lunes, 4 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 6

–Haré lo que se espere de mí  –dijo ella,  pensando que era  una actuación.

Si tocaba sonreír, sonreiría;  si bailar,  bailaría. De niña había aprendido a ocultar sus emociones:  lo exterior no tenía por qué reflejar lo interior. Se sintió capaz de enfrentarse a la situación  hasta que  cruzaron  las  verjas del complejo y comprendió que el chófer tomaba la carretera privada que iba a Villa Afrodita. La joya de la corona. El escondite y respiro de Pedro tras las exigencias de su imperio empresarial.Cuando  habían  construido  el  complejo,  habían  instalado  allí  la  sede  de  la corporación. Paula siempre  había admirado la oficina de Pedro,  que  sacaba  el  máximo partido del  entorno  costero. Era ingeniero de estructuras y su talento era visible en el innovador diseño de su oficina. Previsiblemente, las paredes eran de cristal.  Lo inesperado era que el suelo, que se extendía por encima del agua, también lo era; el colorido de los peces  mediterráneos que nadaban  bajo los pies del visitante, eran una distracción segura.

Era  típico  de  Pedro combinar  lo  estético  con  lo  funcional,  y lo hacía en todos sus hoteles.

–No veo por qué una oficina tiene que ser una caja aburrida en el centro de una ciudad llena  de  contaminación  –había dicho cuando ella vió su  despacho  por  primera  vez–.  Me  gusta el  mar.  Así, aunque tenga  que  estar  trabajando, lo disfruto. Esa amplitud de miras, junto con su sofisticación y aprecio del lujo había hecho que su empresa fuera todo un éxito.

–¿Por qué vamos por esta carretera? No voy a alojarme aquí –preguntó ella,  descompuesta.  Villa  Afrodita  le  recordaba  su  luna  de  miel,  tan  felíz y cargada de esperanzas de futuro.–¿Qué importa dónde duermas? –su voz sonó dura y despiadada–. Si lo que compartimos fue  «solo  una  boda»,  aquí  tuvimos  «solo una luna de miel»,  así que el lugar no tiene valor sentimental para tí. Es solo una cama.

Paula intentó  regular  el  ritmo  de  su  respiración.  Llevaba un inhalador  para el asma en el bolso, pero no iba a utilizarlo delante de él excepto en caso de vida o muerte. La había  atrapado.  Si admitía  lo  que  le  hacía  sentir  el  lugar,  revelaría  sentimientos que no quería revelar. No admitirlo suponía alojarse allí.

–Es tu mejor propiedad  –sabía que a  veces  se la había  prestado  a  músicos y actores famosos de luna de miel–. ¿Por qué desperdiciarla en mí?

–Es la única cama libre del complejo. Duerme en ella y agradécelo –su voz sonó tan fría  y  objetiva que por un  momento ella creyó que la villa no significaba nada para  él. Para un  hombre que tenía cinco casas y pasaba  la  vida de viaje de negocios, no era más que otra lujosa vivienda.O tal vez la llevaba allí para castigarla.

–Bueno, por lo menos tiene buena conexión de Internet  –dijo ella, mirando al  frente.

Intentó no recordar que mirarlo a los ojos había sido su pasatiempo  favorito,  por  la  increíble conexión  que  sentía.  Con  él  había  descubierto  la  intimidad,  que conllevaba  apertura y, a su vez, vulnerabilidad, como había descubierto a su pesar. Él le había exigido  su confianza,  y  había  terminado  rindiéndose.  Y  después él le había fallado de tal manera que no creía que sus heridas llegaran a cicatrizar nunca.

–Se  te  trata como  a una huésped de honor.  Los dos  sabemos  que  es más  de  lo  que  mereces. Vamos.

Sin darle tiempo a discutir, abrió  la  puerta  y  bajó del coche con el ímpetu que lo caracterizaba. Laurel comprendió que él solo pensaba en que ella lo había dejado. Se centraba en su orgullo, no en la relación. Se consideraba la parte agraviada.No  tuvo  más  opción  que  seguirlo  por  el  camino  que  llevaba  a  la  villa.  Sabía que dentro el aire acondicionado sería un alivio tras el sol siciliano. A no ser que fuera la pasión lo que la quemaba. Pedro abrió  la  puerta  mientras  el  chófer  retrocedía  y  ponía  rumbo  al  hotel principal.

–¿Por qué no te ha esperado?  –preguntó Paula.

Entró intentando no  recordar su noche de bodas, cuando había cruzado el umbral en brazos de él.

–¿Por qué crees?  –dejó la maleta en el  suelo–.  Porque yo también me alojo aquí.

–Por favor, dime que eso es una broma...   –su voz sonó rara, automática–.  Solo hay  un  dormitorio.

 Un dormitorio enorme con  vistas a la  piscina  y  a  la  playa.  El dormitorio  en  el  que  habían pasado  largas  y  ardientes  noches juntos.

–Culpa  a  Luciana.  Es su boda  y ella distribuye las habitaciones –Pedro sonrió con amargura.

–¡No voy a compartir una cama contigo! –casi gritó ella.

Él se volvió con expresión feroz.

–¿Crees  que  necesitas  decirme  eso?  ¿Crees  que  te  aceptaría  en  mi  cama después de lo que hiciste?

Con  el  corazón  martilleándole  en  el  pecho,  ella  dió  un paso atrás,  aunque sabía que él nunca le haría daño. Al menos, no físico.

–No puedo quedarme aquí  contigo  –las emociones afloraban desde dentro, incontenibles–. Es demasiado...

–Demasiado ¿Qué?

A ella se le aceleró el corazón.  Él era experto en  leerle la  mente y era imperativo que  no  lo hiciera en ese momento. Agradeció su práctica a la  hora  de esconder lo que sentía.

–Es incómodo –dijo con frialdad–. Para ambos.

–Creo  que  «incómodo»  es  el  menor  de  nuestros  problemas –él  apretó  los labios–. No te preocupes, dormiré en el sofá. Me resultará fácil no tocarte, tranquila. Ya tuviste tu oportunidad –con una indiferencia insultante, se alejó de ella.

Sin embargo, había rastros suyos por todas partes: una chaqueta sobre el  respaldo de un sillón, un vaso de  limonada  a  medias, su  ordenador  portátil  en  reposo,  porque  trabajaba  tanto  que  nunca lo apagaba. Todo  eso  era  parte  de él, demasiado familiar, y ella sintió que la ahogaba. Habría querido dar marcha atrás  al  reloj,  pero  no  habría  sabido  hasta  qué momento. Su amor había estado condenado desde el principio. Entre los dos habían conseguido que Romeo y Julieta parecieran una pareja divina.

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