lunes, 30 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 65

 -A los diecisiete años se fue a pasar el verano a la granja de su tío en Kentucky. Le encantaban los caballos. Allí conoció a mi padre. El era el hijo de unos vecinos. Acababa de alistarse al ejército y se marchaba a finales de verano. Le sacaba varios años a mi madre. Cuando los padres de ella supieron del romance con mi padre, que aparentemente sólo quería un lío de verano, se pusieron furiosos. La presionaron para que terminara con él, de modo que ella le escribió una carta después de que él marchara, rompiendo la relación. Después se enteró de que estaba embarazada. Sus padres, preocupados por el escándalo, la enviaron de vuelta a la granja en su último año de estudios. 


-Y fuiste un bebé tan precioso que tu madre no quiso deshacerse de tí.


Las palabras de Pedro le hicieron sonreír.


-Cuando nací mis abuelos dejaron que mi madre volviera a casa bajo dos condiciones. Nunca más podría ponerse en contacto con mi padre, y tendría que terminar los estudios. Hizo eso, y luego se casó con Alberto -Paula suspiró-. Toda la ciudad pensó que Alberto era mi padre porque se casó con él al poco de tenerme a mí.


-Vaya. ¿Nunca volvió a hablar con tu padre?


-No. El no sabía nada de mí ni de lo que ocurrió hasta que yo lo llamé. Le dí un buen susto -se limpió las lágrimas otra vez-. Tengo veintiocho años y no he visto nunca a mi padre.


-Él tiene por lo menos cincuenta años y no conoce a su hija.


-Cierto -suspiró Paula-. Me pregunto cómo es; si es más alto que yo, si tenemos los mismos ojos. Todo eso.


-¿Entonces por qué no toma una avión y viene a verte? ¿O por qué no vas a verlo tú?


-No es tan sencillo -tragó saliva-. Está enfermo.


-¿Enfermo?


-Tiene cáncer -soltó las palabras como si le pesaran toneladas-. Cáncer de pulmón, para ser más exactos. Es curioso que vaya a morirse de lo mismo que mi madre, sólo que ella fue de ovarios. Supongo que por eso tengo tanto miedo de perderlo antes de tener la oportunidad de conocerlo.


Paula aspiró hondo, como si intentara por todos los medios no ponerse a llorar. Pedro le tomó la mano y se la apretó. Entonces se dió cuenta de la suerte que había tenido de poder tener padre y madre, ambos vivos y aún juntos. Sabía que ella había tenido una vida dura, pero nunca había conocido los detalles. Era de esas personas reservadas que sonreía al mundo y fingía que todo iba bien.


-¿No pueden hacer nada por él?


-Lo están haciendo. Dentro de una semana empiezan con la quimioterapia, porque la cirugía y la radioterapia no han servido de mucho. Yo quería ganar la caravana para... -se calló-. Parece ridículo.


-Cuéntamelo.


-Quería ganarla para poder llevarme de viaje a mi padre. Como nunca lo he visto y sólo he hablado unas cuantas veces por teléfono con él, se me ocurrió que sería buena idea pasar una semana viajando por California para poder conocernos. Sin interrupciones, sin otras personas alrededor. Lejos de los hospitales y de las enfermeras. Sólo mi padre y yo.


De pronto el concurso de «Sobrevive y Conduce» tomó un significado nuevo para él. Paula no quería ganar la caravana por alguna razón superficial como las demás personas; la quería para tener la oportunidad de sentirse en familia, para experimentar algo que nunca había podido sentir. Sintió el anhelo de ella, su dolor, su necesidad. 

Enfrentados: Capítulo 64

 -Bueno, yo me marcho. 


-¿Te marchas? -dijo Luis. 


-He terminado. Me voy.


Todos lo miraron sorprendidos. 


-¿Así sin más? -le preguntó Alicia.


-Sí. Se me han terminado las vacaciones.


-¿Estas han sido tus vacaciones? -le preguntó Paula.


-Aquí hay una tele estupenda, y la mía estaba rota -se encogió de hombros-. Quería ver el final de la temporada de rodeos y este me pareció un buen plan. Pero ahora tengo que volver al trabajo.


-¿Tienes un trabajo? -Alicia se quedó boquiabierta.


-Sí. Más o menos. A veces trabajo en la gasolinera. Soy limpiador. Si alguien ensucia algo, yo lo recojo.


Y así sin más Adrián se marchó. Los cuatro se miraron con sorpresa.


-¿Estas eran sus vacaciones? -dijo Alicia.


Uno menos. Eso fue lo que Paula escribió en su diario después del desayuno. "Si pudiera encontrar el modo de librarme de Alicia y de Luis... Aunque sigue estando Pedro. Tiene una buena razón para querer lacaravana, pero no tan importante como la mía. Ojala pudiera cerrar los ojos y despertarme en California". Y cerró los ojos. Las lágrimas que había estado a punto de derramar toda la mañana surgieron en ese momento. Necesitaba estar con su padre, que era su familia. Necesitaba sentir que alguien la amaba sólo por sí misma. Llamaron a la puerta del dormitorio, y se incorporó rápidamente y se limpió las lágrimas.


-¿Sí?


-¿Estás visible?


-Sí.


Pedro entró, le echó una mirada y cerró la puerta. Fue a la cama y la abrazó. Y Paula empezó a llorar otra vez, con una mezcla de alivio y necesidad. Se agarró a Pedro, consolándose con su presencia. Por primera vez en su vida, Paula Chaves sintió que confiaba en otra persona. Y en el fondo se dió cuenta también de que no se sentía mal, o estúpida por hacerlo. Se sentía bien. Con Pedro se sentía muy bien. Cuando terminó de llorar se retiró y se limpió la cara con las manos.


-Lo siento, yo...


-Calla... -sacó un pañuelo de una caja que había sobre la mesilla de noche-. No tienes que explicarme nada.


-Sí. Teniendo en cuenta que te he empapado la camisa, al menos debo decirte por qué -esbozó una sonrisa débil y le puso la mano sobre la parte húmeda de la camisa-. Quiero ganar la caravana para poder ir a ver a mi padre.


-¿A Alberto? Pensé que había muerto. 


-Quería decir a mi verdadero padre. Lo encontré hará un par de semanas. O más bien, lo dejé sorprendido cuando le dije que yo era su hija. Durante todos estos años, él nunca supo que tenía una hija -suspiró.


-¿Cómo es eso posible?


-Cuando Alberto murió tuve que vender la casa. En el ático encontré una caja con cosas de mi madre que no había visto nunca. En un diario encontré una copia de mi partida de nacimiento con su nombre escrito allí y también unas cartas. Cartas de amor. Contraté a un detective privado, le dí la poca información que tenía y en unas semanas lo encontraron. Mi padre se quedó muy sorprendido cuando me puse en contacto con él el mes pasado. No tenía ni idea.


-Vaya. Es increíble -dijo Pedro-. ¿Pero por qué tu madre no te habló de él?


Aspiró hondo y finalmente empezó a contar la historia que llevaba tantos años siendo un secreto. 

Enfrentados: Capítulo 63

 -¿Desde cuándo eres un experto? -dijo, pero sus palabras carecían del sarcasmo habitual.


Paula deseaba cosas sencillas de la vida; la oportunidad de comprobar si podía tener éxito o fracasar ella sola. Pedro lo entendía. Él quería más o menos lo mismo para sí. Ella no había tenido la oportunidad de hacer lo que quería, y si le presionaba ahora para que se casara con él, acabaría metiéndola en el mismo sitio del que intentaba escapar. De modo que en lugar de decirle lo que sentía, mintió.


-No soy un experto, Paula. No sé mucho del amor. 


Antes de que ella pudiera responder, él se retiró. Agarró su bloc de notas, se sentó en la parte delantera de la caravana y le quitó a Adrián de las manos el mando. Intentó trabajar, pero no escribió ni una coma. Sólo pudo quedarse mirando por la ventana mientras pensaba en el error que había cometido proponiendo a Paula matrimonio. 


Cuando Pedro salió de la cocina, ella escapó al baño, intentando no pensar en lo que acababa de pasar. Pero aun así, la conversación no dejaba de repetirse en su pensamiento. Disimuladamente, Pedro le había pedido que se casara con él. ¿O no? Cerró los ojos y dejó que el agua caliente le cayera sobre los hombros y la cara. Casarse con él. Sin duda una locura. Pero mientras lo pensaba se imaginó con él en una casa, haciendo cosas juntos. Pensó en sonrisas felices y en besos a la puerta, en cenar en la cama y en abrazarse en el sofá. Sacudió la cabeza. Pedro no estaba hecho para el matrimonio. ¿O sí? ¿Podría... Amarla? Sintió ganas de llorar, y el corazón empezó a latirle con rapidez. ¿Cuándo se había preocupado ningún hombre por ella lo suficiente para prestarle la atención que le había prestado Pedro? ¿Y cuándo se había sentido tan conmovida por un gesto tan sencillo? 


Paula volvió a la realidad. Liarse con Pedro en ese momento era una locura. Ella tenía planes. Sueños. Y él no formaba parte de ellos. Al final sería como todas las demás personas que habían pasado por su vida, como su madre, como David o como Alberto, y la abandonaría. Se dijo que no necesitaba a nadie. Quería cortar con todo, y eso incluía a Pedro Alfonso. Desgraciadamente, allí era imposible escapar de él. En cuanto salió lo vió sentado con los demás a la mesa de la cocina. Entró y notó que los cuatro desayunaban en silencio. Según iban pasando los días la conversación había decaído, incluso entre Alicia y Luis. Adrián terminó su cuenco de cereales con rodajas de plátano, se puso de pie y se estiró. 

Enfrentados: Capítulo 62

Al momento, Pedro le pasó la taza de café y se sentó enfrente de ella.


-Sabes... -aspiró hondo antes de dar el paso-, es una pena que no estemos casados.


Paula empezó a toser como si se estuviera atragantando.


-¿Casados?


-Si estuviéramos casados, los dos podríamos ganar -sonrió, suavizando la seriedad de sus palabras-. Y después nos marcharíamos juntos hacia el atardecer. Ella sacudió la cabeza. -El matrimonio no forma parte de mis sueños. 


Él dió un sorbo de café.


-¿Por qué no? -le preguntó, claramente decepcionado.


-Porque me volvería a atar a esta ciudad -agarró la taza con las dos manos-. Cometí ese error una vez. No pienso volver a cometerlo. Aún no he vivido mi vida. Sólo he vivido la vida en la que estaba atrapada por no saber elegir.


-¿Con un hombre?


Asintió antes de dar otro sorbo.


-Mi mayor error se llamaba David. Estábamos enamorados -dijo con sarcasmo-. O al menos yo lo estaba. Me dijo que estábamos prometidos, pero nunca se molestó en comprarme un anillo, de modo que todo acabó en una apariencia de felicidad.


-¿Pero por qué saliste con él?


Suspiró largamente.


-No sé explicarte lo horrible que era vivir con Alberto. Él... yo no le importaba nada, y ni siquiera me hacía caso a no ser que fuera para decirme que fregara el suelo o que el frigorífico estaba vacío - sacudió la cabeza-. Cuando cumplí dieciocho años, lo que más deseaba era salir de eso. De modo que me enamoré del primero que vino, me tragué todo lo que me dijo y me fui a vivir con él -suspiró y dió otro sorbo de café-. Vivimos juntos durante tres años mientras él tiraba de mí, haciéndome una promesa tras otra. Trabajaba en la acerería, igual que su padre y sus hermanos y sus tíos... Imagínatelo.


-¿Y tú?


-Entré a trabajar en el salón de Flo lavando cabezas. Después estudié en la escuela de peluquería y esteticien. Supuse que sería una buena profesión si lo de la cocina no salía. David dijo que su situación era temporal, hasta que tuviéramos el dinero suficiente para comprar una furgoneta y marcharnos de la ciudad -se echó a reír-. Consiguió la furgoneta, pero se olvidó de llevarme a mí. Se marchó a Nashville, supongo que a ganar dinero. Al menos me dejó una nota.


-¿Y después de marcharse? ¿Por qué no te fuiste entonces de la ciudad?


