miércoles, 20 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 41

Se  dió  la  vuelta  y  descubrió  que  la  terraza  ofrecía  una  panorámica  de  ciento  ochenta  grados,  que  incluía  la  cima  nevada  del  Etna  y  el  bello  mar  esmeralda  de  la  bahía  de  Naxos.  En  la  terraza  misma,  a  unos  metros  de sus pies,  una  serie  de  piscinas  cortaban  la  ladera,  cayendo  una  sobre  la  otra;  el  rumor del agua era tranquilizador.

–Creo que tienes delirios de grandeza –dijo.

Él,  riendo,  la rodeó  con  los  brazos  en  un  gesto  posesivo,  sin  darle  oportunidad a rechazarlo.

–Las piscinas son una maravilla, ¿No crees? Siempre te encantó nadar, así que pedí al arquitecto que aprovechara el desnivel para crear algo especial. Me pareció buena idea, pero admito que el resultado superó mis expectativas.

–¿Nos imaginaste viviendo aquí?

–Sí, durante un tiempo al menos. A D.H. Lawrence y Truman Capote les pareció bien, así que debe de tener algo especial.

Sí  era  especial.  En  todos los sentidos.  Pero lo más  especial  era  que  lo  había hecho por ella.Y  eso  mientras  ambos  trabajaban  innumerables  horas  al  día.  Ella  lo  había  acusado  de  ser  un  adicto  al  trabajo,  y  acababa  de  descubrir  que  había  dedicado  al  menos  parte  del  día  a  arreglar  un  edificio  que  había  elegido  con  ella en mente.Un sitio de ellos dos.La  impresión  que  tenía  de  él  se  transformó.  Confusa  y  odiando  la  sensación, se apartó de él.

–¿Que está pasando por esa cabecita tuya? Dime qué piensas –dijo él, tras soltar un suspiro.

Paula pensaba  que  esa  casa,  en  el  lugar  que  ella  más  amaba  del  mundo, era un gesto enorme, y muy significativo. Era una casa para la familia que él se imaginaba teniendo. Formaba parte de su plan maestro. Al mirar los olivares  se  imaginó  a  dos  pequeñas  versiones  de  Pedro jugando  a  la  sombra y chapoteando en las piscinas.Tal vez sí la había amado a su manera. Viendo lo que había creado allí, casi podía creerlo. Y eso agudizaba su dolorosa sensación de pérdida. Comieron en una zona sombreada de la terraza, rodeados de jardines y fragantes naranjales. Ella, pálida y cansada, picoteó pescado con limón y hierbas del jardín. Los  perros,  tendidos  a  sus  pies,  jadeaban  por  el  calor  y  la  miraban  con  adoración, negándose a alejarse de ella.Pedro , mientras esperaba a que le hablara, pensó que él no era muy distinto de los perros. Sabía lo que  ella  tenía  en  mente,  no  hacía  falta  ser  un  genio  para  adivinarlo. Podría haber sacado el tema, pero que quería ver si lo hacía por sí misma.

–¿Dónde  has  vivido  estos  dos  últimos  años?  –le  preguntó,  esperando  que charlar sobre un tema neutral aliviara la tensión del ambiente.

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