miércoles, 31 de enero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 25

—Si  necesita  el  coche  para  trabajar,  supongo  que  sí  —murmuró  Paula.

 Estaba  segura  de que era esa la noticia a la que Pedro se refería. ¿Alberto Thompson era un alcohólico?, se  preguntó.  Quizá ese  era  el problema  que  angustiaba  a  Beatríz.  Fuera  como  fuera, tendría que sacar el tema con mucho tacto. Cuando  terminó  de  leer  la  noticia,  llamó  a  Carla y  le  preguntó  si  Beatríz Thompson  había pedido cita.

—Para el jueves a las cuatro —contestó la enfermera.

—Muy bien. Gracias.

 —Debes ser la mujer más envidiada del pueblo viviendo con un hombre como Pedro—dijo Catalina entonces.

—Sólo es mi inquilino.

—No te enamores de él, Paula. Es guapísimo, pero no se compromete con nadie.

Como si ella necesitara esa advertencia.

—¿Hablas por experiencia?

—No. Sólo íbamos juntos al colegio, aunque él era mayor que yo.

—¿Cómo era entonces? —preguntó Paula, sin poder evitarlo.

—El típico chico malo. Todas las chicas estaban locas por él.

—¿Tú también?

—Por  supuesto.  Pero  siempre  me  ha  puesto  muy  nerviosa.  A  mí  me  gustan  los hombres un poco más... fáciles de tratar.

—Te entiendo. Es un machista imposible.

 —Yo creo que exageras —rió Catalina.

—Pareces apreciarlo mucho.

—La  verdad  es  que  sí  —dijo  la  enfermera,  con  la  mano  en  el  picaporte—. En  el  colegio no lo pasé bien y él me ayudó.

—¿Cómo? —preguntó Paula, con curiosidad.

—Había unos chicos que me molestaban y después de que Pedro «hablase» con ellos, no volvieron a molestar a nadie. En ese momento, sonó el intercomunicador. Era Carla, preguntándole si podía ver a un último paciente.

—Sí, claro —dijo Paula, mirando a Catalina—. Más trabajo.

La enfermera abrió la puerta.

—Ahora  que  lo  pienso,  olvida  lo  que  he  dicho.  Puede  que  tú  seas  precisamente  lo  que Pedro necesita.

¿Lo que Pedro necesitaba? ¿Qué necesitaba Pedro Alfonso? ¿Y qué necesitaba ella? La puerta se abrió en ese momento y entró Matías, el jefe del equipo de rescate.

—¡Matías! No te esperaba.

—Lo sé. Siento mucho venir un sábado...

—El sábado es como un día cualquiera. ¿Qué te ocurre?

—Me duele el estómago —contestó el hombre.

Paula empezó  a  hacerle  preguntas  sobre  los  dolores,  anotando  las  respuestas  en  un  cuaderno.

—¿Y los dolores desaparecen después de comer?

—Eso es. ¿Tú crees que puede ser una úlcera?

—Es posible. Pero tengo que examinarte para estar segura.

Unos minutos después, Paula se lavaba las manos.

—No encuentro nada raro. Pero por los síntomas, yo diría que es una úlcera.

Matías se vistió rápidamente.

—¿Y ahora qué?

—Tendrás que probar  con antiácidos  y  si no funciona,  ven  a  verme  otra  vez  —dijo Paula —. Y debes hacer dieta. Nada de carne, nada de picante, nada de alcohol...

—¿Qué?

—El alcohol es un irritante, así que intenta beber menos cerveza. Si te sigue doliendo, es posible que tengamos que hacer una gastroscopia.

—¿Vas a mirarme el estómago por dentro?

—Eso es. Seguro que no es nada, pero hay que comprobarlo.

—Muy bien. Me pongo en tus manos.  Por cierto, ¿Vas a venir con Valen a la fiesta del sábado que viene?

—Si  no  tengo que  trabajar,  supongo  que  sí.  Y,  por  cierto, Matías,  intenta  restringir  tus  conversaciones  delante  de  Valen. Llevo  toda  la  semana explicándole lo  que  es  la  hipotermia y por qué la gente se muere de frío.

—Ah,  lo  siento  —sonrió  el  hombre—. No  me  dí  cuenta de que  estaba  escuchando. Por cierto, me han dicho que Sean vive en tu casa. Las noticias volaban en Cumbria.

—Es mi inquilino.

—Ya. Bueno, si lo ves antes que yo, dile que venga a la fiesta, ¿Vale?

—Si lo veo, se lo diré —sonrió Paula.

Pero no pensaba ir a buscarlo. Y tampoco pensaba ir a una fiesta con él.

Lo Inesperado: Capítulo 24

—No lo haré. Pero Ariel va a tener que pasar por el quirófano en cuanto dé a luz. No quiero más niños —sonrió Celina, despidiéndose.

 Catalina entró diez minutos después.

—Acabo  de  sacarle  sangre  a  Celina Webster.  ¿Crees  que  la  varicela  del  niño  habrá  afectado al feto?

—Seguramente es inmune. La mayoría de la gente lo es —contestó Paula.

—¿Y si no?

—Habrá que ponerle un IGZ.

 —¿Qué es eso? Suena como algo de otro planeta.

—La inmunoglobulina de Zoster —rió Paula—. Inmunidad inmediata.

—Ah, vaya. Cada día se aprende algo nuevo —dijo la enfermera—. Bueno, pero de lo que yo quería hablar es del nuevo médico...

En ese momento se abrió la puerta y Catalina se quedó boquiabierta al ver a Pedro.

—Te  presento  a  Pedro Alfonso—dijo Paula—. Doctor Alfonso,  le  presento  a  su  enfermera...

—Catalina Griffiths —la interrumpió él con una sonrisa.

—¡Pedro! —exclamó Catalina, antes de echarse en sus brazos.

Él la abrazó, riendo.

—Has crecido mucho, Cata.

—Sí —rió ella.

Por  un  momento,  Paula sintió  una  punzada  de  celos.  Pero  no  podían  ser  celos, era absurdo. Ella no estaba buscando pareja y si la buscara... no sería Pedro Alfonso.

 —Pensé que no volverías nunca.

—Me obligaron —sonrió Pedro.

—¿Quién, Gabriel?

—Gabriel.

Paula los  miró,  sorprendida.  Obviamente,  se  conocían  muy  bien... ¿Y  a  ella  qué  le importaba?

—¿Dónde te alojas? —preguntó Catalina entonces.

—En casa de Paula.

—Le he alquilado el establo —explicó ella.

 —Menudo honor. Paula no suele alquilar su casa a ningún hombre.

—Eso tengo entendido. Digamos que a ella también la obligaron.

—¿Gabriel?

—Gabriel—contestó Paula.

—Debería abrir una agencia de contactos —rió la joven enfermera—. Es encantador.

—Irresistible —murmuró Pedro, mirando su reloj—. Tengo que hablar contigo, Paula...

 —Aún no he terminado la consulta.

—Es sobre una paciente.

—Ah, muy bien. ¿Cuál es el problema?

—Es esa mujer que mencionaste  hace  unos días... —empezó  a  decir Pedro, apoyándose en la puerta—. La señora Thompson.

—¿Qué ocurre?

—Puede que haya descubierto  qué  le  pasa  —dijo  él,  dejando  un  periódico  sobre  su  escritorio—. Lee la página cuatro. Puede que eso te dé una pista.

—Gracias —murmuró  Paula. 

Cuando  Pedro salió  de  su  consulta,  tomó  el  periódico  y  buscó la página cuatro, de noticias locales. En ella había varios titulares:  Escuela  de  primaria  gana  el  premio  al  mejor  cartel,  Anciana  asaltada  en  el  mercado... Pero una en especial llamó su atención: Un hombre acusado de conducir bajo los efectos del alcohol.

—¿Qué  pasa?  —preguntó  Catalina, leyendo por  encima  de su  hombro—. Ah,  vaya. Es un viajante y le han retirado el permiso de conducir. Pues habrá perdido su trabajo.

Lo Inesperado: Capítulo 23

El  sábado  la  consulta  estaba  tan  abarrotada  como  siempre.  Mejor,  decidió  Paula.  De ese modo, no podía pensar en Pedro. Desde que  se  mudó  a  su  casa,  no  había  podido  concentrarse  en  nada.  Aunque, además  de  escuchar  el  rugido  de  su  moto  por  las  mañanas,  apenas  se  había  percatado de que él vivía a unos metros de ella. En ese momento, entró una paciente con un niño de la mano.

—Hola, Celina. ¿Qué tal el embarazo?

La joven se dejó caer sobre una silla.

—No he tenido tiempo de pensarlo. Ezequiel y el mayor me tienen demasiado ocupada.

—Ya estás acostumbrada, ¿No? —sonrió Paula.

—Desde luego —rió la mujer—. No es como la primera vez. Ariel me hacía la cena, me dejaba descansar en el sofá, me llevaba el desayuno a la cama...

—¿Ya no?

—Ya no. Pero no he venido a quejarme. Este enano tiene manchitas rojas y me temo que es varicela —contestó Celina, colocándose al niño sobre las rodillas.

—Vamos a echar  un  vistazo.  Ezequiel, mira  lo  que  tengo... —sonrió  Paula,  sacando  un  camión de la estantería. El niño se puso a jugar, encantado, mientras ella lo examinaba.

—¿Cuándo empezaron a salirle las manchitas?

—Hace un par de días, pero sólo eran unas cuantas así que no estaba segura.

—Es  varicela  —confirmó Paula,  volviéndose  hacia  el  ordenador—. Te daré   un   antipirético y un calmante para que no le pique demasiado.

—¿Puede jugar con su hermano o debo mantenerlos separados?

—En realidad, es casi seguro que ya se lo habrá contagiado, pero intenta mantenerlos separados durante unos días.

—¿Cuánto tiempo tardará en pasar?

—Cinco  días  —contestó  Paula, mientras  sacaba  la  receta  de  la  impresora—. Pero tenemos que hablar de tí.

—¿De mí? ¿Por qué?

—¿De cuántos meses estás?

—Ocho y medio.

—¿Has pasado la varicela?

Celina se quedó pensativa.

—No tengo ni idea. ¿Por qué?

—Porque habrá que hacerte análisis de sangre para comprobar si eres inmune.

—Sé  que  estas  cosas  son  peligrosas  al  principio  del  embarazo,  pero el  niño  ya  está  formado, ¿No?

—La  varicela  es  un  riesgo  en  cualquier  fase  del  embarazo  —contestó  Paula, abriendo un cajón—. Habrá que hacerte un análisis.

—Vaya.  Me alegro de  haber  venido.  La  verdad  es que  no  se  me  había  pasado  por  la  cabeza que pudiera ser un problema para el bebé.

—No pasará nada. Dale este papel a la enfermera para que te prepare una cita. Pero si te pones de parto antes, dile a tu marido que me llame inmediatamente.

 —De acuerdo —suspiró Celina, levantándose—. ¿Por qué lo habré hecho? Ya tengo dos y me da pánico el parto.

 —La última vez tuvieron que usar fórceps, ¿Verdad?

—Y  la  primera,  una  ventosa.  Dicen  que  cada  vez  es  más  fácil,  pero  yo  no  estoy  tan  convencida.

—Es muy raro tener que usar fórceps en dos ocasiones, así que no te preocupes.

