–¿Tenemos que volver a hablar de eso?
–Sí. No vamos a renunciar a lo que tenemos, así que debemos dejar claro lo que sentimos. Me casé contigo porque te amaba y quería pasar el resto de mi vida a tu lado. No dediqué el tiempo suficiente a hacértelo saber –suspiró con fuerza– pero tienes que entender que mi fallo se debió a la presión del trabajo, no a la falta de amor. Como mucho, puedes acusarme de complacencia.
–Y de arrogancia.
–Sí, también –farfulló Pedro–. Cometí errores, pero nunca me dijiste lo que sentías y creía que nuestro matrimonio era sólido y bueno. Tú no lo veías así y no dijiste nada. Te regalaba joyas y me dabas las gracias. Sufrías los poco sutiles comentarios de mi madre sin decirme nada.
–Es tu madre y la quieres.
–Tú eres mi esposa y te quiero –dijo él, comprendiendo que ella nunca había tenido una madre ni una familia que la amara sin condiciones–. Mi primera responsabilidad es para contigo. Siempre lo será –contuvo el aliento, esperando su respuesta–. Dí algo. Pero no insistas en lo de mi arrogancia. Eso ya ha quedado claro.
–Si seguimos... –dejó la frase en el aire–. ¿Qué será de esa familia que soñabas con tener?
–Tú eres la familia que soñaba tener, en cuanto lo demás... –ignorando a los perros, se inclinó hacia ella, agarró sus manos y la levantó–. Lo solucionaremos juntos. Tendrás que decirme lo que piensas y te escucharé con atención. Te amo –tomó su rostro entre las manos–. Cuando acabe de demostrártelo no habrá lugar a dudas en tu mente.
En el silencio que siguió, él entendió el significado de la palabra «suspenso». Se preguntó qué iba a hacer si ella lo rechazaba, porque se sabía incapaz de aceptar un «No».
–Si vuelves a hacerme daño, no habrá otra oportunidad –los ojos verde mar atraparon los suyos.
–Si vuelvo a hacerte daño, Terminator me comerá –farfulló él. Abrió la mano y le mostró su anillo de boda–. Debe estar en tu dedo, no en tu bolso. Póntelo y no vuelvas a quitártelo nunca.
-¿Esto forma para de tu plan para que confíe en tí? ¿Llevarme al cráter de un volcán? –Paula aferraba el asiento del helicóptero mientras miraba los campos de lava y la boca del volcán con una mezcla de miedo y fascinación.
El piloto de Pedro había volado desde Palermo y les había recogido para hacer un tour aéreo de esa parte de la isla.
–¿Vamos a aterrizar?
–Hoy no. Hoy veremos el paisaje desde arriba –su sonrisa era tan sexy que ella no podía dejar de mirar su boca.
La atracción era tan fuerte que le daba vueltas la cabeza. Los días se habían fundido en una larga e indulgente expresión del amor que sentían.
–Tal vez ya hayamos hecho suficiente turismo por un día –murmuró ella, odiándose por su debilidad–. ¿Volvemos a casa? –se le aceleró el corazón al pensar en lo que eso implicaría.
Ambos eran insaciables. Por más tiempo que pasaran en la cama, no se cansaban el uno del otro.
–No podemos volver a casa aún.
–¿Por qué no?
–Es una sorpresa. Están haciendo cambios en la casa –no quiso decir más y eso intrigó a Paula.
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