lunes, 11 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 22

Le había pedido a su piloto que estuviera listo para volar a Cerdeña después de las celebraciones.  Pero antes tenía que pasar por el trago de la boda de su hermana. Y Paula también.

–Haz lo que haya que hacer –le dijo al abogado–. Tengo que ir actuar de maestro de ceremonias del circo que han montado.

–Cuando ví las flores y los ponis blancos, me pareció que había entrado en un cuento de hadas –Hernán sonrió–. Es típico de Luciana.

–Mi  hermana está  obsesionada con los  finales felices  –dijo  él. 

Pensó que Paula, en cambio, no creía en ellos. Aún recodaba cómo, durante la boda, no había  dejado  de  tocarlo  para  comprobar  que  era  real.  Su  mano,  su  rostro.  «Dime que esto está ocurriendo. Que no voy a despertarme de repente».Nunca había visto a nadie tan feliz, y había sentido euforia al saber que se había ganado su confianza. Una euforia que había seguido por una caída en picado cuando todo se estropeó. Para Paula el final no había sido feliz.  Había sido como estrellarse contra una pared.


–Te queda perfecto –Luciana se echó hacia atrás y estudió a Paula–. Estás guapísima.

–Ambas sabemos que no soy guapa, pero gracias. Tú sí estás bellísima, que es lo apropiado, siendo la novia –Paula sonrió, ocultando su dolor–. Todo el mundo te estará mirando.

Paula habría preferido no lucir una pálida túnica de seda ni llevar  un  ramito  de  luminosas  margaritas  amarillas. No encajaban con su estado de  ánimo  y le recordaban demasiado  a  su  propia  boda.  Un  evento  que  se  esforzaba por olvidar. Pedro y ella se habían casado  en  la  capilla  privada de la familia Alfonso, dejándose arrastrar por un impulsivo torbellino de felicidad. Luciana había optado por una boda en la playa, e invitado a la mitad de la población de Sicilia. A Paula la aliviaba que fuera una boda tan absolutamente distinta de la suya.  No  habría  momentos  de  nostalgia  ni  recuerdos  incómodos.  Solo tenía  que pasar el trago y volver a casa. Por  suerte,  Pedro había  salido  de  la  villa  antes  de  que  ella  se  despertara,  librándolos  a  ambos  de  otro  incómodo  encuentro.  Pero  temía  el  momento en el que volviera a verlo. Ese beso... El hombre sabía besar, pero eso no cambiaba las cosas. Un beso no era amor.

–¿Estás lista? –ajustó el velo de Luciana.

–Oh, sí. ¿Y tú?

–Claro. Vamos allá  –Paula sonrió.  «Acabemos con esto, y  me iré a casa».

Volaba al día siguiente.Solo tenía que sobrevivir a la boda, la cena y otra noche en la villa. Se concentraría en su amiga. No miraría a Pedro. Fue hacia la puerta.

–Espérame –Luciana agarró  su  brazo–.  Quiero  ver  la  cara  de  Pedro cuando te vea con ese vestido.

–No te rindes nunca, ¿Verdad?

–No cuando es algo por lo que merece la pena luchar. Sabes que aún lo quieres.

–Muévete, o  llegarás tarde  a tu propia boda  –Paula no seguía  queriéndolo. En absoluto.

–No cambies de tema.

–¡Es tu boda! El tema eres tú. Vamos.

Paula,  cruzando  la  terraza cubierta de flores con  Luciana, agradeció  el estilo ostentoso de su amiga. Su propia boda había sido discreta e íntima. Un intercambio  de  votos entre  dos  amantes  y  los  amigos y familiares  más  cercanos. En la de Luciana, había más de doscientos invitados. No  supo cómo había reaccionado Pedro a  su  vestido porque,   ocupada con el vestido de su amiga, no lo miró cuando llegó a la terraza.

–Estás de vuelta –le dijo la madre de él, cuando estuvieron cara a cara.

Ni  siquiera  el  sol  siciliano  podía  paliar  la  falta  de  calidez  de  la  frase. Paula conocía bien el motivo de su desaprobación. A Ana Alfonso, cuyo linaje documentado se remontaba a antes del siglo  XV,  Paula tenía que parecerle una nuera del  infierno.  Una descastada  que no había cumplido el requisito esencial de una buena esposa siciliana: ser ciega al mal comportamiento de su esposo.

–He venido solo a la boda. Luego me iré.

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