–Por una vez, me alegro de que no tengas aliento para discutir. En cuanto a pedir perdón, me voy acercando cada vez más.
–No te molestes. Es demasiado tarde, ya te odio –Paula cerró los ojos, pero no antes de ver un atisbo de pecho bronceado y salpicado de vello.
Sabía perfectamente cómo era el resto de su cuerpo bajo la ropa. Veía cada curva de sus músculos, el abdomen plano y los muslos firmes. Era el único cliente cuyo físico no había podido mejorar.
–No me odias, tesoro –afirmó él.
Su seguridad debería haberla airado, odiaba que él considerar la adulación y el respeto de la gente como un derecho. Entraba en una habitación sabiendo que iba a conquistar, y eso la exasperaba.
–Vete, o la gente murmurará –dijo ella. Le faltaba el aire, pero esa vez no era por el asma.
–No voy a molestarme en contestar a eso. ¿Necesitas el inhalador otra vez?
Ella abrió los ojos y, viendo que él aún tenía el inhalador en la mano, negó con la cabeza.
–Si no vuelves, Luciana se dará cuenta.
–Cuando Lu vea que faltamos los dos, supondrá que estamos juntos. Lo celebrará abriendo botellas de champán.
–Eso es lo que me preocupa. Vuelve allí.
–¿En serio crees que voy a volver? Aprendí mi lección hace dos años.
La ironía del asunto habría hecho sonreír a Paula, si hubiera tenido energía suficiente.
–Hace dos años te quería, ahora no –sus bronquios volvían a dilatarse, gracias a la medicación–. No soy hipócrita. Yo elegí dejar este matrimonio, no puedo esperar que me des la mano cuando estoy asustada. Y no digo que lo esté.
–Claro que no. Que Dios te libre de admitir un ápice de vulnerabilidad. Dime... –su voz sonó serena, como si no hubieran discutido en absoluto– ¿Alguna vez has buscado el apoyo de alguien?
–Busqué el tuyo –«y no lo obtuve».
–Eso me lo he buscado –dijo él, oyendo las palabras no pronunciadas.
Se sentó junto a ella. Rozó su brazo con la manga de la chaqueta y Paula sintió la conexión en lo más profundo de su alma. No había esperado que se quedara.
–No recuerdo haberte invitado a sentarte.
–Eres la mujer más irritante que he conocido en mi vida. Lo sabes, ¿Verdad?
–¿Yo soy irritante? –ella no sabía si reír o llorar–. Cuando más te necesitaba, estabas desaparecido, y ahora que no te necesito es imposible librarme de ti. Eso es irritante. Vuelve con tus mujeres, Pedro.
–¿Con cuál de ellas? Según tú, tengo un harén.
–Seguro que cualquiera te ofrecerá la adoración que necesitas –Paula notó la sólida calidez de su brazo, junto al suyo.
«Sentía un extraño cosquilleo y tenía los nervios a flor de piel. Reconociendo los síntomas, sintió un pinchazo de alarma. Necesitaba que él se fuera. Ella no tenía aliento para moverse, ni otro sitio adonde ir.
–No desperdicies oxígeno diciendo bobadas.
–Consideras a las mujeres una especie inferior.
–¿Eso es lo mejor que se te ocurre para discutir? –echó la cabeza hacia atrás y se rió–. Eso me confirma que te encuentras fatal.
–Solo quiero que te vayas.
–Sí, lo sé –su voz sonó grave–. Pero no me iré.
–Me estresa que estés aquí.
–¿Por qué?
El rítmico canto de las cigarras y el roce del mar en la arena rellenaron el momento de silencio.
–Por un millón de razones.
–Dime una.
–Porque nuestro matrimonio ha terminado. Y porque tú siempre quieres que todo sea a tu manera. Ya ves, he dicho dos –intentó levantarse, pero él la sujetó–. Suéltame. Tengo las piernas adormecidas. Necesito moverme.
–Claro. Siempre que la conversación se vuelve incomoda, quieres moverte, a ser posible en dirección opuesta y a toda velocidad –se puso en pie–. Dejaré que vayas hasta la cama –sin darle opción a protestar, la levantó en brazos.
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