Tenía que serlo. Le costó no ir a los servicios durante el transcurso de lo que fue una tarde muy ajetreada para calmar sus nervios. Bastante más tarde, se preguntó si en el fondo no había sabido ya que recibiría la información que no quería, que no podría comportarse con normalidad en el trabajo si así resultaba ser. De ahí su decisión de esperar hasta que Jamie se hubiera ido a la cama poco después de las siete...
En la oscuridad del dormitorio, yacía en la cama y trataba de que su mente soslayara la pesadilla de que realmente estaba embarazada. No podía entender la causa, salvo que la píldora hubiera fallado en el peor momento posible. Tenía cada músculo del cuerpo rígido por la tensión mientras intentaba dar con una salida a ese lío. No podía contárselo a Pedro. Intentó imaginar la conversación y el modo de lanzar esa pequeña bomba mientras estuvieran hablando. ¿Cómo reaccionaría él? Sólo pensar en ello le provocaba náuseas. Ahí había un hombre que no quería una relación, y menos una con ella. Se mostraría frío, indeciblemente furioso. Hasta era posible que pensara que lo había hecho adrede para atraparlo en una situación que jamás le habría ofrecido por propia voluntad. Peor aún, sin duda insistiría en tomar el control financiero. Las lágrimas se asomaron a los costado de sus ojos y no se molestó en secarlas. Quería imaginar una conclusión cuerda a cualquier conversación que pudiera mantener con Pedro sobre esa súbita paternidad a la que se enfrentaba, pero no fue capaz. Se hallaba más allá del reino de su imaginación. Cuando su cerebro ya no pudo asimilar la enormidad de la pesadilla, se quedó dormida, y despertó con sólo unos felices momentos de paz antes de que la pesadilla recobrara su implacable ritmo. Era mucho peor que cuando había descubierto que estaba embarazada de Joaquín. Al menos entonces la había embargado el optimismo de que Oliver sería feliz, de que estarían juntos, una familia unida. Cuando sus esperanzas quedaron aplastadas, no hubo especulaciones acerca de lo siguiente que iba a pasar en ese escenario. Ella criaría sola a su bebé y Rodrigo desaparecería. En esa ocasión, no había optimismo. Tampoco certeza hacia dónde conduciría el camino, y cuanto más analizaba las infelices opciones, más llegaba a la conclusión de que Pedro no iba a marcharse y a desentenderse del niño. Le gustara reconocerlo o no, era un padre natural. Lo había visto en el modo en que se relacionaba con su hijo.
Con la proximidad del fin de semana, empezó a ver una luz tentativa al final del oscuro túnel. Tuvo que reconocer que no era una luz moralmente muy edificante, pero sí una luz, al fin y al cabo. Le había preguntado si aceptaría su ayuda financiera, si se convertiría en su amante mantenida, a todos los efectos. Volvería a sacar el tema, se aseguraría de cruzar los límites que había estado evitando de forma escrupulosa durante semanas. Le preguntaría por la relación que tenían. Con un solo atisbo de esperanza, se lo contaría, confiaría en la esperanza ciega de que pudieran alcanzar una solución amistosa. Si existía algún afecto, ¿sería del todo imposible? Lo intentaría partiendo de amistad. Si no había nada, entonces rompería la relación y desaparecería. Significaría dejar atrás al querido Federico, pero, ¿De qué otra manera podría hacerlo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario