Sus palabras cayeron en el silencio denso con la contundencia de una puerta al cerrarse, y no le importó. No le importaba si el sexo era el único plato del menú, no le importaba si la consideraba una mujer de principios dudosos, no le importaba nada salvo que ese hombre grande la poseyera absoluta y completamente. Había dicho que sería gentil con ella y sabía que debería serlo, aunque sentía bien el pie, pero la asombró descubrir que no quería que fuera gentil, que lo quería encendido y rudo. Observó mientras continuaba quitándose la ropa y gimió suavemente cuando la última prenda se unió al resto en el suelo. Era magnífico. Hombros anchos, un torso duro y trabajado que se estrechaba hasta llegar a una masculinidad que no le dejó duda alguna de que estaba tan excitado como ella. Cuando se tocó levemente, no pudo contener que un gemido pleno escapara de sus labios. Se sentía más que húmeda. Un simple contacto la haría estallar.
-¿Te gusta lo que ves, Paula? -preguntó con voz ronca y la vió asentir-. Ahora es tu turno -le dedicó una sonrisa lenta y ella se la devolvió con timidez.
-Puede que no te atraiga lo que veas, Pedro. No soy una de las mujeres que te gustan de tipo voluptuoso.
-Ya he disfrutado de un vistazo, por si lo has olvidado, y créeme, me gustó lo que ví. No, no te quites nada, eso quiero saborearlo yo.
Consciente de su pie, Pedro se situó a horcajadas de ella, luego la ayudó a quitarse la camiseta. Cuando iba a soltarse el sujetador a la espalda, la detuvo.
-Poco a poco -susurró.
¡Dios, le temblaban las manos como a un adolescente en su primer encuentro sexual! El amante consumado se había convertido de pronto en un novato que apenas era capaz de contenerse. Había pensado a menudo en esos pechos, pero al bajarle las tiras del sujetador, se vió asaltado por un poderoso impulso de lujuria. Esos pezones grandes y sexys con las cumbres enhiestas eran el pináculo de la belleza. Los probaría pronto, disfrutaría del placer de lamerlos y del embriagador estímulo de sentirla encogerse bajo su lengua exploradora. Pero, por el momento, había más que ver, mucho más. Le quitó el sujetador y liberó en su plenitud esos maravillosos pechos, y durante unos momentos se sintió satisfecho sólo de devorarlos con los ojos.
Luego, lenta, cuidadosamente, bajó la falda de cintura elástica. Su cuerpo era esbelto y firme, con una gracia de muchacho que hizo que se preguntara cómo había podido encontrar excitantes esos cuerpos de pechos y curvas generosos. Enganchó los dedos en los costados de las braguitas y muy despacio se las bajó y contuvo el aliento cuando su desnudez quedó finalmente expuesta. Un vello rubio y suave le cubría el sitio que anhelaba y necesitaba probar. Tuvo que recurrir a una fuerza de voluntad férrea para recordar que debía ser gentil. Y lo fue mientras se inclinaba y le besaba la boca entreabierta, lanzando la lengua contra la suya pero tomándose tiempo, descendiendo desde la boca hasta el cuello, y de allí a los pechos, donde se perdió en el deleite de succionarlos. Luego bajó aún más, deslizando la lengua por los planos lisos de su estómago para jugar con el ombligo diminuto, hasta continuar a la humedad dulce entre sus piernas. Apoyó las manos en los costados de sus muslos y, con un gemido apagado, introdujo la lengua curiosa en esa intimidad, buscando y encontrando el pequeño capullo que excitó hasta que ella no pudo contener más los gemidos suaves que lo instaban a continuar mientras le apoyaba la mano en la nuca y sus piernas se abrían para acomodar la boca hambrienta...
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