viernes, 29 de julio de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 45

 —Estoy pensando que podríamos mostrarnos mucho más convincentes —respondió Pedro. 


A Paula se le secó la garganta.


—¿Cómo?


—Así.


Y Pedro la besó. La besó como un adolescente loco de amor. No había imaginado la calidez, se le metió dentro como un bálsamo milagroso. Tampoco había imaginado su dulzura. Pero lo que casi le hizo estallar fue la inesperada forma como ella lo besó, como si hubiera estado toda la vida esperando aquel momento.


—¿Paula? —Ivi Blake, decidió Pedro, era tan estúpido y tan torpe como había supuesto que era.


Pero al oír su voz, Paula se puso rígida en los brazos de Pedro. El momento pasó y él la soltó. Pedro se volvió hacia Blake, que estaba mirando a Paula unos escalones más abajo.


—Eras tú. Vanina me ha dicho que no podía ser, pero yo estaba seguro... —Iván miró a Pedro, frunció el ceño, y se dirigió de nuevo a Paula—. No me habías dicho que ibas a venir aquí.


—Paula no lo sabía —intervino Pedro—. Era una sorpresa.


Ivi Blake se echó a reír.


—Para mí sí que lo ha sido. No sabía que vinieras a estos sitios —e Iván miró a Paula como si estuviera esperando que hiciera las presentaciones.


—Oh, perdona, Iván. Pedro, te presento a Ivi Blake. Es posible que sepas quién es.


—Sí, puede ser —respondió Pedor.


A continuación, le ofreció la mano a Iván.


—Iván, éste es Pedro Alfonso.


—Pedro —Iván le estrechó la mano y esperó más amplia explicación, pero no la obtuvo—. ¿Por qué no venís a tomar una copa con nosotros?


—Esta noche no, Iván —dijo Paula antes de que Pedro pudiera intervenir—. Estamos cansados.


—Quizá en otro momento —añadió Pedro, y utilizando la pierna buena y apoyándose en la barandilla, se levantó con cierta dificultad.


Paula se puso en pie con él, le rodeó la cintura con un brazo y le ofreció su apoyo discretamente.


—Creo que alguien te busca, Blake —dijo Pedro.


Iván se volvió.


—Oh, Vanina, ya iba para allí —Iván se volvió a Paula—. Nos quieren sacar unas fotos para una revista. Será mejor que nos las saquen antes de que nos emborrachemos del todo. 


Paula saludó a Vanina y luego miró a Pedro con expresión interrogante. Él asintió.


—Adiós, Iván —dijo Paula.


—Te llamaré mañana, Paula.


Pero ella ya estaba subiendo las escaleras.


—Apóyate en mí, Pedro —murmuró Paula.


—Siento mucho que...


—Me avisaste de que eras tonto. La próxima vez, no seas además presumido y tráete la barita mágica, podrías utilizarla como bastón.


La próxima vez. No habría una próxima vez. No, si le quedaba un mínimo de sentido común.


—Gracias —dijo Pedro cuando llegaron arriba—. Creo que ya puedoarreglármelas solo.


—¿Estás seguro?


Ella aún le rodeaba la cintura y el brazo de Pedro seguía apoyándose en su hombro. Y, desde donde estaba, él pudo ver a Ivi Blake observándolos. Pedro dedicó una sonrisa a Paula.


—Bueno, supongo que no merece la pena arriesgarse —dijo él, dejando el brazo donde lo tenía. Pero le costó un verdadero esfuerzo no volver a besarla—. ¿Te ha gustado eso?


Paula no dijo nada. No sabía exactamente a qué se refería, si al club, al baile o al beso. Nadie la había besado así, como si el placer fuera lo único que importara.


Tú Me Haces Falta: Capítulo 44

Pedro clavó la mirada en los labios de Paula. Suaves, sonrosados, labios de sol y risa. Su propia boca latía con un sobrecogedor deseo por besarla, por sucumbir a la tentación. Eso sí que daría a Ivi Blake algo en que pensar. Quizá debiera hacerlo.


—¿En serio quieres que nos vayamos?


—Sí, ahora mismo —dijo Pedro, antes de perder el control por completo—. Confía en mí, Paula. Soy tu hado padrino, ¿O lo has olvidado?


Siempre y cuando él no lo olvidara estarían a salvo. Pedro le agarró la mano.


—Imagina que el reloj está dando las doce campanadas y que el coche se va a convertir en una calabaza.


—Pero Iván...


Dios, ¿Acaso esa chica no podía olvidarse de Ivi Blake ni un minuto?


—Que espere —le espetó él.


Paula se detuvo bruscamente, obligándole a hacer lo mismo.


—El bolso. Lo he dejado en la mesa.


—Olvídalo.


—¡No!


—No creo que tengas nada de mucho valor en él.


—El bolso es de mucho valor. Era de tu... —la mirada que él le lanzó la hizo callar—. Además, tengo en él las veinte libras que me diste.


Paula le lanzó una mirada, indicándole que estaba decidida a recoger el bolso. Al momento, se desvió y Pedro se vió forzado a seguirla mientras ella recogía el bolso.


—Vamos, ve a por el abrigo, Paula —dijo Pedro cuando llegaron a las escaleras colocándola delante, decidido a que no volviera a desviarse del camino.


Paula corrió ligeramente al subir los escalones, Pedro hizo una pausa al pie de la escalinata, el dolor le había atacado de repente. Se mordió los labios y luego, despacio, la siguió. Pero a mitad de las escaleras, cargó el peso en la pierna mala, ésta cedió, se tambaleó y tuvo que agarrarse a la barandilla para no caer.


—¡Maldita sea! ¡No, Paula, no pares! Tú sigue, ahora mismo subo. 


A pesar de los esfuerzos, la pierna se negó a cooperar y Pedro acabó sentado en un escalón.


—Me parece que alguien ha tomado una copa de más —dijo una chica que bajaba las escaleras.


Paula lanzó una furiosa mirada a las espaldas del grupo y luego se reunió con Pedro. Se sentó a su lado, tomó una de sus manos en las suyas y notó la palidez de su rostro. Le dolía, pero no iba a admitirlo.


—Idiota —dijo ella apoyando la cabeza en el hombro de Pedro, como si estuvieran ahí sentados porque querían.


—Dilo otra vez y te despido.


—¡Ya, que te crees tú eso!


—Está bien, soy un idiota. Pero como me digas eso de que «Ya te lo advertí...», te juro que...


—Ya, ya. Vamos, apóyate en mí, Pedro.


Paula no esperó. Le levantó el brazo y se colocó debajo. Luego, le sonrió mientras se acurrucaba contra él.


—La gente va a pensar que somos una pareja de enamorados.


—Ésa es la idea, ¿No? Además, es mejor eso a que crean que estamos borrachos.


—Cierto.


Pedro se volvió y se la quedó mirando un momento. El rostro de Paula estaba a escasos centímetros del suyo, sus ojos llenos de preocupación.


—¿Qué...? ¿Qué estás pensando?


La boca de ella era una cálida invitación. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 43

 —Tenías razón, Pedro —dijo ella al empezar a bailar.


—¿En qué?


—En lo de que no hay espacio para el tango.


—Gracias a Dios. Tendría un aspecto ridículo con una rosa en la boca.


Paula se echó a reír por fin, y Pedro fue demasiado consciente de que lo único que se interponía entre ellos eran un poco de satén color melocotón. La idea se le subió a la cabeza y se sintió tan enfermo como si, de repente, le hubiera atacado un virus. Pedro no parecía capaz de olvidarse de que la piel de ella debía ser como el satén: suave y cálida. Al bajarle la mano por la espalda, se le erizó la piel. 


—Rodéame el cuello con los brazos —murmuró Pedro. Paula se limitó a mirarle—. Creía que querías poner celoso a Blake.


¿A Iván? ¿Quién, en su sano juicio, podía pensar en Iván en un momento como aquel? Inmediatamente, Paula recuperó la compostura.


—Richie no lo notará.


—Sí lo notará. Lo ha notado ya —Pedro, que le sacaba la cabeza a Paula, le estaba viendo bailar con la mujer apenas vestida. Iván miraba en su dirección.


Paula, en la intimidad de aquel abrazo con un hombre al que apenas conocía, su jefe, descubrió de repente la clase de hombre que llenaba los sueños de cualquier mujer. Iván, a pesar de su fama, era un chico normal que conocía de toda la vida. Pedro era diferente. Había una natural arrogancia en él nacida de siglos de saber que se era especial. Todo en él era diferente. Rodearle el cuello con los brazos y apoyar la cabeza en su pecho no era un martirio, y sus labios esbozaron una sonrisa cuando él le puso las manos en la cintura y cerró el abrazo. Dos horas antes, Iván Blake la había hecho pasar un infierno; ahora, de repente, se encontraba en el paraíso.


Pedro cambió de postura ligeramente, de tal manera que sus manos descansaron en las suaves caderas de Paula. Era un paraíso y también era un infierno. El aroma de ella le desbordaba... De repente, se dió cuenta de que no quería que Ivi Blake se acercara a Paula aquella noche. Aún no. Primero tendría que aprender lo que era desear a una mujer, anhelarla, apreciarla, sentir celos, y amarla lo suficiente para estar dispuesto a perderlo todo por ella...


—Paula...


Ella abrió los ojos, engomes, muy oscuros. Su boca era suave e incitante, los labios partidos. Se lo quedó mirando.


—Pedro... ¿Te encuentras bien?


No, no se encontraba bien. Se encontraba de todo menos bien. Al agachar la cabeza, un dolor en lo más profundo de su vientre se intensificó al rozarle el oído.


—Vámonos de aquí, Paula.


—¿Qué nos vayamos? 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 42

Paula vació su copa atrevidamente.


—Crees que estoy loca, ¿Verdad?


Pedro volvió a llenarle la copa.


—Claro que estás loca. Créeme, el amor y la cordura no tiene nada que ver, lo sé por experiencia.


Paula se lo quedó mirando. ¿Amor? ¿Quién había hablado de amor? Pero en ese momento se dió cuenta de que Pedro la estaba mirando fijamente... O al vestido que llevaba puesto.


—Debías querer mucho a tu mujer.


—¿Eso crees? La verdad es que aún no he conseguido averiguar si la quería demasiado o no lo suficiente —Pedro vació su copa.


Sintió un punzante dolor en la rodilla, un recordatorio permanente de las consecuencias de ser demasiado egoísta en el amor.


—Vamos, Paula, dejémonos de tonterías y vamos a bailar.


Pedro tenía gotas de sudor en la frente y una palidez en los labios repentina.


—¿Estás seguro? No tienes que...


—No es mi intención dar una demostración de cómo bailar el tango. No hay suficiente espacio.


—Yo sólo quería decir que...


—Si te prometo no caerme, ¿Te atreves a bailar conmigo? —insistió él impaciente—. Vamos, la mayoría de las veces me funcionan las dos piernas. Un poco de movimiento en la pista de baile es lo que me ha recomendado el médico.


Pero la valentonada de Pedro no la convenció del todo, y la pista de baile estaba a rebosar. No obstante, llevarle la contraria a Pedro Alfonso no era fácil.


—Perdona, Pedro.


Y para demostrarle que lo decía en serio, sonrió.  Aquella sonrisa fue lo que deshizo a Pedro. Estaba claro que Paula se arrepentía de haberle dejado convencerla de ir allí y que preferiría estar a salvo acostada en su cama. Y era natural, a nadie le gustaba que le hicieran sufrir.


—Paula, yo no te he dicho que esto fuera a ser fácil; pero si se quiere algo de verdad, hay que luchar por ello. De esa forma, uno se siente en paz consigo mismo porque se sabe que se ha hecho lo que se ha podido.


¿Por qué le estaba diciendo aquello? ¿Acaso no había aprendido la lección?


Paula se miró el vestido.


—Para ser alguien en busca de respeto a sí misma, me siento demasiado bien vestida.


—Estás encantadora. Preciosa. Soy la envidia de todos los hombres que están aquí.


Paula levantó la mirada y, por un momento, creyó que Pedro había hablado en serio.


—Idiota —murmuró ella, pero a pesar de la música Pedro la oyó.