Lo Inesperado: Capítulo 22

—¿Química? —repitió Paula, un poco asustada—. No te engañes a tí mismo. Discutir y dar bofetadas no tiene nada que ver con la química.

—Entonces, ¿Por qué te escondes detrás de esa mesa? ¿No confías en mí o no confías en tí misma?

—Mira, Pedro, acabas de decir que no quieres una relación seria con nadie y...

—No tergiverses mis palabras —la interrumpió él—. No me interesan el matrimonio y los hijos, pero las relaciones personales me interesan mucho.

—Pues a mí no. No sería justo para Valen.

Pedro levantó una ceja, con expresión incrédula.

—¿Quieres hacerme creer que has vivido como una monja desde que nació tu hija?

Paula casi soltó una carcajada. Si él supiera...

—Cree lo que quieras, pero déjame en paz. No funcionaría.

 Pedro se acercó de una zancada y levantó su barbilla con un dedo.

 —Dame una buena razón.

—Ya te la he dado. Valen.

—¿En serio? ¿No sales con hombres por tu hija?

Ella se apartó y siguió cortando verduras.

—No pienso volver a cometer un error.

 —¿Y yo sería un error?

—Un error enorme  —contestó Paula.

Pedro y  ella  eran  muy  diferentes  y  nunca  se  entenderían. Él era muy atractivo, pero también muy peligroso. Peligroso porque no quería  compromiso  de  ningún  tipo y  porque,  por  primera  vez  en  su  vida,  se  sentía tentada de tirar sus principios por la ventana y aceptar lo que le ofrecía. Pero eso no iba a pasar. Daba igual que aquellos ojos oscuros se clavasen en su alma, daba igual que la sonrisa del hombre la derritiera por dentro. No iba a pasar porque no era justo para Valen.  Pedro era demasiado frío. No quería una intimidad verdadera y la dejaría en cuanto se cansase. Ella no era ninguna tonta y sabía que no podía cambiar a nadie. Y  no  pensaba  volver  a  tener  una   relación  con  un  hombre  que  no   quisiera  comprometerse. No quería saber nada de nadie que evitara las responsabilidades.

 —¿Tienes  las  llaves,  No? —preguntó,  sin  darse  la  vuelta—. Puedes  vivir  aquí,  pero eso es todo lo que va a haber entre nosotros.

—Por el momento —dijo él.

—Para siempre —replicó Paula, levantando la cuchara de madera.

Pedro soltó una carcajada antes de salir de la cocina.

Lo Inesperado: Capítulo 21

—Es... un asunto complicado —murmuró.

Pedro levantó la mano, en un gesto de rendición.

—Como tú has dicho, no es asunto mío.

—¿Te he hecho daño? ¿Quieres hielo...?

Él sonrió de tal forma que las rodillas de Paula se doblaron.

—Mejor podrías darme un beso...

—No seas bobo. ¿Por qué pareces tan interesado en el asunto de los padres ausentes? —preguntó, para cambiar de tema.

De repente, la expresión del hombre cambió.

—Porque,  en  un  mundo  ideal,  los  niños  deberían  tener  un  padre  y  una  madre  —contestó, sin mirarla.

—Sí, pero este no es un mundo ideal.

—Lo sé muy bien.

—¿No  me  digas que  crees  en  la  felicidad,  en las familias  unidas  y  todo  eso?  —bromeó Paula.

—Y en el ratoncito Pérez —sonrió él—. No. Creo que la felicidad dura lo que dura. Y luego, se acabó.

—Pero acabas de decir que los niños deberían tener padre y madre.

—Creo que  no  se  deben  tener  hijos  a  menos  que  se  esté  completamente  seguro  de  que la pareja va a funcionar. No es justo para los niños.

—Pero nadie puede saber si una pareja va a funcionar.

—Cierto.  Pero  una  vez  que  se  tienen  niños,  se  tiene  también  la  responsabilidad  de  cuidar de ellos. No se puede ser egoísta.

Paula dejó de cortar verduras, sorprendida.

—¿Estás diciendo que yo soy egoísta?

—Como  tú  misma  has  dicho,  yo  no  sé  nada  sobre  tus  circunstancias  y  no  es  asunto  mío.

—Entonces, ¿Tú crees que está bien ir de flor en flor mientras no se tengan hijos?

Pedro hizo una mueca.

—¿Ir de flor en flor?  No  me  gusta  mucho  la  expresión,  pero  es  normal  cambiar  de  pareja. Eso es mejor que seguir con alguien a quien no quieres.

 —¿Y da igual que la otra persona resulte herida? Eso es muy irresponsable.

—Al  contrario, es  muy  responsable  —la  contradijo  él—. Más  que  tener  hijos  sin  pensar en su futuro. Cuando yo termino con una relación, nadie sale herido.

 ¿Lo decía  en  serio?  Paula estaba  segura  de  que  tras  él  había  dejado  una  colección  de  corazones rotos.

—¿Y nunca has pensado en tener una familia?

—No.  Dejé  de  creer  en  los  cuentos  de  hadas  cuando  era  pequeño.  Y  hace  mucho  tiempo decidí no ser nunca responsable por la infelicidad de un niño.

Ella lo miró, a la defensiva.

—Valen no es infeliz.

—No  estaba  hablando  de  Valen—murmuró  Pedro,  mirando  por  la  ventana—. Ella parece una niña feliz, pero yo conozco a muchos que no tienen tanta suerte.

—Aún así, no quieres tener hijos...

 —No. Nunca.

 —Lo  siento  por  tí  —murmuró  Paula,  preguntándose  qué  habría  pasado  en  su  vida  para haber tomado aquella lamentable decisión.

Mirando el tenso perfil, sintió una tristeza que apartó de sí inmediatamente. ¿Por qué le ponía triste que Pedro no quisiera tener hijos? ¿Qué le importaba a ella? Pero cuando él se volvió y vió el desconsuelo que había en sus ojos, sintió la horribletentación de abrazarlo. ¿Abrazarlo? Debía estar volviéndose loca.

—Y hablando de relaciones... —empezó a decir él, cambiando de expresión—. ¿Qué vamos a hacer con la química que hay entre nosotros?

lunes, 29 de enero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 20

—No lo sé —contestó Paula, volviéndose para preparar la cena de Valen—. Supongo que una breve aventura, un revolcón...

—¿Qué quieres, que me case contigo?

—¿Es  que  eres  sordo?  ¡No  quiero  nada  de  tí!  No  quiero  una  aventura  y  no  quiero  casarme contigo. No quiero una relación con nadie.

—¿Tan mala fue?

—¿Qué quieres decir?

—¿Tan mala fue tu relación con el padre de Valen?

—Mi relación con el padre de Valen  no es asunto tuyo.

—No estoy de acuerdo.  Si  él  es el  culpable  de  que  no  quieras  saber  nada  de  los  hombres, tengo derecho a saber por qué.

 Paula  se volvió de nuevo, nerviosa.

—No tienes ningún derecho a saber nada. Y lo que pasó con el padre de Valen está olvidado. Es historia.

—¿La niña no ve a su padre? —preguntó Pedro.

—No.

—¿Y te parece bien privarlo de sus derechos?

Paula tuvo que apretar los dientes para no darle un puñetazo.

—¿Se puede saber por qué te interesa tanto mi vida?

—¿El padre de Valen no estaba interesado en la niña? —insistió Pedro.

—En absoluto.

Paula no quería pensar en el padre de su hija ni en el dolor que le había causado a toda su familia.

—Pero supongo que tú lo amabas.

¿Amar a aquel canalla?  Paula tuvo  que  contener  una  carcajada. Pero  no  pensaba  contarle nada a Pedro. Tenía que mantener las distancias.

—Todos cometemos errores —murmuró, sacando una sartén.

—Y la niña ha pagado el precio.

 Ella  se  volvió  entonces,  indignada.  Aquella  broma  tenía  que  terminar.  No  pensaba  permitirle que siguiera sacando conclusiones sobre su vida.

—Siempre juzgas a la gente sin conocerla, ¿Verdad?

—Cuéntame lo que pasó.

—No tengo intención de hacerlo porque no es asunto tuyo. Mi hija tiene todo lo que necesita.

 —Excepto a su padre.

—En este caso, es mejor que esté sin él —replicó Paula, cortando verduras.

 —Quizá es mejor un padre mediocre que no tener padre.

—Eso  demuestra  lo  poco  que  sabes  de  la  situación.  Mi  hija  sólo  me  tiene  a  mí,  pero siempre estoy  a  su  lado.  No  cambio  de  opinión  cuando  tengo  un  mal  día  ni  me  marcho cuando aparece algo que me interesa más.

—¿Eso es lo que hizo el padre de Valen?

Paula se  volvió,  despacio,  intentando  mantener  la  calma.  ¿Quién  se  creía  aquel  hombre para interrogarla de esa forma?

—El padre de Valen era un canalla.

—Pues tú no debías pensar eso cuando te acostabas con él —replicó Pedro.

El sonido dé una bofetada resonó en la cocina. Lo había golpeado, pensó, incrédula. Ella, que nunca había pegado a nadie en su vida.

—Lo siento...

—No  te  disculpes —sonrió  Pedro,  acariciándose  la  mejilla—. Me  lo  merecía.  Ha  sido  un comentario estúpido.

Aún sorprendida por lo que había hecho, Paula estuvo a punto de contarle la verdad, pero  lo  pensó  mejor.  No  tenía  por  qué  contarle su  vida a aquel  extraño.  No podía confiar en él.

Lo Inesperado: Capítulo 19

—¿Y por qué ibas a herir sus sentimientos?

Paula se puso colorada.

—Porque él cree que nos está emparejando y no quiero desilusionarlo.

—Ah,  ya  entiendo  —dijo Pedro,  guardando las llaves en  el  bolsillo—. Estás  diciendo  que vas a tener una apasionada aventura conmigo para no desilusionar a Gabriel.

 —Muy gracioso —murmuró ella, con los dientes apretados—. Tú sabes muy bien que no estoy diciendo eso.

—¿No?

—Esto no es una broma, Pedro.

—¿Me estoy riendo?

—Sí.  Y  no sabes  lo  que  es  tener  que  soportar  que  todo  el  mundo  quiera  buscarme  pareja.

—Te equivocas —sonrió él, dejándose caer sobre una silla—. Lo sé muy bien.

—¿Tú? —preguntó Paula, incrédula—. Pero si debes tener mujeres haciendo cola...

Pedro se encogió de hombros.

—Es  posible.  Pero  no  pienso  casarme  con  ninguna  de  ellas  para  hacerles  un  favor  a  mis amigos.

—¿Tus amigos quieren que te cases?

—Especialmente Gabriel. Por eso no vengo a visitarlo tan a menudo como debería.

—Pues  en  ese  caso,  no  hay  ningún  problema.  Cuando  Gabriel se  dé  cuenta  de  que  no  estamos interesados, dejará de interferir.

—Sólo hay un problema... —empezó a decir Pedro, pasándose la mano por la barbilla.

—¿Cuál?

—Que yo no estoy seguro de no querer una aventura contigo.

Durante un segundo, Paula se sintió como hipnotizada por aquellos ojos oscuros, pero enseguida recuperó la compostura.

—No digas tonterías.

—¿Por qué son tonterías? Te encuentro muy atractiva.

—Pues el sentimiento no es mutuo.