-Debería haberme marchado, pero no lo hice. Alberto salió herido en una pelea en un bar y acabé cuidando de él. Lo sé, fue una estupidez por mi parte, pero sentí que le debía algo. Mi madre lo había querido, y supongo que fue por eso. Cuando estaba sobrio era muy divertido, y un hombre que te hace sonreír es fácil de perdonar -cerró los ojos y se dio la vuelta-. Cuando se recuperó me pareció más fácil quedarme en Mercy. Tenía un empleo, tenía una casa en alquiler. Me dije que era todo lo que necesitaba.


-¿Y ahora?


-Ahora por fin ha llegado mi oportunidad. No pienso echarme atrás esta vez. Dejé el empleo en la peluquería antes de montarme en la caravana. La gane o la pierda, tendré que empezar de nuevo.


-Eso requiere coraje.


Ella sacudió la cabeza, y Pedro percibió el miedo en su mirada. 


-Coraje no, Pedro, desesperación -se puso de pie y fue a servirse otra taza de café.


-¿Qué hay en California que no haya aquí?


-Tengo familia -dijo en voz tan baja que Mark tuvo que hacer un esfuerzo para oírla-. Además, es hora de hacer mi vida. Llevo veintiocho años aquí, siempre por otras personas. Primero fue David, después Alberto -añadió-. Ahora me toca a mí hacer lo que quiero y no pienso permitir que nadie me aparte de mi objetivo.


Pedro se puso de pie y se acercó a ella. Entonces le tomó la mano.


-Puedes tener todo eso con un hombre a tu lado, también. Si él te ama, querrá que persigas tu sueño.


Ella se apartó.


-Sí, para que después me abandone cuando yo me haya enamorado de nuevo como una tonta, ¿Verdad?


-El amor verdadero no quiere decir que seas tonta, Paula-le volvió la cara para que lo mirara; en sus ojos vio el brillo de las lágrimas-. Tal vez lo que sentías por David no era real.


Ella tragó saliva. 

Enfrentados: Capítulo 61

"Marcos, No he dormido mucho últimamente y no, no te voy a decir por qué. Basta decir que el tener a Paula en la misma habitación  me impide concentrarme en nada más. Esa abuela, Alicia, se pasó toda la noche tejiendo, observándonos como un halcón. Llevo trabajando desde el amanecer, lo cual en este momento tal vez sea lo más inteligente. Dale un abrazo a Catalina de mi parte. Pedro". Pedro envió el mensaje a su hermano y seguidamente abrió el archivo de su propuesta para el programa de formación. Lo releyó, y tuvo que reconocer que le había salido bien. Conocía a dos clientes antiguos de su hermano y suyos que habían mostrado un interés en aquel programa el año anterior, pero en ese momento no habían concretado nada, tan solo la idea. Rezó en silencio mientras les escribía un correo electrónico y les enviaba la propuesta. Se retiró un poco y se dio un masaje para aliviar el dolor de cuello antes de cerrar su portátil. Al otro lado de la habitación, finalmente Alicia se había dormido y estaba roncando. Esperaba que Paula no roncara así cuando fuera su esposa... ¿Su esposa? ¿Desde cuándo había empezado a pensar en Claire en esos términos? La miró. Estaba vuelta hacia el otro lado de la cama, de espaldas a él. Tenía el cabello esparcido sobre el almohadón como una nube dorada, y la manta se le había resbalado de nuevo hasta las caderas. Al mirarla, se dió cuenta de que esa idea le había rondado el pensamiento casi desde el principio del concurso.  En algún momento durante los últimos seis meses Pedro había decidido dejar su vida de play boy y convertirse en un hombre de familia. Madurar significaba darse cuenta de lo que verdaderamente importaba, de lo que haría su vida más completa. Y sin duda eso sería establecerse en un lugar, junto a una mujer. De todas las mujeres con las que había salido, no se le ocurría ni una sola con la que hubiera querido quedarse más de unos cuantos días. Salvo Paula. Sólo podía pensar en lo mucho que la deseaba ese día, al siguiente, al otro, y durante todos los años de su vida. Pedro Alfonso, soltero empedernido, se estaba enamorando. Como si la hubiera llamado con el pensamiento, Paula se dió la vuelta.


-Eh -dijo con voz adormilada.


-Hola.


Se puso de pie y fue a la cocina. La camiseta de dormir era larga, pero para deleite de Pedro le dejaba las piernas al descubierto. Incluso por la mañana, sin un ápice de maquillaje en la cara, Paulaestaba guapa. La luminosidad natural de sus facciones parecía más resplandeciente a la suave luz del interior de la caravana.


-Hay café -Pedro se levantó, fue al mostrador y retiró la jarra de la cafetera-. Siéntate y te sirvo una taza.


-Gracias -se sentó en el banco, se dió la vuelta y levantó dos dedos- . ¿Puedes ponerme dos cucharadas de azúcar y... ?


-Dos cucharadas de azúcar y una gota de leche -terminó de decir-. Me fijo, Paula -añadió al verla sorprendida.


-Yo... Me siento halagada. Nadie se ha fijado nunca en cómo tomo el café.


-Te lo he dicho, no soy como los demás hombres que has conocido.


-Tal vez no -concedió ella. 

viernes, 27 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 60

 -¿Te pongo nervioso?


-No. Me animas a intentarlo con más empeño –le agarró el mentón-. Creo que eso es bueno. ¿No te parece?


Antes de contestar, la cama sobre la cabina empezó a chirriar de nuevo. Se apartó de Pedro; y el hechizo se rompió.


-Parece que no somos los únicos que nos estamos divirtiendo -le susurró.


-¿Tú llamas... A lo que estamos haciendo... Divertirse?


-Oh, sí.


Le apartó un mechón de pelo de la cara y se lo colocó detrás de la oreja. La ternura de aquel gesto casi consiguió que se le saltaran las lágrimas. 



En esos días, Paula había descubierto que Pedro se había convertido en un hombre en quien podría depender, tal vez a quien podría amar. ¿Amar? ¿Por qué había pensado en eso? El amor no entraba dentro de sus planes. En absoluto. Pero al mirar a Mark empezó a preguntarse si... ¿Y si fuera así? Repentinamente la habitación quedó inundada por una luz blanca cegadora. Ellos se separaron y se cubrieron los ojos. Allí estaba Alicia, con las agujas de tejer en la mano, levantadas como la porra de un policía.


-Deberían avergonzarse de su comportamiento -gritó hacia la parte superior de la cabina, donde estaban Rafael y Julia.


Rafael asomó la cabeza por detrás de la cortinilla que cerraba su habitación.


-Déjenos tranquilos. Estamos recién casados.


-Para eso están las habitaciones de los hoteles -le blandió las agujas de tejer-. Para que puedan hacer eso en privado. No hace falta despertar a todo el mundo con sus locuras.


-¿Qué demonios está pasando? -preguntó Adrián con un bostezo.


-No puede decirnos lo que debemos o no hacer -dijo Rafael-. Julia es mi esposa. Si quiero hacer «Locuras» con ella, las haré.


Alicia colocó las manos en jarras.


-En cuanto Nancy Lewis se entere de esto, saldrán de la caravana en un abrir y cerrar de ojos.


Paula miró a Pedro y se mordió el labio para no echarse a reír a carcajadas. Vió que él también estaba a punto de hacer lo mismo.  Alicia se sentó en la butaca, se cruzó de brazos con una aguja en cada mano, como un faraón egipcio, y echó una mirada malhumorada hacia el altillo sobre la cabina.


-Me quedaré a echarles un ojo, chicos.


Rafael soltó una retahíla de improperios de lo más vulgar que sólo consiguió avinagrar aún más la expresión de Alicia.


-Vamos, Julia. Larguémonos de aquí.


Oyó que se vestían, y al poco bajaron y pasaron delante de Alicia. Julia iba llorando, pidiéndole a Rafael que se lo pensara. Pero su libido debía pesar más que su necesidad de ganar la casa rodante, porque continuó avanzando hasta llegar al dormitorio, de donde sacó las maletas, antes de salir de la caravana dando un portazo. Alicia los ignoró todo el tiempo. Sacó un ovillo de su bolsa y empezó a tejer otra manta. Clic, clac, clic, clac... Paula y Pedro se sentaron en la cama. El ambiente entre ellos se había enfriado, sobre todo bajo la mirada atenta de Alicia. Por primera vez desde que habían llegado a la casa rodante, agradeció la presencia de Alicia. Ella y sus agujas le habían dado un respiro de las emociones confusas que la abrumaban. ¿Sería posible que un momento antes hubiera estado pensando en salir con Pedro, un hombre conocido por sus conquistas y por su miedo a los compromisos? Él decía que había cambiado. Pero también había quedado para cenar con otra esa noche. Bendita Alicia. Si Paula creía lo que un hombre le susurraba en la cama, estaba abocada a cometer un grave error. 

Enfrentados: Capítulo 59

Que besara así de bien era un extra. Una ventaja que desplazó sus emociones hasta una dimensión desconocida hasta entonces. Ella se agarró a él como si fuera su tabla de salvación en un océano plagado de errores y noches solitarias. Él gimió y se apretó contra ella, y sus caricias se hicieron eco de las suyas. Pedro le acarició los costados y le pasó las manos por las caderas. Ella se deleitó al oírlo gemir. Pegó sus piernas a las de él, pidiéndole más con su cuerpo. Le mordisqueó el labio inferior, y él la apretó entre sus brazos con ardor, dejándole claro lo mucho que la deseaba. Paula dejó de pensar con coherencia. Aquel magnetismo tan potente entre ellos fue creciendo en intensidad, coronando y deslizándose como las aguas de un océano sobre la arena. Empezó a acariciarle los pechos a través del algodón fino de la camiseta. Cuando le rozó los pezones, ella volvió a la realidad como si se hubiera topado contra un muro de ladrillo. Se apartó de él y se puso de pie en un segundo mientras se bajaba la camiseta.


-No podemos hacerlo.


Pedro la miró sorprendido.


-¿Hacer el qué?


-Esto... -hizo un gesto hacia la cama, lo miró a él y luego a sí misma; el corazón le latía alocadamente-. No puedo liarme contigo. Así no.


-¿Y qué te hace pensar que esto iba a ir a más?


Ella soltó una risotada.


-¿No es así siempre?


Pedro se puso de pie, se acercó a ella y le agarró la cara con las dos manos. En la oscuridad, le pareció como si sus ojos la taladraran.


-Te deseo. Más de lo que puedas imaginar. Pero eso no quiere decir que sólo quiera acostarme contigo. Con cualquier otra mujer... Bueno, tú no eres cualquier otra -tragó saliva-. No quiero apresurarme contigo. Me importas demasiado. Somos adultos, y creo que lo bastante inteligentes como para saber dónde estamos... Lo que nos ha llevado a hacer esto.


Paula sintió que la emoción le atenazaba la garganta. Ningún hombre había pensado en algo que fuera más allá de lo que podía darle su cuerpo. Ninguno aparte de Pedro.


-Jamás habría pensado que tú pudieras decirme algo así.


Él le acarició el cabello con delicadeza.


-Tal vez no me conozcas tan bien como piensas -se inclinó hacia delante y le rozó los labios con los suyos con un beso tan casto que la conmovió más que ninguna otra cosa-. No soy un hombre corriente, Paula. No tengo dieciocho años y ya no estoy partiéndole a nadie el corazón en el baile del colegio. He cambiado, he madurado. ¿Por qué no quieres confiar en mí?


Ella no contestó. Las razones estaban ahí, pero por alguna razón no pudo expresarlas.


-Fui un estúpido -Pedro le trazó el contorno de los labios con el dedo-. Jamás debería haberle dicho a Nancy que cenaría con ella. Sólo intentaba ponerte...


-¿Celosa? -dijo ella.


-Sí -sacudió la cabeza-. Es como cuando éramos niños; siempre estabas diciéndome que me perdiera -sonrió-. Me volvías loco. Pero al mismo tiempo lo que más quería era besarte.


-¿Besarme? -repitió totalmente anonadada.


-Cada vez que me acerco a tí siento como si tuviera otra vez doce años. Nunca consigo decir o hacer lo correcto. 


No pudo ahogar una sonrisa. 

Enfrentados: Capítulo 58

 -Sabes -empezó a decir Pedro-. Hace una hora, cuando estábamos hablando, estaba pensando en que hay entre nosotros una amistad.


-Sí, yo también.


-No pensé en aprovecharme por estar en la misma cama que tú.


Ella tragó saliva.


-Me alegra saberlo.