—En eso estamos totalmente de acuerdo —dijo Pedro, suponiendo que el insulto había sido dirigido a él.


Entonces la agarró del brazo, la obligó a ponerse en pie y la llevó a la pista de baile. Hacía calor y había mucha gente, a penas espacio para moverse, así que no tuvo más alternativa que estrecharla contra sí. Paula no puso objeciones.

Tú Me Haces Falta: Capítulo 41

Pero como no había hecho nada con sentido común, tenía la responsabilidad de hacer lo posible por que Paula saliera de allí con lo que quería. ¿Pero se estaba comportando de un modo responsable? ¿Y si Ivi Blake no mordía el anzuelo? En ese caso, ¿Cómo se sentiría ella? Mientras miraba, vió a Iván Blake seduciendo a una chica casi desnuda que acabó sentada encima de él. También vió a una bonita pelirroja mirarlo con expresión posesiva.


—¿Le parece bien la mesa, señor Alfonso?


—Perfecta, Antonio. Por favor, haga que nos, traigan una botella de Bollinger —Pedro se volvió a Paula—. ¿Tienes hambre?


Paula negó con la cabeza.


—En ese caso, Antonio, nada más.


Antonio inclinó la cabeza ligeramente y se marchó. Durante unos momentos, se sentaron y guardaron silencio. Paula tenía los ojos fijos en la ruidosa escena que se desarrollaba al otro extremo de la estancia.


—Ojalá...


—¿Qué?


Paula miró a la mesa.


—Ojalá no hubiera venido. Esto no es para mí.


—Hay que tener cuidado con lo que se desea... Por si acaso se hace realidad.


Paula lo miró furiosa.


—Que yo recuerde, no he deseado venir aquí.


—No en voz alta, pero mentalmente...


—¿Lees la mente? En ese caso, debes saber exactamente lo que estoy pensando ahora. 


La irritación de Paula era resultado de su desilusión, y Pedro lo comprendía. Pero ¿Qué había esperado? ¿Que Ivi Blake soltara el manojo de curvas que tenía en las manos, corriera hacia ella y la estrechara en sus brazos?


—¿Y bien? —insistió ella.


—¿Quieres ir allí y unirte a su fiesta? Como lo conoces y te ha invitado, estaría bien visto.


—¿Crees que se daría cuenta?


—He de reconocer que está algo ocupado en estos momentos.


—Sí, lo está, ¿Verdad?


—Vamos, Paula, toma una copa de champán —dijo Pedro cuando llegóel camarero.


—¿Por qué?


—Porque todo se ve mejor después de una copa de champán.


Pedro le puso una copa en la mano. Quizá el champán la hiciera relajarse un poco y olvidarse de Blake lo suficiente para empezar a divertirse. Y era fundamental que se olvidara de él y que disfrutase si quería hacerse notar.


—¿Por qué demonios habré accedido a venir aquí?


—La fortuna favorece a los atrevidos, Paula —dijo Pedro tocando la copa de ella con la suya—. Dime, ¿Hasta dónde crees que llegaría tu atrevimiento esta noche? 

miércoles, 27 de julio de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 40

 —He estado muy ocupado. ¿Quién los ha hecho venir aquí esta noche? —preguntó Pedro como si no lo supiera.


—Nadie que usted conozca. ¿Quién es la señorita? ¿Es una actriz, señor Alfonso? ¿O es una modelo? ¿Qué historia es?


—¿Quién ha dicho que haya una historia? —entonces, Pedro sonrió maliciosamente para asegurarse de que supieran que estaba bromeando—. Somos dos buenos amigos que han salido a pasar una tranquila noche por ahí.


—¿Y cuánto tiempo llevan siendo buenos amigos, señor Alfonso? 


Pero Pedro, con lo que había dicho, ya había despertado su interés; por lo tanto, en vez de contestar, entró con Paula en el club. Hacía un par de años que no iba por allí, pero le saludaron como a un viejo amigo. Ella, después de dejar el abrigo en el guardarropa, se reunió con él.


—¿En serio mi foto va a salir en los periódicos? —susurró ella mientras les conducían a su mesa.


—Probablemente. A menos que ocurra algo realmente interesante esta noche.


—¿Como qué?


Como alguien dándole un puñetazo a Ivi Blake. Le había quitado una botella de champán a uno de los camareros y la estaba agitando con violencia entre gritos de sus compañeros. La botella se abrió con un torrente de burbujas, pero todos parecían muy contentos. El maître siguió la mirada de Pedro.


—El señor Blake está celebrando el lanzamiento de un nuevo programa de televisión.


—El señor Blake va a tener problemas si no se comporta como es debido —declaró Paula.


Pedro la miró.


—Tranquila, cariño —a continuación se volvió a Antonio—. Preferiría que no lo celebrase con nosotros. Por favor, Antonio, tan lejos de ese grupo como pueda ponernos.


—Por supuesto, señor Alfonso. Al momento de llamarnos, le reservé una mesa delante de la pista de baile.


Paula detuvo sus pasos.


—Pero yo creía que...


—Un poco de paciencia, Paula —dijo Pedro siguiendo al maître, a través de la multitud, hasta una pequeña mesa preparada para dos personas en el mejor sitio del establecimiento.


Pero la mirada de Paula estaba fija en Ivi Blake, y Pedro le tocó la mano para atraer su atención, al menos por el momento.


—Recuerda, tenías otros planes. Y no tenías ni idea de que te iba a traer aquí. Y no es necesario que te lo quedes mirando, Blake acabará viéndote. 


Y entonces, ¿Qué iba a hacer él? ¿Entregársela y marcharse? El sentido común le decía que eso era lo que debía hacer, pero aquella noche el sentido común parecía haberlo abandonado. Un hombre sabio y con sentido común no se habría metido en aquel lío, un hombre con sentido común habría sugerido a Paula Chaves hacer las maletas, meterse en el primer tren y volver a su casa. Allí sólo le esperaba mal de amores. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 39

 —Tu mujer tenía los pies más pequeños que yo. He conseguido calzarme unas sandalias plateadas, pero... No me lleves a escalar esta noche.


—No lo haré. También necesitas un abrigo. Hay unas pieles que...


—No, gracias, no me pongo pieles —la boca ya no le tembló—. He encontrado un abrigo de terciopelo.


—Bien, lo que quieras. Y ahora, si ya estás lista, sugiero que nos marchemos.


—Escucha, Pedro, no tienes que...


—Intenta detenerme —dijo él desafiante.


Al momento, cruzó la estancia, abrió la puerta y la sujetó para dejar pasar a Paula. Después de haberla visto así, imposible retroceder.


—El coche nos está esperando.


Al llegar a la puerta de la casa, Paula se detuvo.


—¿No necesitas el bastón?


Por fin, Pedro consiguió sonreír.


—No me parece buena idea ir al club con el bastón. El plan es avivar el interés del señor Blake, ¿No? Y no lo conseguiremos si parezco un viejo lisiado al que acompañas por compasión.


—¡Tú no tienes aspecto de viejo lisiado! —declaró ella con arrebato.


—¿No? Las apariencias engañan. Pero si la pierna me da problemas, te prometo que me apoyaré en tí. Eso también le dará qué pensar —Pedro abrió la puerta y la hizo salir—. La carroza espera, señora. Cenicienta va a ir al baile.


—Bien, ¿Y tú quién eres? ¿El príncipe?


—¿No es ése el papel de Ivi Blake? —respondió Pedro ofreciéndole el brazo para conducirla hasta el coche.


Paula hizo una mueca.


—¿Iván? No sabría ser un príncipe. Pero si tú no lo eres, ¿Qué papel te toca?


—¿No me reconoces sin el bastón? ¿O debería decir barita mágica?


Paula se echó a reír.


—¿Mi hada madrina? 


—¡Padrino, por favor!


Paula volvió a reír. No obstante, con las sienes plateadas, el rostro saturnino y los ojos gris pizarra, Pedro Alfonso parecía un hombre muy peligroso. Y a pesar de su fama como personaje de televisión, Iván Blake parecía un pueblerino asu lado. Había un grupo de fotógrafos a la entrada del club, clara señal de los famosos que había dentro. Pedro salió del coche, le tomó la mano y se la estrechó al sospechar que estaba nerviosa.


—Sonríe, Paula, no muerden.


—¿No? ¿Qué van a hacer?


—Te van a sacar una foto y te van a hacer famosa —Paula arqueó las cejas—. Apuesto a que a Vanina le va a sentar como un tiro.


Tras la broma, Paula se tranquilizó y la sonrisa fue natural.


—Sé va a poner enferma.


Apenas habían dado unos pasos cuando uno de los fotógrafos reconoció a Pedro.


—¿Señor Alfonso?


Paula vaciló y miró a los fotógrafos, pero Pedor, poniéndole una mano en la espalda, la obligó a proseguir.


—¿Pedro Alfonso? —repitió el periodista en voz más alta, y cuando llegaron a la puerta del club los demás miembros de la prensa ya les rodeaban y empezaron a iluminarles con los flashes—. Hace mucho que no se le veía, señor Alfonso. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 38

El pelo de Paula, si se le dejaba a su aire, era una masa de pequeños rizos y, sin pensar, Pedro se lo soltó, acariciándolo con los dedos.


—Déjatelo suelto —dijo él—. Aquí encontrarás todo lo que necesites. Usa lo que quieras. Te estaré esperando en el estudio.


Entonces, Pedro se volvió bruscamente y salió de la habitación cerrando la puerta tras sí.


Paula tragó saliva. Algo había ocurrido en el medio minuto que Pedro Alfonso la había tenido medio abrazada. Y, de repente, se sentía más viva que nunca. Alzó el brazo y se quedó mirando la mano que él había tenido en la suya, aún le quemaba. Se la frotó, pero la sensación no desapareció, parecía impresa en su piel. Sabía no se hacía ilusiones respecto a sí misma. Sabía que era una chica de tantas, nacida en un hogar de tantos de una pequeña ciudad al noroeste de Inglaterra. Pero, cuando veinte minutos después se miró al espejo, se dió cuenta de que con un vestido así y del brazo de Pedro Alfonso sería muy fácil olvidarlo.


Mientras Pedro se ponía los gemelos de la camisa se llamó de todo. ¿Qué demonios estaba haciendo? Iba a echar a esa chica en los brazos de un hombre que no la valoraba y que lo único que le haría sería daño. Pero ya era demasiado tarde para echarse atrás. Se enderezó la corbata, se puso la chaqueta del traje y se miró en el espejo por segunda vez aquella tarde. ¿Qué verían esos curiosos ojos tras su reaparición en la escena social después de tanto tiempo? Nada. Porque no había nada que ver. Estaba hueco por dentro. Vacío. Fue a tomar el bastón y, entonces, con un gesto colérico, lo tiró. El único apoyo que necesitaba en ese momento era una copa. Pero al ir a servírsela, pensó que eso tampoco le ayudaría. Lo mejor que podía hacer era llamar a Spangles para reservar una mesa. Acababa de colgar el auricular cuando la puerta se abrió a sus espaldas. Se dió media vuelta. Había tenido razón respecto al vestido, le sentaba perfectamente y el color acentuaba la transparencia de su hermosa piel. ¿Y, al principio, le había parecido una chica corriente? Se había equivocado, Paula no era corriente. Esa noche muchas cabezas iban a volverse para mirarla. Se necesitaba ser un hombre sin sentimientos, sin imaginación y sin corazón para que no le afectase. Incluso un hombre sin corazón podía sentir un eco lejano, recordar un deseo...


—Ya te he dicho que el vestido te sentaría bien —dijo él bruscamente.


—Es una pena que no pensaras en los zapatos —respondió Paula secamente.


Pero Pedro notó el tono de desilusión, Paula había esperado un amable halago. Pero la amabilidad no era suficiente, y él no era capaz de llegar más lejos. Entonces, ella levantó la barbilla y una pequeña sonrisa tembló en sus labios. Pedro la esquivó clavándole los ojos en los pies. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 37

 —¿Y a tí? —preguntó ella a modo de respuesta mientras examinaba las prendas que colgaban de las perchas.


—A mí lo que me parece es un desperdicio tener esto aquí sin que nadie lo use. Creo que Mariana nunca salió una noche con el mismo vestido.