—Estás mintiendo —dijo él entonces en voz baja, una voz suave y muy masculina—. Yo esperaba que sugirieses un romance para que Gabriel estuviera contento.

—¡Ni en sueños!

—Lo que he soñado hacer contigo no podría decirse en voz alta, Paula Chaves.

Ella tragó saliva.

—Pedro, por favor...

—¿Por favor qué?

—Déjame sola.

—No.

—¿Cómo que no? Debe de haber cientos de mujeres por ahí que se desmayarían por una sonrisa tuya. ¿Por qué no te vas con alguna de ellas? ¿Por qué yo?

—¿Por  qué?   —repitió Pedro, levantándose—. Porque  tienes  coraje,   porque  eres   preciosa y porque eres un reto.

 En otras palabras era la única mujer que le había dicho que no.

—¿Algún problema de ego, doctor Alfonso?

Pedro soltó una carcajada.

 —Ninguno, doctora Chaves. Mi ego no es tan frágil.

Estaba a sólo un metro de ella y a Paula le costaba trabajo respirar.

—No me interesa lo que me ofreces, Pedro.

Él se apoyó en la pared, pensativo.

—¿Y qué te estoy ofreciendo?

Lo Inesperado: Capítulo 18

Paula sonrió. Se sentía tan vieja como las montañas, pero sólo por dentro. Obviamente, los traumas recientes no la habían envejecido por fuera.

—Digamos que se me ha pasado el momento de buscar las emociones que ofrece una gran ciudad.

—¿Y qué pasa con... otro tipo de emociones? ¿Tampoco las necesitas, Paula?

—Me gusta mi vida, doctor Alfonso.

—¿Vamos a tutearnos o no?

Ella hubiera preferido no hacerlo. De ese modo, se sentía más segura. Pero sabía que era absurdo no tutear a un colega.

—Pensé que, habiendo estado en el ejército, te gustarían las formalidades.

 —Dejé el ejército hace tiempo y, la verdad, nunca me gustó mucho lo de los rangos. No es mi estilo. Bueno, ¿Puedo alquilar este sitio o... tienes que hablar con Valen?

¡Valen! Paula se había olvidado de Valen. Sería mejor que le dijera la verdad antes de que él la descubriera por sí mismo.

—Pedro, tengo que decirte una cosa...

El sonido  de  un  coche  sobre  la  gravilla  del  camino  la  interrumpió.  No  había  tiempo  para confesiones.

 —Tienes visita. En  ese  momento,  se  abrió  la  puerta  y  Valen entró  corriendo  con  las  mejillas  rojas  por el frío.

—¡Mamá!  ¿Qué haces aquí...?  —la  niña se quedó  parada  al  ver  a  Pedro—. ¿Quién eres?

Paula tragó saliva, demasiado incómoda como para disculparse por las maneras de su hija.

—Es el doctor Alfonso, cariño.  Va a vivir aquí durante un tiempo. ¿Dónde está la abuela?

—Se ha ido a casa porque Princesa va a dar a luz. ¿Es tuya la moto que hay fuera? —preguntó la niña.

—Sí —contestó Pedro—. ¿Te gusta?

—¡Mucho! ¿Puedes llevarme a dar un paseo?

—¡De eso nada!  —exclamó su  madre—. Venga,  vamos  a  casa.  Tienes  que  hacer  los  deberes.

—¿No vas a  presentarnos?  —preguntó Pedro con  voz  de  terciopelo.

Paula lo  miró.  Un error porque su corazón empezó a latir con fuerza al ver aquellos ojos oscuros.

—Té presento a mi hija, Valentina.

—Valen, supongo.

 —¿Cómo lo sabes? —rió la niña.

—Intuición. —¿Qué es intu... eso?

—Vamos  a  casa,  Valen—dijo  su  madre—. Voy  a  darle  una  llave  al  doctor  Alfonso para que pueda instalarse aquí.

—Qué bien. Ya verás cuando mi amiga Agustina vea la moto.

Paula miró  a  Pedro,  nerviosa.  ¿Por  qué  se  sentía  tan  agitada  en  su  presencia?  Había  conocido muchos hombres guapos y nunca le habían afectado de esa forma. ¿Por qué Sean Nicholson era diferente? Sólo era un hombre. Guapo, pero sólo un hombre, tan egoísta como todos los demás. Abrió la puerta de su casa y Valen  entró corriendo para jugar con Héroe, que la había recibido ladrando alegremente.

—Necesitarás unas llaves —dijo Paula.

 Pedro se quedó en la puerta.

—Entonces, ¿No te importa que me quede?

—Lo hago porque necesito un inquilino y porque Gabriel  ha insistido. Quiero que eso te quede claro.

—¿Por Gabriel?

—Sí. Le debo mucho y no quiero herir sus sentimientos.

Lo Inesperado: Capítulo 17

Genial.  Pedro Alfonso sabía  muy  bien  el  efecto  que  ejercía  en  ella  y  estaba  disfrutando como un loco.

—Supongo que esto te parecerá muy aislado —dijo, metiendo la llave en la cerradura como  si  quisiera  matarla.

 No  podía ni imaginar  lo  que  pasaría  cuando  estuvieran  viviendo  juntos.  Para  empezar,  necesitaría  varios  juegos  de  llaves  si  iba  a seguir tirándolos al suelo...

—¿Sigues queriendo que me eche atrás? —sonrió Pedro—. Pues siento desilusionarte, pero me gusta estar aislado, rodeado de ovejas...

—Las ovejas a  veces  son  muy ruidosas  —lo interrumpió  ella,  encendiendo  la  luz—. Como ves, no es muy grande...

—Eres  una  vendedora nata  —rió  Pedro,  mirando  hacia  arriba—. ¿Qué  hay  en  el  segundo piso?

—El dormitorio —contestó Paula, incómoda.

No iba a funcionar. No iba a funcionar en absoluto.  No  podía  estar  en  el  mismo  país  que  aquel  hombre.  ¿Cómo iba  a convivir  con él?

—Me gusta.

Ella abrió la  boca  para decir  que  había  cambiado  de  opinión,  pero  no  pudo  decir  nada.

—Aún no has visto la cocina —suspiró.

—No  me  digas... hay  ratas  y  no  tienes  agua  corriente  —rió  Pedro,  mirando  por  la  ventana—. Tiene una vista preciosa.

Paula apartó la mirada de aquellos hombros.  Estaban tan cerca que podría tocarlos... Pero no quería tocarlos. No tenía intención de hacerlo.

—Desde el dormitorio se ve mejor.

¿Por qué? ¿Por qué decía esas cosas que no quería decir?

—Normalmente, no me preocupa demasiado lo que se vea desde el dormitorio.

 Paula se puso colorada, pero intentó disimular.

—La cocina no es grande, pero tiene todo lo necesario.

Pedro entró  tras  ella.  Ojalá no lo hubiera hecho.  La cocina no era suficientemente  grande para dos personas. Especialmente, si una de ellas era Pedro Alfonso.

—Este sitio es muy bonito. ¿Lo has arreglado tú misma?

—No. Lo hizo el carpintero del pueblo.

—Pues ha hecho un buen trabajo. No debe ser difícil alquilar este sitio. Está separado de la casa, independiente...

 Paula esperaba  que  fuera  así.  Sinceramente,  esperaba que fuera  así.  Vivir demasiado  cerca de aquel hombre podría volverla loca.

 —Mis  padres  nos  regalaron  la  casa  a  mi  hermana  y  a  mí  y  decidimos  arreglar  el  establo para alquilarlo.

—¿Tu hermana también vive aquí?

—Mi hermana murió.

Pedro se quedó en silencio durante unos segundos.

—Lo siento.

—No pasa nada. Ocurrió hace tiempo.

—¿Tuviste que reconstruir todo el establo? —preguntó entonces Pedro, cambiando de conversación.

 —Completamente. Por eso tengo inquilinos, para pagar los gastos.

—¿Cuándo se fue el último?

Paula se apartó un rizo de la frente.

—Leticia se marchó el mes pasado. Le ofrecieron un trabajo en Londres y, como todo el mundo, huyó de Cumbria.

—Todo el mundo menos tú.

—A mí no me gustan las grandes ciudades.  Desde que era joven me han gustado el campo y la montaña, así que este es mi sitio.

—¿Desde que eras  joven?  —repitió  Pedro con  una  sonrisa—. ¿Qué  eres  ahora,  una anciana?

Lo Inesperado: Capítulo 16

En ese momento, alguien llamó a la puerta. Era Pedro.

—He terminado por hoy. Si no te importa, iré a ver tu casa más tarde.

Paula asintió  con  la  cabeza.  Necesitaba el dinero  del  alquiler  porque,  a  pesar  de  su  sueldo como médico, tenía muchos gastos.

—Vivo en Ambleside, pasado el cruce de Kirkstone —dijo, anotando su dirección—. Estaré en casa a las cinco y media.

 —Estupendo. ¿Va todo bien? Pareces preocupada.

—No. Es una paciente...

Para su consternación, Pedro se sentó en la silla que había frente a su escritorio.

—¿Quieres hablar de ello?

¿Hablar de ello? ¿Con él?

—No hay nada que decir —contestó. Pero después  lo  pensó  mejor.  Quizá  una  segunda  opinión  la  ayudaría—. Bueno,  la  verdad  es  que  tengo  la  sensación  de  que  quiere  decirme  algo,  pero no se atreve. Lleva  un par de meses  viniendo  con  tos, indigestiones, cosas así, pero estoy segura de que hay algo más.

 —Podría ser depresión —murmuró Pedro.

 —No lo creo.

—¿Tiene problemas familiares?

—Es posible... No lo sé. Quizá lo estoy imaginando y no le pasa nada en absoluto.

—En mi  experiencia,  lo  mejor  es  fiarse  del  instinto.  Si  tu  instinto  te  dice  que  pasa  algo, seguramente pasa algo. ¿Por qué no lo averiguas?

—¿Cómo? No puedo obligarla a que me cuente nada.

—Desde luego, pero podrías sugerirle que fuera al psicólogo.

—Beatríz podría tomarse esa sugerencia como un insulto. No todo el mundo entiende que el psicólogo es un médico como los demás.

Pedro la miró a los ojos y su corazón se aceleró.

—Tienes razón. Nos veremos más tarde —dijo, levantándose.

Paula lo observó salir de su consulta, nerviosa. Quizá no había hecho bien aceptándolo como  inquilino.  Llevaba demasiado tiempo alejada de los hombres  y se le  había  olvidado  lo que era estar cerca de uno.  ¿Cómo  iba  a relacionarse con  él?  ¿Podría hacer su vida como si Pedro no estuviera viviendo a su lado?Apenas se verían, pensó. Ni siquiera sabría que estaba en su casa.   Un nuevo  paciente  llamó a la puerta  y  ella hizo  un  esfuerzo  para olvidarse  de aquellos ojos, de la sonrisa indolente...La  tarde pasó  rápidamente  y  cuando  miró  su  reloj,  comprobó  que  eran las cinco  y cuarto.

—¿Algún paciente esperando, Carla? —preguntó a la enfermera.

—No. Puedes irte con tu niña —sonrió la joven.

Mientras conducía hacia su  casa,  observando las  montañas recortadas  en  el  horizonte, se preguntó si Pedro habría encontrado el camino. Lo había hecho. Las  luces  del  establo  iluminaban  la  moto  y  la  figura  que  había  a  su  lado.  Por supuesto, Pedro Alfonso tenía que conducir una moto. Paula observó  la  chaqueta de cuero  negro  que  parecía  abrazar  sus  anchos  hombros. ¿Por qué tenía que ser tan masculino? ¿Por qué no era una birria de hombre?

