaron de opinión?

–Eso sucede. Por eso hacen una prueba. Es importante que el proceso de adopción sea adecuado para todos. Yo no era adecuada para ellos –pensó que  eso  ya  no  debería  dolerle  tanto–.  Fue  duro  para  mí  porque  era  muy  pequeña y había confiado en ellos. Cuando me dijeron que iba a ser su niñita, lo creí. Fue una estupidez, porque ya sabía que los adultos no solían hablar en serio.

–¿Y después de eso? –su rostro estaba pálido.

–Después me esforcé en convertirme en una niña inadoptable. Eso era lo mejor para todos.

–Porque no querías arriesgarte a que ocurriera de nuevo –estiró el brazo y le apartó el pelo de la cara con suavidad–. ¿Cuántos años tenías?

–Tenía ocho años.  Pero los había  pasado en  casas de acogida  y  residencias, así que no era la niña de ocho años típica –sintió que sus brazos la rodeaban y la apretaban contra él.

–¿Por qué no me lo habías contado antes?

–Intento  no  pensar  en  ello. Es el  pasado. No  es  relevante  –según lo decía, supo que no era verdad.

–Ambos sabemos que es relevante. Y es la razón de que te protejas con tanta  fiereza.  Explica  muchas  cosas  –la  abrazó  con  fuerza,  como  si  quisiera  compensar años de aislamiento y soledad.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 48

Se preguntó si había sido injusta.Sabía  que  él  estaba  esperando  que  dijera:  «Te  quiero»,  pero  no  podía  hacerlo.  No  estaba  lista.  El  pasado  se  interponía  entre  ellos;  era  un  obstáculo  para que ella confiara y para que él la entendiera.

–No  toda  la  culpa  fue  tuya  –tenía  la  mejilla  en  su  hombro  y  una  mano  sobre  su  estómago–.  Como  espero  que  la  gente  me  falle,  prefiero desconfiar desde el primer momento.

–Sí que te fallé.

–Pero solo te dí una oportunidad –pensar que tal vez había sido injusta le quitó el aire.

–Estabas protegiéndote. Eso lo entiendo. Te han fallado en el pasado y yo repetí el patrón.

–Había pasado por eso.  Había sentido  la  emoción,  la  esperanza,  la  cálida  sensación  de  pertenencia  de  cuando  crees  que  alguien  te  quiere  a  su  lado.  Y  cuando  fue  mal,  cuando resulté no  ser lo que  querían que fuera,  me dolió tanto que me prometí que no dejaría que volviera a ocurrir. 

–¿Estás hablando de un hombre?

–Sabes  que  fuiste  el  primer  hombre  con  quien  me  acosté  –dijo  ella,  sabiendo lo posesivo que era.

–¿Quién  entonces?  ¿Quién  te  hizo  daño?  –su  voz  sonó  áspera–. Cuéntamelo.

–Cuando era pequeña casi me adoptaron.

–¿Casi? –se sorprendió Pedro.

–Cuando estaba en el orfanato,  una  pareja  vino  a  verme  varias  veces.  Pensaban que podía ser «la suya». Querían una bebé, pero no había, y yo por lo menos era niña. Llevaban diez años intentando tener hijos. Habían gastado una fortuna en tratamientos de fertilidad y cuando se decidieron por la adopción eran  demasiado  mayores para recibir un bebé.  Ya  tenían preparada  una habitación, pintada de color rosa y llena de lucecitas. Necesitaban una niña que encajara con la habitación y con sus sueños. Yo no era rubia y de ojos azules, pero decidieron llevarme a su casa a pasar el fin de semana –el recuerdo dolía, incluso  después  de  tantos  años.  Recordaba  el  perfume  de  la  mujer  y  su  ropa  perfecta–.  El  rosa no me gustó demasiado,  pero los libros  sí.  Tendrías que  haber visto los libros –recordaba perfectamente las hileras de libros, de lomos de colores–. Libros infantiles, cuentos de hadas, de todo. Yo no había tenido un libro en toda mi vida, y a esa pareja le encantaba leer. Él era profesor de inglés y ella florista. Había libros y flores por toda la casa. Y me habían elegido a mí, estaba muy emocionada.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 47

Paula,  desnuda  y  saciada  de  sexo,  yacía  abrazada  a  Pedro,  contemplando cómo el sol se ponía tras el Etna, tiñendo el cielo de rosa.

–Es como si  la  isla estuviera ardiendo  –dijo. 

