«¿Desafortunado?». La niebla de la mente de Paula se despejó. Todo lo que se había ablandado volvió a endurecerse.
–Al menos admites que fue una mala decisión, supongo que es un principio –dijo, temblorosa.–Si hubiera sabido que iba a afectarte tanto, es obvio que habría tomado otra decisión, pero el negocio caribeño estaba en una fase muy delicada.
«¿Delicada?». Paula se vió en la cama del hospital, cuando le dieron la noticia. Él no tenía ni idea de por lo ue había pasado, y ella no se había molestado en contárselo porque ya era irrelevante.
–Estás diciendo que solo fue una mala decisión por cómo reaccioné. Si hubiera actuado como una tolerante esposa siciliana, poner tu trabajo por encima de todo habría sido aceptable.
–Ese es nuestro hotel de más éxito. Si no hubiera ido ese día, habríamos perdido la puja.
–Así que estás diciendo que el negocio era más importante que yo, y que no te arrepientes porque te está dando buenos beneficios.
–¡Otra vez estás tergiversando lo que digo!
–No tergiverso nada. Lo veo todo muy claro.
–Ya está hecho. No tiene sentido recordarlo.
–Me alegra saber que no te fustigas por ello –dijo Paula, seca–. Odiaría pensar que los remordimientos te quitan el sueño por la noche.
–Lo que digo es que anclarse en el pasado es un desperdicio de energía. No se puede cambiar.
–Cierto, pero puede utilizarse como indicador del comportamiento futuro. Se llama aprender de los errores. Algo que a tí no se te da bien, quizá porque el ego te nubla la visión –Paula saltó de la cama y fue hacia su maleta, abandonada en el suelo. Horrorizada por lo cerca que había estado de dejarse seducir por un regreso al pasado, tiró de la cremallera.
Él la miraba, incrédulo.
–¿Qué diablos haces ahora?
–Irme. Es lo que intentaba hacer antes de que entraras aquí y utilizaras el sexo como arma.
–No utilicé el sexo como arma –su mirada se volvió oscura y peligrosa–. A no ser que te refieras a usarlo para cascar tu inexpugnable coraza.
–Llevo esa coraza para protegerme de gente como tú.
–Te amaba. Aún te amo –su voz se espesó–. Me comprometí contigo, pero por lo visto eso no significó nada para ti. Sigue sin significar nada.
–Nunca me amaste, Pedro. Te gustaba el reto, la persecución... –abrió la maleta–. Quizá te gustara que fuese la única mujer que no te miraba embobada y a la que no impresionaban tu dinero y tu estatus. No lo sé, pero sí sé que no era amor. Tú solo amas tu trabajo, es lo primero para tí.
–Te amaba. Pero eso te daba miedo. Tu problema es que no te permites necesitar a alguien.
–Y eso te irrita, ¿Verdad? No puedes tener una relación con alguien que no te necesite. No quieres un igual, quieres a alguien dependiente porque así te sientes más grande y más macho –sacó una camiseta de la maleta–. Me obligaste a necesitarte. Pinchaste y pinchaste hasta agujerear la armadura que llevo creando toda la vida, y después te marchaste, dejándome expuesta.Te odio por eso.
–¿Por qué no me lo dijiste en vez de irte sin más? Eso fue una cobardía.
–Fue pura supervivencia.
–Volví del viaje dispuesto a ofrecerte todo mi apoyo y estabas allí sentada, en silencio. No me hablaste, excepto para decir: «Voy a dejarte».
Ella no había tenido palabras para comunicar lo que sentía. Era algo tan enorme y aterrador que apenas era capaz de funcionar como persona.
–No había más que decir –Paula se puso unos pantalones vaqueros–. Esta conversación ha terminado. Mi vuelo sale dentro de una hora.
–Entonces saldrá con una pasajera menos –el tono áspero de su voz habría detenido a cualquier otra mujer, pero Pedro se puso los zapatos.
–Estaré en ese avión, y si intentas detenerme, llamaré a la policía –prefirió no recordar que el jefe de policía cenaba con los Alfonso muy a menudo–. El divorcio sigue adelante. Esta mañana firmé todos los documentos que trajo Hernán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario