Tampoco había desaparecido por completo de la vida de Federico. Seguirían comunicándose, aunque era poco probable que lo viera, pero siempre sería un vínculo, y en ese momento era algo que resultaba de ayuda. La consolaba saber que estaba al corriente de lo que sentía por su hermano, de que le transmitiría información si alguna vez se la pedía, aunque le había advertido de que jamás mencionara a Theo a menos que ella sacara el tema. Con el tiempo, tal vez le hablara del embarazo, aunque no sabía si sería justo colocarlo en una posición tan insostenible. Emergió de sus pensamientos y se dio cuenta de que su madre especulaba con hacer una oferta por la cabaña, de cuyos dormitorios Joaquín y Paula podrían disponer de los de la parte de atrás, con la distante vista del mar. Eso pareció recordarle a Joaquín que le habían prometido un paseo por la playa.
-No hace falta que vengas, cariño -dijo Alejandra, captando el estado de ánimo de su hija.
Odiaba verla tan encerrada en pensamientos desdichados, pero debía soportar el proceso de dolor para poder superarlo. Con el tiempo, ese hombre que la había herido se convertiría en una parte de su pasado y ella continuaría con su vida. Mientras tanto, sencillamente tendría que enfrentarse a la tristeza y aprender a encajarla en su vida. Paula sonrió agradecida y permaneció sentada a la mesa de la cocina, viendo a Joaquín agarrar la mano de su madre. Desaparecieron de vista y ella continuó sentada, mirando por la ventana, sin concentrarse en nada específico. Pasados diez minutos, con indiferencia realizó un recorrido de la cabaña para ver si lograba acopiar cierto entusiasmo. Se sentía apática y cansada. El hecho de estar embarazada de dos meses no ayudaba a incrementar sus niveles de energía, aunque el hecho de saber que siempre tendría una parte de Theo en cuanto naciera el bebé, le proporcionaba una sensación cada vez mayor de satisfacción serena.
Al bajar la escalera oyó el sonido de ruedas sobre la grava y supuso que sería el agente inmobiliario. Era una pena que por un cuarto de hora no pudiera ver a su madre. La llamada educada a la puerta se había tornado más insistente y, fugazmente, se preguntó si tenía alguna esperanza de esconderse. Teniendo en cuenta que el hombre dispondría de una llave, abandonó la idea, ya que no le parecía muy digno que la sorprendieran debajo de la mesa de la cocina. Abrió la puerta y parpadeó. El sol era brillante e intenso y envolvió la silueta del hombre en una perspectiva oscura. Se protegió los ojos con una mano y entonces un mareo intenso comenzó a extenderse por ella, emanando desde lo más hondo de su ser hasta que le llenó cada centímetro del cuerpo. Apenas era consciente de respirar y sólo dispuso de una advertencia de un segundo de que iba a desmayarse.
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