–En Londres.
–No has tocado un penique de tu asignación.
–No estaba contigo por el dinero, Pedro.
–Yo te habría mantenido económicamente. Me comprometí a hacerlo cuando nos casamos.
–Estás rodeado de gente a la que solo interesas por lo que puedes dar, ¿Y te quejas porque yo no quería eso?
–Yo quería mantenerte –afirmó él.
Era cierto, y lo sorprendía porque siempre se había considerado progresista para ser un hombre siciliano.
–Ah –ella lo miró–. El Proveedor.
El pasado se interponía entre ellos. Él sabía que aunque había cubierto sus necesidades materiales, había fallado vergonzosamente la única vez que le había pedido ayuda. De repente, comprendió que existía otra razón para que su insensibilidad le hubiera hecho tanto daño: había reabierto una herida que no había terminado de cicatrizar.Sabía que su infancia había sido difícil, pero ella le había dado pocos detalles y no había querido presionar. Pero, de repente, quería saber quién o qué había causado la herida original. El timbre agudo de su teléfono rasgó el silencio. Pedro, programado para contestar, llevaba la mano al bolsillo cuando recordó su promesa. Su mano se detuvo en el aire. El teléfono siguió sonando y Paula arqueó una ceja.
–¿Vas a contestar la llamada?
–No –requirió un gran esfuerzo de voluntad no sacar el teléfono, las manos le sudaban y sus dedos anhelaban contestar, pero lo consiguió.
–La próxima vez, contesta –dijo ella, cuando por fin dejó de sonar–. Sabes que quieres hacerlo.
Una parte de él quería hacerlo, pero era una respuesta condicionada por haber antepuesto el trabajo a todo durante muchos años.Ella lo había llamado «El Proveedor» y era una buena descripción. Había asumido ese papel el día que su padre falleció de repente y su madre lo telefoneó. Había regresado de Estados Unidos para encargarse de todo. Esa función ya no era necesaria, pero se había convertido en una forma de vida que nunca había cuestionado antes.
Pero a partir de ese momento, la posibilidad de cerrar un trato, ampliar el negocio u obtener más beneficios ocuparía un segundo lugar ante su necesidad de conseguir que su matrimonio funcionara. Por primera vez en su vida le daba igual quién llamara, no quería oír el buzón de voz, no le importaba que su empresa se hundiera.El teléfono volvió a sonar, ahuyentando a los pájaros. Los ojos verdes de Paula lo observaban.
–Contesta. Así podrás dejar de preguntarte quién es y cuánto dinero estás perdiendo.
–Eso no es lo que me estoy preguntando.
Se preguntaba cómo iba a compensar a Paula por lo que le había hecho. Cómo iba a demostrarle que la amaba. Los remordimientos lo asolaban.
No hay comentarios:
Publicar un comentario