lunes, 29 de enero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 17

Genial.  Pedro Alfonso sabía  muy  bien  el  efecto  que  ejercía  en  ella  y  estaba  disfrutando como un loco.

—Supongo que esto te parecerá muy aislado —dijo, metiendo la llave en la cerradura como  si  quisiera  matarla.

 No  podía ni imaginar  lo  que  pasaría  cuando  estuvieran  viviendo  juntos.  Para  empezar,  necesitaría  varios  juegos  de  llaves  si  iba  a seguir tirándolos al suelo...

—¿Sigues queriendo que me eche atrás? —sonrió Pedro—. Pues siento desilusionarte, pero me gusta estar aislado, rodeado de ovejas...

—Las ovejas a  veces  son  muy ruidosas  —lo interrumpió  ella,  encendiendo  la  luz—. Como ves, no es muy grande...

—Eres  una  vendedora nata  —rió  Pedro,  mirando  hacia  arriba—. ¿Qué  hay  en  el  segundo piso?

—El dormitorio —contestó Paula, incómoda.

No iba a funcionar. No iba a funcionar en absoluto.  No  podía  estar  en  el  mismo  país  que  aquel  hombre.  ¿Cómo iba  a convivir  con él?

—Me gusta.

Ella abrió la  boca  para decir  que  había  cambiado  de  opinión,  pero  no  pudo  decir  nada.

—Aún no has visto la cocina —suspiró.

—No  me  digas... hay  ratas  y  no  tienes  agua  corriente  —rió  Pedro,  mirando  por  la  ventana—. Tiene una vista preciosa.

Paula apartó la mirada de aquellos hombros.  Estaban tan cerca que podría tocarlos... Pero no quería tocarlos. No tenía intención de hacerlo.

—Desde el dormitorio se ve mejor.

¿Por qué? ¿Por qué decía esas cosas que no quería decir?

—Normalmente, no me preocupa demasiado lo que se vea desde el dormitorio.

 Paula se puso colorada, pero intentó disimular.

—La cocina no es grande, pero tiene todo lo necesario.

Pedro entró  tras  ella.  Ojalá no lo hubiera hecho.  La cocina no era suficientemente  grande para dos personas. Especialmente, si una de ellas era Pedro Alfonso.

—Este sitio es muy bonito. ¿Lo has arreglado tú misma?

—No. Lo hizo el carpintero del pueblo.

—Pues ha hecho un buen trabajo. No debe ser difícil alquilar este sitio. Está separado de la casa, independiente...

 Paula esperaba  que  fuera  así.  Sinceramente,  esperaba que fuera  así.  Vivir demasiado  cerca de aquel hombre podría volverla loca.

 —Mis  padres  nos  regalaron  la  casa  a  mi  hermana  y  a  mí  y  decidimos  arreglar  el  establo para alquilarlo.

—¿Tu hermana también vive aquí?

—Mi hermana murió.

Pedro se quedó en silencio durante unos segundos.

—Lo siento.

—No pasa nada. Ocurrió hace tiempo.

—¿Tuviste que reconstruir todo el establo? —preguntó entonces Pedro, cambiando de conversación.

 —Completamente. Por eso tengo inquilinos, para pagar los gastos.

—¿Cuándo se fue el último?

Paula se apartó un rizo de la frente.

—Leticia se marchó el mes pasado. Le ofrecieron un trabajo en Londres y, como todo el mundo, huyó de Cumbria.

—Todo el mundo menos tú.

—A mí no me gustan las grandes ciudades.  Desde que era joven me han gustado el campo y la montaña, así que este es mi sitio.

—¿Desde que eras  joven?  —repitió  Pedro con  una  sonrisa—. ¿Qué  eres  ahora,  una anciana?

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