-Pero todo eso ha cambiado cuando me he ido a dormir. En mis sueños, Paula, tú insistías mucho en que hubiera algo más que una amistad -esbozó una sonrisa provocativa-. Puedo controlar lo que pasa cuando estoy despierto, pero no lo que sueño. O lo que me haces en los sueños.


-Yo tampoco. 


Estaba tan cerca. Hacía una hora, esa proximidad había significado seguridad, comodidad. En ese momento expresaba algo totalmente distinto. Algo que deseaba mucho más de lo que estaba dispuesta a reconocer. Le acarició la mejilla con el índice, provocándole sucesivas oleadas de calor que se extendieron por su cuerpo en forma de un cosquilleo delicioso. En la oscuridad, sus ojos parecían brillar, y el calor entre ellos se hizo casi palpable.


-Has crecido, Paula.


-Los niños tienden a hacer eso.


-No todo el mundo lo hace con tanta gracia como tú -dijo en tono ronco y sensual.


-Tú... Tampoco se te ha dado tan mal.


Los comentarios irónicos tan normales en ella parecían haberla abandonado.


-No quiero hablar de mí. En realidad, no quiero hablar. Creo que ya hemos hablado bastante -le acarició la mejilla muy despacio-. ¿No estás de acuerdo? Ella sólo le susurró una palabra. 


-Sí...


-Bien.


Entonces Pedro se inclinó hacia delante y la besó. El gesto la pilló desprevenida, suscitando la explosión de sus sentidos. Desde que se habían montado en la caravana Paula se había preguntado qué sentiría si besara a Pedro. No había esperado aquello. Su boca no tocó la suya; la conquistó. Con un solo movimiento consiguió borrar de su pensamiento todas las razones que la habían llevado a pensar que acercarse a él no era buena idea. Su lengua se enredó con la de ella, provocándola hasta que se arqueó de placer. Paula le echó los brazos al cuello y tiró de él hasta que quedó tumbado encima de ella. La seda de sus bóxer le rozaba los muslos, provocando su deseo. Su beso apasionado le azotó las emociones como una tormenta de invierno. Una caricia apasionada y fiera, y al mismo tiempo tierno y casi reverente. Sus labios se deslizaron sobre los suyos, calientes y mojados, y los mordisquearon con insistencia, pidiéndole todo lo que poseía. Ella le dió lo que quería, lo que quería ella, con una ferocidad que la sorprendió. Era como si le hubieran encendido un interruptor en el cerebro, uno que había dado paso a una dinámica diferente entre ellos. Había pensado que sería como los demás hombres que había conocido. En los últimos días, él le había demostrado que no era así. Le había expuesto su lado vulnerable, abriéndole la puerta al verdadero Pedro, a un hombre que poseía más dimensiones de las que ella habría pensado. 

Enfrentados: Capítulo 57

Una playa. Estaba tumbada sobre la arena caliente y sedosa, y una brisa suave le mecía el cabello. Suspiró de satisfacción. Sólo que la arena caliente se elevaba y descendía con suavidad pero sin pausa. Después de quedarse dormida debía de haberse abrazado a él sin darse cuenta. Pero el letargo se desvaneció en un instante y empezó a verlo todo con claridad. Las líneas definidas de un brazo musculoso que le rodeaba la espalda. La pierna, su pierna, enroscada con la de él.  Se incorporó como movida por un resorte. Al hacerlo rozó con la pierna el vientre de Pedro. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que él había estado soñando con otra cosa que no era una playa. ¿Con ella? Paula decidió no pensarlo. Se tapó con la manta y apoyó la cabeza en la almohada de nuevo. La manta no era lo bastante grande para los dos y al ir a taparse destapó un poco a Pedro. Vaciló. Paseó la mirada por sus músculos abdominales, por la tira de vello que le bajaba hasta la cinturilla de los bóxer, por los muslos definidos y potentes...


-¿Ves algo que te guste?


Paula se quedó boquiabierta y se retiró inmediatamente.


-No, sólo es que... Es que... -su cerebro se negó a cooperar.


-Reconócelo. Me estabas observando.


-¡De eso nada! -respondió en el mismo tono que un niño.


Pedro se colocó de lado y apoyó la cabeza en la mano.


-Sí. Y yo voy y me lo creo.


Sonrió, y le pareció que él le estaba leyendo el pensamiento.


-Te iba a tapar. Pensé que tendrías frío.


Él se echó a reír.


-Yo te dije lo mismo antes. ¿Te lo creíste? 


-No -Paula sonrió.


-Vamos. Somos dos adultos sanos. Estamos juntos en la misma cama. Es inevitable que nos echemos alguna mirada -sonrió de oreja a oreja-. O que nos toquemos.


-¡Yo no he hecho tal cosa!


-¿No era tu pierna la que estaba sobre mi cintura...? -señaló su cintura. 


-No ha sido por tí -le dijo, alzando el mentón-. Fue por que estaba soñando con George Clooney.


Él resopló.


-Ya. ¿No estabas pensando en mí en absoluto?


Antes de darle tiempo a contestar, se acercó a ella, elevó el cuerpo y le plantó una mano a cada lado de la cabeza. Su boca estaba muy cerca de la de Paula. Con un esfuerzo mínimo podría echarse hacia delante y besarlo. Quería, vaya que si quería. Desde que habían hablado antes de quedarse dormidos sentía que algo había cambiado entre ellos. Se preguntó por sus motivos para invitar a Nancy a cenar... ¿Habría sido para darle celos? Estaba segura de que había visto interés en los ojos de Mark. Interés por ella, y por nadie más. Un sentimiento de felicidad se apoderó de ella. Debería sentirse molesta o frustrada, cualquier cosa menos feliz de que Pedro se interesara por ella. 

Enfrentados: Capítulo 56

 -Tú no fallaste a la empresa, Pedro; no fue culpa tuya.


Él se apartó y se sentó en el borde de la cama.


-Lo perdimos todo. El banco se quedó con los equipos. Tuvimos que pagar a los programadores y nos quedamos sin nada. Entonces, claro está, no pudimos quedarnos en California, puesto que nadie nos iba a dar trabajo. Así que regresamos a casa.


Paula lo abrazó por la espalda. Pedro pestañeó varias veces para no echarse a llorar. Ella apoyó la cabeza en su hombro y lo besó suavemente en el cuello. Una sensación de seguridad, de aceptación, le llenó el corazón. Paula. ¿Cómo había tenido la inmensa suerte de encontrarse con ella? Mientras lo abrazaba sintió que se quitaba de encima parte del peso de la culpabilidad. ¿No era aquello lo que había estado buscando? ¿Cómo podía no haberse fijado antes, cómo podía haberla ignorado todos aquellos años? Allí mismo, en Mercy, estaba la mujer que siempre había deseado tener. Se quedó allí, tomando fuerzas de su abrazo. En su gesto había aceptación, amistad de verdad, algo que casi rayaba en... Amor.


-Hiciste lo que pudiste -le dijo ella-. No puedes seguir culpándote.


-Sí que puedo -Pedro se volvió hacia ella-. Llevo tiempo ahorrando el dinero que me pagan por escribir manuales, pero no es suficiente. Si gano la caravana, podré venderla y tendré bastante para volver a montar el negocio. Creo que tendré capital de sobra para cinco meses más, que espero sea suficiente para poder despegar.


Se tumbó de nuevo y Paula hizo lo mismo. Entonces él se tapó con la manta y ella se acurrucó junto a él. Deseó tanto abrazarla. Pero no lo hizo porque aún no estaba seguro de lo que sentía ella. Tal vez lo rechazara y todos esos sentimientos acabaran perdiéndose.


-¿Y si no ganas la caravana?


-Me preocuparé de cruzar el puente cuando llegue -dijo Pedro en voz baja-. Mientras tanto, estoy echando al agua unos cuantos barcos más. 

miércoles, 25 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 55

 -Pero fuiste tú el que rescataste a Kevin.


-De mala gana, Paula. Eso no me hace un salvador. 


-Eras un niño. A los diez años se supone que uno no puede ser un ciudadano modelo.


-De un modo u otro, no debería haberme ido. Dicen que el carácter de un hombre se demuestra en los momentos difíciles, y yo... -bajó la voz-. Sé dónde está el mío.


Paula le puso la mano en el brazo, y él sintió que un calor le corría por las venas.


-Creo que te exiges más a tí mismo de lo que nadie ha hecho jamás. 


Pensó en cómo había decepcionado a Marcos.


-Nunca me he exigido lo suficiente -Pedro se tapó el pecho con la manta-. Tal vez deberíamos intentar dormir.


-No me has contestado a mi pregunta.


Cerró los ojos.


-¿Cuál era?


-¿Por qué quieres llevarte la caravana?


Él se dió la vuelta.


-Porque el año pasado le fallé a una persona y esta es mi oportunidad de resolverlo.


-¿De qué estás hablando?


-Esta historia no tiene final feliz. Todavía no.


-No pasa nada -se acomodó la cabeza sobre el almohadón y lo observó en la oscuridad.


Paula esperaría pacientemente; no le presionaría ni le insistiría para que hablara. Si le decía que no quería hablar de ello, lo dejaría ahí. Sabía que era de esa clase de mujer. Y él respetaba eso; la respetaba a ella. Hablarle de Kevin le había ayudado a sentir cierto alivio. Tal vez si le contaba el error que había cometido con Marcos sentiría lo mismo. De modo que aspiró hondo y empezó.


-Hace cinco años Marcos y yo nos marchamos a California para montar nuestro propio negocio. En realidad fue idea de él, y en ese momento yo sólo me uní al proyecto -se encogió de hombros-. Era el cerebro detrás de todo. Yo sólo lo ayudé a vender sus ideas.


-No sé -comentó Paula-. Tú eres un hombre inteligente.


-No lo suficiente. Al menos cuando fue más necesario -Pedro ahuecó la almohada y acomodó la cabeza-. Nos fue muy bien durante cuatro años y medio. Marcos trabajaba como un loco, y eso tenía fastidiada a Daniela. Mi hermano se enfrascó en el negocio y llevaba parte de la administración aparte del diseño del software.


-¿Y qué hacías tú?


-Lo que mejor sabía hacer. Vender. Marcos no es tan sociable...


-Lo contrario a tí -comentó Paula. 


-Sí. Así que yo me dedicaba a las ventas, y como he dicho todo marchó bien durante cuatro años y medio. Entonces empezó a extenderse el negocio por Internet, y el nuestro comenzó a tambalearse. Acabábamos de firmar un contrato muy importante, así que pensamos que estábamos a salvo. Incluso contratamos a un par de personas más para ayudarnos con la creación del software. Marcos necesitaba pedir ordenadores más rápidos y mejores, así que teníamos un préstamo bastante elevado en concepto de equipamiento, además del gasto extra de los programadores -Pedro notó que Paula se le había acercado un poco mientras hablaba; una sensación cálida le envolvió el corazón-. El contrato nuevo significaba que Marcos pasaría más horas trabajando, lo cual, comprensiblemente, no le gustó nada a Daniela. Empezaron a pelearse como locos. Entonces el cliente empezó a variar la fecha de entrega. Cuando comenzaron a fallar en los pagos, sospechamos que tal vez pasara algo, pero continuamos trabajando porque se nos ocurrió que sería algo temporal.


-Pero no fue así.


Pedro sacudió la cabeza.


-Entonces un conductor que iba borracho atropelló a Daniela y la mató. Marcos se quedó totalmente abatido. Me pasó todos los libros de contabilidad y todo lo que estaba haciendo en la empresa y me pidió que me hiciera cargo de todo. Luego celebramos el funeral, y creo que se sentía tremendamente culpable. De modo que se encerró en sí mismo y apenas iba a la oficina.


-¿Y tú tuviste que encargarte de su trabajo, aparte de las ventas?


-Sí. Pensé que podría hacerlo. Había estudiado empresariales en la facultad, pero... -Pedro suspiró-. Al final el negocio se fue al garete. El contrato con el que habíamos estado contando, se deshizo. El cliente se declaró en bancarrota. Y nos quedamos con un montón de facturas que no podíamos pagar. Si hubiera vendido más o hubiera intentado hacer otra cosa... Tal vez podría haber solucionado algo. Cualquier cosa. Marcos contaba conmigo. Supongo que eligió al tipo equivocado -Pedro soltó una risa amarga.


Paula se acercó y apoyó la cabeza junto a la suya. Le puso la mano en la mejilla y lo miró a los ojos.