Eso explicaba por qué había tantos.


—Ésa no es la cuestión, Pedro. No puedes ponerme la ropa de tu mujer y pasearme como si...


Pedro encontró lo que estaba buscando. Un vestido de noche de exquisita sencillez, de satín, y del mismo color melocotón que el jersey que había llevado puesto Paula. Él se lo puso por delante y la contempló.


—¿Qué te parece? —le preguntó él.


Paula tragó saliva.


—No puedo. No puedo.


—A Mariana no le importaría, Paula.


—¿De verdad? —Paula acarició la suavidad de la tela y se preguntó qué sentiría si le rozara la piel.


Como si le hubiera leído la expresión, Pedro levantó la falda del vestido y se lo puso en la cara. Fue algo sensual y tentador.


—Dime, Paula, has llevado puesto alguna vez un vestido así — murmuró él con voz provocativa—. ¿Cómo crees que se sentiría esa tal Vanina a tu lado con este vestido?


—Vulgar —respondió Paula sin vacilación.


—¿Y?


—¿Celosa?


—Es posible —contestó Pedro mirándola a los ojos—. ¿Te gustaría averiguarlo?


Paula era lo suficientemente humana para querer eso, pero era capaz de darse cuenta de un imposible. Iba a decirle eso, a darle las gracias y a decirle que lo mejor que podía hacer era las maletas y volver a su casa; pero fue entonces cuando, al devolverle la mirada, vio en la de Pedro que ya lo sabía, y también vió un dolor muy profundo debajo de esa corteza de cinismo y malhumor. Y en un momento, ella se dió cuenta de que Pedro necesitaba que aceptase el vestido y que aceptase su ayuda mucho más de lo que ella lo necesitaba. 


Paula intentó hablar, pero se le había secado la garganta de repente. Tragó saliva.


—Yo... Puede que no sea de mi tamaño —dijo ella. 


A Pedro le costó sonreír, pero valió la pena esperar a ver esa sonrisa.


—¿Te parece que lo averigüemos?


Mientras Paula intentaba dilucidar lo que había querido decir, Pedro le puso las manos en la cintura y tiró de ella hacia sí. Durante unos momentos, la mantuvo muy cerca, tan cerca que ella pudo verle el pulso latiéndole en la garganta, pudo olerle la piel y el débil aroma a coñac de su boca. Luego, él la miró con unos ojos del color de la pizarra mojada.


—Fíate de mí, el vestido es de tu tamaño.


El corazón de Paula latía con fuerza por el inesperado contacto, por la forma como la mano de Pedro había tomado la suya, por el roce del otro brazo de él en la cintura. ¡Y cómo la miraba!


—Oh. Bueno, bien —consiguió decir Paula.


—¿Cuánto te va a llevar arreglarte?


—¿Media hora? —sugirió ella con voz ronca, mirándolo como a un amante, lo suficientemente cerca para besarle, con los labios a la altura de su garganta.


—Veinte minutos.


Recuperando el sentido, Paula dió un paso atrás.


—Veinte minutos me lleva peinarme. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 36

Vió a Pedro llevarse la copa de coñac a los labios.


—¿Y les has dicho cuáles eran esos planes?


—No.


—Hace mucho que no voy a Spangles. Me pregunto si habrá cambiado —Paula no dijo nada; en realidad, no había esperado que dijese nada—. Esta misma tarde estaba pensando que hace mucho que no salgo, y debería hacerlo.


Pedro abrió otra botella de coñac y la repartió en las dos copas.


—Y bailar es un buen ejercicio para mí. El médico me lo ha dicho — tragó más coñac—. ¿Cuánto tardarías en cambiarte, Paula? 


—¿En cambiarme?


—Sí, en ponerte algo más apropiado para ir a un club por la noche.


—Oh, no, Pedro. No puedo... —Pedro no respondió se limitó a observarla pensativamente, preguntándose cómo se vería con un escote hasta la cintura. Pronto descubrió que la imaginación la tenía intacta y que la libido empezaba a funcionarle de nuevo y a toda rapidez—. Además, no tengo un vestido que se aproxime en lo más mínimo a lo que esas mujeres llevaban esta noche, Pedro.


—Yo tengo una habitación llena de vestidos —al momento, Pedro se dió cuenta de lo que acababa de decir.


Nadie había tocado la ropa de Mariana desde su fallecimiento. Pero Mariana habría sido la primera en ofrecérselo a Paula... El coche se detuvo delante de la puerta de la verja.


—Espere aquí —le dijo Pedro al conductor—. Le necesitaré el resto de la noche. Vamos, Paula, esta noche vas a poner a Vanina en su sitio.


—No puedo. No puedes...


—Puedo y quiero. Y tú también.


Agarrándola de la muñeca, la condujo hasta la casa y la llevó al primer piso.


—¡Pedro! —pero las protestas no le sirvieron de nada, él no la soltó hasta entrar en una de las habitaciones.


No era la habitación de Pedro, como Paula había temido, sino un enorme cuarto de vestir. La cómoda estaba repleta de caros artículos de maquillaje, cepillos de plata y peines. Pedro cruzó la habitación, abrió una puerta y, durante un momento, contempló el cuarto de baño dorado. Volvió la cabeza y la sorprendió mirándolo todo con asombro.


—Todo está en orden, incluso hay toallas en el baño.


Sin perder tiempo, Pedro se acercó a los armarios empotrados y abrió varias puertas, revelando una maravillosa colección de preciosos vestidos, todos de diseño exclusivo de diferentes partes del mundo.


—Ésta era la habitación de mi esposa —dijo ella, no era una pregunta—. Éstas eran sus ropas.


—Sí. ¿Te hace sentirte incómoda? 

lunes, 25 de julio de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 35

 —¡No te pongas paternalista conmigo! —Paula estaba enfadada, realmente enfadada—. No soy una pueblerina imbécil enamorada del primero que me sonrió en el patio del colegio. Iván Blake no ha progresado, Pedro, yo le empujé. Él mismo lo ha admitido esta noche al pedirles a sus amigos que fueran amables conmigo, que fui yo quien le puso en el camino de la fama.


Pero también había permitido a Vanina que hiciera una broma de eso. El rostro le enrojeció al recordarlo.


—En ese caso, no lo comprendo. ¿Por qué no estás ahí ahora? ¿No has dicho que Ivi va a dar una fiesta para celebrar el lanzamiento del programa?


—Sí, pero pensaba que iba a ser en el estudio, que iba a ser una fiesta informal —Paula se indicó la ropa.


—¿Y no lo es?


—No. Y a Vanina se le ha «Olvidado» decirme que iba a ser en un club de moda. Vanina...


—¿La ayudante guapa?


—Vanina debería haberme dicho que trajera ropa para cambiarme después del programa.


—Pero no lo hizo.


—Las mujeres que han llegado para ir a la fiesta estaban casi desnudas. Una de ellas llevaba un escote hasta aquí... —Paula se señaló la cintura—. Y otra llevaba un vestido que se le transparentaba todo. Y otra...


—No sigas, me lo imagino —Pedro le agarró una muñeca mientras Paula gesticulaba dramáticamente.


Paula paró, lo miró y, de repente, le sobrevino un sollozo.


—¡Oh, maldita sea! ¡Maldita sea! Me he prometido a mí misma nollorar...


Pedro no sabía cómo había llegado a abrazarla, pero se encontró con los brazos alrededor del cuerpo de Paula mientras las lágrimas de ella le empapaban la camisa. Los sollozos sacudían el cuerpo de ella mientras él murmuraba palabras para tranquilizarla, aunque no sirvieron de nada.


—¡Oh, Dios mío! —Paula se apartó de él bruscamente, sorprendiéndolo—. ¡Cómo es posible que esté llorando!


Con enfado, Paula se secó las lágrimas y continuó. 


—La verdad es que no me importa...


—Eh, cálmate —dijo Pedro ofreciéndole un pañuelo, con el que Paula se corrió el rímel por los ojos—. Lo que necesitas es...


—Si me dices que lo que necesito es una taza de té, Pedro, te prometo que te doy un puñetazo —le advirtió ella.


Lo que necesitaba era justo una taza de té, pero como Pedro no podía ofrecérsela, se inclinó hacia delante y abrió el pequeño mueble de las bebidas que tenía instalado en el coche.


—Coñac —dijo Pedro levantando una botella de muestra de coñac que sirvió en dos copas—. Toma, te calentará un poco. Nos vendrá bien a los dos.


Luego, se miró el reloj. Las diez y media. La noche apenas había empezado.


—¿Sabes en qué club es la fiesta?


—Spangles —respondió Paula antes de beber un sorbo de coñac.


Paula tosió cuando el licor le pasó por la garganta.


—Claro —Pedro consideró las posibilidades—. No es muy tarde. Te da tiempo a que lleguemos a casa, cambiarte y reunirte con ellos en el club.


—¿E ir a un club por la noche yo sola? —Paula bebió otro sorbo de coñac—. No, ni hablar.


Paula esperó. Se encogió de hombros y añadió:


—Además, he dicho que tenía planes para esta noche.


Y había salido de allí con la cabeza bien alta. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 34

Recordó el primer taxi que tomó en Londres hacía unos días; entonces, estaba llena de ilusión y entusiasmo. Ahora, en sólo unos días, había envejecido siglos.


—Supongo que has visto ese horrible programa, ¿Verdad? —comentó ella recostando la espalda en el respaldo del asiento.


—La mayor parte.


—Y mi madre, y sus amigas...


—Lo más probable es que lo hayan encontrado divertido —dijo él rápidamente.


—El público sí que se ha divertido.


—Pero tú no, ¿Verdad?


Paula se estremeció.


—Tienes frío, ¿No? —al momento, Pedro pareció furioso—. ¿Cómo han podido dejarte salir de allí con el pelo mojado y con este frío?


—No ha sido culpa suya. Una chica quería prestarme un secador.


—¿Y por qué no te has secado el pelo antes de salir?


—Dímelo tú, Pedro. Has sido tú quien tenía este coche esperándome a la puerta. 


-Puede que no haya sido la mejor forma de retomar una relación, teniendo en cuenta que no le habías visto desde hacía tiempo —dijo Pedro al cabo de unos momentos de consideración—. ¿Ha cambiado mucho?


—¿Iván? —Paula medió unos segundos.


Sí, había visto cambios en él. Llevaba ropa cara, aunque horrorosamente chillona, el bronceado disimulaba su palidez natural y ya no llevaba gafas, sino lentes de contacto; pero ésas eran cosas superficiales. Pensó en cómo Vanina le había controlado, y él se había dejado.


—No tanto como él piensa que ha cambiado —declaró Paula por fin—. Yo solía ir detrás de él para asegurarme de que hacía lo que tenía que hacer y estaba donde debía estar. La única diferencia que puedo ver es que yo lo hacía gratis y ahora paga a una ayudante para que lo haga.


Paula consiguió sonreír y añadió:


—La verdad es que, si se lo pidiera, ella también lo haría gratis.


Así que Paula era capaz de algo tan humano como los celos, ¿No?


—¿Cómo es? Me refiero a la ayudante.


—Guapísima. Pelirroja, muy delgada y con unos ojos tan increíblemente aguamarina que sospecho que las lentes de contacto de color tienen algo que ver en el asunto.


—Así está mejor.


—¿Qué?


Pedro sonrió maliciosamente.


—La crítica siempre es una buena señal. Y casi te has reído.


—Sólo de mí misma. He hecho el ridículo, ¿Verdad?


—No, Paula. Él ha progresado y te ha dejado atrás. Suele ocurrir.


—Pues no tenía derecho a dejarme atrás. Si no fuera por mí, seguiría eligiendo los discos del club de juventud local.


—Oh, vamos... 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 33

El estudio empezaba a llenarse de mujeres vestidas para matar que se dirigieron al bar que tenían allí., Una de ellas era Vanina.


—¿No le advertiste a Paula lo que podía pasarle? —dijo Iván a Vanina.


—Naturalmente —mintió ella—. No me debe haber entendido.


Sí, claro que la había entendido, pensó Paula.


—Además, en mi opinión, el resultado ha sido perfecto —continuó Vanina—. El público se ha divertido de lo lindo.


