miércoles, 25 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 51

Paula tenía razón. La butaca parecía de cemento. Podría estar allí, en la cama con ella. Se había dado la vuelta dormida y se le había subido la camiseta larga que utilizaba de camisón, dejando al descubierto una pierna. Una pierna larga y sedosa.  Después de ver eso, Pedro ya sí que no podría dormir. Tal vez debería taparla. Después de todo, podría enfriarse. Se puso de pie con cuidado y se acercó al sofá. Se quedó mirándola unos instantes mientras dormía. Así, dormida, tenía un aspecto casi angelical. Normalmente no utilizaría esa palabra para describirla, pero en ese momento le pareció vulnerable como un niño, allí de lado con la cabeza apoyada en la almohada. Tan dulce, tan perfecta. Dios, era una mujer preciosa. Toda ella piernas y cabello largo y dorado. No sabía por qué ella siempre había pensado que ser tan alta era un engorro. A él le gustaba que la mujer estuviera a la misma altura, tanto física como intelectualmente. Se dió cuenta mientras la miraba de que se había cansado de mujeres como Nancy, que sólo se fijaban en su físico. No lo conocían del modo en que lo conocía Paula. Con las demás mujeres no había habido nada importante. Sólo les había interesado el momento. Habían sido conquistas fáciles, que no habían implicado ningún riesgo. Ningún riesgo a fallar, ningún riesgo en absoluto. ¿Entonces por qué demonios había aceptado salir a cenar con Nancy? ¿Sería por miedo a sentar la cabeza? El último error que había cometido le había hecho ver las cosas de otra manera. Desde entonces tenía un objetivo y había estado trabajando para alcanzarlo: Conseguir el dinero suficiente para volver a abrir su empresa con Marcos, entre el dinero que consiguiera por la venta de la caravana y lo que le dieran por esos manuales. Ello le hacía sentirse bien. Era estupendo tener una misión, un destino. Pedro dejó de pensar en esas cosas. Agarró la manta que estaba a los pies de la cama y fue a tapar a Paula. Al hacerlo, ella se dió la vuelta.


-¿Qué estás haciendo? -le preguntó con voz adormilada y sexy.


-Bueno... Me pareció que tendrías frío.


-Ah -se incorporó sobre los codos-. Gracias.


-No hay problema -se quedó agarrando la manta un momento más, y entonces se dió cuenta de lo estúpido que debía parecer allí de pie con una de las mantas de Alicia en la mano; se inclinó hacia delante y le echó la manta por las piernas-. Ya está.


Ella le sonrió.


-Gracias.


-No hay de qué. Bueno, buenas noches entonces -volvió a la silla.


-¿Pedro?


Su voz era dulce como un caramelo.


-¿Sí?


-No puedes estar cómodo en esa butaca. Si me prometes ser bueno -dijo Paula en tono provocativo- entonces puedes dormir aquí. Conmigo.


¿La silla de cemento o compartir una cama con Paula? Pedro no vaciló. A los dos segundos estaba tumbado a su lado.


-Paula, eres un ángel. 

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