Pensó  que  era  como su  relación. Si su amor tuviera color, sería rojo. Rojo por el ardor y la pasión.

–No solo la isla  –dijo él, tumbándola de espaldas.

 Agachó la cabeza y la consumió con la exigencia hambrienta de su beso. Rojo por el deseo. Sintió el  martilleo de su  corazón  y cómo su  excitación aumentaba  cuando la mano de él descendió por su muslo, con un gesto posesivo. Estar con Pedro disparaba su  adrenalina,  era  una  experiencia  de  tanta intensidad erótica que sus sentidos no dejaban de zumbar.

–¿De verdad no has tenido aventuras  –se odiaba por preguntarlo, por sonar como una mujer dependiente e insegura, pero una parte de ella no podía dejar de torturarse con esa idea.

–¿Tienes idea de cómo fue mi vida cuando te marchaste? –preguntó él, inmóvil.

–Incómoda. Supongo  que  mucha  gente te  dijo que  era  una  mujer sin corazón y que estabas mejor sin mí –el destello que vio en sus ojos le confirmó cuánto se había acercado a la verdad. Eso le dolió.

–Nunca me ha interesado la opinión de otras personas –la tranquilizó él.

–Te imaginaba pasándolo bien con montones de admiradoras.

–Esa  imaginación  tuya  necesita  mejorar  –introdujo  la  mano  en  su  pelo,  estudiando su rostro–. Desde que te fuiste mi única relación ha sido el trabajo, y algún flirteo con el whisky. Trabajaba dieciocho horas al día con la esperanza de caer en la cama demasiado agotado para pensar en tí. 

La ilusionó que la hubiera echado de menos.

–¿Funcionaba? –preguntó ella.

–No. Pero los beneficios de la empresa se han triplicado en dos años –sus ojos chispearon.

–Entonces no tuviste...

–No, ninguna. ¿Y tú?

–No.

–Por  lo  visto,  ni la ira  ni  el  dolor acaban  con  el amor.  Estaba  tan  enfadado por tu abandono que no profundicé más. Tal vez, si lo hubiera hecho, habríamos llegado antes a este punto.

Comenzó a besarla  y acariciarla  de  nuevo,  hasta hacerle  olvidar  todo  excepto la magia que creaban juntos.«Esto  es  lo  que  siempre  se  nos  dio  bien»,  pensó  ella  después,  con  la  mejilla apoyada en su pecho y el cabello desparramado por la almohada. Lo que no se les había dado tan bien había sido todo lo demás. Y él no era  el  único  culpable.  Ella  se había  cerrado,  había  tenido  miedo  de  dejarle  entrar en  su   vida.   Ni  siquiera  se  había   planteado darle una  segunda  oportunidad.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 46

–Tendría que haber estado contigo, apoyándote. No me extraña que me dejaras.

Era la primera vez que admitía  que  su  reacción  podía  haber  estado justificada.

–No lo hice  para castigarte.  Fue porque decidí  que estaba  mejor  sola.  Más segura.

–¿Segura? –él puso las manos en sus hombros.

–Me estaba protegiendo.

–¿De mí? –él arrugó la frente.

–Del dolor. Es instintivo.

–Lo  sé. He  descubierto eso sobre  tí.  Pero  ojalá  me  hubieras  gritado  en  vez de irte. Ojalá te hubieras encolerizado y dicho lo que sentías.

–Decírtelo no habría cambiado  nada.  No me fui porque  estuviera  enfadada contigo. Me fui porque sabía que no podría volver a confiar en tí. No me atrevía –sintió que él se tensaba antes de atraerla hacia sí.

La parte física de  su  relación  siempre había  nublado todo  lo demás,  y  estaba  volviendo  a  ocurrir. Supo qué él sentía lo mismo porque cuando habló su voz sonó grave y ronca.

–¿Y ahora? ¿Te atreves a correr ese riesgo?

–No lo sé.

–¿Es porque temes que vuelva a fallarte, o por el tema de los niños?

–Las  dos  cosas.  Tú  quieres  hijos.  Es  un  hecho.  Hablamos  de  ello  a  menudo  y  tu  madre me  preguntaba a diario  cuándo  iba  darte  bebés  –Paula intentó apartarse, pero  él  volvió  a  rodearla  con sus brazos  y  apoyó la barbilla en su cabeza.

–Mi  dispiace,  lo  siento.  Eso  fue insensible de  su  parte,  no  lo  sabía. Hablaré con ella.

–Es lo que quiere para tí –murmuró ella contra su pecho.