—Bueno, si el público se ha divertido, no se hable más —concedió Paula, apretando los dientes—. Es un programa muy interesante, Iván. Estoy segura de que será un gran éxito.


—¡Te ha gustado! —pero ella no había dicho eso—. ¡Ésta es mi chica! Siempre tan animada.


Iván le puso a Paula un brazo sobre el hombro y se volvió hacia los que empezaban a congregarse a su alrededor para felicitarle por el lanzamiento del nuevo programa


—Eh, escuchadme todos, ésta es Paula Chaves. Sean amables con ella, fue la chica que me ayudó en mi carrera a la fama.


—¿En serio? —dijo Vanina, mientras el resto de los presentes miraban a Paula como si procediera de otro planeta—. Debo haberte entendido mal, Ivi, creí que dijiste que te había acompañado al tren que te trajo a Londres. Alguien debió hacerlo; de lo contrario, no estarías aquí.


De repente, todos se echaron a reír; sobre todo, las esqueléticas mujeres con escotes hasta el ombligo. Pero eso no le molestó a Paula, lo que sí le molestó es que Iván se riera con los demás. Paula se zafó de su brazo.


—Iván, lo siento, pero tengo que marcharme ya.


—¿Que te marchas? —Iván rió como si no la creyera—. No seas tonta. Vanina, ofrécele a Paula una copa.


—Ivi, los coches están llegando, tenemos que irnos ya.


—¿Sí? Oh, en ese caso... Paula, vamos a ir a Spangles...


—Spangles es un club —explicó Vanina, como si Paula fuera una idiota que jamás hubiera oído hablar del establecimiento. 


Y cierto, era una idiota que no había oído hablar de ese sitio, pero debía haber mucha gente más en el país que no supiera dónde iban a tomar copas los famosos.


—Es una pena que no hayas traído otra ropa para cambiarte —dijo Iván en tono ausente, empezando a moverse hacia la mujer que estaba a su lado, una rubia con un vestido que se transparentaba.


—La verdad es que tengo otros planes para esta noche —y no era mentira, tenía un plan... Hacer una muñeca representando a Vanina y cubrirla con alfileres.


Lo que tenía que hacer en ese momento era salir de allí con su orgullo intacto; por eso, le dió un abrazo a Iván, a pesar de que no tenía ninguna gana de abrazarlo, pero lo hizo para que nadie creyera que estaba a punto de estallar de ira.


—Te llamaré un día de estos, Paula —dijo Iván.


—Bien —dijo ella ya en marcha hacia la salida y sin volver la cabeza.


El portero le sonrió cuando salió del edificio.


—Un programa estupendo. Siento que no ganara las vacaciones —le dijo el hombre.


—Me ha faltado poco —respondió Paula con una cínica sonrisa.


—¿Quiere que le busque un taxi, señorita?


Paula recordó las veinte libras que tenía en el bolso. ¿Había sospechado Pedro lo que iba a pasar? No, no podía ser. El portero seguía esperando una respuesta.


—La verdad es que se lo agradecería —contestó ella.


Pero, antes de que el portero pudiera hacerlo, un largo coche negro apareció delante de la entrada y el conductor le abrió la puerta invitando a Paula.


—Pasaba por aquí —dijo Pedro desde el asiento de atrás—. Voy a casa, ¿Quieres que te lleve?


—Quieres ahorrarte las veinte libras del taxi, ¿Verdad? —pero Paula se subió al coche y se sentó a su lado. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 32

Pedro no lo pudo evitar, en el momento en que Marcela se marchó, volvió a encender el televisor. Como había temido, a Paula se le había soltado el pelo de las peinetas en el momento en que empezó el concurso; tenía las mejillas enrojecidas y sonreía sin cesar. Pero sospechó que, por mucho que sonriera, no era así como había esperado pasar el viernes por la tarde. No obstante, había consentido en tomar parte en el programa y lo hizo con aparente entusiasmo hasta que sólo quedaron dos concursantes. Acabó sentado en el borde del sofá cuando Paula y el otro finalista se rifaron dos asientos en el centro del escenario. Los dos asientos tenían toneladas de una sustancia pegajosa en ellos. Sólo uno de los dos concursantes podía ganar el premio. Se debatió entre la esperanza de que Paula no ganara las vacaciones y el horror que le producía verla sometida a la humillación de que la cubriesen en público con aquella pasta pegajosa. El público contó hasta diez en voz alta, Ivi Blake tiró de una enorme palanca. Uno de los concursantes ganó el premio. No fue Paula.


Paula apretó los dientes y continuó sonriendo, se negaba a darle a Vanina la satisfacción de que se le notara lo enfadada que estaba. Por lo tanto, continuó donde estaba, sonriendo como una tonta con aquella pasta verde en el rostro, en el jersey nuevo y en su falda preferida mientras Iván cerraba el programa. Una vez que acabó todo, se prometió a sí misma asesinarlo. Esperó en vano que él se le acercara para disculparse profusamente, pero Iván salió corriendo en busca de uno de los managers porque algo no había salido como él quería. Fue Vanina quien se disculpó.


—Lo siento —dijo Vanina en tono poco convincente.


—¿Podría lavarme en alguna parte? —fue toda la contestación de Paula.


—Naturalmente. Y mándame el recibo del tinte.


Vanina le dió una tarjeta con el nombre y la dirección de la empresa. Producciones Ivi. El pequeño Iván Black había aprendido mucho en la gran ciudad. Bien, ella también podía aprender. Veinte minutos más tarde, con el pelo mojado de la ducha y su ropa en una bolsa, Paula se encaminó hacia la salida enfundada en unos vaqueros que el estudio le había dado, al igual que la parte de arriba de un chándal con el nombre del programa. Fue entonces cuando Iván apareció.


—Paula, lo siento. Ha sido la suerte.


—¿Sí? Bien, si no te molesta, me voy. Tu primera fan no se siente...


—¿Y la fiesta? Tenemos una fiesta ahora y creía que ibas a venir.


—¿Cómo? ¿Así?


—¿No has traído otra ropa para cambiarte? Vanina debería habértelo dicho. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 31

Iván comenzó a interrogar al público, haciendo como si eligiera al azar a los participantes. Les hizo preguntas y reveló cosas embarazosas sobre sus personalidades, aunque debían saber lo que se les avecinaba. Entonces, justo cuando Paula creyó que iba a pasarla de largo, retrocedió y se le acercó.


—¿Paula? —preguntó como si no la reconociera—. ¿Paula Chaves? ¿Eres tú de verdad, cielo, toda una mujer y preciosa?


Iván no esperó a que ella respondiera, lo que hizo fue volver la cabeza y mirar fijamente a la cámara. 


—No van a creerlo, pero esta preciosidad solía seguirme a todas partes en el colegio —dijo Iván—. Fue mi primera fan. ¿Qué haces ahora, cariño?


Paula casi no sabía qué decir. Casi.


—Estoy aquí sentada charlando contigo, Iván —contestó ella.


Iván le sonrió traviesamente.


—Me alegro de verte, Paula. Hablaremos luego, después del programa —durante un momento, ella le creyó. Iván estaba dándose la vuelta para marcharse cuando, de repente, se volvió hacia ella de nuevo—. No, tengo una idea mejor. Tú serás mi última participante.


—¿No te parece que la gente va a creer que está amañado? —dijo ella, intentando ponerle en evidencia.


Una momentánea expresión de sorpresa fue reemplazada por una traviesa sonrisa en el semblante de Iván. Al momento, se volvió a su público.


—¿Creen que lo teníamos preparado? —gritó Iván.


La audiencia contestó negativamente a gritos. Pero cuando Paula descendió las escaleras y llegó al escenario, la mirada que Vanina le lanzó parecía decir que si duraba dos rondas sería un milagro.




Pedro estaba mirando a la pantalla del televisor cuando Marcela le llevó una bandeja con café.


—Nadie diría que Paula sabía que acabaría en el escenario, ¿Verdad? — comentó Marcela al tiempo que ponía la bandeja en la mesa de café—. ¿Crees que lo han ensayado?


—No. Creo que Paula estaba comportándose como es ella.


—¿Crees que ganará algo? ¿Unas vacaciones quizás?


—No, por Dios. No quiero que se vaya a ninguna parte hasta que Laura vuelva.


—¿Tienes idea de cuánto tiempo va a estar Laura con su madre?


—No, no lo sé. Su madre se está recuperando bien, pero los pacientes de infarto tienen que mantener reposo durante bastante tiempo.


Marcela sirvió el café. 


—Yo no me preocuparía... Por Paula —comentó Marcela—. Además, no creo que ese tal Ivi la deje ganar nada, el público creería que estaba arreglado.


—No, supongo que no. Y también supongo que tiene otros planes respecto a Paula —Pedro agarró el control remoto y apagó el televisor.


El concurso era tonto y se realizaba a una velocidad vertiginosa mientras el público reía histéricamente cuando los participantes caían en trampas que, al principio, eran inofensivos globos de agua. Pero éstos pronto dieron paso a tanques de espuma y luego a algo que parecía una especie de desagradable pantano en miniatura. A pesar de que a Paula el pelo le caía por encima de los ojos desde que habían empezado el concurso y que se arrepentía enormemente de no haberle dicho a Petra que estaba ocupada aquella tarde, ella y tres participantes más sobrevivieron a las humillaciones a las que Iván les sometió. Después de aquello, se pasó a una fase que consistía en una ronda de preguntas a las que había que contestar rápidamente. Durante todo el tiempo, Paula no dejó de oír una voz interior que le decía que Iván acabaría pagando por aquello, y también rezó porque Pedro no estuviera viendo el programa. 

viernes, 22 de julio de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 30

El conserje del estudio estaba esperando a Paula. La tachó de la lista y la condujo al estudio. Ella había esperado que Iván saliera a su encuentro, pero no estaba allí; sólo había un grupo de personas que iban a participar en el programa y una chica con una tablilla de pinza que dijo llamarse Vanina.


—Voy a llevarlos al estudio y a mostrarles sus asientos. Ivi se acercará a ustedes durante el programa y les hará preguntas. Lo único que tienen que hacer es contestar a lo que les pregunte y, cuando los invite a bajar a la plataforma, le seguís y yo me haré cargo del resto —sonrió brevemente—. Buena suerte. Y ahora síganme. 


La siguieron. Vanina miró su lista y fue colocando a cada uno de los participantes en sus asientos.


—¿Paula Chaves? —miró a Paula—. Eres amiga de Ivi, ¿Verdad?


—Sí.


—Espero que comprendas que no se van a hacer favoritismos.


—Lo comprendo y no esperaba lo contrario.


—Bien —Vanina sonrió—. En ese caso, siéntate aquí. Si pasas la primera ronda, acabarás en el escenario tanto si ganas como si pierdes. Y no olvides sonreír pase lo que pase hasta que Ivi acabe el programa. No te muevas hasta que no cerremos el programa. ¿Has comprendido?


¿Acaso esa chica creía que era idiota?


—No te preocupes, me las arreglaré —contestó Paula.


Vanina asintió y continuó con el siguiente participante; al parecer, sin notar que el velado sarcasmo de Paula.


Poco después empezó el programa y el público estalló en aplausos. Paula había llamado a su madre para decirle que iba a salir en televisión, así tendría algo que contarle a su hermana. Ninguna de las dos dejaba de presumir de sus respectivas hijas. Iván ni siquiera se había fijado en ella, estaba concentrado en las cámaras. Era genial. No había muchos animadores de espectáculos que supieran manejarse tan bien en directo, y Paula se sintió orgullosa de él. Orgullosa y también desconcertada. Ahora, sus rubios cabellos contrastaban con la muy bronceada piel, y las gafas habían sido sustituidas por lentes de contacto. Ese no era el chico que conocía, el chico al que había protegido siempre y al que había tenido que empujar para abrirse camino porque solo no sabía hacerlo.