Enfrentados: Capítulo 54

Al ver que no terminaba, Paula lo hizo por él.


-Mientras él se caía al agua helada.


-Sí -Pedro suspiró-. En el centro del estanque el hielo no estaba del todo duro. Kevin estaba hundiéndose y yo deseé no haberlo empujado.


-¿Entonces lo sacaste?


Él sacudió la cabeza.


-Fui a hacerlo, pero Kevin no dejaba de insultarme por haberlo empujado. Me dijo que podía salir solo. El hielo empezó a rajarse bajo mis pies cuando él se agarró al borde, así que... -la voz de Pedro se fue apagando.


Aquellas palabras eran difíciles de pronunciar, pues reconocería el error tan grande que había cometido.


-Así que eché a correr.


-¿Te marchaste? -preguntó Paula con sorpresa.


Él se volvió y la miró.


-Te lo dije, no soy ese semidiós por el que me tiene la gente. Sólo soy un tipo que tuvo suerte un par de veces en la vida.


-¿Y cómo salió Kevin del agua?


-Lo saqué yo. Eché a correr pero no llegué lejos. Enseguida volví y ví que se había hundido, pero el pobre salió de nuevo y estaba llorando. Le saqué con mi palo de jockey. Después juro que jamás he corrido tan deprisa como aquel día. El hielo se iba rajando bajo nuestros pies.


-¿Pero por qué no se enteró nadie de eso?


-Kevin y yo hicimos un trato. El era mayor, ya sabes, y tenía fama de ser duro. Lo que menos deseaba era que nadie supiera que había llorado como un bebé cuando se había caído al agua. Yo tampoco quería que nadie se enterara de que había echado a correr, de modo que nos inventamos nuestra propia versión.


-¿Y desde entonces habéis mantenido el pacto?


Pedro asintió.


-Para ser sinceros, ojala no hubiéramos mentido.


-¿Por qué?


-La gente se ha pasado toda la vida llamándome héroe. Mercy es una ciudad pequeña, y la gente nunca olvida lo que has hecho, ya sea bueno o malo -sacudió la cabeza-. Pero nunca fui un héroe. Nunca quise serlo. 


-Pero nunca corregiste a la gente. Nunca les dijiste que dejaran de tratarte con deferencia. 


Paula volvía a tener razón. Había dejado que la historia se exagerara, que sus admiradores fueran parte de su vida diaria. Siempre había tenido miedo, y lo seguía teniendo, de no poder hacer las cosas él solo.


-Es cierto -se pasó la mano por la cabeza mientras se enfrentaba a unas cuantas verdades sobre sí mismo-. No te voy a mentir, Paula.


Cuando eres adolescente uno busca esa clase de atención. Cuando llegué al instituto la historia era tan conocida que podría haber robado el coche del director y haberlo empotrado contra la entrada, y la gente habría dicho que sólo estaba intentando rescatar a un gato. De ese modo, nunca tuve que esforzarme demasiado. Me daban sobresalientes porque los profesores pensaban que valía para ir a la universidad. Mi vida era fácil. No iba a protestar si la gente me daba la mano continuamente. Marcos había trabajado para conseguir todo lo que había logrado. Con el conocimiento que daban los años, Pedro se daba cuenta de que envidiaba eso en su hermano. 

Enfrentados: Capítulo 53

 -Vamos, todo el mundo se sabe algún cuento. ¿Qué te contaba tu madre cuando te acostabas?


-No me contaba nada. Cuando yo era pequeña estaba enferma. En cuanto me hice mayor, me iba sola a la cama.


-Y Alberto no creo que se supiera ninguno.


-Bueno, contaba historias. Pero de las que uno oiría en un burdel.


Pedro se echó a reír.


-No ha sido una figura de padre que digamos.


Ella resopló. 


-Ni lo sueñes -dobló el almohadón para tener la cabeza más alta; en la oscuridad, sólo parecían existir ellos dos, de modo que se olvidó de Nancy, de su determinación de mantenerse alejada de él-. ¿Puedo preguntarte una cosa?


-Dime.


-¿Por qué estás aquí? Quiero decir, no creo que sea para irte a Disneylandia.


Él permaneció tanto rato en silencio que Paula se preguntó si s habría dormido. El tic tac del reloj de la cocina marcaba el paso de los segundos con rotundidad.


-Porque metí la pata hasta el fondo y necesito enmendar mi error.


-Vamos, Pedro, tú nunca has metido la pata. Siempre has sido el niño bonito.


Él se colocó las manos detrás de la cabeza.


-No me conoces tan bien, Paula.


-Claro que sí. Has ganado siempre que te has presentado a algo. Becas, premios, trofeos. Desde que rescataste a ese chico has sido como el rey Midas.


Pedro se pasó la mano por la cara y suspiró.


-Yo no... -tragó saliva-. Yo no rescaté a Kevin.


-¿A qué te refieres? Salió en todos los periódicos. El niño de once años estaba patinando en un estanque helado cuando se partió el hielo. Tú estabas ahí y lo sacaste, aunque eras un año más pequeño que él.


Pedro cerró los ojos y volvió al pasado.


-Me encontré con Kevin Higgins cuando llegué al estanque detrás de la Granja Emery. Pocas personas lo conocían porque estaba muy lejos de la carretera. Yo lo descubrí en verano cuando estaba buscando una rana para metérsela a mi hermana en la cama. 


-¿Le metiste una rana a tu hermana en la cama?


Pedro se echó a reír.


-Esa es la misión de todo hermano; torturar a su hermana pequeña.


-Debió de ser estupendo -Paula suspiró largamente.


-¿Estupendo? ¿Tener una rana en la cama?


-No. Tener un hermano -le sonrió con amargura-. Ya sabes que soy hija única.


Pedro no dijo nada, sabiendo que la condición de semiorfandad de Paula era un tema doloroso para ella.


-A Luciana nunca le pareció tan estupendo, pero supongo que ha cambiado de opinión, porque se ha casado y tiene dos hijos.


-Me alegro por ella -hizo una pausa-. Lo siento. ¿Por dónde ibas?


-Bueno, cuando llegué al estanque helado y ví. a Kevin allí, me enfadé mucho -como estaban a oscuras, le sería mucho más fácil confesarse con Paula-. Kevin y yo nunca nos habíamos llevado bien; de modo que él era la última persona que me apetecía ver - dijo-. Me quitó mi palo de jockey nuevo y se lo llevó antes de que me diera tiempo a ponerme los patines. Yo eché a correr tras de él y empezamos a pelearnos. Lo empujé con fuerza y me agarré al palo de jockey mientras él... 

Enfrentados: Capítulo 52

Se inclinó hacia él y le señaló con un dedo. En la penumbra, sus ojos color esmeralda brillaban, amplios y luminosos, atrayéndolo.


-Nada de manos. Nada de besos. Ni siquiera me roces con un pie. ¿De acuerdo?


-Sí, señorita. Me comportaré mejor que nunca -le dijo en tono diligente-. Pero lo mismo te digo a tí.


-¿Crees que no puedo controlarme? 


-Creo que estás loca por mí y tienes miedo de reconocerlo.


Paula se dió la vuelta.


-Tengo cuidado, Pedro. No seas arrogante.


Pero no hubo malicia en su tono.


-No me dejas dormir -le susurró-. Ahora duérmete, e intenta no soñar conmigo.


Ella se echó a reír y se acurrucó hacia el otro lado. Pedro se agarró a su lado del colchón para no darse la vuelta y abrazarla. Imaginó su pierna enroscándose a las suyas, su pecho aplastándose contra él, su boca sensual besándole en el cuello... 


De pronto se oyeron unos gemidos que provenían de encima de la cabina. Pedro escondió la cabeza debajo de la almohada. Los gemidos se intensificaron, seguidos por los chirridos de la cama que tenían encima. Gemidos, gruñidos y ruidos de placer. Cerró los ojos, pero eso sólo consiguió empeorar las cosas. Con los ojos cerrados sólo veía la imagen de Paula, pidiéndole más, rogándole que continuara... Se agarró con más fuerza a la estructura de metal de la cama. Le estaba matando el deseo desesperado que sentía por la mujer que estaba a menos de veinte centímetros de él. Apretó los dientes e intentó pensar en otra cosa que no fuera Paula y los ruidos que hacían los recién casados. ¿Cómo se le habría ocurrido invitar a Nancy a cenar? Por la mañana le diría que se olvidara de la cena. Y cuando terminara aquel concurso tal vez pudiera convencer a Paula de que no era la misma persona con la que había crecido. Los chirridos comenzaron de nuevo. Rafael era joven. Aquello podría durar horas. Se tapó la cabeza con la almohada otra vez, pero permaneció atento a Paula, a cada movimiento de su respiración. Cinco minutos antes la cama le había parecido de lo más cómoda. En ese momento era una auténtica tortura. 



Paula, tumbada en la cama en la oscuridad, esperó el amanecer. Con Pedro a su lado, su mente se negaba a desconectarse. Todos los ruidos la molestaban, tanto los suaves ronquidos de Lester, como la respiración de Adrián mientras se quedaba dormido. Rafael y Julia habían hecho una pausa en su luna de miel. Seguramente se habrían desmayado de agotamiento. Gracias a Dios.


-¿Pedro? ¿Estás dormido? -le susurró, y se dió la vuelta para comprobarlo.


Pedro estaba casi cayéndose de la cama, totalmente tenso.


-No.


Paula suspiró.


-No puedo dormir.


-Intenta contar ovejas.


-Ya lo he hecho.


-Pues cuéntate un cuento.


-No me sé ninguno.


Él se dió la vuelta y se colocó de espaldas. 

Enfrentados: Capítulo 51

Paula tenía razón. La butaca parecía de cemento. Podría estar allí, en la cama con ella. Se había dado la vuelta dormida y se le había subido la camiseta larga que utilizaba de camisón, dejando al descubierto una pierna. Una pierna larga y sedosa.  Después de ver eso, Pedro ya sí que no podría dormir. Tal vez debería taparla. Después de todo, podría enfriarse. Se puso de pie con cuidado y se acercó al sofá. Se quedó mirándola unos instantes mientras dormía. Así, dormida, tenía un aspecto casi angelical. Normalmente no utilizaría esa palabra para describirla, pero en ese momento le pareció vulnerable como un niño, allí de lado con la cabeza apoyada en la almohada. Tan dulce, tan perfecta. Dios, era una mujer preciosa. Toda ella piernas y cabello largo y dorado. No sabía por qué ella siempre había pensado que ser tan alta era un engorro. A él le gustaba que la mujer estuviera a la misma altura, tanto física como intelectualmente. Se dió cuenta mientras la miraba de que se había cansado de mujeres como Nancy, que sólo se fijaban en su físico. No lo conocían del modo en que lo conocía Paula. Con las demás mujeres no había habido nada importante. Sólo les había interesado el momento. Habían sido conquistas fáciles, que no habían implicado ningún riesgo. Ningún riesgo a fallar, ningún riesgo en absoluto. ¿Entonces por qué demonios había aceptado salir a cenar con Nancy? ¿Sería por miedo a sentar la cabeza? El último error que había cometido le había hecho ver las cosas de otra manera. Desde entonces tenía un objetivo y había estado trabajando para alcanzarlo: Conseguir el dinero suficiente para volver a abrir su empresa con Marcos, entre el dinero que consiguiera por la venta de la caravana y lo que le dieran por esos manuales. Ello le hacía sentirse bien. Era estupendo tener una misión, un destino. Pedro dejó de pensar en esas cosas. Agarró la manta que estaba a los pies de la cama y fue a tapar a Paula. Al hacerlo, ella se dió la vuelta.


-¿Qué estás haciendo? -le preguntó con voz adormilada y sexy.


-Bueno... Me pareció que tendrías frío.


-Ah -se incorporó sobre los codos-. Gracias.


-No hay problema -se quedó agarrando la manta un momento más, y entonces se dió cuenta de lo estúpido que debía parecer allí de pie con una de las mantas de Alicia en la mano; se inclinó hacia delante y le echó la manta por las piernas-. Ya está.


Ella le sonrió.


-Gracias.


-No hay de qué. Bueno, buenas noches entonces -volvió a la silla.


-¿Pedro?


Su voz era dulce como un caramelo.


-¿Sí?


-No puedes estar cómodo en esa butaca. Si me prometes ser bueno -dijo Paula en tono provocativo- entonces puedes dormir aquí. Conmigo.


