lunes, 2 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 4

Unos pitidos que le traspasaron el tímpano, estridentes. Y al lado de la oreja. Un ruido penetrante, repetitivo, molesto. Pedro le pegó un manotazo a la mesilla de noche, buscando a tientas la fuente de aquel ruido. Se pegó en la mano contra el plástico duro, que golpeó hasta dar con el botón. Abrió un ojo y miró los número digitales rojos; las tres de la madrugada. ¿Qué loco se levantaba tan temprano?  El concurso «Sobrevive y Conduce» empezaba ese día. Sólo los primeros veinte se montarían en la caravana. Si no salía de la cama y corría al centro comercial, perdería la oportunidad. Se tambaleó hasta la ducha, donde no se molestó en esperar a que el agua saliera caliente. Tres minutos después estaba listo. En su dormitorio de toda la vida, encendió la luz y se vistió con unos vaqueros y una camisa. Banderines de los Colts de Indianápolis colgaban de la pared, recuerdos de las visitas al estadio con su padre. Una selección de trofeos deportivos coleccionaban telarañas sobre una estantería; imágenes doradas de los chicos jugando al fútbol, al jockey, con palos o pelotas de béisbol. Una foto de hacía cinco años de su familia, Diego, Marcos, Federico, Luciana, sus padres y él, descansaba sobre la cómoda. La miró pero no se molestó en leer las palabras de la esquina, que en una placa de metal elogiaban a Pedro Alfonso. Porque ninguna de ellas era cierta.


Guardó ropa suficiente para unos cuantos días en una bolsa de gimnasia, metió un desodorante, crema de afeitar, una cuchilla y pasta de dientes. También metió su ordenador portátil, un cuaderno de notas y unos cuantos lápices antes de cerrar la bolsa. Entonces se puso las zapatillas de deporte sin deshacer las lazadas y fue al dormitorio de Marcos. La habitación de su hermano gemelo contrastaba totalmente con la suya. Marcos, el más organizado de los dos, había acomodado su habitación a las necesidades de un adulto. Los escasos muebles que se había llevado de su casa de California parecían encerrar todos los recuerdos de lo que antaño había sido un hogar feliz. La luz del pasillo bañaba la habitación con una luz suave que destacaba una colcha hecha a mano sobre el sillón de la esquina y una serie de fotografías en el escritorio rústico que Daniela le había regalado a Marcos por su cumpleaños. Las fotos captaban momentos más felices, antes de que la muerte hubiera llamado a la puerta de Marcos. Pedro experimentó una opresión en el pecho. Tenía veintinueve años; demasiados para jugar a lo que había jugado en su juventud. Cuando Daniela había fallecido el año pasado, había sentido, como ocurría muchas veces con los hermanos gemelos, el dolor de Marcos; y de repente había entendido que echaba en falta algo muy especial. Cuando había vuelto a casa de sus padres dos semanas atrás, al cálido hogar donde siempre olía a pan recién hecho, había entendido qué era exactamente lo que le faltaba. 

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