viernes, 8 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 18

–Por una vez, me alegro  de  que no  tengas  aliento para  discutir.  En cuanto a pedir perdón, me voy acercando cada vez más.

–No te molestes. Es demasiado tarde, ya te odio –Paula cerró los ojos, pero no antes de ver un atisbo de pecho bronceado y salpicado de vello.

Sabía perfectamente cómo era el resto de su cuerpo bajo la ropa. Veía cada  curva  de  sus  músculos,  el abdomen plano y los muslos firmes.  Era el  único cliente cuyo físico no había podido mejorar.

–No me odias, tesoro –afirmó él.

Su seguridad debería haberla airado, odiaba  que  él  considerar  la  adulación y el respeto de la gente como un derecho. Entraba en una habitación sabiendo que iba a conquistar, y eso la exasperaba.

–Vete, o la  gente murmurará  –dijo ella.  Le faltaba el  aire,  pero  esa  vez  no era por el asma.

–No voy a molestarme en contestar a eso. ¿Necesitas el inhalador otra vez?

Ella abrió los ojos  y, viendo  que  él  aún  tenía  el  inhalador  en  la  mano,  negó con la cabeza.

–Si no vuelves, Luciana se dará cuenta.

–Cuando Lu vea que faltamos los dos, supondrá que estamos juntos. Lo celebrará abriendo botellas de champán.

–Eso es lo que me preocupa. Vuelve allí.

–¿En serio crees que voy a volver? Aprendí mi lección hace dos años.

La ironía del asunto habría hecho sonreír a Paula,  si hubiera tenido energía suficiente.

–Hace dos años te quería, ahora no –sus bronquios volvían a dilatarse, gracias a la medicación–. No soy hipócrita. Yo elegí dejar este matrimonio, no puedo  esperar  que  me  des la  mano  cuando  estoy  asustada.  Y no digo que lo esté.

–Claro que  no. Que Dios te libre  de admitir  un  ápice  de  vulnerabilidad.  Dime... –su  voz  sonó  serena,  como  si  no  hubieran  discutido  en  absoluto– ¿Alguna vez has buscado el apoyo de alguien?

–Busqué el tuyo –«y no lo obtuve».

–Eso me  lo  he  buscado  –dijo  él,  oyendo  las  palabras  no  pronunciadas. 

Se sentó  junto  a  ella.  Rozó  su  brazo con  la  manga  de  la  chaqueta  y  Paula sintió  la  conexión  en  lo  más  profundo  de  su  alma.  No  había  esperado  que  se  quedara.

–No recuerdo haberte invitado a sentarte.

–Eres la mujer  más  irritante  que  he  conocido  en  mi  vida.  Lo  sabes,  ¿Verdad?

–¿Yo soy  irritante?  –ella no sabía  si reír o llorar–.  Cuando más te necesitaba,  estabas  desaparecido,  y ahora  que  no  te  necesito  es  imposible  librarme de ti. Eso es irritante. Vuelve con tus mujeres, Pedro.

–¿Con cuál de ellas? Según tú, tengo un harén.

–Seguro  que  cualquiera  te ofrecerá  la  adoración  que  necesitas  –Paula notó la sólida calidez de su brazo, junto al suyo.

«Sentía un extraño cosquilleo y tenía los nervios a flor de piel. Reconociendo los síntomas, sintió un pinchazo de  alarma.  Necesitaba  que  él  se  fuera.  Ella no tenía aliento para  moverse,  ni  otro sitio adonde ir.

–No desperdicies oxígeno diciendo bobadas.

–Consideras a las mujeres una especie inferior.

–¿Eso es lo mejor que se te ocurre para discutir? –echó la cabeza hacia atrás y se rió–. Eso me confirma que te encuentras fatal.

–Solo quiero que te vayas.

–Sí, lo sé –su voz sonó grave–. Pero no me iré.

–Me estresa que estés aquí.

–¿Por qué?

El rítmico canto de las cigarras y el roce del mar en la arena rellenaron el momento de silencio.

–Por un millón de razones.

–Dime una.

–Porque nuestro matrimonio ha terminado. Y porque tú siempre quieres que todo sea a tu manera. Ya ves, he dicho dos –intentó levantarse, pero él la sujetó–. Suéltame. Tengo las piernas adormecidas. Necesito moverme.

–Claro. Siempre que la conversación se vuelve incomoda, quieres moverte, a ser posible  en  dirección opuesta y a toda velocidad  –se  puso  en  pie–. Dejaré que vayas hasta la cama –sin darle opción a protestar, la levantó en brazos.

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