—Hola —la  saludó  Pedro con  una  sonrisa.

 Ella tuvo que  hacer  un  esfuerzo  para  disimular  su  agitación.  El  negro  lo  hacía  parecer  un  bandido,  alto,  moreno  y  muy, muy  peligroso. Por  la  mañana  estaba  recién  afeitado,  pero  en  aquel  momento  tenía  sombra de barba. Demasiadas hormonas masculinas.

—Siento llegar tarde. Es que he tenido muchos pacientes.

 —No me importa esperarte —dijo él, colocándose el casco bajo el brazo.

Paula sacó las llaves para abrir la puerta, pero estaba tan nerviosa que se le cayeron al suelo. Estupendo.  Disimulaba  de  maravilla.  Maldiciendo  en  voz  baja,  se  inclinó  para  tomarlas y vio con el rabillo del ojo el brillo irónico en los ojos del hombre.

viernes, 19 de enero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 15

La  presencia  del  nuevo  médico  parecía  haber  despertado  mucho  interés  entre  los  pacientes.

—Me  han  dicho  que  hay  un  médico  nuevo  en  urgencias  —le  dijo  la  señora  Turner  por la tarde.

 —Es cierto.

—Espero que este se quede más tiempo que el anterior.

Paula se  obligó  a  sí  misma  a  sonreír.  Esperaba  que  no.  Con  un  poco  de  suerte,  Pedro  se  marcharía  unos  meses  más  tarde  y  ella  podría  volver  a  respirar  tranquilamente.

—El  doctor  Alfonso está  aquí  sólo  de  forma  temporal. ¿Qué  le  ocurre,  señora Turner?

—Pues... nada, es que...

—¿Y para qué ha venido a la consulta?

—Ah, claro, es verdad. Me duelen los oídos.

Paula examinó los oídos de la mujer, sonriendo.

—No le pasa nada en los oídos, señora Turner. Sólo tiene un tapón de cera. Pida cita con la enfermera para que se lo quiten.

—¿Sólo es un tapón de cera? —preguntó la mujer, sorprendida—. ¿Me ha examinado bien?

—Un tapón puede ser doloroso  —sonrió  Paula—. Si  cuando  se  lo  hayan  quitado  no  mejora, vuelva a verme.

Cuando la paciente salió de su consulta, Paula la observó, distraída. Seguía pensando en  Pedro y  en  cómo  iba  a  tratar  con  él.  Una  cosa  era  cierta,  no  era  un  hombre fácil. Cuando quería algo, lo conseguía. ¿La querría a ella?, se preguntó. Pero tenía que seguir atendiendo pacientes y lo mejor era concentrarse en el trabajo.


Baetríz Thompson  era  una  mujer  de  cincuenta  años  que  llevaba  un  par  de  meses  acudiendo a la clínica con problemas sin importancia. Paula sospechaba que le ocurría algo de lo que no quería hablar.

—Hola, señora Thompson. ¿Cómo está?

La mujer se sentó frente a ella, nerviosa.

—Siento mucho molestarla, doctora Chaves, pero es que tengo mucha tos.

—No me molesta en absoluto. ¿Desde cuándo la tiene? —preguntó Paula, tomando su estetoscopio.

—Desde hace un par de semanas. No me deja dormir.

Un  par  de semanas.  Una  rápida  mirada  a  su  ordenador  le  confirmó  que,  un  par  de  semanas  antes,  Beatríz había  ido  a  la  consulta para que le curasen una  indigestión. ¿Por qué no había mencionado la tos entonces?

—Desabróchese  la  blusa,  por  favor  —dijo,  sonriendo.  Los  pulmones  de  la  mujer  estaban perfectamente sanos, como había supuesto—. ¿Usted fuma?

—No. Pero mi marido sí.

Su marido. Paula recordaba que era un hombre grueso de mucho carácter.

—Sus  pulmones  parecen  sanos, pero  si  sigue  tosiendo  me  gustaría  volver  a  echarle  un vistazo dentro de una semana. ¿Alguna cosa más?

—No —dijo la mujer.

 —¿Seguro que no hay nada más que quiera contarme?

La señora Thompson apretó el bolso con fuerza.

—Claro que no. Sólo es la tos.

—Tome esto dos veces al día y vuelva la semana que viene —dijo Paula, extendiendo una receta.

Beatríz Thompson se levantó con expresión triste.

—Muchas gracias, doctora Chaves.

Paula observó  salir  a  su  paciente.  Si  Beatríz no  le  decía  lo  que  le  pasaba,  no  podría  ayudarla.

Lo Inesperado: Capítulo 14

—Paula no está casada, Pedro.

Ella levantó los ojos al cielo. No sabía si reírse o matar a Gabriel.

—Pero vive con alguien.

—Sí, claro, con Valen, pero... —empezó a decir el hombre, mirándola— Bueno, yo tengo que irme, así que os dejo discutiendo los detalles.

 Después de eso, salió de la cafetería, dejando a Paula indignada.

—No es muy sutil, ¿Verdad? —sonrió Pedro.

—No sé qué le pasa últimamente.

—Está intentando emparejarnos, cielo. Lo que no entiendo es por qué quiere hacerlo si tú ya tienes pareja.

Paula se puso colorada.

—Yo tampoco.

—¿No?

—No.  Además,  es  irrelevante  porque  yo  no  tendría  una  relación  contigo  aunque  fueras el último hombre en la tierra.

Pedro estiró las piernas por debajo de la mesa, divertido.

—¿Por qué no?

—Porque no. Eres el típico machista que opina que el sitio de una mujer está en casa. Supongo que ni siquiera sabrás lo que es «el nuevo hombre», ¿Verdad?

—¿A qué te refieres?

—Al tipo de hombre que respeta a su pareja, que plancha y friega los platos a medias con su mujer y que no le impediría ir a dar un paseo por la montaña si eso es lo que quiero hacer.

—¿No crees que yo sea ese tipo de hombre?

—¿Tú?  Tú eres un clónico  del  hombre  de  las  cavernas  —contestó  Paula, sarcástica—. La única diferencia es que tú llevas ropa en lugar de taparrabos.

Los ojos del hombre brillaron, irónicos.

—Cuando quieras verme con un taparrabos, sólo tienes que decirlo.

La imagen de Pedro Alfonso desnudo pasó por su mente en ese momento y Paula se puso colorada.

 —¡Qué original!

—¿Por qué no estás casada, doctora Chaves?

—No es asunto tuyo.

—Entonces, Valen no es tu hombre.

—Vamos a  dejar  clara  una  cosa  —dijo  entonces  Paula—. Puedes  vivir  en  mi  casa  porque  me  viene  bien  y  a  Gabriel le  haría  ilusión,  pero  no  serás  más  que  un  inquilino. ¿De acuerdo?

Pedro levantó una ceja.

—¿He pedido yo algo más?

—No, pero...

—Yo nunca tocaría a la mujer de otro hombre. Y tú tienes pareja, ¿No?

—Sí, pero...

—Pues ya está —la interrumpió él, levantándose—. Si no tuvieras pareja, la situación sería diferente, claro.

Pedro Alfonso la miró  a  los  ojos  durante  unos  segundos  y  Paula tuvo  que  tragar  saliva, incómoda. ¿Qué  ocurriría  cuando  descubriera  que  su  pareja  era  Valentina?  Nada. No pasaría  nada, se dijo. Ella se encargaría de que fuera así. Se lo debía a su hija.

Lo Inesperado: Capítulo 13

—¿Tu perro se llama Héroe? —rió Pedro.

—Pues sí —contestó Paula, irritada.

 Era  ncreíble que  aquel  hombre estuviera  hablando  sobre  lo  que  ella  debería  o  no  debería hacer.

—Da igual. Con perro o sin perro, no debería ir sola a la montaña.

—Intenta detenerla —rió Gabriel.

—¿Te importaría dejar de hablar de mí como si yo no estuviera aquí? —se quejó Paula, indignada—. ¿De  qué  se conocen, por  cierto?  ¿Y por qué  conoces  al  equipo  de  rescate?

—Porque crecí aquí —contestó Pedro, muy serio.

 —¿Y?

—¿Y qué doctora Chaves?

—¿No vas a contarme nada  más?  —preguntó  ella,  sorprendida—. ¿Fuiste  al  colegio  con Matías? ¿Gabriel  te trajo al mundo?

Gabriel Carter dejó de sonreír.

—No sabía que estuvieras tan interesada en mí —dijo Pedro, con expresión tensa.

—Sólo intentaba mantener una conversación.

Estaba claro que Pedro Alfonso no quería hablar sobre su pasado.

—Pedro es un pionero en ciertos tratamientos traumatológicos —intervino  Gabriel entonces, intentando disipar la tensión.

—Qué bien —murmuró Paula.

—¿Dónde vas a alojarte? —le preguntó Gabriel.

—Aún no lo sé. Tendré que buscar casa este fin de semana.

El director de la clínica se concentró en su filete.

—Paula alquila una habitación.

—¡Gabriel!

El hombre levantó la cabeza, fingiendo sorpresa.

—Tú me dijiste que buscabas un inquilino ahora que Leticia ha vuelto a Londres.

—Sí, pero... Leticia era comadrona y...

—Yo también puedo traer un niño al mundo si es necesario —la interrumpió Pedro.

—No quería decir eso.

No pensaba tener a aquel hombre en su casa aunque le hiciera falta el dinero. Ni loca.

—No quieres que viva en tu casa —dijo Pedro, mirándola con los ojos entrecerrados.

—Claro que quiere —dijo Gabriel—. ¿Por qué no, Paula? Ese establo te está arruinando.

—¿Vives en un establo?

—Sí. No te gustaría nada —dijo ella, lanzando una amenazadora mirada sobre Gabriel.

Pero el hombre no le hizo ni  caso.  ¡Otra vez!  ¡Otra vez intentaba  emparejarla  con  alguien! ¿Por qué no la dejaba en paz?

—Es la solución perfecta. Tú necesitas un inquilino y Pedro necesita una habitación.

Paula abrió  la  boca  para  negarse de  nuevo,  pero no se atrevió.  El  pobre Gabriel había  hecho demasiado por ella. Sin él, no habría podido sobrevivir. Si aceptaba alquilarle una  habitación  a  Pedro, quizá  la  dejaría  tranquila  durante  unos  meses.  Y quizá  así  podría  demostrarle  que  no  estaba  interesada  en  ningún  hombre. No era  justoparaValentina.  La  niña necesitaba una vida estable, no un montón de hombres  que desaparecieran  cuando las cosas  se  pusieran  difíciles. No,  un  inquilino  era  lo  único  que  Paula podía  tener.  Además,  ni  siquiera  tendrían  que  compartir  casa  porque  la  habitación que alquilaba estaba en un ala separada.

—¿Te importa dormir en un establo?

—¿El caballo sigue dentro? —sonrió Pedro.

Gabriel se levantó con la bandeja en la mano.

—El establo de Paula es una casa preciosa. Se ha gastado mucho dinero en ella.

—¿Y a tu marido no le importa que tengas inquilinos?