¿La silla de cemento o compartir una cama con Paula? Pedro no vaciló. A los dos segundos estaba tumbado a su lado.


-Paula, eres un ángel. 

lunes, 23 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 50

Dejó que cada uno sacara una carta de la baraja. Alicia y Luis sacaron las dos más altas, de modo que se fueron corriendo a la cama de matrimonio. Rafael y Julia sacaron las dos siguientes e inmediatamente reclamaron la cama sobre la cabina. Paula vió la emoción en sus miradas y se figuró que iba a ser una noche muy larga para todos. Adrián le dió su reina a Pedro.


-Yo me quedo en la silla de delante. Es la mejor televisión.


Y dicho eso se acomodó. 


Las luces del centro se apagaron, dejando la caravana bañada en su luz ambarina. Pedro y Paula se quedaron más o menos a solas en el salón, el uno frente al otro.


-Bueno, supongo que me quedaré otra vez en la butaca -dijo, al ver que tenía la carta más baja de las dos.


-No, yo me acostaré en la butaca. Tú quédate con el sofá cama. Pero ninguno de los dos se movió.


-Escucha -dijo Pedro mientras colocaba la baraja-. Los dos somos adultos. Podemos compartir el sofá cama sin volvemos locos como si fuéramos adolescentes. Así los dos podremos dormir a gusto la noche entera.


Miró el sofá y supo que sería mejor que la butaca. El cuello le empezó a doler otra vez, como si quisiera recordarle que un colchón y una almohada le irían bien.


-No deberíamos, no sería...


-¿Adecuado? -Pedro arqueó una ceja-. ¿Desde cuándo te ha preocupado eso?


-Nunca -sonrió.


La cama resultaba tentadora. Lo bastante amplia para dos personas. Lo bastante cómoda para proporcionarle el descanso que tanto anhelaba. Pero entonces recordó la conversación de Pedro y Nancy, haciendo planes para ir a cenar. Por encima de ella, oía los sonidos amorosos de Rafael y Julia que aparentemente ya habían iniciado su luna de miel. En su mente imaginó a los recién casados pero con las caras de Pedro y Nancy. Un sentimiento, se negó a llamarlo celos, la invadió.


-La butaca está bien -dijo-. En realidad, la prefiero.


Pedro le sonrió. 


-Eres cabezota.


-No. Pero no quiero caer en las redes de tu seducción. Tal vez Nancy se deshiciera con tu sonrisa, pero a mí no vas a embaucarme con tanta facilidad -soltó-. Una noche platónica en la misma cama... Sí claro.


-¿Estás... -la miró con curiosidad- celosa?


-¿Estás loco? -sacudió la cabeza con énfasis-. Voy a prepararme para acostarme. Préstame uno de esos almohadones, si no te importa.


Y se marchó antes de que él pudiera decir nada más. Cuando volvió unos minutos después Pedro se había sentado en la butaca y se había tapado hasta arriba. Parecía muy incómodo, y al verlo se le ablandó un poco el corazón. El sofá cama estaba listo, incluso le había retirado la esquina de la manta.


-No tenías por qué hacer esto sólo porque soy una mujer -le dijo-. Podría haber dormido en la silla sin ningún problema.


Él contestó sin abrir los ojos.


-A veces soy un tipo más agradable de lo que tú crees. Ahora duérmete y déjame en paz.


Pero no lo dijo de mala manera; más bien le dió la impresión de que estaba algo dolido. Pero eso no era posible. Se metió en la cama y apagó la luz que había al lado. Pero, a pesar de lo cómoda que era la cama, no fue capaz de dormir. 

Enfrentados: Capítulo 49

Pedro contó hasta diez mentalmente para no darle un puñetazo a aquel tipejo. Entonces Paula apareció a su lado.


-Conoce a Pedro de toda la vida -Gustavo adelantó el micrófono-. ¿Le resulta por ello más difícil competir?


-No. Pero tengo ventaja porque sé cómo es -Paula esbozó una sonrisa dulce pero firme-. Por supuesto, Pedro tiene la misma ventaja sobre mí -Señaló hacia Rafael y Julia antes de que pudiera continuar-. Sabe, esos recién casados no parecen demasiado felices. Debería preguntarles cómo les va su «Luna de miel». 


Gustavo le echó una última mirada a Pedro antes de ir adonde estaba la pareja.


-Gracias -le dijo Pedro-. Te debo una.


-No me debes nada -le sonrió-. Todo es parte del plan A.


Paula se dió la vuelta y se marchó. Antes de que Pedro pudiera ir detrás de ella, Nancy se acercó a él. Adoptó una pose coqueta y lo saludó muy amigablemente.


-¿Qué tal llevas el concurso?


-Bien, todo va bien.


Estiró el cuello y vió a Paula charlando con Adrián. Pero ella ni siquiera volvió la cabeza para mirarlo.


-Sé que tal vez sea un descaro por mi parte, pero... -Nancy le puso la mano en el brazo-. ¿Qué te parece si salimos a cenar tú y yo cuando termine todo esto?


Pedro miró de nuevo a Paula. Cada vez que se acercaba a ella, lo rechazaba. Sólo tenía interés en él para ayudarla a ejecutar el plan. Y de algún modo eso le molestó más de lo que habría creído posible, a pesar de que había sido idea suya. Volvió a mirar a Nancy. Lo miraba con la misma adoración que todas las demás mujeres que había conocido en su vida. Todas menos una. Sabiendo que no debería hacerlo, que sólo estaba cayendo en los mismos fallos que lo habían llevado hasta allí, Pedro ofreció a Nancy su mejor sonrisa. Sería mejor que se enfrentara a la realidad: No había cambiado nada.


-Claro, me encantaría ir a cenar. 



Dió gracias al cielo con el pensamiento cuando Gustavo Kent salió de la caravana. Había seguido a todo el mundo durante un par de horas, metiendo la cámara en cada rincón de la casa rodante, intentando captar un «Sabor a la vida en la caravana», como había dicho él. No sabía quién era peor, si el fastidioso reportero o la excesivamente alegre directora de actividades del centro comercial. Nancy Lewis se había marchado también, sonriéndole demasiado a Pedro antes de cerrar la puerta. Había oído por encima su conversación y le habían entrado ganas de vomitar. Él no había cambiado nada. ¿Por qué había pensado que era diferente? ¿Por qué había empezado a creerlo cuando le había dicho que había madurado? ¿Y por qué se sentía tan decepcionada al darse cuenta de que había tenido razón? Sabía por qué. Porque algunas personas, por ejemplo ella misma, no eran capaces de salir de su estupidez. Había caído en la misma trampa a los dieciocho años. Los ojos azules y las voces sensuales tenían la culpa.


-Se está haciendo tarde. Vamos a sacar cartas otra vez. 

Enfrentados: Capítulo 48

 -¿Te gustaría contarnos algo? -le preguntó Nancy mientras blandía unas hojas delante de Renee-. Como por ejemplo por qué mentiste en este formulario.


-Yo... Yo... Yo no mentí -Renee se puso colorada.


-¿Tienes acaso algún abuelo que esté vivo?


Renee agachó la cabeza.


-No, pero..


-¿Sabías que hay una orden de busca y captura del Departamento de Policía de Lawford? -Gustavo, claramente deseoso de sacar los trapos sucios de Renee, consultó su bloc de notas-. Por conducir con el permiso caducado, por conducir un coche sin asegurar, por abandonar la escena de un accidente después de darse un golpe con el coche. Por no mencionar los varios cientos de dólares que debe por multas de velocidad y de aparcamiento -le colocó el micrófono delante.


-Desde luego no pensamos concederle esta preciosa caravana a una persona que no deja de incumplir las leyes de tráfico -lo interrumpió Nancy.


Como si acabara de darse cuenta de que saldría en las noticias de la televisión local, Renee apartó la cámara a un lado. Fue corriendo al dormitorio, sacó su maleta y salió de la caravana a toda velocidad. Pero no llegó lejos. Dos policías la recibieron a la puerta y le quitaron la maleta antes de llevársela. Gustavo Kent sonrió con alegría y se volvió hacia la cámara.


-Que sea la entrada para el parte de las cinco. El público no se moverá del asiento.


-No pongan al centro comercial como responsable -le advirtió Nancy-. No comprobamos si el contenido de los formularios era cierto, por amor de Dios. Sólo los leímos.


-Ah, no. Jamás se me ocurriría aprovecharme del centro comercial para sacar una historia.


Pedro vió claramente que estaba mintiendo. Gustavo Kent era una rata. Una rata que podría resultarle útil, bien mirado. Gustavo levantó de nuevo el micrófono.


-Aquí estamos en el sexto día de «Sobrevive y Conduce» en el Centro Comercial de Mercy. Después de la salida apresurada de Renee Angelo, quedan siete concursantes. Siete personas encerradas en una batalla por una casa rodante de ochenta y cinco mil dólares. ¿Cuál es su estrategia? -dirigió el micro hacia Pedro-. He oído que usted y Paula Chaves se conocen desde hace mucho tiempo. Amigos de la infancia y todo eso.


-Nos conocemos -fue todo lo que concedió.


-Estoy seguro de que ha oído hablar de aquel heroico rescate en el hielo. Aunque tal vez debería preguntárselo a ella -Gustavo inclinó el micro hacia Paula.


-Déjela al margen de esto.


-¿Por qué? Estoy seguro de que tiene historias sobre usted que contarnos -sonrió-. Sabe, estuve leyendo los periódicos que publicaron artículos sobre aquel rescate, y hay algo... -hizo una pausa-, hay algo que no me cuadra.


-Lo que pasó hace veinte años no tiene nada que ver con este concurso.


-Bueno, yo creo que sí. La gente tal vez no se sienta tan inclinada a cederle su puesto a un héroe si se dan cuenta de que no es oro todo lo que reluce. 

Enfrentados: Capítulo 47

Finalmente, Arturo y Graciela se levantaron, guardaron su juego y fueron al dormitorio a estar un rato a solas. Allí se encontraron con Pedro estaba trabajando con su ordenador portátil, y que tenía todos sus papeles extendidos sobre la cama. Paula se quedó en la cocina, preparando un plato de nachos, pero en realidad intentando oír su conversación.


-No puedo soportar esta caravana ni un minuto más, Graciela, nena - dijo Arturo con un suspiro de irritación.


Graciela murmuró afirmativamente.


-¿Es duro, verdad? -dijo Pedro en tono comprensivo-. Me pregunto si vale la pena quedarse aquí y soportar todo... esto -Paula se asomó y vió que hacía un gesto con la mano abarcando todo el vehículo.


-Es exactamente lo que pienso -contestó Arturo-. Graciela, tal vez deberíamos pensar en comprarnos una. No necesitamos una tan grande para los dos.


-Pero Arturo...


-Graciela, podríamos sacar esos ahorros del banco y tener una casa rodante propia en unos días.


Graciela parecía lista para protestar, pero Pedro salió al rescate.


-Y será mejor que se pongan en camino para Florida antes de que llegue el frío. El Almanaque del Granjero dice que este invierno será uno de los peores de la historia. Con temperaturas de varios grados bajo cero y mucha nieve. Y ese viento helado que se te mete por todas partes -Pedro sacudió la cabeza y se abrazó, como si tuviera frío.


Graciela se estremeció de verdad.


-Tal vez sea buena idea -le dijo a Arturo-. ¿Crees que podríamos comprarnos una con antena satélite? Detestaría perderme mis programas mientras estamos conduciendo.


-Lo que tú quieras, cariño -Arturo, que era un oso, le echó el brazo a Graciela, que era menuda. 


Llevaban más de cuarenta años casados, pero Arturo la miraba como si fueran aún jóvenes. Mientras los miraba, pensó que a algunas personas el amor les funcionaba. A ella no, pero se alegraba de que algunos conocieran un final feliz. Arturo y Graciela entraron en la cocina.


-Bueno, Paula, parece que con la edad hemos perdido la paciencia. Acabamos de decidir que nos vamos a comprar nuestra propia caravana en lugar de esperar a que esta se vacíe.


Paula le dió la mano y abrazó a Graciela, deseándoles buena suerte. Cuando Arturo y Graciela salieron de la caravana, el equipo de las noticias y Nancy Lewis subieron. Las luces de la cámara ya estaban encendidas; Gustavo Kent tenía el micrófono listo. Nancy tenía una expresión furiosa en el rostro. Se acercó al grupo con las manos en jarras.


