-A Federico jamás le han interesado los coches ni el fútbol -sintió el impulso de señalar-. Puede que hubiera sido una presencia masculina y un proveedor de seguridad financiera, pero ahí se habría acabado todo.
-No es eso por lo que...
-¿No? Entonces, dime por qué... -cortó su exabrupto con rapidez.
-Tienes razón. A Fede no le gustan esas cosas. Bueno, al menos no el fútbol. Conduce un Porsche muy bonito, que Joaquín insiste en querer montar cada vez que viene a casa. En todo caso, y a lo que ibas, no estoy aburrida. Me gusta el sonido de la lluvia en el exterior y encuentro muy relajante no hacer nada. Deberías intentarlo algún día -obtuvo como recompensa una sonrisa tan deslumbrante y divertida que contuvo el aliento.
-Creo que es lo que estoy haciendo ahora -comentó.
Cuando giraba el cuello de esa manera, parecía tan delicada y vulnerable. El deseo de ir junto a ella, arrodillarse al lado del sofá y apartarle los mechones sueltos fue tan abrumador que tuvo que cerrar las manos con fuerza.
-Has venido con tu ordenador.
-Pero sólo lo he mirado esta mañana y ya es... casi mediodía... un récord personal...
Paula se torturó buscando algo prosaico que decir para diluir la súbita intimidad de la conversación.
-Bueno, pues será mejor que empieces -bromeó con ligereza-, o de lo contrario corres el peligro de descubrir que te gusta estar sin hacer nada.
-Oh, pero tampoco he estado del todo ocioso, ¿Verdad? -la miró con los ojos oscuros entrecerrados-. Te he estado atendiendo...
-¡Jamás te lo pedí!
-Puedes ser extremadamente predecible en tus reacciones...
-Lo cual es bueno -le soltó-. Me gusta ese rasgo en una persona -no podía esquivar esa conversación ni podía alejarse físicamente. Maldijo su inmovilidad.
-¿Sí? -suspiró-. Bueno, a pesar de lo que me gustaría continuar aquí sentado, charlando toda la mañana, no puedo evitar el trabajo de forma indefinida.
-¡No!
-Lo que me recuerda el motivo por el que vine a interrumpirte en primer lugar, perturbando tu apacible y solitario descanso...
-¿Sí...? -lo miró con cautela. -Como no he podido ir a mi despacho hoy...
-Lo que técnicamente no ha sido por mi culpa...
-Y con toda probabilidad tampoco iré mañana...
Paula se tomó unos segundos para asimilar la inevitabilidad de esa declaración y sólo captó el resto de lo que decía una vez completada la frase y cuando él esperaba una reacción de ella.
-¿Quieres que trabaje para tí!
-Sólo mientras esté aquí. Tengo algunas cosas que dictar y mi mecanografía tiende a funcionar únicamente con dos dedos y mucho tiempo perdido -recogió el ordenador y fue hasta donde se hallaba ella-. Creo que la mesa de la cocina puede volverse incómoda pasado un rato.
Toma. Puedes apoyarlo sobre tu regazo y en cuanto empieces a sentirlo un poco molesto, me lo dices. Paula apretó los dientes cuando al dejarle el ordenador, le rozó los pantalones con los dedos.
-Sabes usar estas cosas, ¿Verdad? -añadió él.
-¡Claro que sí! Pero no estoy segura de satisfacer tu nivel de exigencia.
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