Los turistas los miraban,  sin  duda  preguntándose  qué  le decía  el  espectacular  siciliano  a la chica morena que tenía en brazos.

–Hablemos  del  tema  de  los  niños  ahora  mismo,   porque  está  dominándolo  todo.  Contéstame con sinceridad...  –le  apartó  el  pelo  de  la  cara  con gentileza–. Si fuera yo quien no pudiera tener hijos, ¿Me habrías dejado?

–¡Claro que no! –era una pregunta razonable pero no la más relevante–. No es lo mismo.

-Es exactamente lo mismo.

–No. Es más complicado que eso. Tal vez sea más fácil para mí porque no crecí soñando con familias e hijos. No tenía esa ambición. Supongo que no creía en finales felices. Pero tú sí.

–No era una ambición. Más bien asumía que sería así. Y si crees que lo que acabas de decir cambiará lo que siento por tó, no tienes ni idea de cuánto te amo –le temblaba la voz–. Lo que significa que aún tengo mucho que probar.

–No pretendo hacerte pasar por el aro,  Pedro...  –esa  vez  consiguió apartarse de él–. Ni siquiera sé si tenemos un futuro juntos. Me estás pidiendo que confíe de nuevo y no sé si puedo hacerlo. Para mí es algo enorme.

–Comparado con perderte, es minúsculo.

Al oírlo, Paula supo que, independientemente de lo que dijera o hiciera, siempre  amaría  a  ese  hombre  y la profundidad  de  ese  amor  siempre  la  haría  vulnerable.

–El problema no solo eres tú –admitió–. Soy yo. No se me dan bien las relaciones. No estoy segura de poder darte lo que quieres de mí.

–¿Es por lo  que te hice hace dos años?  ¿O por  lo  que alguien  te hizo años antes?  –el  tono suave de su voz quitó hierro a las palabras–.  Sí, actué  mal  y tienes  derecho  a  estar  enfadada, pero  tus  problemas  de  confianza  no  empezaron conmigo.

Tenía  razón,  por  supuesto.  Sus  problemas  de  confianza  y  dependencia  habían empezado años antes de conocerlo. Eran parte de sus cimientos.

–Sé que tu infancia fue  un  infierno  y  que  aprendiste  a  no  confiar  en  nadie,  pero  te  digo  que  puedes  confiar  en  mí.  Me  equivoqué,  pero  no  fue  porque no  te  quisiera.  Estaba  loco  por  tí,  adoraba  cada  centímetro  de  tu  ser.  Tomé una decisión errónea, pero la situación era más complicada de lo que tu crees.  Ahora,  deja  de  pensar  y  preocuparte  y  vamos  a  casa  a  estar  juntos  –entrelazó  los  dedos,  con los de ella  y  la  condujo  de  vuelta  a  la  calle  que  conducía a la Piazza Sant Antonio.

–Supongo que «estar juntos» significa sexo.

–No me  refería a  eso.   Esa  parte de  nuestra  relación  nunca  ha  necesitado atención –hizo una pausa para besarla y el roce sensual le recordó lo que habían compartido la noche anterior.

Ella se preguntó si todo habría sido más fácil si la atracción sexual entre ellos no fuera tan intensa.

–No puedo pensar cuando haces eso.

–Bien –miró su boca–. Piensas demasiado.

En ese momento, ella solo podía pensar en el sexo. Y veía en sus ojos pesados que él pensaba en lo mismo. De hecho estuvo segura cuando empezó a moverse y él la detuvo con una mueca.

–No te muevas durante un minuto.

–¿Qué pasará si me muevo? –lo pinchó ella, lamiéndose el labio inferior.

–Seguramente me arrestarán por indecencia. Quédate quieta. Y deja de mirarme así.

Soltó el aire lentamente y se apartó de ella.

–Volvamos a casa rápido. Venga –dijo.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 45