Tú Me Haces Falta: Capítulo 29

Paula no era tonta, en absoluto; pero era vulnerable e inocente, mucho más que la mayoría de las mujeres de su edad. Y eso le tenía muy preocupado. Aunque era un misterio para él el motivo por el que le preocupaba tanto. En cualquier caso, las penas de amor no eran fatales. Él mismo era prueba viva de ello. Pedro aceleró el paso, ya había desperdiciado demasiado tiempo preocupándose por Paula Chaves. Pero, cuando entró en la cocina aquella tarde en busca del periódico y la vió allí, se arrepintió de haberle sugerido que se comprara algo especial para salir aquella noche. Había supuesto que se pondría algo sexy para salir delante de la cámara y para atraer la atención de Iván Blake. Sin embargo, ella había elegido un jersey de un delicado tono melocotón, un tono que se reflejaba en esos labios llenos por los que asomaba la punta de la lengua entre los dientes mientras cosía. Tenía aspecto suave y amoroso, como un osito de peluche. No obstante a pesar del repentino nudo que se le hizo en la garganta y la inesperada aceleración de su pulso, Pedro notó que aquella ropa sólo ensalzaba su falta de sofisticación.


—Pensaba que ya te habrías marchado —dijo Pedro.


Ella lo miró por encima del borde de las gafas antes de volver a clavar los ojos en la aguja.


—Debería haberlo hecho, pero se me ha caído un botón del abrigo. Marcela me ha prestado su caja de costura.


Tenía el rostro tan iluminado como uno de los carteles de neón en Piccadilly Circus, y el pelo recogido en una especie de moño en un intento de sofisticación. Quiso decirle que no fuera. Advertirle... ¿Qué? Paula no podía ser tan inocente. Pero Pedro se sacó la cartera, extrajo un billete de veinte libras y se las ofreció.


—Por si acaso.


Ella lo miró perpleja.


—¿Por si acaso qué?


—Por si necesitas tomar un taxi para volver a casa.


—Pero...


¿No tenía intención de volver esa noche? 


—Iván me traerá.


¿Acompañarla a casa como todo un caballero?


—No me cabe duda de que lo hará, pero no está de más tomar precauciones en caso de que surja algo inesperado. Las cosas no siempre salen como esperamos que salgan.


Marcela, que estaba detrás de él, le tocó un brazo y, asintiendo con la cabeza, aprobó el quijotesco gesto.


—Pedro, tienes el periódico en el estudio. La chimenea está encendida.


Diez minutos atrás, eso era lo único que quería Pedro; ahora, las palabras de su ama de llaves le hacían sentirse como un anciano de noventa. Pero no era viejo ni tampoco un inválido y, como si con ello quisiera demostrarlo, subió las escaleras, a gran velocidad, ignorando el dolor de la rodilla. ¿Qué intentaba demostrar? El hecho de que una joven bonita con las hormonas revueltas estuviera en su cocina... En su dormitorio, se pasó una mano por el rostro. Nunca más. Se lo había prometido a sí mismo. Se miró al espejo y lo que vio le dejó perplejo. ¿Qué había visto su hermana al mirarlo? Ahora ya no le extrañaba que estuviera preocupada por él, tenía treinta y cuatro años, pero parecía a punto de cumplir los cincuenta. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 28

 —Demasiado joven para aguantar tu mal genio, cariño. Se lo advertí. Le dije que te contestara siempre que te pusieras impertinente y que no te dejara pasar ni una si no quería convertirse en otra víctima de tu carácter. Espero que me haya hecho caso.


—Te ha hecho caso, aunque eso no quiere decir que admito tener mal genio. Lo que ocurre es que no tolero las tonterías, y Paula no es tonta; al menos, en lo que al trabajo se refiere.


—En fin, lo que haga fuera del trabajo no es asunto tuyo, Pedro.


—No...


—¿Pero?


—Pero nada. Tienes razón, su vida privada es su vida privada. 





Paula no podía gastar dinero en una peluquería cara, y mucho menos en un vestido nuevo. Además, sabía qué tipo de programa televisivo sería el de Iván. El público del estudio llevaba vaqueros y camisetas en esos programas. Además, si hacía un esfuerzo por ponerse sexy, Iván lo consideraría raro, y lo último en el mundo que quería era que se riera de ella. Pero aunque no tuviera dinero para comprarse nada, eso no significaba que no pudiera ir a ver escaparates. Fue una equivocación, por supuesto. El suave jersey con el cuello desbocado resultó una tentación irresistible y le iría muy bien a su falda larga negra. Y tras haber cedido a una tentación, todo fue seguir en la misma línea, pensó mientras se ponía el maquillaje, el carmín de labios y el esmalte de uñas que se había comprado haciendo juego con el jersey. Pero no lo había hecho por impresionar a Iván, se explicó a sí misma, sino por sentirse mejor consigo misma. 



Siguiendo un impulso, Pedro le pidió al taxista que se detuviera en la puerta de entrada de Kensington Gardens que estaba en la calle Bayswater para, desde allí, ir andando a su casa. Necesitaba pasear después del inesperadamente pesado almuerzo. Además, esperaba que el aire fresco le despejara la cabeza, le ayudara a pensar. No sabía qué le pasaba con Paula Chaves. Quizá, lo que le asustaba era su inocencia, que confiara tanto en lo que le decía la gente. Y una invitación a participar en un programa televisivo no le parecía el gesto de un amigo, de un verdadero amigo, que quisiera ponerse en contacto con ella. Sobre todo, si el programa era de Ivi Blake. ¿Qué demonios había visto ella en ese hombre? Era maleducado, chulo y engreído, y nadie le consideraría guapo por mucha imaginación que tuviera. No obstante, había alcanzado la clase de fama que atraía a la gente como la miel a las moscas. Probablemente no quisiera hacer daño a Paula intencionadamente, estaba siendo simplemente lo que era, egoísta. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 27

 —Tomaré faisán con lentejas —dijo Luciana—. Los dos tomaremos lo mismo.


Luego, miró con desagrado su vaso de agua y añadió:


—Y pídale al encargado de los vinos que nos traiga una botella de clarete del que bebe él —Pedro se rindió sin protestar al ver la mirada que su hermana le lanzó—. Hace frío y necesito algo que me caliente un poco.


—Sí, y la tierra es plana —dijo Pedro.


No le había engañado.


—Está bien, Pedro, necesitas algo que te espese la sangre. ¿No te da de comer Marcela?


—¿Estás diciendo que no te envía un informe semanal de las calorías que tomo? ¿No te cuenta si me como el arroz con leche o se dejo un poco?


—Marcela Jacobs jamás te prepararía algo tan vulgar como arroz con leche.


—Marcela es un tesoro y hace todo lo que puede, Lu. Lo que pasa es que últimamente no tengo mucho apetito.


—Bien, pues hoy vas a comerte todo lo que te pongan delante.


—¡Menuda niñera estás hecha! —Pedro se rió—. Está bien, vamos a hacer un trato. Comeré exactamente lo mismo que tú, tenedor por tenedor. Vamos a ver hasta dónde estás dispuesta a llegar en tu campaña por cebarme con este guiso que has pedido también para tí misma.


—Eres un gusano —murmuró ella. Y Pedrp lo admitió con un gesto—. ¿Tienes idea del esfuerzo que me cuesta mantener esta figura?


—Has sido tú quien ha elegido el faisán —observó Pedro—. Y el clarete. En cuanto a tu figura, a tí tampoco te vendría mal ganar unos kilos.


—Después de esta comida voy a parecer una vaca.


—Si te la comes, cosa que dudo. Más bien, te dedicarás a juguetear con el tenedor.


—Las curvas no están de moda, Pedro. Pero, de todos modos, te equivocas. Estoy decidida a comerme hasta la última lenteja del plato, así que será mejor que te prepares para cumplir con tu parte del trato —Pedro se burló de ella con una sonrisa—. Y también me beberé el vino que mecorresponda.


—¿Vaso por vaso? 


Pedro parecía decidido a empujarla hasta el límite. Luciana lanzó ungruñido.


—Pedro, ten compasión de mí, es mediodía y tengo que trabajar esta tarde, aunque tú no tengas que hacerlo —entonces, riendo, se rindió—. ¡Qué demonios, es por una buena causa!


Verle sonreír así valía la pena el esfuerzo que tendría que hacer en el gimnasio. Hacía mucho que no veía sonreír a Pedro, eso sin hablar de una auténtica risa. Si para eso tenía que sacrificarse, lo haría con sumo gusto. Aunque, por supuesto, la cosa no era tan simple. Su hermano era un hombre complejo, y nunca hacía nada sin un motivo. Incluso algo tan sencillo como invitar a su hermana a almorzar. ¿Qué tenía Paula Chaves que le había hecho salir del mausoleo en el que se había convertido sucasa?


—Me alegro de que Paula te sea de ayuda —dijo Luciana.


—Tú lo has dicho.


—Me tenía preocupada que pudiera ser demasiado joven.


—¿Demasiado joven para qué? —preguntó él—. Es una mujer adulta y, si me permites que lo diga, a la que no le dan miedo unas cuantascurvas.


¿Pedro se había fijado en ellas? Luciana se encogió de hombros, decidida a disimular que encontraba revelador el camino que los pensamientos de su hermano habían tomado. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 26

 —Olvídalo —asqueado consigo mismo por entregarse a la autocompasión, Pedro se puso en pie bruscamente—. Tómate el resto del día libre. Ve a la peluquería y cómprate un vestido nuevo. Si vas a gozar de quince minutos de fama, será mejor que te pongas guapa.


No era su intención hacer de hada madrina; pero sabía que si Cenicienta Chaves iba a esa fiesta, necesitaría toda la ayuda que se le pudiera prestar.


—Pedro, no es necesario...


—Sí lo es. Además, has trabajado de sobra esta semana. Lo único que te voy a pedir antes de que te vayas es que llames a mi hermana para decirle que la invito a almorzar —casi sonrió al ver la reacción de sorpresa de Paula. Luciana también se sorprendería—. Y hablo en serio, Paula, no quiero verte aquí cuando vuelva en diez minutos.


Y para demostrar que hablaba en serio, Pedro salió del despacho y la dejó con el lapicero en la mano y la boca abierta. 




-Bueno, Pedro, ¿Qué es lo que quieres? —Luciana Garland, con un vaso de agua mineral en la mano y expresión pensativa, miró a su hermano con interés.


Pedro estaba demasiado delgado y demasiado pálido. Le preocupaba, le preocupaba mucho. Pero sabía que no debía notársele.


—¿Que qué quiero? —la sonrisa de él no engañó—. Nada, no quiero nada. Sólo quería darle a mi hermana las gracias por encontrarme una secretaria con algo más que pelo en la cabeza.


—Es una pena, al pelo de Paula Chaves no le vendrían mal unos toques, igual que a su ropa. Es más, si va a formar parte de mi equipo de secretarias, tendré que hacer algo al respecto.


—Está bien como es. Y su pelo me entretiene mucho; siempre parece que está a punto de derrumbarse, pero sigue en su sitio... Más o menos.


Luciana no iba a discutir con él, aunque le pareció interesante la forma en que su hermano había salido en defensa de la chica. Y su fascinación por el pelo... Prometedora.


—Bueno, en ese caso, bien. Pero, para darme las gracias, no necesitabas invitarme a comer, podrías habérmelas dado por teléfono.


—Podría, pero no habría tenido el placer de verte.


¿En serio pensaba Pedro que iba a creerle? 


—Pedro, llevas ya mucho tiempo sin hacer vida social —Luciana bebió un sorbo de agua y miró la carta con el menú, aunque ya sabía lo que iba a pedir—. Me alegro de que estés contento con Paula.


—Sirve —él también estaba mirando el menú, evitando los ojos de su hermana—. ¿Dónde la has encontrado?


Así que quería saber más cosas de Paula Chaves...


—Ella me ha encontrado a mí. Quería venir a trabajar a Londres y me envió su currículum. Está muy cualificada.


—A pesar de que su pelo deja mucho que desear.


Luciana ignoró el sarcasmo y, en el momento en que iba a pedir mero al vapor con ensalada, cambió de idea. 

miércoles, 20 de julio de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 25

 —Puede que estemos juzgando mal a ese tipo. Anoche hizo que su secretaria llamara a Paula para decirle que se pondría en contacto con ella pronto.


—¿Qué fue la secretaria quien llamó por él? ¿Y cómo se lo ha tomado Paula?


Pedro recordó la palidez del rostro de Paula al enterarse de que Iván no se había molestado en llamarla personalmente. 