Lo Inesperado: Capítulo 12

Paula se encogió de hombros filosóficamente. Necesitaban a alguien en urgencias y no era una consulta con la que ella tuviera mucha relación.

—Tu experiencia nos vendrá muy bien.

Gabriel asintió, entusiasmado.

—Tendremos  la  consulta  de  urgencias  abierta  todos  los  días  y  así  los  pacientes  no  tendrán que desplazarse hasta el hospital. Pedro es la persona perfecta.

—Es sólo de forma temporal, Gabriel...

—Claro, claro.

 Pedro soltó una carcajada.

—Eres un manipulador.

—Desde luego que sí. Haría lo que fuera para conseguir lo que quiero. Y te quiero a tí en mi clínica —rió el hombre.

—Yo diría  que  una  consulta de urgencias  en  un  pueblo  pequeño  es  poca  cosa  para  alguien que ha llevado un departamento de traumatología —intervino Paula.

Pedro se encogió de hombros.

—Yo  también lo  pensaba  antes  del  rescate  del  otro  día.  Pero  ahora  creo  que  hay  muchas posibilidades.

Temporalmente, claro. Afortunadamente, Pedro Alfonso no pensaba quedarse allí mucho tiempo.

—He llamado al hospital y me han dicho que Franco está muy bien.

—Mejor de lo que merece. Es un insensato —dijo él.

Paula pensó en Franco y en todos los problemas con los que el pobre chico había tenido que enfrentarse.

—No lo juzgues hasta que lo conozcas mejor. Puede que se arriesgase por una buena razón. Como probarle a todo el mundo que podía hacerlo, que era un chico como los demás.

 Pedro negó con la cabeza.

—Podrían haberse matado.

Y, de hecho,  si  no  hubiera  sido  por  la  habilidad  de  Pedro,  Franco habría  muerto,  pero Paula no podía soportar que hiciera juicios sobre alguien a quien no conocía.

—Tuvo mala suerte.

—Fue un inconsciente —corrigió él—. No debería haber subido a la montaña en esas condiciones. Y tú tampoco.

—¿Va a decirme lo que debo hacer, doctor Alfonso? —preguntó ella, irónica.

—Alguien debería hacerlo. Una mujer tan frágil como tú, paseando sola en medio de la niebla...

—¿Frágil? —lo interrumpió ella, sonriendo.  Gabriel parecía encantado con la discusión, algo que no le pasó desapercibido—. El  tamaño  no  tiene  nada  que  ver,  lo  que  importa  en  la  montaña  es  la  experiencia. Además,  llevaba  a  mi  perro  y  un  equipo  adecuado.

Pedro la miró con una intensidad que la dejó sorprendida.

—Si fueras mi mujer, no te habría dejado ir.

 El corazón de Paula dió un salto dentro de su pecho.

 —Pero es que no soy  su  mujer,  doctor  Alfonso—replicó,  escondiendo  las  manos  para  que  no  viera  que  estaba  temblando. 

¿Qué  demonios  le  pasaba  con  aquel  hombre?  Ella  no  quería  ser  su  mujer,  no  quería  ser  la  mujer  de  nadie. Todos  los  hombres que había conocido en su vida eran iguales, egoístas y mezquinos. Y Pedro Alfonso no era diferente.

—¿Tú sabías que pasea sola por la montaña? —le preguntó a Gabriel.

—Paula conoce la montaña como la palma de su mano —contestó el hombre.

—¿Y por eso puede salir a dar un paseo sola en una montaña cubierta de niebla?

—Paula es muy sensata, Pedro—sonrió Gabriel—. Y, además, tiene a Héroe.

—¿Héroe?

—Su pastor alemán.

Lo Inesperado: Capítulo 11

Sin esperar un segundo, llamó a la secretaria del doctor Gordon y pidió hora para su paciente. Se le había pasado la mañana volando y cuando miró su reloj, se dio cuenta de que llegaba tarde a la comida con Gabriel.

—Hola. Siento llegar tarde... —Paula no terminó la frase al descubrir que, sentado al lado del director de la clínica, estaba Pedro Alfonso, que observaba su reacción con una sonrisa.

—Te estábamos esperando. Quiero presentarte al nuevo interino —dijo Gabriel.

—Ya nos conocemos —sonrió Pedro.

Paula sintió  un  ataque de pánico.   No quería trabajar  con  aquel  hombre.   Pedro Alfonso la hacía sentir... la hacía sentir...

—No sabía que se conocieran.

Ella  no  confiaba  en  la  inocente  expresión  de  Gabriel. Además, se había  encontrado con Matías y él tenía que haberle hablado de Pedro. Seguro. Aquella era otra de sus trampas para buscarle novio.

—Nos conocimos en la montaña —explicó Pedro—. Paula me dió consejos sobre cómo bajar por una cuerda.

Gabriel Carter sonrió.

—Excelente. No se me había ocurrido pensar cuántas cosas tenéis en común. Así será más fácil que tengáis una buena relación profesional.

¿Buena  relación  profesional?  Paula no  se  veía  teniendo  una  buena  relación  con  aquel  hombre ni aunque viviera cien años. Él  era  todo  lo  que  odiaba  en  un  hombre:  arrogante,  machista... y  terriblemente  atractivo. ¿Trabajar con él? ¡Nunca! Pedro Alfonso la hacía sentir como una mujer y esos eran sentimientos que Paula había desterrado tiempo atrás.

—¿No vas a comer, Paula? —preguntó Pedro entonces con una sonrisa.

—Creí que no  te  gustaban  las  mujeres  médicos  —dijo ella, intentando  disimular  su  turbación—. Especialmente las mujeres rubias.

—Al contrario. Me gustan mucho las mujeres médicos, especialmente si son rubias.

Paula se  mordió  los  labios  cuando  vió  el  brillo  burlón  en  los  ojos  del  hombre.  Pero aquella vez no caería en su trampa.

—Pedro va a ayudarnos hasta que encontremos a alguien que ocupe el puesto de Lucas. Y un médico como él es justo lo que necesitamos —dijo Gabriel.

—Puede que Paula no esté de acuerdo —sonrió Pedro—. Ella cree que soy un machista insoportable.

—Yo diría que lo eres un poco. Tantos años en el ejército...

—¿En el ejército? ¿Estudiaste medicina en el ejército? —preguntó Paula.

—No. Primero estuve en el ejército y luego estudié la carrera.

Podía  imaginarlo  en  el  ejército.  Con  el  pelo  muy  corto,  los  rasgos  cuadrados  y  la  naríz recta parecía un oficial de película.

—¿Cuál es tu especialidad?

—Traumatología.

Una  pregunta  tonta,  pensó  entonces,  recordando  lo  que  había  hecho  con  Franco.  Eso explicaba su habilidad y su confianza.

—¿Vas a llevar la consulta de urgencias?

—Eso parece.

lunes, 15 de enero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 10

—Lo sé. Hablaré seriamente con él cuando esté recuperado.

—Vale. Ah, por cierto... ¿Comemos juntos? Tenemos que hablar sobre ciertos asuntos que conciernen al trabajo en la clínica.

¿Qué asuntos serían esos?, se preguntó Paula, sorprendida. Antes de entrar en su consulta, pasó por la sala de enfermeras para hablar con Catalina.

—Me han dicho que Martina Watson está teniendo problemas.

—Me temo que sí. Dicen que van a aumentar la dosis de corticoides, pero yo no creo que esa sea la solución. ¿No te parece?

Paula frunció el ceño, pensativa.

—¿Hemos comprobado si sabe inhalar bien?

—Sí. Lo comprobé durante el último ataque.

—Entonces... ¿Tú qué crees? —preguntó Paula.

—Yo diría que es algo que tiene que ver con su madre.

—¿Con su madre? ¿Qué quieres decir?

La enfermera empezó a golpear el escritorio con el bolígrafo.

—No estoy segura,  pero  la  madre  de  Martina no  quiere  que  le  aumenten  la  dosis  de  corticoides.

—Bueno,  eso  es  relativamente  normal.  A  nadie  le  gusta  que  sus  hijos  tomen  tantas  medicinas.

 —No  es  eso... —empezó  a  decir  Catalina.  Pero  no  terminó  la  frase—. En  fin,  no  sé. Habrá que esperar.

—Muy bien. Nos veremos más tarde.

Paula fue a su consulta y pasó la mañana viendo pacientes con catarro, infecciones de oído,  dolores  de  cabeza... Pero,  entre  paciente  y  paciente, encontró  tiempo  para  llamar    al    hospital  y  preguntar  por Franco. El  chico se encontraba mejor, afortunadamente.

La  paciente  que  entró  entonces  era  una  mujer  de  treinta  años  que  había  tenido  mellizos un par de meses atrás.

—Hola, Patricia, ¿Cómo están los niños?

—Dando mucha guerra —sonrió la joven—. No puedo dejarlos solos ni un minuto.

—Te  creo —dijo  Paula,  recordando  sus  primeros  meses  con  Valentina.  Había  sido  maravilloso, pero también una pesadilla. Tantos traumas, tanto miedo...

—Ahora  están  con  mi  madre  —dijo  Patricia—. He  venido  porque  me  ha  salido  un  lunar en la pierna y como dicen que hay tanto cáncer de piel...

Patricia se  bajó  los  pantalones  y  Paula examinó  el  lunar  con  expresión  seria.  Era  más  grande  de  lo  normal  y  tenía  los  bordes  irregulares,  signos  que  sugerían  un  posible  melanoma.

—¿Tomas mucho el sol, Patricia?

—No  demasiado,  doctora  Chaves—contestó  la  joven—. Pero  me  gusta  estar  morena.

—¿Cuándo fue la última vez que tomaste el sol?

—Hace un año,  cuando  Daniel y  yo  fuimos  de  vacaciones  a  la  playa.  Volvimos morenísimos... ¿Para qué lo mide?

—Has hecho bien acudiendo  a  la  consulta.  Es  mejor  examinar  estos  lunares  que  aparecen de repente.

—¿Es malo?

—No lo sé, pero hay que extirparlo.

Patricia tragó saliva.

—¿Cree que es un cáncer?

—Es imposible saberlo antes de hacer una biopsia.

 —¿Pero cree que podría serlo?

—Es posible —admitió Paula.

—¿Y si lo es?

—Patricia, no pasa nada. ¿Por qué no esperas a ver los resultados del laboratorio antes de preocuparte?

La joven respiró profundamente.

—Muy bien. ¿Cuándo podrán quitármelo? No voy a pegar ojo hasta entonces...

—Llamaré al doctor Gordon y te darán hora para esta misma semana.

—¿Tendré que quedarme ingresada?

—No. Este tipo de lunar se extirpa con anestesia local.

 Patricia se levantó de la camilla.

 —Muchas gracias, doctora Chaves.

Paula la observó salir de la consulta, sintiéndose repentinamente deprimida. Patricia era una chica joven con dos niños recién nacidos...

Lo Inesperado: Capítulo 9

—¿No trabajas el sábado?

—Sí, pero no importa. Nicolás irá con mi madre.

—¿Seguro?

—Seguro, pero gracias por preguntar.

Sabía que Gabriel le daría el día libre si se lo pedía, pero no pensaba hacerlo. El director de la clínica ya había hecho más que suficiente por ella.

—Hablando del sábado. Antonio Masters piensa dar una cena y he pensado...

