Se dió la vuelta y descubrió que la terraza ofrecía una panorámica de ciento ochenta grados, que incluía la cima nevada del Etna y el bello mar esmeralda de la bahía de Naxos. En la terraza misma, a unos metros de sus pies, una serie de piscinas cortaban la ladera, cayendo una sobre la otra; el rumor del agua era tranquilizador.
–Creo que tienes delirios de grandeza –dijo.
Él, riendo, la rodeó con los brazos en un gesto posesivo, sin darle oportunidad a rechazarlo.
–Las piscinas son una maravilla, ¿No crees? Siempre te encantó nadar, así que pedí al arquitecto que aprovechara el desnivel para crear algo especial. Me pareció buena idea, pero admito que el resultado superó mis expectativas.
–¿Nos imaginaste viviendo aquí?
–Sí, durante un tiempo al menos. A D.H. Lawrence y Truman Capote les pareció bien, así que debe de tener algo especial.
Sí era especial. En todos los sentidos. Pero lo más especial era que lo había hecho por ella.Y eso mientras ambos trabajaban innumerables horas al día. Ella lo había acusado de ser un adicto al trabajo, y acababa de descubrir que había dedicado al menos parte del día a arreglar un edificio que había elegido con ella en mente.Un sitio de ellos dos.La impresión que tenía de él se transformó. Confusa y odiando la sensación, se apartó de él.
–¿Que está pasando por esa cabecita tuya? Dime qué piensas –dijo él, tras soltar un suspiro.
Paula pensaba que esa casa, en el lugar que ella más amaba del mundo, era un gesto enorme, y muy significativo. Era una casa para la familia que él se imaginaba teniendo. Formaba parte de su plan maestro. Al mirar los olivares se imaginó a dos pequeñas versiones de Pedro jugando a la sombra y chapoteando en las piscinas.Tal vez sí la había amado a su manera. Viendo lo que había creado allí, casi podía creerlo. Y eso agudizaba su dolorosa sensación de pérdida. Comieron en una zona sombreada de la terraza, rodeados de jardines y fragantes naranjales. Ella, pálida y cansada, picoteó pescado con limón y hierbas del jardín. Los perros, tendidos a sus pies, jadeaban por el calor y la miraban con adoración, negándose a alejarse de ella.Pedro , mientras esperaba a que le hablara, pensó que él no era muy distinto de los perros. Sabía lo que ella tenía en mente, no hacía falta ser un genio para adivinarlo. Podría haber sacado el tema, pero que quería ver si lo hacía por sí misma.
–¿Dónde has vivido estos dos últimos años? –le preguntó, esperando que charlar sobre un tema neutral aliviara la tensión del ambiente.
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