—Tienes razón, Marcela, ten unas cajas de pañuelos de papel a mano.


—¿No sería mejor mandarla a casa en el primer tren, Pedro? —sugirió


Marcela examinando el contenido del frigorífico.


—Es posible, pero es la mejor taquimecanógrafa que he tenido en mi vida, incluida Laura. Me vería privado de sus habilidades profesionales...


—¿Qué te propones, ganar el premio de cínico del año?


—No soy cínico, sino realista.


—La realidad duele.


—Cierto. Pero no hay forma de evitarla, y mandar a Paula de vuelta a Newcastle sólo serviría para retrasar lo inevitable. Ahora que sabe lo mucho que vale profesionalmente, si la mandáramos a casa, volvería a Londres en cuanto su prima regresara de vacaciones y se buscaría otro trabajo.



Era viernes cuando Paula tuvo noticias de Iván . Pedro estaba mirando la correspondencia, dándole cartas con breves instrucciones, como «Dile que no me interesa... Arregla una cita con éste... Anota en el diario...», cuando sonó el teléfono. Pedro contestó.


—¿Sí? —tras unos momentos, le dió el auricular a Paula—. Es para tí.


—¿Para mí?


Paula fue a ponerse en pie, el rostro súbitamente animado.


—No te vayas —le dijo Pedro, odiándose a sí mismo por el placer que le dió aplastar las esperanzas de su secretaria—. Es una mujer, así que puedes hablar aquí.


Con desgana, Paula volvió a acomodarse en su asiento.


—Hola, soy Paula —después, escuchó brevemente—. Oh, sí, me encantaría. ¿Estará Iván...? 


Otra pausa.


—Muy bien, allí estaré. ¿Qué debo ponerme...? —pero la persona que había llamado acababa de colgar.


—Era Vanina James, la ayudante de Iván. Él quiere que participe en un nuevo programa de televisión que va a lanzar esta noche. 


—¿Esta noche? No te ha avisado con mucho tiempo, ¿No? ¿Se ha rajado alguien en el último momento?


Paula enrojeció violentamente.


—Va a haber una fiesta después, y estoy invitada.


—Estoy seguro de que te encantará. Y ahora, ¿Te importaría que continuáramos trabajando? —preguntó Pedro con voz de débil aburrimiento.


Durante un momento, vió un brillo profundo en esos ojos marrones y se preguntó si no la habría presionado demasiado. Entonces, Paula dejó el lapicero que tenía en la mano, tomó otro con la punta más afilada y dijo:


—Por supuesto. Lamento que te hayan interrumpido.


Pedro estaba enfadado. Le enfadaba que ese tal Ivi estuviera utilizando a Paula, y también estaba enfadado consigo mismo porque eso le alegraba. Aunque no comprendía por qué le importaba. Excepto que esa ilusión de ella le llegaba al alma, estrujándosela; recordándole que no le quedaba nadie en el mundo en quien él produjera esa sensación. No había nadie en el mundo que se iluminara al pensar en verlo. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 24

Ella lo miró por encima del borde del vaso.


—No lo sé. He estado en un parque que ví ayer. Había una casa enorme y un estanque...


—La casa es Kensington Palace —Pedro casi se echó a reír al verle la expresión.


—¡Kensington Palace! —exclamó Paula, horrorizada—. Oh, Dios mío, dime que no he cometido allanamiento de morada.


—No lo haré si no quieres que te lo diga —pero la vió aún asustada—. No, no lo has hecho, Paula. El parque, Kensington Gardens, está abierto al público.


—Gracias a Dios —su alivio fue casi cómico—. El único problema ha sido que lo estaba pasando tan bien que he ido demasiado lejos.


—Sí, suele pasar. Yo también corría... En los tiempos en los que podía correr con cierto estilo.


Paula bebió un sorbo del zumo que se había servido.


—Fue un accidente de esquí —añadió Pedro, respondiendo a la pregunta que ella le había hecho con la mirada.


—Lo siento.


—No es para sentirlo. Fui yo el que tuvo suerte; al menos, eso es lo que me dijeron. Me costó una rodilla... Mi mujer y un viejo amigo mío murieron.


Los ojos de Paula se humedecieron, y Pedro esbozó una sonrisa irónica antes de continuar.


—No es tan terrible, Paula. En serio. Sólo me duele un poco cuando hace frío o cuando el ambiente está húmedo, por eso es por lo que me limito a hacer ejercicio en el gimnasio —Pedro se indicó la camiseta manchada de sudor. Luego, se maldijo a sí mismo por haberse puesto en situación de dar compasión—. El gimnasio está en el sótano. Puedes usarlo cuando quieras. Es mejor que salir a correr cuando hace este frío.


—Me gusta el frío —respondió ella, rechazando la invitación—. Pero si te duele la rodilla, quizá debieras ir a vivir a un lugar cálido y seco.


—Quizá. Y quizá será mejor que vayas a darte una ducha o empezarás a trabajar tarde.


¡Vaya un tirano! En fin, Marcela se lo había advertido. 


—No te preocupes, no voy a cobrarte las horas en las que no trabaje —contestó Paula al tiempo que se ponía en pie.


Sin perder un momento más, se marchó de allí. Pedro aún estaba mirando la puerta por la que Paula había salido cuando Marcela entró en la cocina.


—¿Hemos tenido compañía? —preguntó el ama de llaves.


—Sólo un poco de té y compasión, Marcela.


Marcela arqueó las cejas.


—Alguien ha tomado zumo de naranja.


—Y yo el té y la compasión —no podía seguir así, tenía que acabar con esa tontería—. Paula ha preferido tomar zumo al volver de correr por el parque. ¿Qué opinas de ella?


—¿De Paula? Es una chica encantadora. No se da aires de nada...


—¿Al contrario que las otras secretarias de Luciana?


—Sí, es completamente diferente, Pedro.


—¿Qué opinarías si te dijera que ha venido a Londres para estar cercade Ivi Blake?


Marcela dejó de limpiar la mesa y centró toda su atención en él.


—¿El de la televisión? —Pedro asintió y Marcela frunció el ceño—. Oh, Dios mío. ¿Qué clase de relación hay entre ellos?


—Al parecer, fueron al colegio juntos. No sé si es producto de mi imaginación, pero tengo la sensación de que está enamorada de él; o cree que lo está, que es lo mismo.


—En ese caso, será mejor que le compre varias cajas de pañuelos de papel, va a necesitarlos.


Pedro se encogió de hombros. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 23

Tenía las gafas en el dormitorio y casi se pegó el papel a la nariz para poder leer lo que decía. Sin embargo, no le hicieron falta las gafas para ver que Iván no le había dejado ningún teléfono personal, sólo el de la oficina. O quizá la secretaria, que podía ser la misma persona con la que había hablado por teléfono, intencionadamente no lo había hecho. O quizá se estuviera engañando a sí misma. Y también podía ser que no tuviera ninguna gana de verla. Un bostezo acabó por convencerla de que era hora de acostarse. Paula tenía por costumbre acostarse pronto y levantarse temprano. Le despertó el ruido del tráfico y tardó un momento en recordar dónde estaba. Sí, estaba en Londres, tenía un trabajo nuevo y, optimista por naturaleza, sabía que pronto vería a Iván. ¡Un mensaje a través de una secretaria! ¿A quién quería impresionar? Miró el despertador que había puesto para que le despertara a las siete. Eran las seis, pero ya había dormido suficiente. Saltó de la cama y se puso el chándal. El día no había abierto aún cuando salió de la casa; pero cuando llegó al parque, notó que el cielo empezaba a adquirir un tono rosado y que la escarcha brillaba sobre la hierba. Hacía frío y le salía vaho de la boca, pero aquel lugar era precioso. 


Pedro también se había levantado temprano y pasó media hora en el gimnasio que tenía en el sótano de la casa. Había descuidado el ejercicio, hecho que su pierna llevaba recordándole un tiempo. Vió a Paula cuando salió de la casa y estaba en la cocina, esperándola, cuando volvió. Abrió la puerta trasera de la casa, la de la cocina, y la llamó.


—Paula, he preparado té. Ven a tomar una taza.


Ella vaciló, respirando pesadamente. Cuando se volvió y empezó a caminar hacia él, a Pedro se le ocurrió que más que una invitación había parecido una orden.


—¿Prefieres un zumo de naranja? —le preguntó Pedro después de que Paula entrase y cerrase la puerta de la cocina—. Sírvete tú misma lo que quieras.


—Gracias.


Paula se sirvió un vaso de zumo en un vaso que ya estaba encima de la mesa. Pedro Alfonso tenía un aspecto muy diferente por la mañana, con esa vieja camiseta empañada en sudor, el pelo revuelto y el rostro enrojecido por el ejercicio. Se le veía más grande y mucho más vital que con el traje. Pero no se había equivocado respecto a esos hombros, eran enormes.


—¿Por dónde has ido? —le preguntó él. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 22

Después, se la quedó mirando. Tenía el cabello cayéndole por la cara y no había intentado retirárselo; al contrario, lo estaba utilizando como una cortina para ocultar sus sentimientos. Estaba sola en una ciudad desconocida y no tenía a nadie que le pudiera poner un brazo sobre los hombros ni que pudiera abrazarla y decirle que no se preocupara, que todo iría bien. Pero Pedro sabía que no saldría bien, y deseó apartarle el cabello de la cara, mirarla a los ojos y decirle que volviera a su casa antes de que la hicieran sufrir. Pero no se movió. Paula no le creería y él perdería a la mejor secretaria temporal que había en Londres.


—Deja el termostato como está ahora, ha bajado mucho la temperatura esta noche. Está helando.


—Lo haré. Gracias.


Paula tenía los ojos fijos en el mensaje. Pedro se dió cuenta de que debía estar deseando que se fuera para poder leer el mensaje, para engañarse a sí misma con la creencia de que había significados ocultos en esas palabras. Le preocupaba dejarla ahí sola en ese apartamento mal decorado.


—Este piso necesita una mano de pintura. No me había dado cuenta de lo cochambroso que está —Pedro encogió los hombros—. Los más jóvenes de la familia se quedan aquí cuando vienen de visita a Londres.


—A mí me parece bien. Es la primera vez que tengo tanto espacio para mí sola.


Su falta de pretensiones era refrescante y, de repente, a Pedro se le ocurrió que, igual que a sus primos, probablemente ella se encontraría más a gusto allí. Las habitaciones de invitados eran lujosas y tenían todos los lujos que cualquier diseñador podría soñar, pero en una de ellas sería exactamente eso, una invitada. En el departamento, podría hacer lo que quisiera, estaría a sus anchas.


—Bueno, si no necesitas nada, voy a dejarte para que puedas irte a la cama. Te veré mañana a eso del mediodía.


—Buenas noches, Pedro. Y gracias por traerme el mensaje.


Paula esperó a oír sus pisadas en el patio; entonces, fue hasta la puerta y echó la llave. Suspiró. Casi se había muerto de vergüenza cuando él entró y la sorprendió casi desnuda. Y ella lo había empeorado todo al comportarse como una timorata temerosa de ser atacada. Pedro Alfonso era todo un caballero. Tras lanzar una breve mirada a sus piernas, había subido la vista, la había clavado en su rostro y no había vuelto a bajarla. ¿Acaso sus piernas no merecían una segunda mirada? Era difícil de saber, pero le temía tener los muslos demasiado gordos. Claro que sí, comía mucho chocolate. Volvió a suspirar. Siempre comía demasiado chocolate. Quizá debiera volver a hacer ejercicio, a correr por las mañanas. O a ir al gimnasio. Se echó el pelo hacia atrás, se miró en el espejo que había cerca de la puerta y se preguntó si le sentaría bien teñirse de rubia. Ridículo, tenía las cejas demasiado oscuras para eso. Por fin, dejó de retrasar el momento de leer la nota que Pedro había puesto encima de la mesa y la agarró. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 21

 —Paula, deberías cerrar la puerta con llave. Podría entrar cualquiera.


—Ha entrado cualquiera —respondió ella, recuperando la compostura—. Creía que eras Marcela. ¿No he dicho... «Entra, Marcela»?


