lunes, 8 de enero de 2018

Prohibida: Capítulo 54

-Jamás he dicho que despreciara a esa clase de mujer -corrigió con irritación-. Dije que despreciaba a las mujeres que se dedicaban a atrapar a los hombres para que las mantuvieran.

-¿Cómo  puedes  pensar  en  pagarme  todo?  ¿Cuánto duraría?  Tú  debes saber que... bueno...

 -Continúa.

La voz no era amable y Paula tragó saliva.

-Llevamos  viéndonos  casi  dos  meses  -comenzó  con  titubeos-.  Me  gustaría  saber  hacia  dónde ves  que  se  encamina  esta  relación.  Quiero decir, a largo plazo, por exponerlo de una manera.

-¿A largo plazo? -la miró detenidamente-. ¿Por eso tu estado de ánimo? ¿Te preocupa que pueda estar a punto de dejarte?

-Eres propenso al  aburrimiento  cuando  se  trata  de  mujeres.  Tú  mismo me lo has dicho.

-Tú no me aburres.

-Aún  no,  en  todo  caso  -se  miraron.  Si  la  situación  no  fuera  tan  seria, hasta podría ser cómica.

 -¿Qué quieres que diga, Paula?

-Quiero  que  me  digas  adonde  crees  que  vamos.  No  es  la  pregunta más difícil del mundo.

 -¿Y cómo  voy  a  saber  adonde  vamos?  ¡No  tengo  una  bola  de  cristal!

 -Sé  sincero,  yo  no  soy  la  clase  de  mujer  que  alguna  vez  hayas  tenido en mente para una relación a largo plazo, ¿Verdad? -preguntó. Había  pasado  el  momento  de  dar  rodeos.  Todas  las  preguntas  que  diplomáticamente  había  guardado,  salían  del  escondite-.  Soy  una  mujer que estuvo relacionada con tu hermano. Soy inglesa. Tengo un hijo de  otra  persona.   Jamás  podría  representar  una  unión  de  dinastías,  como  aquella...  aquella  chica  que  te  presentaron  en  la  fiesta de tu abuelo en Santorini.

-No.  Tienes  razón.  No  eres  la  clase  de  mujer  con  la  que  haya  contemplado casarme.

La contundencia  de  sus  palabras  cayó  como  veneno  en  el  silencio entre los dos. Paula se preguntó qué había esperado. ¿Que le hablara  cálidamente  de  compromiso?  ¿Quizá  que  introdujera  la  palabra amor en la conversación?


Pedro observó  cómo  la  derrota  se  asentaba  en  las  facciones  de  ella  como  una  sombra  tangible.  No  supo  por  qué  no  había  previsto esa  situación.  Debería  haber  sabido  que,  tarde  o  temprano,  ella  querría algo más de una relación que el simple placer de disfrutar del cuerpo del otro. «Es mejor así», pensó. Desde que la había conocido, había dejado de centrarse en lo único que valía la pena en el mundo; a  saber,  su  trabajo.  La  tenía  constantemente  en  la  cabeza  y  no  le  había  mentido  al  decirle  que  no  era  la  clase  de  mujer  con  la  que  hubiera pensado casarse alguna vez. Ya tenía planeado mentalmente su  eventual  matrimonio.  Con  una  mujer  griega,  probablemente  con  los  mismos  contactos  amplios  que  su  familia.  Sí,  podía  llamarse  una  unión  de  dinastías.  Sonaba  frío  pero  sería  práctico,  y  las  cosas  prácticas duraban. Miró el rostro dulce, en ese momento inescrutable, y  se  enfadó  consigo  mismo  por  la  confusión  y  pánico  agudos  que  sintió  ante  el  pensamiento  de  no  volver  a  verla,  tocarla,  estar  con  ella.

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