miércoles, 13 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 30

–Te lo estoy diciendo ahora. ¿Y sabes qué es lo peor? –le había costado abrirse,  pero  ya  no  podía  parar–.  Como me había permitido  depender  de  tí,  durante  un  horrible  minuto  pensé  que no podría  apañarme sin  tu  ayuda. Tuve  que  recordarme  que  antes  de  que  tú  llegaras  e insistieras  en  ser  el  macho  protector, me apañaba de maravilla yo solita. Después de eso, me calmé y fui al hospital.

–¿Al hospital? –él frunció el ceño–. ¿Por qué?

–Porque ni mi médico ni mi esposo creían que algo iba mal. Por suerte, yo  no  pensaba  igual  –vió que los anchos hombros  de  Pedro se  tensaban. 

Allí de pie, desnudo, tendría que haber parecido vulnerable, pero él no sabía lo que era eso.

–No  tenía  ni  idea de que  fuiste  al  hospital.  Tendrías  que  habérmelo  dicho.

–¿Cuándo?  ¿Cuándo se supone  que iba a decírtelo?  Intenté  hacerlo,  pero habías apagado el teléfono para evitar la inconveniencia de hablar con tu neurótica esposa.Para  cuando  me  hiciste  un  hueco en  tu  apretada  agenda,  ya  me  había  hecho cargo del tema. No tenía sentido decírtelo.

–Ahora estás siendo infantil.

–Te  pedí  ayuda  y no me  la  diste.  Te  dije  que  tenía  miedo y no  viniste.  ¿En  serio  creías que iba  a seguir  suplicándote  atención?  Hice  lo  que  siempre  he   hecho.   Solucioné  el  problema. Eso no es  infantil, Pedro.   Es  un  comportamiento adulto.

–Los adultos no huyen de una situación difícil –tensó el mentón–. Incluso en esas circunstancias, no había excusa para enfurruñarse.

–¿Enfurruñarse? –la  voz  le  temblaba  tanto  que  apenas  podía  hablar.  Inspiró profundamente para serenarse–. Dios, no tienes ni idea. No sé por qué malgasto el aliento en esta conversación. Dices que no hablo, pero el problema es que tú no escuchas. Digo: «Tengo problemas», y tu oyes: «Está neurótica; todo  irá  bien».  Si  eso  es  amor,  ni  lo  quiero  ni  lo  necesito  –Paula sacó  el  teléfono del bolso, marcó un número y pidió un taxi en italiano, asombrada por el deseo que sentía de lanzarse sobre él y herirlo físicamente.

–No vas a salir  de  esta  habitación  hasta  que  acabemos  de  hablar  –afirmó él con frustración.

–Espera y verás.

–¡Basta!  ¡Vale  ya!  –pálido  como  una  estatua  de  mármol,  le  cortó  el  paso–. Entiendo que perder un bebé es una experiencia devastadora para una mujer. A mí también me dolió mucho, pero no se puede perder la perspectiva. Estas cosas pasan. Mi madre perdió dos bebés y los tres siguientes embarazos llegaron a  término.   El  problema  es  nuestro   matrimonio.   Si  conseguimos  solucionar eso, tendremos más hijos.

Paula se quedó inmóvil, helada. No entendía que alguien tan expresivo pudiera ser tan insensible hacia los sentimientos de los demás.

–No tendremos más hijos, Pedro.

–Te dejé embarazada la primera vez que hicimos el amor sin protección. Podrías estar embarazada ahora mismo. Probablemente lo estés.

Esa  inamovible  confianza  en  su  virilidad,  multiplicó  la  tensión  de  Paula   por diez.

–No estoy embarazada. Eso no es posible.

–Un aborto no...

–No tuve un aborto.

–Pero... –arrugó la frente, desconcertado.

–Era  un  embarazo  extrauterino  –tuvo  que  hacer  una  pausa  para  tomar  aire  y  recuperar el  aliento. Se puso la mano en el abdomen,  esa parte  de  su  cuerpo cuyo mal funcionamiento había tenido consecuencias devastadoras–. Si no  hubiera  seguido  mi  instinto  e  ido al  hospital,  es  muy  probable  que  hubiera  muerto cuando se rasgara la trompa. El caso es que me operaron a los quince minutos de llegar y me salvaron la vida. Les debo eso.

Siguió un silencio demoledor. Nunca  había  visto  a  Pedro sin  palabras.  Nunca  lo  había  visto  inseguro y tembloroso.  Pero lo estaba viendo en ese momento. Su arrogancia había   desaparecido.  Incluso  tuvo que  cambiar  de  posición, como si sus cimientos se tambalearan y necesitara equilibrarse. Paula, decidiendo que lo justo era darle el derecho de la réplica, esperó.Y esperó. Él  estaba  pálido  y  apretaba  los  puños  contra  los  muslos.  Parecíadevastado por su revelación.

–Debiste  decírmelo  –la  ronca  protesta  rompió  el  silencio–.  Hiciste  mal  ocultándome algo así.

Ese comentario dió al traste con cualquier atisbo de compasión que ella pudiera sentir. Por lo visto, la culpa seguía siendo de ella.

–Si hubieras estado allí, no habría tenido que decírtelo –le lanzó–. Te lo habría dicho el médico. Y también que ya no puedo tener hijos. Extirparon una trompa  y  la  otra  no  está  en  condiciones  para  cumplir  su  función;  tendrás  que  encontrar a otra mujer con la que demostrar tu fantástica virilidad.

Con los ojos ardiendo y la garganta seca, agarró la maleta y fue hacia la puerta,  segura  de  que  el  taxi  estaría  esperando.  En  los  hoteles  Alfonso primaban  la  eficacia  y  la  atención  a  los  huéspedes.  Era una pena  que  esa  misma atención no se hubiera prodigado en su matrimonio.

–No me sigas, Pedro. No tengo nada más que decirte.

La puerta se cerró de golpe.Pedro hizo un gesto de dolor cuando el ruido reverberó en su cráneo.Miró el espacio vacío que momentos antes habían ocupado Paula y su maleta.  Una  Paula furiosa  y  llameante.  Incluso  cuando  oyó  el  sonido  de  un  motor  alejándose,  siguió  quieto.  Su cerebro  y  su cuerpo parecían haberse  desconectado.Embarazo extrauterino. Había estado a punto de morir.

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