–¿Al hospital? –él frunció el ceño–. ¿Por qué?
–Porque ni mi médico ni mi esposo creían que algo iba mal. Por suerte, yo no pensaba igual –vió que los anchos hombros de Pedro se tensaban.
Allí de pie, desnudo, tendría que haber parecido vulnerable, pero él no sabía lo que era eso.
–No tenía ni idea de que fuiste al hospital. Tendrías que habérmelo dicho.
–¿Cuándo? ¿Cuándo se supone que iba a decírtelo? Intenté hacerlo, pero habías apagado el teléfono para evitar la inconveniencia de hablar con tu neurótica esposa.Para cuando me hiciste un hueco en tu apretada agenda, ya me había hecho cargo del tema. No tenía sentido decírtelo.
–Ahora estás siendo infantil.
–Te pedí ayuda y no me la diste. Te dije que tenía miedo y no viniste. ¿En serio creías que iba a seguir suplicándote atención? Hice lo que siempre he hecho. Solucioné el problema. Eso no es infantil, Pedro. Es un comportamiento adulto.
–Los adultos no huyen de una situación difícil –tensó el mentón–. Incluso en esas circunstancias, no había excusa para enfurruñarse.
–¿Enfurruñarse? –la voz le temblaba tanto que apenas podía hablar. Inspiró profundamente para serenarse–. Dios, no tienes ni idea. No sé por qué malgasto el aliento en esta conversación. Dices que no hablo, pero el problema es que tú no escuchas. Digo: «Tengo problemas», y tu oyes: «Está neurótica; todo irá bien». Si eso es amor, ni lo quiero ni lo necesito –Paula sacó el teléfono del bolso, marcó un número y pidió un taxi en italiano, asombrada por el deseo que sentía de lanzarse sobre él y herirlo físicamente.
–No vas a salir de esta habitación hasta que acabemos de hablar –afirmó él con frustración.
–Espera y verás.
–¡Basta! ¡Vale ya! –pálido como una estatua de mármol, le cortó el paso–. Entiendo que perder un bebé es una experiencia devastadora para una mujer. A mí también me dolió mucho, pero no se puede perder la perspectiva. Estas cosas pasan. Mi madre perdió dos bebés y los tres siguientes embarazos llegaron a término. El problema es nuestro matrimonio. Si conseguimos solucionar eso, tendremos más hijos.
Paula se quedó inmóvil, helada. No entendía que alguien tan expresivo pudiera ser tan insensible hacia los sentimientos de los demás.
–No tendremos más hijos, Pedro.
–Te dejé embarazada la primera vez que hicimos el amor sin protección. Podrías estar embarazada ahora mismo. Probablemente lo estés.
Esa inamovible confianza en su virilidad, multiplicó la tensión de Paula por diez.
–No estoy embarazada. Eso no es posible.
–Un aborto no...
–No tuve un aborto.
–Pero... –arrugó la frente, desconcertado.
–Era un embarazo extrauterino –tuvo que hacer una pausa para tomar aire y recuperar el aliento. Se puso la mano en el abdomen, esa parte de su cuerpo cuyo mal funcionamiento había tenido consecuencias devastadoras–. Si no hubiera seguido mi instinto e ido al hospital, es muy probable que hubiera muerto cuando se rasgara la trompa. El caso es que me operaron a los quince minutos de llegar y me salvaron la vida. Les debo eso.
Siguió un silencio demoledor. Nunca había visto a Pedro sin palabras. Nunca lo había visto inseguro y tembloroso. Pero lo estaba viendo en ese momento. Su arrogancia había desaparecido. Incluso tuvo que cambiar de posición, como si sus cimientos se tambalearan y necesitara equilibrarse. Paula, decidiendo que lo justo era darle el derecho de la réplica, esperó.Y esperó. Él estaba pálido y apretaba los puños contra los muslos. Parecíadevastado por su revelación.
–Debiste decírmelo –la ronca protesta rompió el silencio–. Hiciste mal ocultándome algo así.
Ese comentario dió al traste con cualquier atisbo de compasión que ella pudiera sentir. Por lo visto, la culpa seguía siendo de ella.
–Si hubieras estado allí, no habría tenido que decírtelo –le lanzó–. Te lo habría dicho el médico. Y también que ya no puedo tener hijos. Extirparon una trompa y la otra no está en condiciones para cumplir su función; tendrás que encontrar a otra mujer con la que demostrar tu fantástica virilidad.
Con los ojos ardiendo y la garganta seca, agarró la maleta y fue hacia la puerta, segura de que el taxi estaría esperando. En los hoteles Alfonso primaban la eficacia y la atención a los huéspedes. Era una pena que esa misma atención no se hubiera prodigado en su matrimonio.
–No me sigas, Pedro. No tengo nada más que decirte.
La puerta se cerró de golpe.Pedro hizo un gesto de dolor cuando el ruido reverberó en su cráneo.Miró el espacio vacío que momentos antes habían ocupado Paula y su maleta. Una Paula furiosa y llameante. Incluso cuando oyó el sonido de un motor alejándose, siguió quieto. Su cerebro y su cuerpo parecían haberse desconectado.Embarazo extrauterino. Había estado a punto de morir.
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