-Uno de ustedes nos está mintiendo. Van a hacer la maleta y a salir de aquí. Inmediatamente.


Pedro aguantó la respiración, pero Gustavo pasó de largo. Hizo lo mismo al pasar al lado de Paula, de Alicia y Luis y de Adrián, que parecían muy aburridos. Pasó delante de Rafael y Julia, que estaba tomados de la mano y con aspecto de estar algo nerviosos. Finalmente se detuvo delante de Renee. 

Enfrentados: Capítulo 46

De momento había aquel acuerdo. Lo demás lo averiguaría después. Se limpió las manos en un paño de cocina y le tendió una a Pedro.


-Trato hecho.


Cuando se dieron la mano sintió que algo surgía entre ellos. Un vínculo que no había estado ahí antes.


-Creo que funcionará -sonrió.


-Pongamos a hervir unas patatas. Y después de la cena...


-Ponemos en práctica el plan, sea cual sea.


Era un comienzo.


-De acuerdo, dime lo que estás pensando -empezó, esperando que la idea de Pedro funcionara.


Y que no tuviera que depositar su fe en un hombre que, como tantos otros habían hecho anteriormente, la dejara colgada. El Plan A, como Pedro lo bautizó, consistía en molestar y embaucar a los demás concursantes. Paula, que era capaz de hablar sin parar a tomar aire, los volvería locos con tanta conversación. Pedro, con su encanto particular, planeaba persuadirlos y engatusarlos para que se largaran de la casa rodante. O al menos eso era lo que esperaban. Mientras se cocinaba el pollo, ellos hablaron y concretaron su plan al tiempo que preparaban el puré de patatas y el brócoli al vapor. Después de la cena, se ofrecieron voluntarios para fregar los platos, y de paso para tener unos minutos más para hablar. Cuando terminaron de secar el último plato, el plan estaba urdido. Paula terminó su refresco y tiró la lata a la basura. En ese momento Alicia entró en la cocina apresuradamente y abrió el frigorífico.


-Eh, Alicia -dijo Paula-. ¿Qué tal estás? 


-Bien. Jóvenes y Ricos es uno de los candidatos a los premios a la mejor serie. Ojala gane Leticia.


Se estrujó el cerebro para recordar cada chisme que había oído en la peluquería y las banalidades que había leído en la Guía TV. Las clientes de Flo estaban adictas al culebrón. Había oído cosas mientras trabajaba, aunque nunca había prestado demasiada atención.


-¿Cuánto tiempo llevas viéndola?


-Desde el primero de noviembre de mil novecientos setenta y cinco -dijo Alicia con orgullo-. He estado con Víctor y con Leticia desde el primer día.


Una vez, curiosa por el tirón de la serie de éxito, había leído un artículo sobre el programa. En ese momento se acordó de unos cuantos detalles.


-Entonces debiste de ver cuando nació el bebé de Leticia.


El anuncio terminó, y empezó el espectáculo otra vez.


-Sí, un nene precioso. Ah, mira. ¡Ya ha empezado! Vamos a ver si le dan el premio a Leticia -dijo Alicia en tono rotundo.


Alicia volvió a la sala. La conversación había terminado. Más tarde, puso a prueba la táctica con Arturo y Graciela. Se sentó a su lado mientras jugaban al scrabble, y de mala gana la invitaron a jugar. Paula no dejó de hablar durante todo el juego. Habló de todo y de nada, incluso de la razón por la cual creía que los recuadros del juego de mesa tenían aquel diseño especial. Ignoró las miradas irritadas que Arturo y Graciela le echaron, fingió no oír a Alicia rogándole que se callara cuando Leticia pronunció su discurso de agradecimiento. Sencillamente continuó hablando. 

viernes, 20 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 45

 -¿Quieres decir que soy único?


-Quiero decir que eres raro -contestó con el sarcasmo que tan cómodo le resultaba..


Se puso a lavarse las manos con empeño para evitar la mirada burlona de Pedro.


-Qué lástima. Siempre he pensado que tú estabas por encima de la media.


-Deja de decir tonterías, Pedro. Tenemos cosas que hacer.


Debería centrarse en ganar la caravana para ir a California. No debería estar pensando en Pedro, ni preguntándose cómo serían sus besos, ni lo que sentiría si la abrazara con fuerza.


-Ah, sí, la cena. ¿Crees que podemos hacer algo para impresionar a los otros ocho?


-Si fuéramos inteligentes les daríamos veneno -dijo Paula-. Para que se marcharan todos, y así poder quedarme con la caravana.


-Anímate -Pedro sacó el pollo de la nevera y lo dejó en el mostrador-. Puedes durar más que toda esta gente. Dudo que muchos de ellos se queden más de otra semana.



Ella plantó las manos en el mostrador con fuerza.


-No tengo tiempo -susurró-. No tengo casi tiempo, por amor de Dios.


-¿Entonces por qué sigues aquí? ¿Por qué no vas donde tengas que ir y dejas esto?


-Hice una promesa. Necesito la caravana para cumplirla. No puedo romperla, y no la romperé. Es demasiado importante -sacó una cebolla de un cesto que había debajo de la pila y empezó a picarla.


-Paula, si estás disgustada porque vas a perderte unas vacaciones...


Ella se dió la vuelta con un cuchillo en la mano. -¿Crees que es eso lo que me tiene preocupada? -con el rabillo del ojo vio que los demás estaban mirándolos y bajó la voz-. Es mucho más que eso. 


-Cuéntamelo.


En parte deseaba confiar en él. 


-Es personal.


-Bien.


Pero por su tono de voz notó que no le parecía nada bien. Dejó el cuchillo sobre la tabla y suspiró.


-No ha sido mi intención decirlo así. Yo... No quiero hablar de ello. Aquí no...


Pedro empezó a desenvolver el pollo.


-¿Con todo este público?


-Sí. Me voy a volver loca si tengo que pasar un día más metida aquí.


-Sé a lo que te refieres -untó de aceite una fuente de horno y empezó a colocar los pedazos de pollo dentro-. Qué pena que no podamos acelerar el proceso de eliminación un poco.


-Sí. Acelerarlo hasta el final -puso la cebolla encima del pollo; sacó un pimiento de la nevera y empezó a picarlo-. Tal vez debería abandonar; olvidarme del concurso.


-Sabes... -Pedro hizo una pausa y fue a lavarse las manos. 


-¿El qué? -añadió el pimiento a la fuente. 


-Estamos preparando juntos la cena sin necesidad de decirnos nada -señaló el pollo-. Imagínate lo que podríamos hacer si tuviéramos un plan.


-¿Un plan? 


Agachó la cabeza.


-Para que el resto se largue de la caravana -le susurró al oído-. Y luego ya veremos lo que haremos cuando sólo quedemos los dos.


Paula se mordió el labio mientras reflexionaba. ¿Juntarse con Pedro? ¿Confiar en él? Él era su único aliado en la caravana. Y la había ayudado a entrar allí, aunque había sido la número veintiuno. Miró hacia la zona de estar donde estaban los demás. Todos eran extraños. Cada uno tenía sus propias razones para querer la caravana, pero ninguna tan urgente como la suya. Si Pedro y ella aunaban fuerzas, tal vez pudieran convencer a los otros para que se largaran rápidamente. De ese modo tendría oportunidad de mantener su promesa. Lo miró, que estaba cubriendo el pollo con nata líquida. Habían preparado una cena apropiada con cuatro cosas. ¿Qué tenía que perder? Si pudiera ganar la caravana y llevarse a su padre a hacer ese viaje que le había prometido, entonces cualquier cosa valdría la pena. Tendría a su padre; después podría establecerse para emplear todo el tiempo posible en conocer al hombre que le había dado el ser, antes de perderlo, tal vez para siempre. De pronto confiar en Pedro no le pareció una idea tan mala. Le había dicho que había cambiado, y todo lo que había hecho en los últimos días daba contenido a sus palabras. Se habían hecho amigos... No, algo más que amigos. Aunque no quería explorar aún cuánto más. 

Enfrentados: Capítulo 44

 -¿Entonces por qué estás tan empeñada en salir de Mercy para irte tan lejos? Sé por experiencia que en California no hay nada que no puedas encontrar aquí.


-No tengo nada aquí, Pedro; nunca lo tuve –tragó saliva-. Hay que meter la mousse en el frigorífico -le pasó dos cuencos y salió corriendo de la cocina.


En la tarde del sexto día, Paula escribió en su diario: "He pasado casi toda la tarde hablando con papá. Las perspectivas no son mejores hoy. Faltan ocho días para que le administren la quimioterapia. Nunca he tenido tantas ganas de estar sola. Quiero dar golpes en la pared, romper algo. Pero no puedo enfadarme con nadie; sólo con unas células intangibles que están devorando el cuerpo de mi padre. Podría echarle la culpa a las tabacaleras, o a los cigarrillos que se fumó, pero nada de eso va a cambiar la situación. Cada vez que lo llamó me doy cuenta de que el tiempo corre muy deprisa, y me dice que debo estar allí antes de que se ponga demasiado enfermo. ¿Y si la quimioterapia no funciona? ¿Y si el cáncer se extiende aún más? Necesito salir de esta caravana. Tal vez debería abandonar. Salir ahora, meterme en un avión y arreglar después este lío de vida que tengo".


-Te toca cocinar esta noche -le dijo Alicia en tono alegre al entrar en la cocina-. Lo hemos echado a suertes. Pero tienes un ayudante - detrás de Alicia entró Pedro. 


Después de la escena anterior cuando había preparado la mousse, Paula había hecho lo que él la había acusado de hacer: escapar. Era más fácil ignorar a Pedro y todas las preguntas que empezaba a darle vueltas en la cabeza. De modo que se había puesto a escribir en su diario y él a trabajar, a teclear como un loco en su ordenador. Pero incluso después de pasar varias horas delante de la pantalla, parecía lleno de energía y listo para hacer cualquier cosa.


-Estoy segura de que no os importará trabajar juntos. En el cajón de la nevera hay pollo que nos ha traído Nancy hoy. Preparadnos algo bueno, venga.


Paula se puso derecha y aceptó el mandil que le pasaba Alicia. Evitó mirar a Pedro y se concentró en hacerse la lazada.


-Pensé que los restaurantes nos iban a dar la cena.


-Sólo se ofrecieron unos cuantos. Esta noche estamos solos -Alicia le pasó un mandil igual al de Paula antes de volver al sofá donde Luis roncaba.


Paula cerró el estor de la ventana de la cocina al ver que había un grupo de gente curioseando alrededor de la caravana.


-Nos hemos convertido en una atracción turística.


Pedro retiró el estor y se asomó.


-Me pregunto cuánto tiempo pasará antes de que un adolescente se suba encima e intente tomar una foto por el tragaluz de la ducha.


-¡Pedro!


-Yo lo habría hecho.


-Tú no eres el hombre típico. 


-¿No?


Se acercó a ella un momento, y pensó que iba a besarla. Se permitió el lujo de observarlo un instante, de admirar al hombre que tenía delante. Tenía las facciones duras, algo curtidas por el sol californiano. Los hombros eran anchos, capaces, bien definidos bajo la camisa. Sus ojos, de un azul intenso, siempre parecían tener un brillo burlón. Pero en ese momento no había expresión de burla en ellos; tan solo un deseo ardiente que enseguida le corrió a Paula por las venas. El anhelo de abrazarse a él la golpeó con tal fuerza que la dejó sorprendida. Y si... ¿Y si la besara? ¿Tan malo sería? ¿O tal vez tan bueno? La miró con curiosidad y se acercó a la pila a lavarse las manos. 

Enfrentados: Capítulo 43

Paula ladeó la cabeza y le sonrió, y él sintió que se le aceleraba el pulso.


-Tengo que reconocer que se te ha dado muy bien poner paz en la caravana en estos días. Jamás se me habría ocurrido eso de las cartas.


Él se llevó la mano al pecho.


-¿Es un piropo? ¿Paula elogiándome? ¿La misma chica que tanto me detesta?


Ella se puso seria.


-No te detesto -continuó batiendo la nata aunque ya estaba bastante dura.


¿Se atrevería a esperar que sintiera las mismas cosas que estaba sintiendo él?


-No te pases o la estropearás.


Ella lo miró desconcertada.