—Marcela está ocupada. Y como, al parecer, estás demasiado cansada para venir a cenar, te he traído esto —Pedro le ofreció un papel, pero no hizo esfuerzo por cerrar la distancia que los separaba.


Paula no se movió.


—¿Qué es? —Te han llamado por teléfono. Es un mensaje de alguien llamado Blake.


—¡Iván! —a Paula se le iluminó el semblante, y recorrió la mitad de la distancia que la separaba de Pedro hasta que, de repente, se dió cuenta de la informalidad de su indumentaria y se detuvo.


—¿Es tu novio? —preguntó Pedro, sorprendido.


—¿Sabes quién es?


—No, lo siento. ¿Debería conocerlo?


—Es Iván, Ivi Blake. Sale en televisión. Fuimos al colegio juntos.


—¿Sí? —entonces, tras pensar unos segundos—. ¡Oh, Dios mío! ¿No me digas que es ese idiota de disc jockey...?


—¡No es ningún idiota! —Paula saltó en su defensa como una leona.


Pero al momento, se dió cuenta de que su reacción había sido ridícula y que Iván ya no necesitaba que lo protegiera.


—Llevo todo el día intentando hablar con él —añadió Paula—. Ahora iba a intentarlo por última vez antes de acostarme.


—En ese caso, te he ahorrado la molestia —Pedro puso el papel encima de la mesa de centro—. El señor Blake, por fin, debe hacer recibido tus mensajes... Porque su secretaria me ha pedido que te diga que esta semana está muy ocupado, pero que te llamará tan pronto como pueda.


El rostro de Paula empalideció y el brillo de sus ojos se apagó. Fue como si se le hubiera apagado una luz interior, pensó Pedro. Pero, al momento, ella recordó que no debía perder los modales.


—Gracias —dijo ella con voz queda—. Siento que hayas tenido que molestarte. 


Pedro notó que el mensaje, a través de la secretaria, no era lo que Paula había esperado. Quizá hubiera sido la novia de Iván Blake en su ciudad natal; pero si ella había ido a Londres con la esperanza de retomar la relación donde la habían dejado, esa noche iba a derramar algunas lágrimas. Ivi Blake se había hecho famoso en la radio y ahora empezaba a serlo en televisión, ganaba más dinero del que podía gastar, y salía con mujeres dedicadas exclusivamente a su belleza. Mujeres ambiciosas que querían aparecer en la pequeña pantalla; que se las viera con Iván Blake era una manera de conseguir un papel en una película, era un paso adelante en el camino a la fama. Sospechaba que Paula Chaves no tendría ninguna posibilidad. ¿Debía advertírselo? ¿Le creería si lo hacía? No querría que lo hiciera y, desde luego; no se lo agradecería.


—No ha sido ninguna molestia —dijo Pedro, y entonces miró a su alrededor tras decidir cambiar de tema—. ¿Tienes todo lo que necesitas?


—Sí, gracias. Marcela ha sido muy amable —Paula se frotó los brazos como si tuviera frío—. Y tú también. Los dos han sido muy amables.


Pedro asintió, se acercó al termostato del radiador y lo hizo girar unpoco.


—Si necesitas algo, ven a la casa. 

lunes, 18 de julio de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 20

Paula notó la desilusión de su madre, y se dió cuenta de que debía haber pensado que era su día de suerte al enterarse de que Juliana estaba de vacaciones. Por fin, le dió el número de teléfono. Luego, antes de que su madre pudiera hacerle más preguntas, se apresuró a decir:


—Oye, mamá, tengo que colgar ya. Es una conferencia. Te llamaré mañana por la tarde. Y no te preocupes, ¿Vale? Adiós. 


Paula colgó el teléfono rápidamente. Había sido más fácil de lo que había creído. El teléfono sonó casi inmediatamente, y, a su pesar, sonrió.


—¿Diga?


—Sólo quería comprobar si había anotado bien el número de teléfono —le dijo su madre.


Sólo quería comprobar que no le había mentido.


—Buena idea, mamá.


—¿Y cuál es la dirección?


Paula se la dió, volvió a despedirse a toda prisa y colgó antes de que a su madre se le ocurrieran más preguntas. Después, tuvo que hacer un gran esfuerzo para resistir la tentación de acostarse inmediatamente antes de darse un baño. El baño la revitalizó y volvió a pensar en una tostada. Puso un par de rebanadas de pan en el tostador, puso a hervir agua y se preguntó si debería volver a llamar a Iván. El teléfono había empezado a sonar cuando oyó unos golpes en la puerta. Al parecer, Marcela había decidido llevarle algo de cena.


—Entra, Marcela —dijo Paula alzando la voz, sin moverse del teléfono.


No era Marcela, sino Pedro Alfonso. Abrió la puerta y entró en el pequeño cuarto de estar del departamento justo cuando Paula, con el pelo suelto cayéndole por los hombros, se volvió de cara a él. Al momento, el rostro de la chica enrojeció. Estaba atractivamente desarreglada, con una bata encima de camiseta muy grande cubriéndole las curvas que sólo servía para atraer la atención hacia unas bien formadas piernas con la clase de muslos que...


—Oh, Pedro. Creía que... —Paula se interrumpió y tragó saliva al darse cuenta de que, si se movía, se le abriría la bata, dejándola casi desnuda.


Con gran embarazo, colgó el teléfono, agarró el cinturón de la bata y se lo ató con un gesto decididamente dirigido a poner barreras más que a tentar. La reacción, de pura inocencia, resultó extrañamente tentadora. La mayoría de las mujeres que Pedro conocía, de ser sorprendidas en situación similar, habrían optado por el comportamiento contrario. Pero estaba empezando a reconocer que Paula Chaves no se parecía a ninguna de las mujeres que había conocido. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 19

Marcela la miró de soslayo y dijo:


—No me cabe duda de que hará que te lo ganes a pulso. Pedro trabaja día y noche; y si le dejas, te obligará a hacer lo mismo —Marcela le dió a Paula unas llaves—. Ésta es la de la puerta. Esta otra es la de la puerta de la verja. Haz lo que tengas que hacer y luego vuelve a la casa para cenar. La cena es a las ocho.


¿La cena? La oleada de pánico debió ser visible en su rostro, porque Marcela se apresuró a añadir sonriendo:


—No te preocupes, Pedro no espera que te vistas formalmente. Ponte cualquier cosa, menos vaqueros. Las sillas del comedor son muy antiguas y el tejido de los vaqueros es terrible para ellas.


—Yo... ¿Crees que a Pedro le molestaría que no fuera a cenar? Anoche no dormí mucho y estoy muerta de cansancio.


—Y, para colmo, te ha tenido trabajando hasta las siete —comentó Marcela, comprensiva—. Paula, vas a tener que ser dura con él.


—Pedro me ha dicho que mañana puedo empezar un poco más tarde. Va a estar fuera hasta el mediodía.


—Pues hazlo, duerme hasta cuando quieras. Y no te preocupes por la cena, Pedro siempre trabaja hasta muy tarde y no creo que note tu ausencia. ¿Quieres que te traiga algo para comer aquí?


—No, no es necesario. Me prepararé una taza de té y una tostada y luego me acostaré. De todos modos, gracias, Marcela. 


—Bien. Pero mañana por la mañana ven a la cocina y te prepararé un buen desayuno, estarás muerta de hambre.


Marcela no esperó a la respuesta. Le dió a Paula las buenas noches y se marchó.


Paula cerró la puerta y se apoyó en ella mirando a su alrededor, casi no podía creer la suerte que había tenido. Entonces, bostezó. Posiblemente ni siquiera tuviera ganas de prepararse una tostada. Pero sí se daría un baño y llamaría a su madre. Y... ¿Qué iba a decirle a su madre? ¿Soy una secretaria tan buena que Pedro ha preferido ofrecerme el departamento de encima de su garaje antes que perderme? Imaginaba perfectamente la reacción de su madre, que había criado a sus tres hijos sola y la opinión que tenía de los hombres no era muy favorable. Por supuesto, pensar que un hombre como Pedro Alfonso podía reparar en ella como mujer era ridículo. No obstante, quizá fuera mejor que, con su madre, se refiriera a él como señor Alfonso, un hombre que iba al geriatra. La idea la hizo reír mientras llamaba a su madre.


—¡Paula! ¿Qué demonios pasa? Llevo aquí sentada toda la tarde esperando a que llames, preocupada...


Paula contuvo la risa y dijo rápidamente:


—Todo está bien, mamá. El señor Alfonso me ha ofrecido el departamento del chofer hasta que Juliana vuelva de vacaciones. ¿Tienes un bolígrafo a mano para apuntar el número de teléfono?


—¿Dónde está el chofer? —preguntó su madre suspicaz.


—El señor Alfonso ya no tiene chofer, el departamento está vacío. Vamos, apunta el teléfono.


—Está bien, está bien. Espera un momento, primero tengo que encontrar algo con que anotarlo. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 18

 —¿A quién si no?


—Querido, tú tienes la respuesta. Tienes espacio suficiente en esa casa para veinte secretarias si quieres. Ofrécele una de tus múltiples habitaciones de sobra. Además, así la tendrás a mano cuando se te ocurra alguna de tus brillantes ideas en mitad de la noche.


—No puedo... 


—¿Por qué no? En serio, Pedro, si lo que te preocupa es que piense que vas detrás de su joven y turgente cuerpo dile que eres gay.


—¡Lu!


—¿No? ¿Tu machismo no te lo permite? Bueno, en ese caso, tendrás que convencerla de que Marcela es una perfecta carabina, —y, dicho eso, Luciana colgó. 


Pedro colgó el auricular y miró a la chica que estaba sentada frente a él. La solución que Luciana había dado al problema era tan evidente que debería habérsele ocurrido a él. Paula lo miraba con expresión expectante y Max tragó saliva.


—Mi hermana lo ve todo muy claro —dijo él—. La respuesta es evidente, te hospedarás aquí.


—¡Aquí! —Paula enrojeció en un segundo—. ¿En tu casa? Pero eso...


Al instante, Pedro se dió cuenta de que su proposición parecía confirmar las sospechas de la madre de Paula sobre Londres en general y los hombres en particular, y rápidamente reconsideró su plan de instalarla enuna de las habitaciones de invitados. 


—Encima del garaje hay un departamento —dijo Pedro rápidamente—. No es una maravilla, pero es mejor que el puente de Waterloo.


Paula no podía creerlo. ¿Cómo se atrevía Luciana a llamar monstruo a su hermano? Pedro Alfonso era un verdadero encanto, y le dieron ganas de ponerse de pie de un salto, sentarse encima de él y abrazarlo. No obstante, la expresión de Pedro y su rigidez sugerían que no sería buena idea.


—¿Y bien? —le instó él al verla vacilar—. ¿A qué esperas? Quiero que ese informe esté en el Ministerio hoy mismo.


—Ahora mismo voy a pedir un mensajero —repuso ella.


Entonces, desde la puerta, Paula volvió la cabeza.


—Gracias, Pedro.


Él hizo un gesto impaciente con la mano, bajando la cabeza inmediatamente para volver a sus números y sus notas. 


El departamento era pequeño, pero tenía de todo. Una escalera de piedra a un lado del garaje conducía a una puerta que, una vez abierta, daba a un pequeño recibidor y luego directamente al cuarto de estar.


—Está muy bien —dijo Paula cuando, por fin, después del trabajo, Marcela la llevó allí. Pedro Alfonso tenía razón, no era una maravilla, pero era cómodo y valía diez veces más que cualquier cosa que ella pudiera pagar—. ¿Por qué está vacío?


—Hace años era donde vivía el chofer, el padre de Pedro se negó a aprender a conducir. Luciana y Laura querían que Pedro contratara un chofer después del accidente, pero él se negó rotundamente. Decía que, si quería salir, ya contrataría un chofer y un coche para la ocasión, o que tomaría un taxi. Aunque la verdad es que ya no sale casi nada.


A Paula y le hubiera gustado preguntar por qué, pero la otra mujer no le dió la oportunidad de hacerlo.


—Te he traído lo más indispensable; como pan, té, leche y esas cosas. Y el teléfono está conectado. Pedro ha dicho que llamar a tu casa, o a quien quieras, va con el trabajo.