Pasearon por el pueblo medieval, explorando el entramado de estrechas calles y callejones.  Seguramente  parecían  un  par  de  amantes  de  vacaciones, pero  Paula era  consciente  de  que  a  él  no  lo  motivaba  el  entorno  romántico,  sino  el  genuino  deseo  de  salvar  el  abismo  que  los  separaba.  Ella  no  sabía  si  era posible.Había  requerido  un  enorme  salto  de  fe  de  su  parte  confiar  en  él,  y  la  había dejado caer. No sabía si estaba lista para arriesgarse otra vez.Le  llamó  la  atención  el  biquini  de  un  escaparate  y  entró  a  probárselo.  Mientras  se  miraba  en  el  espejo,  se  dió  cuenta  de  que  hacía  mucho  que  no  disfrutaba  de  vacaciones.  Desde  su  luna  de  miel.  Sería  una  delicia  pasar  tiempo junto a la piscina leyendo un libro. Si conseguía relajarse lo bastante.No sabía qué hacían allí. Si eran unas vacaciones, una reconciliación o una  prueba  amor.  No  sabía  si  era  posible  arreglar  lo  que  había  ido  mal  entre  ellos, pero sí sabía que no era la misma chica con la que él se había casado y cabía la posibilidad de que no le interesara.Entregó  el  biquini  a  la  dependienta  y  Pedro insistió  en  pagarlo.  Lo  permitió  porque  sabía  que  le  gustaba  hacerle  regalos.  La  dependienta  aceptó su tarjeta de crédito y se ruborizó intensamente.Incluso  con  ropa  informal  tenía  ese  efecto  en  las  mujeres.  Y  la  mayor  parte del tiempo ni se daba cuenta. O tal vez ya ni se fijaba.

–Esa  chica  estaba  dispuesta  a  casarse  contigo  y  tener  tus  bebés –dijo Paula cuando salieron de la tienda y vió que la chica la miraba con envidia.

–¿Qué chica? –preguntó Pedro.

–La de la tienda.

–Ya estoy casado. Y voy a seguir estándolo.

No  comentó  el  resto  de  la  frase  y  Puala se  preguntó  por  qué  lo  había dicho. Intentar una reconciliación no tenía sentido; aunque arreglaran parte del asunto, otra parte no tenía solución. Pedro vió  su  expresión  desolada  y  se  hizo  cargo  de  la  situación.  Apretó su mano y la llevó a una calle lateral, en sombra y relativamente vacía.

–Basta –la  acorraló  contra  la  pared–.  Desde  que  me  contaste  lo  que  ocurrió, he estado esperando que sacaras el tema que te preocupa, pero no lo has  hecho.  He  tenido  que  verte  picotear  la  comida,  cada  vez  más  pálida  mientras tu mente busca razones que justifiquen nuestra separación.

–No sé de qué hablas.

–Hablo  de  bebés.  Estás  pensando:  «No  tiene  sentido  arreglar  esto  porque no puedo tener hijos, y él no me querrá si no puedo tener hijos».

Era parte de la verdad y Paula sintió que las lágrimas le quemaban los ojos,  porque  la  verdad  era  más  complicada  que  esa.  Él  no  tenía  ni  idea.  Alarmada  por  su  reacción   emocional, parpadeó.   Estaba   cansada.   Muy cansada.

–¿Ahora lees la mente?

–¿Estás diciendo que me equivoco?

 –No –el  problema era  que  había  más.  A  pesar  del  calor,  sintió  un  escalofrío–. Es una barrera más entre nosotros, eso es seguro.

–No para mí –la miró con ojos negros e intensos–. Te amo. Tengo que demostrártelo, pero te amo. Y siento no haber estado contigo cuando te dieron la noticia. No puedo ni imaginar lo horrible que debió de ser.

Paula no le dió  ninguna  pista.  Era demasiado  pronto  y,  además,  sabía  que sus sentimientos al respecto probablemente lo conmocionarían.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 44

–Supongo que quería saber si ya te habías librado de mí.

–Sabe que sigo enamorado de tí –declaró él.

–Dudo que eso le haya sentado bien.

–No necesito el permiso de mi hermano para sentir lo que siento.

–Me  odia,  Peddro.  Ayer  ví  su  expresión.  Y  tu  madre  también  me  miró  con  reproche.  Soy la nuera malvada  –con  ojos  cansados,  apartó  la  silla  y  se  puso en pie–. No puedes simular que no importa. Ni golpear a todo el que diga cosas  malas  de  mí.  Este  lugar  es  precioso, pero  no  cambia  el  hecho  de  que  somos  un  desastre.  Nada  puede  cambiarlo  –se  dió  la  vuelta  y  fue  hacia  la  piscina.

Pedro sabiendo que había más que decir, la siguió y puso las manos sobre sus hombros.

–Un  desastre  siempre  se  puede  arreglar.  Y  nos  concierne  solo  a  nosotros. Quiero que te relajes. Esos últimos días han sido horrendos para tí.

La  recordó  bajando  del  avión,  valiente  y  dispuesta  a  enfrentarse  a  un  infierno para estar con su mejor amiga. Y él, en vez de admirar su coraje, había cuestionado su lealtad.

