lunes, 25 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 52

–Yo creí que casarme contigo probaba cuánto te quería.  Cometí el pecado de dar  demasiado por hecho  –se inclinó  hacia  ella y le  dió  un  beso  suave–. Es posible que fuera algo arrogante.

–¿Posible? –sonrió  contra  sus  labios–.  ¿Pensabas que  ese  detalle,  casarte conmigo, iba a servirme para toda la vida?

–No era tan  malo.  Te probaba mi  amor a diario.  Te enviaba muchos regalos.

–Los enviaba tu secretaria –murmuró paula–. ¿Crees que no sabía que le decías: «Envía flores a mi esposa», y ella se ocupaba de todo?

–Yo elegía las joyas.

–De  una  selección  que  te  enviaban  al  despacho  para  reducir  la  inconveniencia  y  el  impacto que pudiera tener  en  tu  jornada  laboral.  No digo que no fueras generoso –añadió rápidamente–. Solo digo que esos regalos no hacían que me sintiera segura.

–Tendrían que haberlo hecho. Era su función.

–¿Por qué? No eran personales. Eran regalos genéricos. Seguro que te habían  garantizado  la  gratitud eterna de muchas  mujeres en el  pasado.  A mí solo me recordaban que eras un hombre muy rico, y que había todo un harén esperando una grieta en nuestro matrimonio para aprovecharla.

–Sí había regalado joyas antes. Pero eres la primera y única mujer a la que he amado.

–Y se suponía que yo tenía que saberlo.

–Sí. Pero no sabía cuánto te habían herido. Si me lo hubieras dicho...

–Habría sido aún más vulnerable.

–Si hubiera tenido más idea de lo que había en tu cabeza, tal vez no me hubiera equivocado tanto. Y eso no quiere decir que te culpe de mis fallos.

–Admito que el pasado me ha vuelto cauta y no puedo hacer nada al respecto, pero cuando estuvimos juntos no ví  nada que me hiciera pensar que te importaba. Cada vez pasabas más tiempo en el trabajo –encogió las piernas, sintiéndose  vulnerable solo por hablar  del  tema–.  Y cuando  te pedí  ayuda no tuviste tiempo para mí. Eso me convenció de que no me querías. Por eso me fui,  Pedro. No me diste ninguna  indicación  de que nuestra  relación  pudiera  sobrevivir.

Y una parte de ella, que odiaba, seguía sin permitirle aceptar y creer su declaración de amor. Oír a Pedro Alfonso decir «te quiero» había sido y era el  sueño  de  muchas  mujeres.  Sin  embargo,  para  ella  no  eran  más  que  palabras. Frustrada,  Paula se  levantó,  se  puso  una  bata y salió  a  la  terraza. El miedo era  como un escalofrío  que  recorría  su  piel  ardiente.  Por  fin  entendía  que el futuro de su matrimonio no residía en su capacidad de tener hijos, sino en su capacidad de confiar en que él no le haría daño.

Pedro  se  preguntó qué quería  ella  decir con  que «nunca  le  había  dado ninguna indicación».Tumbado de espaldas con las manos en la nuca, rememoraba dos años de matrimonio, enfrentándose a algunos hechos incómodos. Le había comprado joyas. Flores. Utilizando esos canales que ella había identificado  con  tanta  astucia.  Regalos  extravagantes que,  a su  modo de  ver,  probaban la profundidad de sus sentimientos.Ella  siempre  se  los  había  agradecido,  pero  ¿Cuánto  tiempo  había  invertido él en esos regalos? Le había dado lo que pensaba que quería, no lo que ella quería en realidad.Eso lo avergonzaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario