miércoles, 3 de enero de 2018

Prohibida: Capítulo 48

-No  pares  -susurró  Paula. 

Sus  palabras  cayeron  en  el  silencio  denso con la contundencia de una puerta al cerrarse, y no le importó. No  le  importaba  si  el  sexo  era  el  único  plato  del  menú,  no  le  importaba  si  la  consideraba  una  mujer  de  principios  dudosos,  no  le  importaba nada salvo que ese hombre grande la poseyera absoluta y completamente. Había  dicho  que  sería  gentil  con  ella  y  sabía  que  debería  serlo,  aunque  sentía  bien  el  pie,  pero  la  asombró  descubrir  que  no  quería  que fuera gentil, que lo quería encendido y rudo. Observó   mientras   continuaba   quitándose   la   ropa   y   gimió   suavemente cuando la última prenda se unió al resto en el suelo. Era magnífico.  Hombros  anchos,  un  torso  duro  y  trabajado  que  se  estrechaba  hasta  llegar  a  una  masculinidad  que  no  le  dejó  duda  alguna  de  que  estaba  tan  excitado  como  ella.  Cuando  se  tocó  levemente,  no  pudo  contener  que  un  gemido  pleno  escapara  de  sus  labios.  Se  sentía  más  que  húmeda.  Un  simple  contacto  la  haría  estallar.

-¿Te  gusta  lo  que  ves,  Paula?  -preguntó  con  voz  ronca  y  la  vió  asentir-.  Ahora  es  tu  turno  -le  dedicó  una  sonrisa  lenta  y  ella  se  la  devolvió con timidez.

-Puede  que  no  te  atraiga  lo  que  veas,  Pedro.  No  soy  una  de  las  mujeres que te gustan de tipo voluptuoso.

-Ya  he  disfrutado  de  un  vistazo,  por  si  lo  has  olvidado,  y  créeme,  me  gustó  lo  que  ví.  No,  no  te  quites  nada,  eso  quiero  saborearlo yo.

Consciente de su pie, Pedro se situó  a  horcajadas  de  ella,  luego  la ayudó a quitarse la camiseta. Cuando iba a soltarse el sujetador a la espalda, la detuvo.

 -Poco a poco -susurró.

 ¡Dios,  le  temblaban  las  manos  como  a  un  adolescente  en  su  primer  encuentro  sexual!  El  amante  consumado  se  había  convertido  de  pronto  en  un  novato  que  apenas  era  capaz  de  contenerse. Había  pensado  a  menudo  en  esos  pechos,  pero  al  bajarle  las  tiras  del  sujetador,  se  vió  asaltado  por  un  poderoso  impulso  de  lujuria.  Esos  pezones grandes y sexys con las cumbres enhiestas eran el pináculo de la belleza. Los probaría pronto, disfrutaría del placer de lamerlos y del  embriagador  estímulo  de  sentirla  encogerse  bajo  su  lengua  exploradora. Pero, por el momento, había más que ver, mucho más. Le quitó el sujetador y liberó en su plenitud esos maravillosos pechos, y durante unos momentos se sintió satisfecho sólo de devorarlos con los ojos.

Luego,  lenta,  cuidadosamente,  bajó  la  falda  de  cintura  elástica.  Su cuerpo era esbelto y firme, con una gracia de muchacho que hizo que  se  preguntara  cómo  había  podido  encontrar  excitantes  esos  cuerpos  de  pechos  y  curvas  generosos.  Enganchó  los  dedos  en  los  costados  de  las  braguitas  y  muy  despacio  se  las  bajó  y  contuvo  el  aliento  cuando  su  desnudez quedó  finalmente  expuesta.  Un  vello  rubio  y  suave  le  cubría  el  sitio  que  anhelaba  y  necesitaba  probar.  Tuvo que recurrir a una fuerza de voluntad férrea para recordar que debía  ser  gentil.  Y  lo  fue  mientras  se  inclinaba  y  le  besaba  la  boca  entreabierta,  lanzando  la  lengua  contra  la  suya  pero  tomándose  tiempo,  descendiendo  desde  la  boca  hasta  el  cuello,  y  de  allí  a  los  pechos, donde se perdió en el deleite de succionarlos.  Luego bajó aún más,  deslizando  la  lengua  por  los  planos  lisos  de  su  estómago  para  jugar  con  el  ombligo  diminuto,  hasta  continuar  a  la  humedad  dulce  entre sus piernas. Apoyó las manos en los costados de sus muslos y, con un gemido apagado, introdujo la lengua curiosa en esa intimidad, buscando y encontrando el pequeño capullo que excitó hasta que ella no  pudo  contener  más  los  gemidos  suaves  que  lo  instaban  a  continuar  mientras  le  apoyaba  la  mano  en  la  nuca  y  sus  piernas  se  abrían para acomodar la boca hambrienta...

No hay comentarios:

Publicar un comentario