lunes, 11 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 24

No  funcionaban  bien  juntos.  Una relación necesitaba  más  que  química  para ser duradera.De repente, él volvió la cabeza y captó su mirada. Frunció el ceño, como si hubiera visto algo en su rostro que lo intrigaba. Paula se quedó sin aire. Observó cómo él intentaba leerla utilizando su aguda mente para analizar los datos que tenía a su disposición. Una de las primitas de Luciana,  nerviosa por la  multitud, se agarró  a  su  pierna,  buscando  seguridad.  Pedro respondió  de  inmediato,  alzando a la niña en brazos. La niña enterró la cabeza en su hombro y él acarició los rizos rubios con mano firme, mientras susurraba palabras tranquilizadoras.Fue como una bofetada ver esa exhibición de protección masculina. Ese era Pedro en su salsa, rodeado de gente que dependía de él.Era una ironía que la única vez que ella se había permitido hacerlo, él no hubiera respondido. Laurel se apartó discretamente del grupo y fue hasta el otro extremo de la  terraza.  Si  daba  un  rodeo,  podía  volver  a  la  villa  sin que la vieran.  Era su oportunidad  para  salir  de  la  vida  de  Pedro sin  complicaciones.  Haría  la  maleta y pondría rumbo al aeropuerto. No esperaría más. Volaría a donde fuera para no pasar la noche en Sicilia.

–¿Qué ocurre, Paula? –preguntó Federico, interponiéndose en su camino.

–Necesito estar sola –no lo quería como testigo de su desconsuelo.

Era humillante.Unos dedos fuertes agarraron su barbilla y le alzaron el rostro. Frunció el ceño al ver sus ojos.

–Estás llorando. ¿Por qué ibas a llorar tú?

–He estado mirando al sol.

–¿Por qué te marchas?

–Porque  fue  una  locura  venir  –le  contestó–.  Un  divorcio  y  una  boda  no  combinan bien.

–Estaba observándote. Cuando Luciana dijo sus votos, parecía que alguien te estuviera arrancando la piel tiras.–La muerte de un matrimonio siempre es triste.

–No estaba mirando a una mujer  que lamentara  la  muerte de su  matrimonio.

–Me viste dolida.  Fue difícil para mí  verlos  intercambiar  esos  votos,  cierto. Eso no cambia el hecho de que Pedro y yo hayamos acabado.

–¿Por qué? Es obvio que sigues enamorada de él.

–¡No estoy enamorada de él! –su pie casi resbaló en el escalón–.  Es...  eres...  No  lo  estoy  –no quería estarlo,  se negaba a estarlo.  Eso sería como haber estado a punto  de  ahogarse en el mar y luego  decirle  a  alguien  que  se  amaba el agua.

–Nunca he visto a una mujer esforzarse tanto por no mirar a un hombre como tú a Pedro durante la ceremonia. ¿Temías que, si lo mirabas, él vería lo que sentías?  Siempre  tuvieron  eso...  –abrió las manos con un gesto  expresivo– esa capacidad de leerse la mente. Sabían lo que estaba pensando el  otro.  Él solía bromear conmigo por eso, me decía que un  día  encontraría a una mujer con la que conectaría como él contigo.

Paula se sentía  como  si  estuviera  a  punto de desmayarse.  Quería que Federico la dejara en paz.

–Ocúpate de  tu  vida  sentimental,  Federico,  yo  me ocuparé de la  mía  –intentó pasar, pero él la agarró.

–Lo que hiciste casi  destrozó  a  mi  hermano.  Le  ví  arrastrarse día tras día. Perderte fue como perder el oxígeno. Sin tí no podía respirar.

–Federico... –Paula tampoco  podía  respirar.  Empezaban a arderle  los  pulmones.

–Lo más gracioso es que no creía en el amor hasta que los ví a los dos juntos.

Paula se agachó, pasó por debajo de su brazo y echó a correr. Suponía  que  podría  disponer  de pocos minutos. Minutos para hacer la  maleta y marcharse de la villa antes de que él fuera a buscarla. Minutos para acabar con la historia para siempre.El cielo había pasado del color rojo a un negro aterciopelado, tachonado de  estrellas.  Si  había  un  momento  para  creer  en  el  romance  y  en  los  finales  felices, era ese. Pero ella no era creyente. Se había terminado y tenía que salir de allí.

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