–Deja de pensar y preocuparte y disfruta de tu lugar favorito en la tierra. Esta tarde te llevaré a un restaurante que he descubierto en la playa. Solo van lugareños, no hay turistas –Pedro se juró que iban a pasar tiempo juntos.

–No tengo nada que ponerme.

Esa respuesta tan femenina relajó la tensión de sus músculos. Si la ropa era su mayor objeción, habían progresado bastante.

–Tiene fácil arreglo. Hay ropa en el vestidor.

–¿Hay ropa de mujer en tu dormitorio? –los bellos ojos se estrecharon y enfriaron.

–Nuestro  dormitorio  –corrigió  él,  disfrutando  de  esa  muestra  de  celos–. La  compré  para tí.  Era parte  de  la  sorpresa.  El  día después  de saber que  estabas  embarazada,   fuiste  a   Londres   por   negocios   y   yo   ultimé   los   preparativos. Cuando aterrizaras en Sicilia iba a traerte directamente aquí.

–Pero volaste al Caribe y ni siquiera nos vimos.

–Sí –otra  cosa  de  la  que  arrepentirse  que  podía  añadir  a  las  que  ya  anegaban su cerebro.

–Solo  te  ví  una  vez  más,  cuando  hacía  la  maleta  para  irme  de  Sicilia  –hizo  una  pausa–.  Esperaba  que  me  siguieras.  No  era  lo  que  quería,  pero  lo  esperaba. ¿Por qué no lo hiciste? Él se lo había preguntado un millón de veces.

–Me  cegaba  el  creerte  injusta  por  renunciar  así  a  nuestro  matrimonio.  Cometí muchos errores. Dame la oportunidad de compensarte.

–¿Podemos  dar  un  paseo  por  el  pueblo?  –sugirió  ella  tras  un  largo  silencio–. Siempre me encantaron las tiendas y el ambiente.

–Es  mediodía,  tesoro.  Te  asarás  de  calor  y  los  turistas  te  aplastarán  –dijo él.

El alivio de que no le hubiera exigido llevarla al aeropuerto era inmenso.

–Seguro  que  hay  algún  sombrero  en  ese  vestidor,  y  entre  los  dos apartaremos a los turistas. Por favor. Quiero hacer algo normal.

–Querer andar por Corso Umberto bajo el calor del sol no tiene nada de normal –alegó él. «Sobre todo cuando quiero llevarte a la cama, desnudarte y explorar cada centímetro de tu cuerpo». Pero esa parte de su relación siempre había sido fácil. Lo que se había jurado arreglar era el resto.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 43

–¿Le  has  dicho  a  alguien   adónde  ibas?    –sonó    exasperada–. Seguramente están organizando una partida de búsqueda mientras hablamos.

–No, la verdad es que no.

–¿Y no habrán dado una alerta de seguridad?

–Es  muy  posible  –al  recordar  los  rostros  de  su  equipo de  seguridad,  inspiró con fuerza, frustrado por la realidad de su vida–. Tal vez debería...

–Sí.  ¡Hazlo!  –llevó  la  mano  a  su  vaso–.  No  espero  que  no  trabajes,  Pedro.  Yo  pienso  leer  mi  correo  electrónico  después.  Respeto  tu  empuje  y  ambición. Yo también tengo ambas cosas. Eso no es problema. Eso no fue el problema –el  cambio  de  tiempo  verbal  los  devolvió  al  corazón  del  asunto,  donde había residido el problema real.

Ella tomó un sorbo agua. Él pensó que le había fallado cuando más lo necesitaba. No podía dejar de imaginársela sola en una cama de hospital.

–Si te sirve de consuelo, me siento como un bastardo por lo que te hice.

–Bien.  Deberías  sentirte   mal   –dejó  el  vaso  en  la   mesa–.   Fuiste  desconsiderado e insensible.

–No vas a decir: «¿No te preocupes por eso?».

–No.  Debes  preocuparte. Fue  un  comportamiento  terrible.  Si  eso no  te  preocupara, no estaría aquí sentada en este momento.

Pedro se preguntó si era él quien ardía o si Sicilia estaba en plena ola de  calor.  Le  sudaban  las  palmas  de  las  manos,  y  notaba  ardor  hasta  en  el  cerebro.  Cuando  el  teléfono  sonó  por  tercera  vez,  lo  sacó  y  miró  la  pantalla, pensando que una conversación lo liberaría de otras interrupciones.

–Cinco minutos –afirmó–. Es Federico. Le diré que está al mando. Luego lo apagaré.

