No funcionaban bien juntos. Una relación necesitaba más que química para ser duradera.De repente, él volvió la cabeza y captó su mirada. Frunció el ceño, como si hubiera visto algo en su rostro que lo intrigaba. Paula se quedó sin aire. Observó cómo él intentaba leerla utilizando su aguda mente para analizar los datos que tenía a su disposición. Una de las primitas de Luciana, nerviosa por la multitud, se agarró a su pierna, buscando seguridad. Pedro respondió de inmediato, alzando a la niña en brazos. La niña enterró la cabeza en su hombro y él acarició los rizos rubios con mano firme, mientras susurraba palabras tranquilizadoras.Fue como una bofetada ver esa exhibición de protección masculina. Ese era Pedro en su salsa, rodeado de gente que dependía de él.Era una ironía que la única vez que ella se había permitido hacerlo, él no hubiera respondido. Laurel se apartó discretamente del grupo y fue hasta el otro extremo de la terraza. Si daba un rodeo, podía volver a la villa sin que la vieran. Era su oportunidad para salir de la vida de Pedro sin complicaciones. Haría la maleta y pondría rumbo al aeropuerto. No esperaría más. Volaría a donde fuera para no pasar la noche en Sicilia.
–¿Qué ocurre, Paula? –preguntó Federico, interponiéndose en su camino.
–Necesito estar sola –no lo quería como testigo de su desconsuelo.
Era humillante.Unos dedos fuertes agarraron su barbilla y le alzaron el rostro. Frunció el ceño al ver sus ojos.
–Estás llorando. ¿Por qué ibas a llorar tú?
–He estado mirando al sol.
–¿Por qué te marchas?
–Porque fue una locura venir –le contestó–. Un divorcio y una boda no combinan bien.
–Estaba observándote. Cuando Luciana dijo sus votos, parecía que alguien te estuviera arrancando la piel tiras.–La muerte de un matrimonio siempre es triste.
–No estaba mirando a una mujer que lamentara la muerte de su matrimonio.
–Me viste dolida. Fue difícil para mí verlos intercambiar esos votos, cierto. Eso no cambia el hecho de que Pedro y yo hayamos acabado.
–¿Por qué? Es obvio que sigues enamorada de él.
–¡No estoy enamorada de él! –su pie casi resbaló en el escalón–. Es... eres... No lo estoy –no quería estarlo, se negaba a estarlo. Eso sería como haber estado a punto de ahogarse en el mar y luego decirle a alguien que se amaba el agua.
–Nunca he visto a una mujer esforzarse tanto por no mirar a un hombre como tú a Pedro durante la ceremonia. ¿Temías que, si lo mirabas, él vería lo que sentías? Siempre tuvieron eso... –abrió las manos con un gesto expresivo– esa capacidad de leerse la mente. Sabían lo que estaba pensando el otro. Él solía bromear conmigo por eso, me decía que un día encontraría a una mujer con la que conectaría como él contigo.
Paula se sentía como si estuviera a punto de desmayarse. Quería que Federico la dejara en paz.
–Ocúpate de tu vida sentimental, Federico, yo me ocuparé de la mía –intentó pasar, pero él la agarró.
–Lo que hiciste casi destrozó a mi hermano. Le ví arrastrarse día tras día. Perderte fue como perder el oxígeno. Sin tí no podía respirar.
–Federico... –Paula tampoco podía respirar. Empezaban a arderle los pulmones.
–Lo más gracioso es que no creía en el amor hasta que los ví a los dos juntos.
Paula se agachó, pasó por debajo de su brazo y echó a correr. Suponía que podría disponer de pocos minutos. Minutos para hacer la maleta y marcharse de la villa antes de que él fuera a buscarla. Minutos para acabar con la historia para siempre.El cielo había pasado del color rojo a un negro aterciopelado, tachonado de estrellas. Si había un momento para creer en el romance y en los finales felices, era ese. Pero ella no era creyente. Se había terminado y tenía que salir de allí.
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