—La respuesta es no —lo interrumpió ella. Siempre pasaba lo mismo. Ante la menor oportunidad,  Gabriel se  ponía  a  hacer  de  Cupido—. Ya  sé lo que vas  a decir  y  te  lo  agradezco. Pero no necesito pareja.

 El hombre la miró con expresión preocupada.

—Paula , eres joven y no deberías enterrarte en vida por Valentina.

—Mi  hija  y  yo estamos  estupendamente  —replicó ella,  colgando  su  abrigo  en  la  percha.

—No es  verdad. No  haces  vida  social,  no  sales con  nadie.  Sé  que  tienes  problemas  económicos por culpa de ese canalla...

—Soy  una  mujer   independiente   y   eso  es  lo  único  que  importa   —volvió  a   interrumpirlo Paula—. Un niño no necesita lujos, necesita cariño y atención. Valentina y yo somos felices, así que no te preocupes.

—Pues estoy preocupado —insistió Gabriel—. Deberías salir con alguien que cuidase de tí.

—¿Cuidar de mí? No he conocido a ningún hombre que quiera cuidar de mí y de mi hija. Y nos cuidamos muy bien solas.

—Te mereces mucho más... —empezó a decir el hombre, con tristeza.

Paula lo besó en la mejilla.

—Tú eres encantador, Gabriel, pero no hay muchos hombres como tú.

—Pero si yo conociera a alguien...

—Por  favor, déjalo  ya.  Yo  soy  feliz  y  Valentina también.  No  necesito  nada  más  —dijo Paula, abriendo la puerta de su consulta.

—Vale,  vale.  Lo siento  —se  disculpó  Gabriel—. Pero  no  te  vayas  todavía.  Tengo  que  consultarte sobre un paciente.

—¿Paciente tuyo o mío?

—Tuyo. Anoche tuve que ir a visitar a Martina Watson. Sufrió un ataque de asma.

—¿Otra vez? Es el segundo esta semana. ¿Está ingresada?

Gabriel asintió, pasándose la mano por el cabello gris.

—He hablado  con  el  responsable  de  cardiorespiratorio  y  me  han  dicho  que  van  a  aumentar la dosis de corticoides.

—Ya estaba tomando una dosis razonable...

—Eso si la estaba tomando —la interrumpió Gabriel—. Yo creo que no.

—¿Por qué una niña  de  nueve  años no iba a tomar  la  medicación  que  le  han  prescrito?

—No lo sé —contestó el director de la clínica, con expresión preocupada—. Pero si la estuviera  tomando  no  creo  que  hubiera  sufrido  el  segundo  ataque.  ¿Por  qué  no  hablas con Catalina?

Catalina Griffiths,  la  enfermera  de  la  clínica,  conocía  mejor  a  los  pacientes  que  los  propios médicos.

—Lo haré. Y también habrá que comprobar si Martina sabe inhalar bien.

 —Muy bien. ¿Alguna noticia sobre Franco Williams?

—¿Cómo sabes lo de Franco?

—Nunca intentes ocultarle algo al viejo Gabriel—sonrió el hombre—. Me encontré con Matías  anoche y me contó la historia.

Paula recordó de nuevo a Pedro Alfonso. Pero sería mejor pensar en otra cosa.

—Pensaba contártelo hoy.

—Franco es un buen chico, pero hace cosas que... —empezó a decir Gabriel.

Lo Inesperado: Capítulo 8

¿Qué  había  querido  decir  con  eso?, se  preguntó  Paula.  No  habría  otro  momento. No quería volver a verlo más. Pedro Alfonso la hacía sentirse frágil y vulnerable, hacía que  sus  emociones  aflorasen  a  la  superficie,  emociones  que  llevaban  mucho  tiempo  escondidas. Y  con  las  que  no  quería  enfrentarse.  Ella tenía a Pablo,  una  vida  tranquila... Y eso era lo que quería. ¿O no?

—Mamá, ¿Es verdad que le has salvado la vida a dos chicos?

—¿Quién te ha dicho eso? —preguntó Paula.

—El tío Matías—contestó la niña, metiendo la manita en el paquete de cereales.

—¡Valentina Chaves, eso es asqueroso!  —exclamó  su  madre,  quitándole   los   cereales—. Si tienes hambre, come una tostada.

—Las tostadas me dan asco —protestó la niña, abriendo mucho sus ojitos azules.

Paula respiró profundamente, recordándose a sí misma que la mesa no debería nunca ser un campo de batalla.

—Ayer sí te gustaban.

—Pues hoy no  —replicó  Pablo—. Bueno,  me  comeré  una.  Pero  si  me  la  haces  en  forma de casa. ¿Por qué no se murieron?

Con paciencia, Paula recortó la tostada en forma de casita con tejado.

—¿Quién?

—Los  chicos —contestó Pablo—. El  tío  Matías le  dijo  a  la  abuela  que  habían  tenido  suerte de que tú pasaras por allí o se habrían muerto.

 —No deberían haber estado paseando por la montaña sin un buen equipo —contestó su madre, llevando los platos al fregadero.

—¿Y por qué se iban a morir?

Paula apretó los dientes. Iba a tener que hablar seriamente con Matías.

—Porque hacía mucho frío, cariño. Pero ya están bien, así que olvídate del asunto y prepárate para ir al colegio.

—Agustina no se pone la chaqueta para salir al recreo. ¿Se va a morir de frío?

—No, tonta —rió Paula—. No es lo mismo. Esos chicos se habían caído a un barranco y  en  la  montaña hace mucho  más  frío  que  aquí.  Venga, ve a  lavarte  los  dientes  o  llegaremos tarde.

Pablo salió corriendo de la cocina y Paula suspiró, aliviada. Tener una hija de cinco años a veces era una bendición, pero otras... Unos minutos después, detenía el coche frente a la casa de los Walcott.

—Buenos días —la saludó Marta.

—Hola, Marta. Muchas gracias por llevar a Valentina al colegio.

—No  me  cuesta  nada.  Venga,  vete a trabajar.  Y  no  olvides  la  fiesta  de  Halloween  el  sábado. ¿Vas a venir?

—Yo no puedo, pero mi madre llevará a la niña —contestó Paula.

Se sentía afortunada  por  tener  una  amiga  que  llevaba  a  Valentina al  colegio  para  que  ella pudiera ir a trabajar. Sus padres iban a buscarla por las tardes y se quedaban con ella  hasta que  salía  de  la  clínica. Afortunadamente  el  director,  Gabriel Carter,  era un  hombre  comprensivo  y,  en  general,  todo  funcionaba  perfectamente,  aunque  le  hubiera gustado pasar más tiempo con su hija. Una sensación de tristeza la envolvió entonces, pero Paula sacudió la cabeza. No tenía elección. Hacía lo que podía en sus circunstancias, sencillamente. Cuando entró en la clínica, se encontró con Gabriel.

—Buenos días. ¿Cómo está tu niña?

—Muy preguntona —sonrió Paula.

 —Y cada día será peor.

—¡No me digas eso! —rió ella.

 A  punto  de  retirarse  de  la  profesión,  Gabriel Carter  había  establecido  una  clínica  en  Cumbria  que  todo  el  mundo  admiraba.  Sin  él,  nunca  habría  podido  superar  el  trauma que había rodeado el nacimiento de Valentina.

—Hay una fiesta de Halloween el sábado y todos los niños están locos de alegría.

Lo Inesperado: Capítulo 7

Tardaron más de una hora en  llegar  hasta  la  ambulancia  que  los  esperaba  abajo, donde Pedro supervisó la colocación de las camillas. Paula observó el perfil del hombre, la nariz recta, el mentón cuadrado...

—Guapo, ¿Eh? —bromeó Matías.

Ella sonrió, esperando no haberse delatado.

—Si te gustan los anuncios de colonia masculina...

—¿Cómo?

—Ya sabes, esos modelos que se tiran al agua, saltan de un avión y escalan montañas para llegar hasta su amada.

—Ah, claro. Sí, ese es Pedro. Las mujeres se vuelven locas por él.

Paula podía  creerlo.  No  habría una sola  mujer  que  no  encontrase  atractivo  a  Pedro Alfonso. Como si los hubiera oído él se volvió y después de darle las últimas instrucciones a los enfermeros, se acercó a ella.

—Adiós, Matías.

—Ah, vale. Entiendo la indirecta —rió el hombre.

Paula se envolvió en la chaqueta, no sabía si para protegerse del frío o de Pedro.

—¿De qué conoces a Matías?

La sonrisa se borró del rostro masculino.

—No quiero hablar de eso.

—¿No?

—No.

—¿Y de qué prefiere hablar, doctor Alfonso?

—De nosotros —contestó él, quitándole el gorro de lana. Como había supuesto, una cascada de rizos dorados cayó sobre sus hombros—. Tenía razón... a medias. Rubia, pero no tonta.

Paula respiró profundamente.

—Mire...

—Quiero volver a verte, Paula—dijo él, tuteándola por primera vez.

 Los  ojos  del  hombre  atraparon  los  suyos  y  el  corazón de  Paula dió  un  vuelco.  Pedro Alfonso no perdía el tiempo.

—¿Por qué? —preguntó, aparentando indiferencia—. ¿Necesita lecciones de escalada o de primeros auxilios?

Pedro soltó una carcajada.

—No. La necesito a usted, doctora Chaves.

—¿Y qué pasa con lo que yo quiero, doctor Alfonso?

Sean la miró de arriba abajo, en un gesto de masculina apreciación que la dejó muda.

—Tú quieres exactamente lo mismo que yo. Pero no tienes el valor de admitirlo.

No era verdad. Ella no lo necesitaba. Sólo necesitaba a Nicolás. Algo seguro y estable, sin la sensación de peligro que transmitía aquel hombre.

—Estás asumiendo que no tengo ninguna relación.

 —¿La tienes?

—Sí.

—¿Y te deja pasear sola por la montaña? Lo que debería hacer es protegerte.

—Muchas gracias, pero no necesito que me protejan —replicó ella.

—Yo no opino lo mismo.

—¡Pedro, nos vamos! —gritó Matías.

—Terminaremos  esta  conversación en otro  momento  —dijo entonces Pedro,  antes  de  volverse hacia la ambulancia.

Lo Inesperado: Capítulo 6

—¿Qué ocurre? —preguntó Matías.

Pedro se  levantó  para  explicarle  la  situación  mientras  Paula examinaba  al  chico. Cuando desabrochó  la  cazadora y  le  vió  el  cuello,  su  corazón  se encogió al  comprobar signos de neumotórax.

—Tiene  desviada  la  tráquea. Hay  que  llevarlo  alhospital  inmediatamente  —explicó en voz baja, apartándose un poco.

 —No hay tiempo —dijo Pedro—. Se ahogaría antes de llegar. Hay que abrir una vía de aire.

—¿Y qué sugieres? —preguntó Matías.

—Tendremos que perforar la cavidad torácica.

—Llevamos equipo para ello, pero no lo he visto hacer nunca —dijo Matías.

—Pues  quédate  por  aquí.  Hoy  es  tu  día  de  suerte  —sonrió Pedro,  intentando disimular su preocupación.

—¿Qué más necesitas?

—Anestesia y un bisturí.

—No puede hacer eso. Es demasiado arriesgado hacerlo aquí... —protestó Paula.

—¿Alguna sugerencia? —preguntó Pedro, quitándose los guantes.

