lunes, 8 de enero de 2018

Prohibida: Capítulo 52

Tenía que serlo. Le costó no ir a los servicios durante el transcurso de lo que fue una tarde muy ajetreada para calmar sus nervios. Bastante más tarde, se preguntó si en el fondo no había sabido ya  que  recibiría  la  información  que  no  quería,  que  no  podría  comportarse con normalidad en el trabajo si así resultaba ser. De ahí su decisión de esperar hasta que Jamie se hubiera ido a la cama poco después de las siete...

 En  la  oscuridad  del  dormitorio,  yacía  en  la  cama  y  trataba  de  que  su  mente  soslayara  la  pesadilla  de  que  realmente  estaba  embarazada. No podía entender la causa, salvo que la píldora hubiera fallado en el peor momento posible. Tenía  cada  músculo  del  cuerpo  rígido  por  la  tensión  mientras  intentaba  dar  con  una  salida  a  ese  lío.  No  podía  contárselo  a  Pedro.  Intentó  imaginar  la  conversación  y  el  modo  de  lanzar  esa  pequeña  bomba mientras estuvieran hablando. ¿Cómo reaccionaría él? Sólo pensar en ello le provocaba náuseas. Ahí  había  un  hombre  que  no  quería  una  relación,  y  menos  una  con ella. Se mostraría frío, indeciblemente furioso. Hasta era posible que  pensara  que  lo  había  hecho  adrede  para  atraparlo  en  una  situación que jamás le habría ofrecido por propia voluntad. Peor aún, sin duda insistiría en tomar el control financiero. Las  lágrimas  se  asomaron  a  los  costado  de  sus  ojos  y  no  se  molestó en secarlas. Quería imaginar una conclusión cuerda a cualquier conversación que pudiera mantener con Pedro sobre esa súbita paternidad a la que se enfrentaba, pero no fue capaz. Se hallaba más allá del reino de su imaginación. Cuando  su  cerebro  ya  no  pudo  asimilar  la  enormidad  de  la  pesadilla,  se  quedó  dormida,  y  despertó  con  sólo  unos  felices  momentos  de  paz  antes  de  que  la  pesadilla  recobrara  su  implacable  ritmo. Era  mucho  peor  que  cuando  había  descubierto  que  estaba  embarazada  de  Joaquín.  Al  menos  entonces  la  había  embargado  el  optimismo  de  que  Oliver  sería  feliz,  de  que  estarían  juntos,  una  familia unida. Cuando sus esperanzas quedaron aplastadas, no hubo especulaciones  acerca  de  lo  siguiente  que  iba  a  pasar  en  ese  escenario. Ella criaría sola a su bebé y Rodrigo desaparecería. En  esa  ocasión,  no  había  optimismo.  Tampoco  certeza  hacia  dónde  conduciría  el  camino,  y  cuanto  más  analizaba  las  infelices  opciones,  más  llegaba  a  la  conclusión  de  que  Pedro no  iba  a  marcharse  y  a  desentenderse  del  niño.  Le  gustara  reconocerlo  o  no,  era un padre natural. Lo había visto en el modo en que se relacionaba con su hijo.

Con  la  proximidad  del  fin  de  semana,  empezó  a  ver  una  luz  tentativa al final del oscuro túnel. Tuvo  que  reconocer  que  no  era  una  luz  moralmente  muy  edificante, pero sí una luz, al fin y al cabo. Le  había  preguntado  si  aceptaría  su  ayuda  financiera,  si  se  convertiría  en  su  amante  mantenida,  a  todos  los  efectos.  Volvería  a  sacar  el  tema,  se  aseguraría  de  cruzar  los  límites  que  había  estado  evitando  de  forma  escrupulosa  durante  semanas.  Le  preguntaría  por  la relación que tenían. Con un solo atisbo de esperanza, se lo contaría,  confiaría  en  la  esperanza  ciega  de  que  pudieran  alcanzar  una  solución  amistosa.  Si  existía  algún  afecto,  ¿sería  del  todo  imposible? Lo intentaría partiendo de amistad. Si no había nada, entonces rompería la relación y desaparecería. Significaría dejar atrás al querido Federico, pero, ¿De qué otra manera podría hacerlo?

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