miércoles, 31 de enero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 25

—Si  necesita  el  coche  para  trabajar,  supongo  que  sí  —murmuró  Paula.

 Estaba  segura  de que era esa la noticia a la que Pedro se refería. ¿Alberto Thompson era un alcohólico?, se  preguntó.  Quizá ese  era  el problema  que  angustiaba  a  Beatríz.  Fuera  como  fuera, tendría que sacar el tema con mucho tacto. Cuando  terminó  de  leer  la  noticia,  llamó  a  Carla y  le  preguntó  si  Beatríz Thompson  había pedido cita.

—Para el jueves a las cuatro —contestó la enfermera.

—Muy bien. Gracias.

 —Debes ser la mujer más envidiada del pueblo viviendo con un hombre como Pedro—dijo Catalina entonces.

—Sólo es mi inquilino.

—No te enamores de él, Paula. Es guapísimo, pero no se compromete con nadie.

Como si ella necesitara esa advertencia.

—¿Hablas por experiencia?

—No. Sólo íbamos juntos al colegio, aunque él era mayor que yo.

—¿Cómo era entonces? —preguntó Paula, sin poder evitarlo.

—El típico chico malo. Todas las chicas estaban locas por él.

—¿Tú también?

—Por  supuesto.  Pero  siempre  me  ha  puesto  muy  nerviosa.  A  mí  me  gustan  los hombres un poco más... fáciles de tratar.

—Te entiendo. Es un machista imposible.

 —Yo creo que exageras —rió Catalina.

—Pareces apreciarlo mucho.

—La  verdad  es  que  sí  —dijo  la  enfermera,  con  la  mano  en  el  picaporte—. En  el  colegio no lo pasé bien y él me ayudó.

—¿Cómo? —preguntó Paula, con curiosidad.

—Había unos chicos que me molestaban y después de que Pedro «hablase» con ellos, no volvieron a molestar a nadie. En ese momento, sonó el intercomunicador. Era Carla, preguntándole si podía ver a un último paciente.

—Sí, claro —dijo Paula, mirando a Catalina—. Más trabajo.

La enfermera abrió la puerta.

—Ahora  que  lo  pienso,  olvida  lo  que  he  dicho.  Puede  que  tú  seas  precisamente  lo  que Pedro necesita.

¿Lo que Pedro necesitaba? ¿Qué necesitaba Pedro Alfonso? ¿Y qué necesitaba ella? La puerta se abrió en ese momento y entró Matías, el jefe del equipo de rescate.

—¡Matías! No te esperaba.

—Lo sé. Siento mucho venir un sábado...

—El sábado es como un día cualquiera. ¿Qué te ocurre?

—Me duele el estómago —contestó el hombre.

Paula empezó  a  hacerle  preguntas  sobre  los  dolores,  anotando  las  respuestas  en  un  cuaderno.

—¿Y los dolores desaparecen después de comer?

—Eso es. ¿Tú crees que puede ser una úlcera?

—Es posible. Pero tengo que examinarte para estar segura.

Unos minutos después, Paula se lavaba las manos.

—No encuentro nada raro. Pero por los síntomas, yo diría que es una úlcera.

Matías se vistió rápidamente.

—¿Y ahora qué?

—Tendrás que probar  con antiácidos  y  si no funciona,  ven  a  verme  otra  vez  —dijo Paula —. Y debes hacer dieta. Nada de carne, nada de picante, nada de alcohol...

—¿Qué?

—El alcohol es un irritante, así que intenta beber menos cerveza. Si te sigue doliendo, es posible que tengamos que hacer una gastroscopia.

—¿Vas a mirarme el estómago por dentro?

—Eso es. Seguro que no es nada, pero hay que comprobarlo.

—Muy bien. Me pongo en tus manos.  Por cierto, ¿Vas a venir con Valen a la fiesta del sábado que viene?

—Si  no  tengo que  trabajar,  supongo  que  sí.  Y,  por  cierto, Matías,  intenta  restringir  tus  conversaciones  delante  de  Valen. Llevo  toda  la  semana explicándole lo  que  es  la  hipotermia y por qué la gente se muere de frío.

—Ah,  lo  siento  —sonrió  el  hombre—. No  me  dí  cuenta de que  estaba  escuchando. Por cierto, me han dicho que Sean vive en tu casa. Las noticias volaban en Cumbria.

—Es mi inquilino.

—Ya. Bueno, si lo ves antes que yo, dile que venga a la fiesta, ¿Vale?

—Si lo veo, se lo diré —sonrió Paula.

Pero no pensaba ir a buscarlo. Y tampoco pensaba ir a una fiesta con él.

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