—No —murmuró  ella,  mirando  al  chico—. Pero  estamos  muy  lejos  del  pueblo. Podría morir...

—Si no hacemos nada, morirá seguro. Mírelo, no puede respirar.

—Pero esa es una técnica de emergencia...

—Esta es una emergencia —la interrumpió Pedro.

Quizá tenía razón. Quizá no había alternativa. ¿Cuál  sería  su  especialidad?, se  preguntó  Paula.  No  parecía  nervioso  a  pesar  de  las  condiciones en las que tendría que operar.

 —Muy bien. Adelante.

—Necesito oxígeno, Matías.

—Ahora  mismo  —murmuró  el  hombre,  que  volvió  un  segundo  después  con  una  mascarilla—. ¿Quieren Entonox?

—En este caso, no —contestó Paula—. ¿Hay otro anestésico?

—Iré a ver  —contestó el jefe del equipo.  Unos  segundos  después, volvía  con  una  jeringuilla y un frasco—. ¿Este vale?

Paula miró la etiqueta.

—Sí.  Menos mal  —suspiró. Tenía los dedos helados,  pero debía inyectar  la  anestesia—. Matías, aprieta aquí —dijo, señalando el brazo de Franco.

 El hombre obedeció y Paula buscó una vena.

—No podemos quitarle toda la ropa. Está congelado —murmuró Pedro.

—Matías, ¿Tienes unas tijeras?

 Un segundo después, Paula cortaba el jersey y la camiseta para dejar al descubierto la zona en la que tendría que practicar la incisión.

 —Vamos a hacer un pequeño corte. No es nada, Franco... ahora podrás respirar bien.

Paula observó cómo hacía la incisión y después, insertaba un dedo en ella.

—¿Para qué haces eso? —preguntó Matías.

—Para comprobar que el pulmón no está pegado al músculo  —contestó  Paula, sin soltar la mano del chico.

—Ya está —murmuró Pedro, insertando una cánula de aire en la incisión.

—Tose, Franco—dijo Paula, observando  las  burbujas  de  aire  que  salían  por  la  cánula.

Después de toser, el chico parecía respirar con menos dificultad.

—Muy bien. Tenemos que mantener la cánula en su sitio. Si no, no servirá de nada —ordenó Pedro.

Matías asintió con la cabeza.

—Sin  problema.  Uno  de  nosotros  la  sujetará  durante  todo  el  camino  para  que  no  se  mueva. Buen trabajo, Pedro.

Paula sujetó la cánula con esparadrapo, sonriendo. Matías tenía razón. Pedro había hecho un  buen  trabajo.  Y,  a  juzgar  por  la  tranquilidad  con  la  que  se  lo  tomaba, debía haberlo hecho muchas veces.

—No  sé  cuál  es  su especialidad,  pero seguro que  no  es  la  obstetricia  —dijo, sonriendo.

—¿No cree que pueda traer un niño al mundo?

—Era una broma. Ha sido impresionante, doctor Alfonso.

—¿Impresionante para un machista insoportable? —sonrió él.

—Admito que  quizá me he equivocado.  Pero  le  recuerdo  que  usted  me  engañó  con  sus comentarios sobre las mujeres.

—Es verdad. Estamos en paz.

Paula apartó la mirada, incómoda. Nunca había conocido a un hombre que la hiciera sentir  tan  mujer  como  Pedro Alfonso.  Para disimular su  agitación  se  concentró  en  Franco, mientras el equipo de rescate preparaba todo lo necesario para el descenso.

—Parece que ahora respira bien.

—Me alegro de que no se perdiera en la niebla —dijo Pedro entonces.

Matías miró de uno a otro, divertido.

—¿Perderse  Paula?  ¡Lo  dirás de broma!  Era miembro  del  equipo  de  rescate  hasta  que...

—Estamos  preparados,  Matías—lo  interrumpió  Paula,  para  evitar  que  le  diera  detalles  de su vida privada.

—¿Estaba en el equipo de rescate?

—Sí. Aceptan rubias, ¿Sabe?

Los ojos de Pedro brillaron de admiración.

—Paula estuvo  en  el  equipo mucho  tiempo  —volvió  a  intervenir  Matías—. Conoce  esta  montaña como lapalma de su mano. No se perdería aunque le taparan los ojos.

—¿Taparle los ojos?  Eso  no  suena  nada  mal  —sonrió  Pedro,  mientras  se  ponía  los  guantes—. Bueno, chicos, vámonos.

viernes, 12 de enero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 5

Una  hora  después,  estaba  de  vuelta  con  el  equipo  de  rescate.  Cuando  consiguieron subir  al  primero  de  los  chicos  en  una  camilla  sujeta  por  cuerdas,  Paula se  quedó  boquiabierta.

—¡Lucas! ¿Qué ha pasado?

—Lo siento mucho, doctora Chaves...

—Siéntelo por tí, no por mí —suspiró ella.

—¿Quién es el otro chico? —preguntó Matías Morgan, el jefe del equipo.

—Franco  Williams —contestó Lucas.

—¡Franco! —exclamó Paula, acercándose al borde del barranco.

Podía oír por radio que había problemas para subirlo porque tenía varios huesos rotos. Conocía a Franco desde que era niño. Tenía diabetes y parecía querer probarle a todo el mundo que eso no era obstáculo para hacer las mismas cosas que sus compañeros de instituto. Era un habitual de las escayolas, pero en aquel  momento estaba  gravemente herido.

—Va a  ser difícil  subirlo  sin  la  ayuda  de  un  helicóptero,  pero  con  esta  niebla  es  imposible —dijo Matías.

 Quince minutos después, lograban subir la segunda camilla.

—Gracias a Dios —murmuró Paula.

—¿Alfonso?

—Hola, Matías—lo saludó el extraño, quitándose el casco.

—¡Pedro Alfonso! ¡Qué alegría verte!

—¿Se conocen? —preguntó Paula, calándose el gorro sobre las orejas para protegerse del frío.

—Desde luego. Pero  cuando me dijiste que  había un machista insoportable intentando bajar al fondo del barranco, no imaginé que sería Pedro Alfonso.

—Muchas gracias, Matías—murmuró ella, haciendo una mueca.

—¿Cómo estás, Pedro? —preguntó Matías, abrazando a su amigo—. ¿Y qué haces aquí?

—Estoy  en  el  sitio  equivocado, como  siempre  —contestó  él, quitándose  un  guante  para examinar  al  chico—. Este  chico no  está  bien.  Tiene  una  contusión, varias costillas rotas y la tibia fracturada.

—¿Algo más?

—Está al borde  de  la  hipotermia.  Lo hemos  cubierto  con  una  manta,  pero  hay  que  llevarlo  al  hospital  inmediatamente.  Estaba  intentado  escalar  con  zapatillas  de  deporte.

—¿Zapatillas  de  deporte?  ¿Por  qué  no  se  quedan  en  casa  viendo  la  televisión?  —exclamó Matías, irritado.

—Es  miércoles. No  hay nada en la tele  —intervino  Sergio Wilson,  el  más  bromista  del  grupo.

Paula se puso de rodillas, al lado del muchacho.

—Franco... Franco, ¿Me oyes?

El chico no contestó. Su palidez era impresionante.

—¿Lo conoce? —preguntó Pedro.

—Sí. Es uno de mis pacientes.

—¿Chicos  del  pueblo?  —murmuró Matías ,  sacudiendo  la  cabeza—. Increíble.  Ahora, además de los turistas, tenemos que rescatar a los de casa.

Paula hubiera querido decirles que Franco  sólo intentaba probar que era un chico como los demás, pero era más importante reanimarlo.

 —¿Franco? —lo llamó, dándole golpecitos en la cara. El muchacho abrió los ojos poco a poco—. Vamos a llevarte al hospital. No te preocupes.

—Deberías regañarlo, Paula—dijo Matías, tomando la radio para dar órdenes.

—Lo  siento  —murmuró el  chico,  haciendo un gesto de dolor. 

Tenía  los  labios amoratados y respiraba con dificultad.

—¿Algún problema? —preguntó Pedro, arrodillándose a su lado.

—No puedo... —empezó a decir Franco, abriendo la boca para buscar aire. Parecía muy asustado.
—No pasa nada —dijo Paula—. Tranquilízate.

—Tiene varias costillas rotas —murmuró Pedro.

Y  una de esas costillas  podría  haber  perforado  un  pulmón.  No  lo  dijeron,  pero  los  dos pensaban lo mismo.


Lo Inesperado: Capítulo 4

—Entonces,  se queda aquí.  Si está segura de que no va a perderse, supongo  que  puede bajar a buscar ayuda.

—¿Perderme? Su opinión sobre las mujeres es ridícula. ¿Por qué piensa de esa forma tan anticuada?

—¿Por qué? Podría darle una lista de razones —sonrió él.

Paula decidió no replicar al  tonto  comentario. Discutir  con  aquel  hombre  era  una  pérdida de tiempo.

—Sabe que no hay que mover a un herido a menos que sea absolutamente necesario, ¿Verdad? —preguntó, cambiando de tema.

—¿También quiere darme una lección de primeros auxilios?

—Soy médico —suspiró Paula, impaciente.

—¿Médico?

—¿Qué pasa? ¿No cree que las mujeres puedan ser médicos?

—Yo no he dicho eso.

No, era cierto. Y, a juzgar por el brillo de sus ojos, empezaba a pensar que la estaba tomando el pelo.

—¿Lo ayudo con la cuerda?

—No,  gracias —sonrió  él—. Por  cierto, yo  también soy  médico, así  que  puede  estar  tranquila.

¿Tranquila?  ¿Cómo  iba  a  estar  tranquila  con  un  hombre que,  más  que  un  médico, parecía un actor de cine? Paula lo observó atarse la cuerda alrededor de la cintura y sujetarla a unas ramas.

—¿Seguro que puede hacerlo solo?

—Sí. Lo he hecho muchas veces.

—Tenga cuidado. Es una bajada difícil.

—Lo tendré —murmuró el extraño, mirándola a los ojos—. ¿Seguro que puede bajar sola? La verdad es que no me hace mucha gracia...

—Hágame  un  favor.  Baje de una vez  —lo  interrumpió  ella. 

¿Por qué  lo  encontraba  tan   atractivo?   Si  se  pusiera  un  taparrabos, sería  el  perfecto   retrato de  un  cavernícola—. ¿Tiene prejuicios con todas las mujeres o sólo con las rubias?

Él  sonrió  de  tal  forma  que  su  indignación  se  derritió  tan  rápido  como  un  helado  en  un microondas.

—No me malinterprete. Siempre me han gustado las rubias. En su sitio, claro.

—No me lo diga. Y su sitio es atadas al fregadero, ¿Verdad?

—Oh, no. Si usted fuera mía, no perdería el tiempo en la cocina —sonrió él, perverso.

Si fuera suya...Paula miró los ojos oscuros, sorprendida. Pero ella no era suya. Y no tenía intención de serlo.  Ella tenía a  Pablo.  La  vida no  era  muy  emocionante,  pero  sí  tranquila  y  apacible.

—Un comentario muy original —replicó, intentando disimular su turbación.

—No  se  enfade.  Enviar  a  una  mujer  sola  por  esta  montaña  ofende  mi  sentido  de  la  caballerosidad. Aunque sea una mujer muy valiente.

—Pues la caballerosidad no va a salvar a esos chicos —dijo ella, acariciando la cabeza de su perro—. Esperaré hasta que baje.