-¿El qué... ?


-La nata montada -señaló el cuenco y se encogió de hombros-. Mi madre ve el canal de cocina todo el tiempo, y yo he aprendido un par de cosas. Aunque sea un hombre sé que si se bate demasiado la nata montada puedes acabar haciendo mantequilla.


-Ah, sí -se ruborizó un poco, sacó una espátula y empezó a poner un poco de nata en cada cuenco de mousse-. Me he distraído.


Pedro se acercó un poco más, hasta que su aliento le hizo cosquillas en la nuca.


-¿Estás diciendo que te distraigo? -le dijo en tono burlón, aunque desde luego no estaba bromeando.


-Sí, me distraes.


-¿Y eso es bueno? 


Ella asintió sin decir nada. Antes de poder dominarse, Pedro se inclinó y le besó el cuello. Tenía la piel cálida y suave, tierna y más deliciosa que ningún postre. Ella se quedó inmóvil, pero no se apartó. Él permaneció unos segundos más antes de retirarse. Lo que más deseaba era tomarla entre sus brazos y besarla hasta que se le olvidara su propio nombre, pero sabía instintivamente que si avanzaba demasiado deprisa Paula echaría a correr.


-¿Por qué... Has hecho eso?


-Porque hace mucho que te deseo, Paula.


-¿Cuánto, seis días... -miró el reloj- y siete horas?


-Más bien trece años -se apoyó sobre el mostrador-. ¿Recuerdas esa vez que salimos con Soledad y Federico?


-Sí. Fue un desastre.


-Tal vez para tí lo fuera. Yo lo pasé bien.


-Pedro, apenas conseguimos aguantarnos.


Se volvió para fregar las varillas, pero él se interpuso en su camino.


-Eras tan... Fuerte -le dijo en voz baja mientras le tomaba la mano-. Tan confiada. Tan segura de quién eras. Envidiaba eso en tí al tiempo que me aterrorizaba. No creo haber sabido nunca quién soy o hacia dónde voy.


Ella se echó a reír con nerviosismo.


-Yo no estoy segura de nada. Te has equivocado conmigo, Pedro.


-Tal vez seas tú la que no te ves claramente -le deslizó el dedo por la garganta y ella aguantó la respiración; entonces la miró a los ojos-. Eres mucho más de lo que piensas, Claire. Mereces ser feliz.


Ella retiró la mano y desvió la mirada.


-Soy feliz.

Enfrentados: Capítulo 42

 -Se te da muy bien. ¿Por qué no te hiciste jefe de cocina?


Ella le apartó el dedo antes de que pudiera meterlo otra vez en el cuenco.


-¿Y cómo podría haber ido a la escuela de hostelería?


-Fácilmente. Apuntándote y yendo.


-Para eso hace falta dinero -repartió la mousse en diez cuencos de plástico, desconectó la batidora y la enjuagó-. Y yo nunca lo tuve. Alberto no iba a ocuparse de pagarlo, sobre todo porque lo necesitaba para cerveza.


-Hay becas; distintas ayudas.


-Mi oportunidad de estudiar terminó hace diez años. Debería haber ido, siempre quise hacerlo. Pero al final terminé en la escuela de peluquería -volvió al mostrador, sacó otro cuenco del armario y lo colocó encima de otro que tenía hielo. Entonces vertió una cantidad generosa de nata líquida en el cuenco de encima. Secó las varillas limpias, las acopló de nuevo a la batidora y empezó a batir hasta conseguir montar la nata-. Me gusta más hacerlo en un cuenco de cobre. Queda mejor.


El aroma de chocolate mezclado con el perfume de Paula daban a la escena un aire hogareño. Ella empezó a canturrear al son de la música de la radio y se puso a mover las caderas mientras trabajaba. ¿Cuándo era la última vez que una mujer aparte de su madre le había preparado algo? Muy fácil... Nunca. Sólo de pensar que Paula se había molestado en prepararle algo porque él había comentado que le gustaba la mousse que había probado en Los Ángeles le proporcionó una sensación de bienestar; algo tan doméstico como lo que había visto cientos de veces entre sus padres, o entre Marcos y Daniela.  Mientras la miraba  cómo cocinaba se dió cuenta de que anhelaba algo más que el chocolate o la nata; algo mucho más personal. El dolor que había sentido en la habitación de Marcos regresó con fuerza. La deseaba. No sólo para acostarse con ella, sino para compartir la vida juntos. Tantas veces había dicho que no quería nada con él... Y sin embargo percibía un conflicto en ella. Sospechaba que lo había metido en el mismo saco que a los demás hombres que le habían roto el corazón; hombres que temían tanto el compromiso como los gatos el agua. Y todo por los errores estúpidos que había cometido de joven. Pedro se dió cuenta con sorpresa de que no conocía tan bien a la Paula adulta. ¿Con qué soñaba? ¿Qué era lo que quería? ¿Y porqué tenía miedo de iniciar una relación?


-¿Paula, te gusta ser estilista de peluquería? -le preguntó.


Ella se encogió de hombros.


-Es un trabajo.


-Sí, es un trabajo, pero no una profesión para alguien que siempre ha soñado con ser chef.


-¿Y tú? -le preguntó mientras continuaba batiendo la nata-. ¿Trabajas en lo que te gusta?


-Bueno, la verdad es que no corro por escribir manuales de software -se echó a reír-. Pero no hay mucho trabajo de lo que a mí me gusta hacer.


-¿Y qué es?


-Me gusta hablar con la gente, ayudarla -le dijo mientras metía el dedo de nuevo en el cuenco-. Odiaba ser vendedor. Siempre había un motivo ulterior para cualquier conversación. 

Enfrentados: Capítulo 41

Dejó la escoba y el recogedor en su sitio. Los demás estaban charlando animadamente de su aparición en televisión, pero él apenas los oía. Las ideas, la forma de la proposición, las posibilidades, todo le daba vueltas en la cabeza a toda velocidad. Quería volver a su ordenador antes de perderlas. Pero entonces se fijó en Paula, acurrucada en un rincón del sofá, pensativa. Había conseguido salvar el obstáculo con el programa de formación. Tal vez consiguiera salvar el obstáculo entre ella y él. Fue corriendo al dormitorio y salió con la segunda lata de galletas.


-Toma -le dijo, pasándosela a Paula.


-¿Qué es esto?


Ella sonrió de tal modo que Pedro deseó tener diez latas más. Le quitó la tapa y aspiró.


-Tu madre siempre hacía las mejores galletas. ¿Son de manteca de cacahuete?


-Sí.


-Ay, Dios, son mis favoritas -las miró con avidez. 


Si lo mirara a él como había mirado a las galletas...Se perdería.


-Toma las que te apetezcan. 


-¿Las que quiera? -le preguntó.


-Son todas tuyas. Es mi manera de darte las gracias por cortarme el pelo.


-¿Por el corte de pelo?


-Por eso y por unas cuantas cosas más.


Por ser la inspiración a la solución de su problema. Por estar en esa caravana con él. Sencillamente por ser ella. Escogió una y le dio un mordisco.


-Ah... Qué delicia -dijo mientras masticaba-. Pero si me como todas las galletas, ¿Entonces qué vas a utilizar para pagarme el uso del champú? 


Pedro la miró a los ojos fijamente. Una corriente eléctrica chisporroteó entre ellos.


-Estoy seguro de que se me ocurrirá algo. 




Esa tarde Pedro observó a Paula en la cocina, batiendo una mousse de chocolate. Arturo y Graciela estaban durmiendo la siesta; Rafael y Julia sentados en el sofá, discutiendo sobre electrodomésticos. Alicia tejía otra manta mientras Luis dormía en la tumbona. Renee estaba sentada en el suelo, haciendo un solitario. Y Adrián estaba pegado a la tele, por supuesto. Sabía que debía pensar en cómo eliminar a la competencia, pero sólo era capaz de observar a Paula. Mientras trabajaba meneaba las caderas al son de la música de la radio de la cocina, resultándole mucho más deliciosa que el postre que estaba confeccionando. Durante años había evitado cualquier cosa que se pareciera remotamente a un compromiso con una mujer. Entonces Paula había vuelto a su vida. Sin embargo, ella le había dejado claro que no quería nada serio en ese momento. En el pasado le habría parecido perfecto; pero en ese momento él quería algo más. Deseaba un hogar, un postre en la cocina, una sonrisa al final del día. Se aprovechó de que ella hizo una pausa y metió el dedo en el cuenco.


-Está deliciosa. Mucho mejor que la mousse que probé en Los Ángeles.


-Dijiste que te gustaba la mousse, así que decidí preparar un poco.


-Gracias.


Ella se encogió de hombros, como si no tuviera importancia. Pero el postre era prueba de que había estado pensando en él, y eso le gustó más de lo que hubiera creído posible. Tomó otro poco. 

miércoles, 18 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 40

Paula hizo ademán de salir, pero Pedro no estaba por la labor de dejarla escapar. No se había imaginado aquel deseo que hervía entre ellos. Ella estaba interesada en él. Estupendo.


-Debería pagarte -le dijo-. Y se me ocurren varias e interesantes maneras de hacerlo. Vestidos. O desnudos.


De nuevo su instinto más primitivo se le había adelantado y empujado a decir lo peor en el peor momento posible.


-¿Qué cobras por cortarle el pelo a un cretino que acaba de decir lo peor posible?


-Nada.


Ella parecía lejana de nuevo. Y sin duda él había contribuido con su comentario.


-Lo siento. Soy un imbécil. ¿Querrás perdonarme por decir tantas estupideces y por hacerte tantas preguntas personales?


Paula sonrió.


-Las peluqueras no le cuentan sus cosas a los clientes. Suele ser al contrario.


-¿Y qué te parece si te sientas y yo te corto el pelo? Así podrás contarme lo que quieras.


Ella pareció horrorizada.


-Jamás te dejaría acercarte a mí con unas tijeras en la mano.


-¿Y si lo hago de mentira?


Avanzó un paso y tomó un mechón de pelo. Era como la seda. Seda rubia. Las ganas de abrazarla y besarla se le hicieron insoportables. Se dijo que era suficiente con tocarle el pelo. Pero sabía que no. Se estaba engañando a sí mismo si pensaba que lo que había empezado a sentir por Paula era sólo amistad. En los últimos seis días algo había cambiado en su interior. La quería a su lado, junto a él, para todo. Para lavar los cacharros o ver las noticias. Para cosas que jamás había considerado hacer con una mujer.


-¿Han terminado ya? -dijo Alicia mientras entraba en la cocina-. Es la hora de la comida.


Paula se apartó de él.


-Deja que termine de recoger... -fue por la escoba y el recogedor, que colgaban junto a la nevera.


Él le quitó la escoba de la mano.


-No, tú ya has hecho bastante. Ve a relajarte al sofá, a ver un rato la tele.


Paula se sentó en el sofá, pero no parecía cómoda. No miró hacia él, sino que fijó la vista en la pantalla. El reportero que había estado allí con ellos estaba en ese momento hablando de las personas que quedaban en la caravana y mostrando sus fotografías. Pedro terminó de recoger. Tenía que volver a pensar en el programa de formación que Marcos y él habían pensado en montar antes de perder todo el negocio. Durante días había intentado un modo de comercializar el programa como algo valioso en el mundo empresarial. ¿Para qué pagar a un profesor cuando podían comprar los manuales? Y entonces cayó en la cuenta. Paula. Las señoras de la peluquería. Las relaciones. La confianza. Se le encendió la luz. Todo el mundo quería poder depender de algo, de alguien que pudiera ofrecer respuestas, apoyo... Formación. Así era como podrían vender aquel programa. Si promocionaba el paquete como una asociación en la que las empresas pudieran depender del mismo instructor, entonces tendría algo valioso. Marcos podría crear el software y él se encargaría de ayudar a los negocios a aplicarlo. 

Enfrentados: Capítulo 39

 -Yo...


-¡Cómo has podido... ! -la interrumpió la señorita Tanner-. La gente dependía de ti -señaló las tijeras que aún tenía en la mano.


-Vamos, Carmen, cálmate -dijo la señorita Marchand, que era la más razonable de las dos-. Estoy segura de que Paula tiene sus razones.


-Me voy a California.


Las dos mujeres se quedaron boquiabiertas.


-¿Para qué?


-Eso es lo que yo me estaba preguntando -Pedro se sentó junto a ella en el escalón.