—Es muy amable. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 17

 —Y luego, vuelve aquí con la agenda —añadió Pedro antes de que llegara a la puerta—. Quiero organizar el trabajo de mañana por la mañana para que sepas qué tienes que hacer, porque voy a salir y no volveré hasta el mediodía...


Paula, deteniéndose, se volvió y lo miró con el corazón encogido. No tenía sentido retrasar el momento.


—Lo siento, pero dudo mucho que esté aquí mañana por la mañana, Pedro.


Pedro la miró con incredulidad.


—¿Que dudas estar aquí mañana? Claro que vas a estar aquí. ¿Es que Luciana no te ha dicho que, por lo menos, voy a necesitarte un par desemanas? Y puede que más.


—Sí, me lo ha dicho. Pero tenías razón, mi prima está de vacaciones, en Florida, y no tengo sitio donde hospedarme.


—Ése no es motivo para que vuelvas a... —Pedro se interrumpió, —no recordaba exactamente de dónde había dicho Paula que venía.


—El norte de Watford —le recordó ella.


—Sí, de un sitio del que nadie ha oído hablar —añadió él con ánimo de venganza—. En fin, no creo que tu prima vaya a pasarse el resto de la vida de vacaciones.


—Hasta fin de mes.


—Exactamente. Dos semanas más. Hasta entonces, podrás quedarte en un hotel.


¿Así, sin más?


—Estoy segura de que intenta ayudarme, señor Alfonso, pero...


—Pedro y de tú —le recordó él.


—Pedro —respondió ella algo incómoda. Jamás había llamado a un jefe por el nombre de pila y de tú—. Llevo realizando trabajo temporal desde noviembre y, en caso de que no lo hayas notado, acaban de pasar las navidades. He tenido que pagar el tren y...


—En otras palabras, ¿Que no sea tan imbécil?


—Yo no he dicho eso...


—Pero lo has pensado y tienes razón. De todos modos puedes estar segura de que no vas a ir a ninguna parte, Paula. Durante las dos últimas semanas, eres la primera chica que ha pisado este despacho y que es casi tan profesional como Laura —Pedro notó que fruncía el ceño—. Mi secretaria. Está cuidando a su madre que está enferma.


—Sí, algo me ha dicho la señora Garland al respecto.


—¿En serio no tienes ningún otro sitio donde hospedarte en Londres?


—Podría considerar algún banco en un parque. También está el puente de Waterloo...


—¡Déjate de tonterías, estoy hablando en serio! —le interrumpió élirritado.


Tenía que haber una solución. Llamaría a Luciana; después de haberle encontrado la secretaria perfecta, no le quedaba duda de que su hermana haría cualquier cosa por ayudarle a conservarla.


—Siéntate.


—¿Y el informe?


Pedro no contestó. Se limitó a clavarle los ojos y a esperar a que lo obedeciera. Paula volvió a la silla delante del escritorio y se sentó sin añadir palabra. Él descolgó el teléfono y marcó un número.


—¿Luciana? Necesito otro favor.


—Por favor, no me digas que has conseguido espantar a la pobre chica. Te advertí que...


—La «Pobre chica» no necesita tu compasión en absoluto. Lo que necesita es un techo para pasar las dos próximas semanas.


—¿Y qué?


—¿Es que no puedes buscarle un sitio?


—Tengo una agencia de empleo, querido, no una agencia de alquileres inmobiliarios —Pedro esperó—. No comprendo por qué recurres a mí para esto. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 16

A las tres en punto Paula llamó a la puerta del despacho de Pedro Alfonso, entró y dejó el informe completo encima del escritorio. Él miró el informe y luego al reloj, que estaba dando la hora en ese momento. Después, se recostó en el respaldo del asiento y la miró con esos ojos penetrantes grises.


—Dime, Paula, ¿Has estado esperando a que el reloj diera las tres campanadas o ha sido pura coincidencia? 


Pedro sabía la respuesta tan bien como ella, pero Paula se negó a permitir que la intimidase.


—Pura coincidencia —respondió ella sin vacilar.


—Va, por las narices —respondió Pedro optando por ser prosaico.


Paula parpadeó. El abogado para el que había trabajado jamás habría dicho una cosa así. Pero Pedro Alfonso tenía razón, había acabado el informe con tiempo de sobra, un tiempo que había aprovechado para volver a llamar a Iván, pero sin resultados.


—Lo que usted diga, señor Alfonso.


Él miró el informe, pero no antes de que Paula le viera mover los labios en forma bastante prometedora.


—Pedro. Llámame Pedro y tutéame. Y siéntate mientras examino los errores y las faltas de ortografía.


—No encontrarás ninguna.


—En ese caso, no me llevará mucho tiempo.


Paula no contestó. Al cabo de unos minutos en los que Pedro repasó cifras y nombres, éste levantó la cabeza con una sonrisa. No había duda, era una sonrisa.


—Tenía mis dudas, pero... En fin, ¿Te importaría hacer unas copias del informe? Seis. Y llama a un mensajero, quiero enviarlo a AID tan pronto como las copias estén listas —a Pedro no le pasó desapercibida la expresión de incomprensión de Paula—. La Agencia Internacional para el Desarrollo; aunque la verdad es que no va a servir para nada, cuando quieran hacer algo ya será demasiado tarde. En tu escritorio tienes una agenda con todas las direcciones.


Incapaz de pensar en una respuesta apropiada al comentario, Paula recogió el informe y se puso en pie para volver a su oficina. 

viernes, 15 de julio de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 15

 —Sabía que era un error que te marcharas así —continuó su madre—. Bueno, ¿Qué vas a hacer ahora?


¿Le daba una alternativa? ¿No le estaba ordenando que volviera a casa inmediatamente como una chica buena? No, su madre era demasiado lista para hacer eso. Se basaba en la promesa de que volvería a casa si algo salía mal. ¡Por el amor de Dios, tenía veinte años, casi veintiuno! Ya no era una niña. Una mujer de veinte años con una responsabilidad. Su madre tenía que entenderlo, ¿No?


—Mamá, justo en estos momentos tengo que mecanografiar casi medio libro. Hasta no hacerlo, no puedo pensar en nada más —dijo Paula.


Pero, por una vez, estaba pensando que le gustaría comportarse como su prima, olvidarse de las promesas hechas y hacer lo que le apeteciera. Juliana era irresponsable, se teñía el pelo, vivía en Londres, y su madre siempre decía que acabaría mal. Quizá fuera así, pero en esos momentos estaba de vacaciones en Florida. Con un novio. Y ella, Paula, ni siquiera tenía novio. No era que le hubieran faltado proposiciones, pero para ella sólo había habido un chico, Iván, y últimamente éste parecía haberse olvidado de su existencia.


—Debes haberte llevado una gran desilusión —le dijo su madre, ahora mostrándose segura de que Paula estaría en casa en cuestión de horas—. ¿Qué tal es el trabajo?


Segura de la obediente respuesta de Paula, se permitía el lujo de mostrar su curiosidad.


—¿El trabajo? —pero Paula no se sentía inclinada a ser obediente y amable con nadie en esos momentos—. El trabajo es maravilloso. El señor Alfonso estaba tan ansioso de que empezara a trabajar que la señora Garland me ha mandado a su casa en taxi. El salario es cuatro veces lo que ganaba hasta ahora y el baño de la oficina es de mármol.


Un baño de mármol impresionaría a su madre.


—¿En serio? Y... ¿cómo es el señor Alfonso?


—¿El señor Alfonso?


¿Cómo era el señor Alfonso? Ningún hombre la había mirado como él lo había hecho, como si se transparentase. Pero eso no iba a decírselo a su madre. De repente, tuvo un momento de inspiración y decidió provocar la compasión de su madre: 


—Creo que el pobre ha estado enfermo. Anda con un bastón —eso le hacía parecer hacer visitar regulares al geriatra.


—Oh, pobre hombre... —dijo la señora Chaves con compasión. Sí, había sido una buena idea lo del geriatra, pensó Paula.


—Y no podía encontrar a nadie, aquí en Londres, que tomara notas en taquigrafía —eso para los prejuicios de su madre.


—Desde luego, de lo que no va a poder quejarse es de tu trabajo — declaró la señora Chaves con un orgullo que irritó a Paula.


¿De qué servía ser la mejor en el trabajo si tenía que vivir en casa y trabajar en el despacho de cualquier abogaducho con un sueldo de pena? Quería un trabajo como el que tenía la secretaria de Luciana Garland. Quería llevar un traje que costase una fortuna, que le cortase el pelo alguien que supiera lo que estaba haciendo con las tijeras, y... ¿Qué estaba pensando? No, quería ser Luciana Garland, no su secretaria.


—¿A qué se dedica? —le preguntó su madre, sacándola de su ensoñación.


—Es economista y trabaja para el Banco Mundial, busca dinero para financiar la provisión de agua para esos pobres niños de África. Ya sabes, los que ves por televisión —Paula apeló a la compasión de su madre con esas palabras y, para enfatizarlas, lanzó un dramático suspiro—. No sé cómo va a arreglárselas. En fin, mamá, tengo que dejarte. Aún me queda un montón de trabajo...


Pero su madre no había acabado. 


—¿Has hablado ya con Iván Blake? —mantuvo el tono neutral, pero no pudo disimular del todo su aprensión.


—No, todavía no.


Pero el día aún no había llegado a su fin.


—Bueno, Paula, será mejor que colguemos para que puedas terminar tu trabajo. Llámame cuando sepas en qué tren vas a volver.


La absoluta certeza de su madre de que iba a dejar el mejor trabajo de su vida para volver a casa sin antes intentar buscar un lugar donde hospedarse hasta que Juliana volviera de vacaciones era una instigación a la rebelión.


Tú Me Haces Falta: Capítulo 14

Una sonrisa irónica mientras la conducía a través de una puerta que había en un rincón de la cocina indicó a Paula que Marcela sabía lo mucho que Pedro Alfonso podía incomodar. La oficina del ama de llaves era diminuta, no mucho más grande que un armario, pero tenía escritorio, mesa de despacho y teléfono; lo demás estaba colocado en estanterías.


—Haz las llamadas que necesites.


—Gracias y perdone, señora... 


—Jacobs. Pero, por favor, llámame Marcela y tutéame. Todo el mundo me llama de tú.


—Gracias, Marcela.


Cuando Paula llamó a la oficina de su prima, le dijeron que Juliana estaba de vacaciones y que no volvería hasta finales de mes. Colgó y se quedó mirando el teléfono un momento. Iván era la otra única persona que conocía en Londres. No había sido su intención llamarlo hasta no estar bien asentada y poder decirle con aire casual: «Hola. Estoy trabajando en Londres y se me ha ocurrido llamar para saludarte...». Pero aquello era una emergencia. Buscó su número de teléfono en la agenda y marcó.


—Producciones Ivi.



—¿Podría hablar con Iván Blake, por favor?


—¿Con quién?


—Con Iván... —pero recordó que ahora se llamaba Ivi, Ivi Blake, la nueva estrella de la televisión—. Con Ivi Blake. Soy Paula Chaves, una amiga suya.


—El señor Blake está en una reunión —la respuesta de la mujer parecía dar la impresión de pensar que estaba hablando con una chica que lo había visto una vez y que intentaba hacer que pareciese conocerlo mejor.


—En ese caso, ¿Podría darle un mensaje? —insistió Paula—. ¿Podría decirle que Paula Chaves ha llamado? Y dígale también que estoy en Londres y que necesito hablar con él urgentemente, ¿De acuerdo? Dígale que me llame a este teléfono.


Paula dió el teléfono de Pedro Alfonso, pero no obtuvo respuesta.


—¿Lo ha anotado?


—Sí. Se lo diré.


Y Paula vió mentalmente una chica arrugando una nota y tirándola a la basura. Iván se había hecho famoso y, probablemente, cientos de chicas lo llamaban a diario. Su madre se mostró mucho más contenta de oírla.


—¡Paula! Gracias a Dios que has llamado. Acabo de enterarme de que Juliana está de vacaciones —su madre siempre se enteraba de todo—. Tu tía ha venido a casa con una postal que Juliana le ha mandado desde Florida. Se ha ido allí con un novio.


El tono de desaprobación era evidente.