 Él  asintió  con  la  cabeza  y  Paula intentó  no  parecer  impresionada  cuando  lo  vio  bajar  como  un  profesional.  Sin  duda  sabía  lo  que  hacía. Y,  sin  duda,  habría  sufrido  un  infarto  si  la  hubiera  visto  bajar  a  ella  cuando  era  pequeña. Unos  minutos  después, oyó voces en el fondo del barranco.

—¡Ya los tengo! Uno de ellos tiene la clavícula fracturada y el otro, un par de costillas rotas. Vaya a buscar al equipo de rescate, pero tenga cuidado.

—De acuerdo —gritó Paula.

 Después empezó a bajar por el camino, intentando ver entre la niebla. ¿Llegarían a tiempo para salvar a esos chicos?

Lo Inesperado: Capítulo 3

—¿Cómo se atreve a hacer esa clase de juicio? ¡Ni siquiera sabe si soy rubia!

El hombre miró el gorro de lana, que ocultaba por completo su pelo.

 —Es  verdad  —asintió,  sonriendo—. Pero  yo  sé  mucho  de  rubias.  Sólo las rubias  tienen los ojos de color violeta.

Que sabía mucho de rubias... Lo que una tenía que oír.

 —¿Y por ser rubia  soy  tonta?  Es usted el  tipo más  machista  y más  ridículo  que  he  conocido en mi vida.

 —A mí también me gusta usted —sonrió él, mirando hacia el barranco.

—Mire,  conozco  bien  esta  montaña  y  puedo  ayudarlo. Se  lo  aseguro  —dijo  Paula, intentando tener paciencia.

—Mide usted un metro cincuenta y debe pesar cuarenta kilos. ¿De dónde va a sacar fuerza para subir a esos chicos?

—No hacen falta músculos para rescatar a alguien.

—¿No? ¿Y si alguno de ellos se ha roto una pierna y hay que subirlo a peso?

Paula tuvo que contar hasta diez. Y luego hasta veinte.

—Podría ayudarlo, pero si no quiere, es su problema. En cualquier caso, alguien tiene que ir a buscar al equipo de rescate y lo haré yo.

El extraño volvió a sonreír.

—Por encima de mi cadáver.

Paula apretó los dientes. La idea era muy atractiva.

—Este no es el mejor sitio para bajar con una cuerda.

—¿Va a decirme cómo hacerlo? —preguntó él, irónico.

—Sí—contestó Paula.

 —Pues dígame.

Algo le decía que aquel cavernícola conseguiría bajar por muy difícil que fuera. Pero él no conocía el terreno tan bien como ella y sería estúpido intentarlo en aquella zona.

—No  puede  bajar  por  ahí.  Hay  una  cascada  de  seis  metros  y  no  podrá  agarrarse  a  nada.

Él la estudió en silencio durante unos segundos.

—¿Ha bajado usted alguna vez?

—Pues sí. ¿Lo sorprende? Y mi pelo rubio no me dio ningún problema.

 —¿Es montañera? —insistió el extraño.

Paula parpadeó varias veces, haciéndose la tonta.

—Sí. Y si me concentro mucho, incluso puedo leer y escribir.

—Vale, vale. Puede que me haya equivocado...

—¿En  serio?  Mire,  ya me he hartado de sus comentarios  —lo interrumpió  ella  entonces—. Para su información, mido un metro sesenta y cinco, soy una mujer muy fuerte y puedo bajar a pedir ayuda sin torcerme un tobillo —añadió. Sin esperar una respuesta,   Paula se  dió  la  vuelta  y  señaló  unas  piedras  plana —. Enganche  ahí  la  cuerda.

El hombre la miró de arriba abajo.

—¿Es usted hija única?

—¿Perdón? —preguntó ella, sorprendida.

—Seguro que es hija única.

—¿Por qué dice eso?

—Porque, después de tener una hija como usted, ninguna madre querría arriesgarse —bromeó el extraño—. O es hija única o es la pequeña.

 Paula soltó una carcajada. A su pesar.

—Soy la pequeña. ¿Quiere que baje con usted?

—¿Lleva casco?

—No.

Lo Inesperado: Capítulo 2

—¿Y qué va a hacer usted mientras tanto?

—Bajar y hacer lo que pueda por ellos.

—¿Va a bajar solo?

—¿Quiere que me baje alguna oveja conmigo?

Paula apretó los dientes.

—Lo que sugiero es que quizá sea mejor esperar al equipo de rescate.

—Tardarían  demasiado  —dijo  él,  sacando una cuerda de la  mochila—. Esos  chicos  morirán de frío si esperamos más.

Paula se  pasó  una  mano  enguantada  por  las  mejillas.  La  temperatura  estaba  bajando  por segundos.

—No puede bajar solo. Es muy peligroso.

—¿Tiene una idea mejor?

El corazón de Paula se paró un momento cuando el extraño se quitó el gorro de lana. Era  guapísimo.  Tenía el pelo oscuro  y  una  boca  de  labios  firmes  y  masculinos.  Le parecía  tan  guapo  que  no  podía  apartar  la  mirada... pero  ella  nunca  se  quedaba  mirando a los hombres. Especialmente a los hombres guapos.

—Lo que va a hacer es muy arriesgado. ¿Cómo puede estar tan tranquilo?

—¿Preferiría verme muerto de miedo? —sonrió él, poniéndose un casco que sacó de la mochila—. Mientras el viento no sople con más fuerza... Pero no creo que puedan rescatarlos con un helicóptero.

—Esperaré hasta que llegue abajo y así podrá decirme en qué estado se encuentran.

 —Muy bien. ¿Dónde está el resto de su grupo?

—No he venido con ningún grupo. Estoy sola con mi perro.

—¿Sola? —repitió él—. ¿Con este tiempo?

—Sí. —¿Dando un paseo por la montaña con esta niebla? Está usted loca.

—Usted también está solo, si no me equivoco —replicó Paula, irritada—. Y a punto de bajar por el barranco sin ayuda de nadie.

—Eso es diferente.

—¿Por qué usted es un hombre y yo una mujer?

—Algo así  —contestó  él,  sonriendo.  Una sonrisa que,  curiosamente,  calentó  a  Paula por dentro. Si enfadado le había parecido guapo, cuando sonreía era un pecado.

—Es usted un poco machista, ¿No le parece?

—Supongo que sí.   Pero no es  muy  sensato dar  un paseo  por  aquí  con   esta   temperatura. Además, está sola y el mundo está lleno de pervertidos.

—Voy equipada para el frío y mi perro se encarga de los pervertidos —replicó Paula—.  Y  cuando  deje  de  decirme  lo  que  tengo  que  hacer,  quizá  podamos  seguir  adelante  con el plan de rescate.

—¿El plan de  rescate?  Pensé  que  había  venido  con  un  grupo.  Estando  sola  no  me  servirá de nada.

 —¿Ah, no? Muchas gracias.

—Lo siento, pero estando sola es más un problema que una ayuda.

—¿Cómo dice? —exclamó ella, indignada.

—No necesito que una rubia me distraiga cuando me juego la vida. La misma razón por la que no creo que las mujeres deban entrar en el ejército. Los hombres siempre intentan protegerlas y así no pueden hacer su trabajo.

Paula se quedó muda. ¿De dónde había salido aquel bárbaro?

—Mire, no hace falta que me proteja de nada. Yo me protejo solita.

—Pues lo siento, pero no pienso dejar que baje usted sola.

—¿Qué no va a dejarme? Llevo toda mi vida paseando por esta montaña y nunca me ha pasado nada —dijo Paula, pensando que aquella discusión era surrealista. 

—Ha tenido suerte.

Lo Inesperado: Capítulo 1

Paula estaba helada. La  noche  anterior,  sentada  frente  a  la  chimenea,  un  paseo  por  la  montaña  le  había  parecido una gran idea. Solitario. Vigorizante. Bueno para su alma. Algo para lo que ya  apenas  tenía  tiempo.  El  parte  meteorológico  había  anunciado  una  temperatura  agradable... ¿Cómo podíaequivocarse tanto?   Si alguna vez ella  hacía  un   diagnóstico  tan   desacertado,  la demandarían  inmediatamente,  pensó,  cubriéndose  las  orejas  con  el  gorro de lana. Resignada,  se  metió  dos  dedos  en  la  boca  para  lanzar  un  silbido  y  esperó  hasta  que  una bola de pelo apareció entre la niebla y paró frente a ella, moviendo alegremente la cola.

—No  sé por qué estás tan  contento, yo  estoy  a  punto  de  congelarme.  Venga, vámonos  a  casa  —dijo,  acariciando  al  animal.  Pero  al  darse  la  vuelta,  algo  la  dejó  paralizada. Su perro lanzó un gruñido—. ¿Tú también has oído eso?

Paula aguzó el oído, pero no escuchó nada. Sólo el viento, que ululaba con fuerza. ¿Había sido el viento o un grito de ayuda? Aunque era arriesgado, decidió subir para comprobarlo.  Cuando  llegó  al  punto  más  alto  del  camino,  se  dejó  caer  de  rodillas  sobre el borde del barranco y miró hacia abajo.

—¿Está loca?

—Pero oiga...

Alguien  la  tomó  por  los  hombros  para  echarla  hacia  atrás,  dejándola  tumbada  en  el  suelo. Cuando  abrió  los  ojos,  Paula se  encontró  con  un  par  de  largas  y  fuertes  piernas  masculinas. Parpadeando,  vió  una  chaqueta oscura, un  mentón  cuadrado  y  un  par  de  ojos negros que relampagueaban, furiosos. ¿Furiosos con quién? ¿Con ella? Con el corazón acelerado, se levantó sin aceptar la mano que el extraño le ofrecía.

—¿Qué demonios estaba haciendo?

—¿Usted qué cree? —replicó Paula, indignada.

—¿Pensaba suicidarse?

—¡No diga tonterías! Me había parecido oír un grito.

 —¿Y pensaba tirarse de cabeza para investigar?

—No iba a caerme...

El hombre la tomó por la muñeca y la acercó al barranco.

 —¿Ve eso? Si hubiera dado un paso más, estaría con ellos en el fondo.

Paula soltó su mano de un tirón.

—Mire,  yo  sé  bien  lo  que  hago... Un  momento,  ha  dicho  «ellos».  Entonces,  ¿Usted también lo ha oído?

—Sí. Hay dos chicos ahí abajo. Estaban escalando.

—¿Escalando en esta época del año? Cuando llueve, esta montaña es muy peligrosa —dijo Paula, incrédula.

El hombre se quitó una mochila que llevaba a la espalda.

—Son unos críos. Probablemente, no sabían lo que estaban haciendo.

—Pues tendremos que ir a buscar ayuda.

—Desde luego —murmuró el hombre, mirándola de arriba abajo.

Paula apartó la mirada, incómoda. En los ojos de aquel hombre había algo que la hacía sentir  como  una  adolescente.  Y ella no  era  una  adolescente;  era  una  mujer  de  veintiocho años, médico de profesión. El  extraño  tenía  unos  ojos  preciosos.  Ojos  oscuros  de  hombre.  Unos ojos  en  los  que  cualquiera podría perderse.

—Tenemos que llamar al equipo de rescate, pero no he traído mi móvil.

—Yo sí, pero no hay cobertura. Lo mejor será que baje usted a buscar un teléfono.