Estaban muy pegados, y sin saber por qué se sentía muy consciente de cada movimiento leve de su cuerpo cálido y vibrante.


-Te felicito, Pedro -dijo la señorita Marchand-. Los bebés de tu hermana y tu cuñado son preciosos.


-¿Los han visto? -preguntó Pedro.


Para tener más sitio le echó a Paula el brazo por la espalda. La tentación de apoyarse en él, de comprobar qué sentiría con su brazo a la cintura, se hizo más intensa. Una intensidad que le corría por las venas. Lo deseaba, y la idea no la sorprendió tanto como habría esperado. Miró a Pedro. Él le sonrió suavemente y sin darse cuenta ella le devolvió la sonrisa antes de volverse hacia las señoras.


-Fui al hospital en cuanto me enteré -dijo la señorita Marchand-. Esos dos hicieron bien en casarse -miró significativamente a Pedro y a Paula-. Es lo más adecuado cuando dos personas jóvenes están hechas la una para la otra. ¿No les parece?


Ni Paula ni Pedro dijeron nada. 


-¿Y tú, Pedro? ¿Cuándo vas a sentar la cabeza? Digo yo que ya te toca a tí.


-Sí, Pedro -sonrió Paula complacida de ver cómo se había dado la vuelta a la tortilla.


-En cuanto encuentre a una mujer que sepa preparar tarta de limón y merengue -le contestó.


Paula habría esperado que dijera que nunca. Pedro era de los que nunca se había acercado a una iglesia, ni jamás se había comprometido. De nuevo se preguntó si en California habría cambiado.


-Parece que no tendrás que buscar muy lejos -murmuró la señorita Marchand-. La gente nunca se entera de lo que tienen delante de las narices -carraspeó y se agarró del brazo de la señorita Tanner-. Será mejor que nos vayamos. Te deseo buena suerte, Paula.


Las señoras se despidieron, y Pedro se volvió hacia Paula.


-Parece que tienes un club de fans en Mercy -le dijo.


-Encontrarán a otra.


Pedro la estudió.


-No lo sé. No creo que haya nadie como tú.


Paula tragó saliva y se puso de pie. Su creciente atracción por Pedro se debía a su proximidad constante, y a nada más. Ella quería hacer su vida; no ceñirse a la que le ofreciera un hombre. Sabía lo que implicaban sus palabras; percibía su interés en sus ojos azul cobalto, pero no pensaba tirar por ese camino. Volvió a la cocina y guardó las tijeras en su estuche.


-Ya estás -le dijo cuando él entró detrás de ella.


Él se pasó la mano por la cabeza.


-Fenomenal. Gracias.


-De nada. 

Enfrentados: Capítulo 38

 -No hay ningún buen partido en Mercy.


-Sí que los hay. Estoy yo.


-Tal vez deba especificar. Ningún buen partido que valga para casarse.


-¿Crees que no valgo para el matrimonio?


Ella se echó a reír con tantas ganas que le temblaron las tijeras. Alicia levantó la vista de la labor que estaba haciendo. Rafael y Julia, que estaban abrazándose en el sofá, se asomaron a mirar; Arturo y Graciela dejaron de leer el periódico un momento; Renee les echó una mirada de fastidio desde donde estaba viendo la tele. Incluso Adrián se dió la vuelta para ver lo que le hacía tanta gracia. Luis, sin embargo, continuó durmiendo.


-Eh, eh, ten cuidado con las tijeras -dijo Pedro.


-Ay, lo siento -Paula ahogó su risa y las tijeras dejaron de moverse.


Continuó cortando. Terminó de cortarle la parte de atrás y se colocó delante, de pie entre sus piernas, y empezó a canturrear mientras cortaba. Estaba más cerca de lo que lo había estado ningún peluquero profesional. ¿A propósito tal vez? Las caderas de Paula se curvaban con gracia entre sus piernas. Si se hubiera movido un centímetro hacia un lado u otro, le habría rozado la parte interna del muslo. Era una agonía no poder tocarla. Se aclaró la voz antes de hablar.


-¿Entonces... Por qué no te has ido nunca a vivir con un hombre?


-No he conocido a ninguno que quisiera sentar la cabeza. Como diría la señorita Marchand, una de mis clientes, debo de tener «utilízame» escrito en la frente.


Pedro se inclinó hacia atrás y la miró con sorpresa.


-¿Tú? Tú siempre has tenido tanto... Carácter.


Ella se echó a reír. 


-No. La genialidad me desarma -Paula le colocó la cabeza en posición-. O al menos solía desarmarme. Cuando era más joven atraía a los perdedores.


-Tú atraes a cualquier hombre.


-Sí, sobre todo a los hombres que no tienen intención de quedarse. Pero basta de hablar de mí -le levantó otra sección de cabello-. Ahora te estoy cortando el pelo.


Él le agarró de la cintura. Los demás lo estarían mirando, pero le daba igual.


-¿Son los hombres los que no quieren quedarse, o eres tú? ¿Por qué te vas a marchar de Mercy, Paula?


Ella lo miró sorprendida, y abrió la boca, como si fuera a decirle algo. Pero en ese momento se oyeron unos golpes a la puerta y se acercó rápidamente con las tijeras y el peine en la mano para ver quién era. Por la ventana vió que eran dos de sus clientes más asiduas: la señorita Marchand y la señorita Tanner. Paula pensó que no podían haber llegado en mejor momento. Las preguntas de Pedro habían tocado temas de los que no quería hablar; su pasado, su futuro y sus relaciones con los hombres. Paula decidió dejar de pensar en todo eso y fue a abrir la puerta.


-Caramba, hola señorita Tanner, hola señorita Marchand. ¿Qué están haciendo aquí?


La señorita Tanner se puso las manos en jarras y la miró con gesto ceñudo.


-¿Qué estás haciendo tú aquí?


-¿Cómo? -dijo Paula.


-Flo nos dijo que dejaste el trabajo. Mañana es sábado, sabes. ¿Qué estás haciendo, si puede saberse? -repitió. 

Enfrentados: Capítulo 37

 -No quites la mano. Sólo estamos hablando. En plan de amigos.


Ella tragó saliva.


-Me has dado la mano. Eso es más que lo que hacen los amigos.


-Sólo si sientes algo más que amistad por mí -hizo una pausa breve-. ¿Sientes algo más?


El mechón de pelo volvió a caerle sobre la frente.


-Necesitas un corte de pelo -dijo Paula, quien inmediatamente se puso de pie-. Yo... Creo que me he traído mis tijeras; ya sabes, he metido de todo en la maleta -soltó una risa forzada-. Además, podría hacerlo ahora, si tú quieres.


Cualquier cosa para huir de aquella conversación; de aquella cocina demasiado pequeña, demasiado calurosa, donde nada salvo Pedro parecía existir. Él la estudió detenidamente unos segundos. Entonces se puso de pie.


-Claro. Confío en tí.


Ella no pudo resistir una sonrisa.


-¿Estás seguro? En el instituto parecías más preocupado por tu apariencia que por nada más -se burló ella.


-He cambiado. Ahora soy adulto -avanzó un paso, invadiendo de nuevo su espacio-. ¿No te has dado cuenta?


Oh, sí, se había dado cuenta a la perfección. En más de una ocasión desde que habían subido a la caravana. Lo había notado cuando él había pasado junto a ella, había notado su aroma masculino e incitante. Se había fijado en él cuando se levantaba y se estiraba después del desayuno, todo él músculo y fuerza. Lo había notado todo. El ofrecerle el corte de pelo no había sido buena idea. ¿Pero por qué de pronto sentía cierta emoción? 


Pedro se sentó en uno de los taburetes plegables de la cocina, el único asiento que resultaba conveniente para la altura de Paula. Le había colocado un plástico alrededor de los hombros, y en ese momento estaba detrás de él, con unas tijeras en una mano y un peine en la otra.


-Tienes el pelo bonito -le dijo ella.


¿Sería su imaginación, o le pareció que su voz era más sensual de lo normal? Inclinó la cabeza hacia atrás sonriendo.


-La mayor parte de las mujeres enaltecen otras partes de mi cuerpo.


Ella entrecerró los ojos.


-Sólo me interesa tu cabeza. Ahora, estate quieto.


Él bajó la cabeza obedientemente. El peine se deslizó por sus cabellos. Paula levantó un mechón, empezó a cortar y las puntas empezaron a caer al suelo y encima del plástico. Repitió el proceso una y otra vez, avanzando poco a poco. Sus movimientos eran gráciles, suaves y femeninos; profesionales y en absoluto sensuales. Pero en aquel momento, con su cuerpo tan cerca del  suyo, cada vez que ella le rozaba el cabello se encendía su deseo.


-¿Por qué no estás casada, Paula? -le preguntó.


Ella dejó de cortar.


-Pedro, este no es ni el lugar ni el momento idóneos para...


-Es una pregunta sencilla. Eres una mujer muy bella. Eres inteligente, lista, vistes de añil -ella sonrió-. ¿Por qué no te ha pillado un hombre afortunado?


Ella se inclinó hacia delante y empezó a cortar otra vez, pero esa vez los movimientos le parecieron más rígidos, menos fluidos. 

Enfrentados: Capítulo 36

 -Quiero... darte las galletas antes de que se me olviden.


-Ah -una sombra de decepción oscureció sus ojos verdes-. Claro. Estupendo. Serán como un antídoto para esto.


-Sí. Algo así. 





"Día seis. Llevo tres noches en la silla y dos en el suelo, porque no dejo de sacar cartas bajas. Me duelen la espalda y las piernas todo el tiempo, y estaría dispuesta a dormir con El Jorobado de Notredame si tuviera la oportunidad de dormir en una cama en lugar de en una silla. No dejo de echar solitarios, pero no me ayuda a dejar de pensar en mi padre y en ganar esta caravana. Y Pedro. Es tan distinto a como yo lo recordaba... Sigue siendo atractivo, por supuesto, pero ahora es un poco más maduro, supongo. ¿Será posible que haya decidido dejar la actitud de playboy? Él dice eso, pero no estoy segura"...


-Aquí está mi pago de hoy.


Paula cerró el diario al oír la voz de Pedro y vió que le dejaba tres galletas de chocolate delante de ella.


-Marcos vino y me trajo más -añadió.


A Paula siempre le había gustado el hermano gemelo de Pedro, un hombre amable y serio a quien siempre había visto con un libro en la mano. Había leído la noticia del fallecimiento  de la esposa de Marcos el año pasado en el periódico y no podía imaginar lo difícil que debía resultarle educar a su hija solo. Pero Cataluna tenía suerte. Aunque había perdido a su madre, aún tenía un padre que la quería y unos abuelos que intentaban llenar ese vacío.


-¿Cómo está Marcos?


Pedro se sentó delante de ella.


-Sobreviviendo.


-Debe de ser duro para él. 


-Horrible -sacudió la cabeza-. Llevaban casados desde los diecisiete años -Pedro jugueteó con una galleta-. Creo que la mayor parte de los días se levanta de la cama porque no le queda otra.


-Por Catalina.


-Sí. De no ser por ella, no sé dónde estaría.


-Lo entiendo. Mi madre murió cuando yo tenía la misma edad que Catalina. Han pasado casi veinte años, pero aún hay días en los que echo de menos oír su voz o poder hablar con ella -Paula sacudió la cabeza.


Él se inclinó hacia delante.


-¿Por eso no quieres acercarte nunca a nadie? 


Paula se movió para apartarse un poco de él. 


-Eso no es cierto.


Él arqueó una ceja.


-Dime una persona a la que estés unida.


-A Soledad. ¿Ya se te ha olvidado? Solía salir con tu hermano Federico. Vive al lado mío.


-La recuerdo. También que fue lo mejor que le pasó a mi hermano.


Un mechón de pelo le cayó sobre la frente e inmediatamente fue a retirárselo. Pero antes de que pudiera hacerlo Paula adelantó la mano automáticamente. Sus dedos se chocaron con torpeza y ella sintió un latigazo por todo el brazo.


-Yo... lo siento -balbuceó, sorprendida consigo misma.


Ella nunca balbuceaba de ese modo. Jamás perdía la compostura. Jamás dejaba que el roce de la mano de un hombre, de un amigo, la distrajera de tal modo.


-Sólo estaba... -no terminó la frase.


Pedro le tomó la mano antes de que pudiera retirarla.


-No.


-¿No qué?