–¿Qué le ha pasado al teléfono?

–Un accidente. Se cayó del bolsillo cuando recogía la ropa para correr a buscarte.

–Ah. Sí que has tenido una mañana estresante.

–Las he tenido mejores –dijo él con ironía.–Y  si  el  avión  hubiera  despegado  antes  de  que  llegaras,  ¿Qué  habría  ocurrido?

–Habría  tenido  que  ir  a  Londres  –murmuró  él–.  Dicen  que  allí  está  siendo un verano muy húmedo. Por suerte, ambos nos hemos librado de eso.

–Esto es temporal,  Pedro.  No he accedido  a  nada  –miró  el  teléfono  que vibraba en su mano–. Necesitas un teléfono nuevo, ese se va a partir.

–El estado de mi teléfono es lo que menos me preocupa ahora mismo –lo preocupaba el estado de su matrimonio. Su reto era descubrir la manera de recuperar la confianza de Paula.

–Contesta, antes de que Federico decida que te he asesinado y enterrado el cuerpo.

–No  tardaré... 

Pedro se  levantó  y  cambió  al  italiano.  Le  hizo  a  su  hermano un resumen de lo ocurrido en las últimas horas. Cuando colgó, Paula lo miraba fijamente.

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 42

–En Londres.

–No has tocado un penique de tu asignación.

–No estaba contigo por el dinero, Pedro.

–Yo  te  habría  mantenido  económicamente.  Me comprometí  a  hacerlo  cuando nos casamos.

–Estás rodeado de gente a la que solo interesas por lo que puedes dar, ¿Y te quejas porque yo no quería eso?

–Yo  quería  mantenerte  –afirmó  él. 

Era  cierto,  y  lo sorprendía  porque  siempre se había considerado progresista para ser un hombre siciliano.

–Ah –ella lo miró–. El Proveedor.

El pasado se interponía entre ellos. Él sabía que aunque había cubierto sus necesidades materiales, había fallado vergonzosamente la única vez que le había  pedido  ayuda.  De  repente,  comprendió  que  existía  otra  razón  para  que  su  insensibilidad  le  hubiera  hecho  tanto  daño:  había  reabierto  una  herida  que  no había terminado de cicatrizar.Sabía  que  su  infancia  había  sido  difícil,  pero  ella  le  había  dado  pocos  detalles  y  no  había  querido  presionar.  Pero,  de  repente,  quería  saber  quién  o  qué había causado la herida original. El  timbre  agudo  de  su  teléfono  rasgó  el  silencio.  Pedro,  programado  para  contestar,  llevaba  la  mano  al  bolsillo  cuando  recordó  su  promesa.  Su  mano se detuvo en el aire. El teléfono siguió sonando y Paula arqueó una ceja.

–¿Vas a contestar la llamada?

–No –requirió  un  gran  esfuerzo  de  voluntad  no  sacar  el  teléfono,  las  manos le sudaban y sus dedos anhelaban contestar, pero lo consiguió.

–La  próxima  vez,  contesta  –dijo  ella,  cuando  por  fin  dejó  de  sonar–. Sabes que quieres hacerlo.

Una parte de él quería hacerlo, pero era una respuesta condicionada por haber antepuesto el trabajo a todo durante muchos años.Ella  lo  había  llamado  «El  Proveedor»  y  era  una  buena  descripción.  Había asumido ese papel el día que su padre falleció de repente y su madre lo telefoneó.  Había  regresado  de  Estados  Unidos  para  encargarse  de  todo.  Esa  función  ya  no  era  necesaria,  pero  se  había  convertido  en  una  forma  de  vida  que nunca había cuestionado antes.

Pero a partir de ese momento, la posibilidad de cerrar un trato, ampliar el negocio   u   obtener   más  beneficios  ocuparía   un   segundo   lugar   ante   su   necesidad  de  conseguir  que  su  matrimonio  funcionara.  Por  primera  vez  en  su  vida le daba igual quién llamara, no quería oír el buzón de voz, no le importaba que su empresa se hundiera.El teléfono volvió a sonar, ahuyentando a los pájaros. Los ojos verdes de Paula lo observaban.

–Contesta.  Así  podrás  dejar de  preguntarte  quién  es  y  cuánto  dinero  estás perdiendo.

–Eso no es lo que me estoy preguntando.

Se  preguntaba cómo iba  a compensar  a  Paula   por  lo  que  le  había  hecho. Cómo iba a demostrarle que la amaba. Los remordimientos lo asolaban.