miércoles, 11 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 24

Ella pestañeó varias veces. El silencio entre ellos se prolongó.


-No creo que sea buena idea.


-¿Por qué no?


-En la única cita que tuvimos una vez, me dejaste en mi casa y te marchaste tan rápidamente que mi padrastro plantó un jardín en los surcos que dejaron los neumáticos.


-Vamos, estás exagerando.


-No te gusté. Ni tú a mí. 


-Teníamos dieciséis años. 


Ella sacudió la cabeza.


-No creo que nada haya cambiado.


Olía a vainilla, un aroma tan delicioso como el de las galletas caseras. Sin pensar, le tocó la mejilla. La tenía suave, tersa. Besable. Una oleada de deseo puro lo golpeó con fuerza. Tragó saliva, consciente de los pocos centímetros que los separaban en aquella cocina íntima y en sombras.


-Creo que han cambiado muchas cosas, Paula.


Por un instante ella no se movió; incluso pareció que no respiraba. Entonces se retiró, rompió el contacto y su suavidad desapareció.


-¿Tú has cambiado?


-Sí, creo que sí. He aprendido mucho en este último año.


-¿Y de pronto estás pensando en una relación seria?


-Tal vez.


-O tal vez yo sea esa fruta que cuelga del árbol y que no puedes alcanzar.


-No es eso, Paula...


-¿Pedro, por qué no empiezas primero con un perro? Cómprate un cachorro. Cuida de él, aliméntalo y atiéndelo cada día. Intenta comprometerte de ese modo antes de hacerle a una mujer promesas que no tienes intención de cumplir.


Él apretó los dientes. Paula, tan precisa como siempre, había destacado todos sus fallos en un bonito párrafo.


-¿Te ha hecho eso alguien?


-¿Te acuerdas de Gabriela Hatford?


Él sacudió la cabeza.


-Bueno, pues yo sí. Y si te acordaras entenderías por qué no confío en tí. Ni en muchos otros hombres -soltó un suspiro-. De un modo u otro, no estamos hablando de mí -levantó la botella de cerveza del mostrador-. Te sugiero que duermas un poco. Querrás estar bien descansado para el viaje de vuelta a casa mañana.


Había metido la pata con esa frase estúpida. Había ido demasiado deprisa, como un halcón detrás de un ratón. 


-No me doy por vencido tan fácilmente, Paula.


-Y yo no cedo tan fácilmente.


Se dió la vuelta y se marchó sin mirarlo. Fue hacia su sillón, se acomodó y se tapó con la manta. ¿Y quién la necesitaba? Había mujeres en abundancia. No necesitaba a una que lo volviera loco. Pedro se terminó su cerveza, tiró la botella vacía a la basura y volvió a su sitio. Tumbado en el suelo, no dejó de dar vueltas pensando en lo que le había dicho, reconociendo que la mayoría de las cosas estaban muy cerca de la verdad. O al menos de lo que había sido su vida antes de comprender lo que había perdido Marcos y lo mucho que él deseaba lo que su hermano había tenido. El problema era cómo conseguirlo. Cómo convertirse en un hombre en quien se pudiera confiar, para ocuparse de su familia cuando llegaran momentos difíciles. No estaba seguro de si era o no esa clase de hombre. Cuando Pedro finalmente se durmió, sus sueños fueron de color azul pastel. 

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