—Es... un asunto complicado —murmuró.
Pedro levantó la mano, en un gesto de rendición.
—Como tú has dicho, no es asunto mío.
—¿Te he hecho daño? ¿Quieres hielo...?
Él sonrió de tal forma que las rodillas de Paula se doblaron.
—Mejor podrías darme un beso...
—No seas bobo. ¿Por qué pareces tan interesado en el asunto de los padres ausentes? —preguntó, para cambiar de tema.
De repente, la expresión del hombre cambió.
—Porque, en un mundo ideal, los niños deberían tener un padre y una madre —contestó, sin mirarla.
—Sí, pero este no es un mundo ideal.
—Lo sé muy bien.
—¿No me digas que crees en la felicidad, en las familias unidas y todo eso? —bromeó Paula.
—Y en el ratoncito Pérez —sonrió él—. No. Creo que la felicidad dura lo que dura. Y luego, se acabó.
—Pero acabas de decir que los niños deberían tener padre y madre.
—Creo que no se deben tener hijos a menos que se esté completamente seguro de que la pareja va a funcionar. No es justo para los niños.
—Pero nadie puede saber si una pareja va a funcionar.
—Cierto. Pero una vez que se tienen niños, se tiene también la responsabilidad de cuidar de ellos. No se puede ser egoísta.
Paula dejó de cortar verduras, sorprendida.
—¿Estás diciendo que yo soy egoísta?
—Como tú misma has dicho, yo no sé nada sobre tus circunstancias y no es asunto mío.
—Entonces, ¿Tú crees que está bien ir de flor en flor mientras no se tengan hijos?
Pedro hizo una mueca.
—¿Ir de flor en flor? No me gusta mucho la expresión, pero es normal cambiar de pareja. Eso es mejor que seguir con alguien a quien no quieres.
—¿Y da igual que la otra persona resulte herida? Eso es muy irresponsable.
—Al contrario, es muy responsable —la contradijo él—. Más que tener hijos sin pensar en su futuro. Cuando yo termino con una relación, nadie sale herido.
¿Lo decía en serio? Paula estaba segura de que tras él había dejado una colección de corazones rotos.
—¿Y nunca has pensado en tener una familia?
—No. Dejé de creer en los cuentos de hadas cuando era pequeño. Y hace mucho tiempo decidí no ser nunca responsable por la infelicidad de un niño.
Ella lo miró, a la defensiva.
—Valen no es infeliz.
—No estaba hablando de Valen—murmuró Pedro, mirando por la ventana—. Ella parece una niña feliz, pero yo conozco a muchos que no tienen tanta suerte.
—Aún así, no quieres tener hijos...
—No. Nunca.
—Lo siento por tí —murmuró Paula, preguntándose qué habría pasado en su vida para haber tomado aquella lamentable decisión.
Mirando el tenso perfil, sintió una tristeza que apartó de sí inmediatamente. ¿Por qué le ponía triste que Pedro no quisiera tener hijos? ¿Qué le importaba a ella? Pero cuando él se volvió y vió el desconsuelo que había en sus ojos, sintió la horribletentación de abrazarlo. ¿Abrazarlo? Debía estar volviéndose loca.
—Y hablando de relaciones... —empezó a decir él, cambiando de expresión—. ¿Qué vamos a hacer con la química que hay entre nosotros?
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