–¿Te fuiste a vivir con ellos?
–No. Esa primera noche estaba tan stresada por la novedad de estar en un sitio nuevo con gente desconocida que no podía respirar. Tuve un ataque de asma. Pasamos la noche en urgencias y después de eso... –hizo una pausa– decidieron que preferían no tener hijos a tenerme a mí. No querían una criatura enferma, viajes a urgencias, preocupaciones y ansiedad. Querían una niña que encajase en esa habitación: rizos rubios, vestidos color rosa y pura perfección. Y esa no era yo; una pena, porque me había enamorado de esa habitación llena de libros. Me encantaba la idea de poder cerrar la puerta y quedarme dentro, simulando que era una biblioteca. Iba a leer cada libro y ería una gran aventura –consciente de que había revelado más de lo que esperaba, aligeró el tono de voz–. Ahora ya lo sabes: soy un desastre porque no tuve libros –tampoco había tenido familia, pero eso no lo dijo–. Tal vez, si hubiera leído cuentos de hadas, no sería tan desastre. Mi problema es que no sabría distinguir un final feliz aunque tropezara con él.
Siguió un largo silencio. Pedro se apoyó en el codo y se irguió para mirarla, incrédulo.
–¿Estás diciendo que cambiaron de opinión?
–Eso sucede. Por eso hacen una prueba. Es importante que el proceso de adopción sea adecuado para todos. Yo no era adecuada para ellos –pensó que eso ya no debería dolerle tanto–. Fue duro para mí porque era muy pequeña y había confiado en ellos. Cuando me dijeron que iba a ser su niñita, lo creí. Fue una estupidez, porque ya sabía que los adultos no solían hablar en serio.
–¿Y después de eso? –su rostro estaba pálido.
–Después me esforcé en convertirme en una niña inadoptable. Eso era lo mejor para todos.
–Porque no querías arriesgarte a que ocurriera de nuevo –estiró el brazo y le apartó el pelo de la cara con suavidad–. ¿Cuántos años tenías?
–Tenía ocho años. Pero los había pasado en casas de acogida y residencias, así que no era la niña de ocho años típica –sintió que sus brazos la rodeaban y la apretaban contra él.
–¿Por qué no me lo habías contado antes?
–Intento no pensar en ello. Es el pasado. No es relevante –según lo decía, supo que no era verdad.
–Ambos sabemos que es relevante. Y es la razón de que te protejas con tanta fiereza. Explica muchas cosas –la abrazó con fuerza, como si quisiera compensar años de aislamiento y soledad.
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