lunes, 15 de enero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 8

¿Qué  había  querido  decir  con  eso?, se  preguntó  Paula.  No  habría  otro  momento. No quería volver a verlo más. Pedro Alfonso la hacía sentirse frágil y vulnerable, hacía que  sus  emociones  aflorasen  a  la  superficie,  emociones  que  llevaban  mucho  tiempo  escondidas. Y  con  las  que  no  quería  enfrentarse.  Ella tenía a Pablo,  una  vida  tranquila... Y eso era lo que quería. ¿O no?

—Mamá, ¿Es verdad que le has salvado la vida a dos chicos?

—¿Quién te ha dicho eso? —preguntó Paula.

—El tío Matías—contestó la niña, metiendo la manita en el paquete de cereales.

—¡Valentina Chaves, eso es asqueroso!  —exclamó  su  madre,  quitándole   los   cereales—. Si tienes hambre, come una tostada.

—Las tostadas me dan asco —protestó la niña, abriendo mucho sus ojitos azules.

Paula respiró profundamente, recordándose a sí misma que la mesa no debería nunca ser un campo de batalla.

—Ayer sí te gustaban.

—Pues hoy no  —replicó  Pablo—. Bueno,  me  comeré  una.  Pero  si  me  la  haces  en  forma de casa. ¿Por qué no se murieron?

Con paciencia, Paula recortó la tostada en forma de casita con tejado.

—¿Quién?

—Los  chicos —contestó Pablo—. El  tío  Matías le  dijo  a  la  abuela  que  habían  tenido  suerte de que tú pasaras por allí o se habrían muerto.

 —No deberían haber estado paseando por la montaña sin un buen equipo —contestó su madre, llevando los platos al fregadero.

—¿Y por qué se iban a morir?

Paula apretó los dientes. Iba a tener que hablar seriamente con Matías.

—Porque hacía mucho frío, cariño. Pero ya están bien, así que olvídate del asunto y prepárate para ir al colegio.

—Agustina no se pone la chaqueta para salir al recreo. ¿Se va a morir de frío?

—No, tonta —rió Paula—. No es lo mismo. Esos chicos se habían caído a un barranco y  en  la  montaña hace mucho  más  frío  que  aquí.  Venga, ve a  lavarte  los  dientes  o  llegaremos tarde.

Pablo salió corriendo de la cocina y Paula suspiró, aliviada. Tener una hija de cinco años a veces era una bendición, pero otras... Unos minutos después, detenía el coche frente a la casa de los Walcott.

—Buenos días —la saludó Marta.

—Hola, Marta. Muchas gracias por llevar a Valentina al colegio.

—No  me  cuesta  nada.  Venga,  vete a trabajar.  Y  no  olvides  la  fiesta  de  Halloween  el  sábado. ¿Vas a venir?

—Yo no puedo, pero mi madre llevará a la niña —contestó Paula.

Se sentía afortunada  por  tener  una  amiga  que  llevaba  a  Valentina al  colegio  para  que  ella pudiera ir a trabajar. Sus padres iban a buscarla por las tardes y se quedaban con ella  hasta que  salía  de  la  clínica. Afortunadamente  el  director,  Gabriel Carter,  era un  hombre  comprensivo  y,  en  general,  todo  funcionaba  perfectamente,  aunque  le  hubiera gustado pasar más tiempo con su hija. Una sensación de tristeza la envolvió entonces, pero Paula sacudió la cabeza. No tenía elección. Hacía lo que podía en sus circunstancias, sencillamente. Cuando entró en la clínica, se encontró con Gabriel.

—Buenos días. ¿Cómo está tu niña?

—Muy preguntona —sonrió Paula.

 —Y cada día será peor.

—¡No me digas eso! —rió ella.

 A  punto  de  retirarse  de  la  profesión,  Gabriel Carter  había  establecido  una  clínica  en  Cumbria  que  todo  el  mundo  admiraba.  Sin  él,  nunca  habría  podido  superar  el  trauma que había rodeado el nacimiento de Valentina.

—Hay una fiesta de Halloween el sábado y todos los niños están locos de alegría.

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