lunes, 1 de enero de 2018

Prohibida: Capítulo 43

-A Federico jamás le han interesado los coches ni el fútbol -sintió el  impulso de señalar-.  Puede  que  hubiera  sido  una  presencia  masculina y un proveedor de seguridad  financiera, pero ahí se habría acabado todo.

-No es eso por lo que...

-¿No?  Entonces, dime por  qué...  -cortó  su  exabrupto  con  rapidez.

-Tienes  razón.  A  Fede no  le  gustan  esas  cosas.  Bueno,  al  menos  no  el  fútbol.  Conduce  un  Porsche muy  bonito,  que Joaquín  insiste en querer montar cada vez que viene a casa. En todo caso, y a lo  que  ibas,  no  estoy  aburrida.  Me  gusta  el  sonido  de  la  lluvia  en  el  exterior   y   encuentro   muy   relajante no hacer nada.  Deberías   intentarlo algún día  -obtuvo  como  recompensa  una  sonrisa  tan  deslumbrante y divertida que contuvo el aliento.

 -Creo  que  es  lo  que  estoy  haciendo  ahora  -comentó. 

Cuando  giraba el cuello de esa manera, parecía tan delicada y vulnerable. El deseo  de  ir  junto  a  ella,  arrodillarse  al  lado  del  sofá  y  apartarle  los  mechones sueltos fue tan abrumador que tuvo que cerrar las manos con fuerza.

 -Has venido con tu ordenador.

-Pero sólo lo he mirado esta mañana y ya es... casi mediodía... un récord personal...

Paula se  torturó  buscando  algo  prosaico  que  decir  para  diluir  la  súbita intimidad de la conversación.

-Bueno, pues será mejor que empieces -bromeó con ligereza-, o de  lo  contrario  corres  el  peligro  de  descubrir  que  te  gusta  estar  sin  hacer nada.

 -Oh, pero tampoco he estado del todo ocioso, ¿Verdad? -la miró con los ojos oscuros entrecerrados-. Te he estado atendiendo...

 -¡Jamás te lo pedí!

 -Puedes ser extremadamente predecible en tus reacciones...

-Lo cual es bueno -le soltó-. Me gusta ese rasgo en una persona -no  podía  esquivar  esa  conversación  ni  podía  alejarse  físicamente.  Maldijo su inmovilidad.

-¿Sí? -suspiró-. Bueno, a pesar de lo que me gustaría continuar aquí  sentado,  charlando  toda  la  mañana,  no  puedo  evitar  el  trabajo  de forma indefinida.

-¡No!

-Lo  que me  recuerda  el  motivo  por  el  que  vine  a  interrumpirte  en primer lugar, perturbando tu apacible y solitario descanso...

-¿Sí...? -lo miró con cautela. -Como no he podido ir a mi despacho hoy...

-Lo que técnicamente no ha sido por mi culpa...

-Y con toda probabilidad tampoco iré mañana...

Paula se tomó unos segundos para asimilar la inevitabilidad de esa  declaración  y  sólo  captó  el  resto  de  lo  que  decía  una  vez  completada la frase y cuando él esperaba una reacción de ella.

-¿Quieres que trabaje para tí!

-Sólo mientras  esté  aquí.  Tengo  algunas  cosas  que  dictar  y  mi  mecanografía tiende a funcionar únicamente con dos dedos y mucho tiempo  perdido  -recogió  el  ordenador  y  fue  hasta  donde  se  hallaba  ella-. Creo que la mesa de la cocina puede volverse incómoda pasado un  rato.

Toma. Puedes  apoyarlo  sobre  tu  regazo  y  en  cuanto  empieces a sentirlo un poco molesto, me lo dices. Paula apretó  los  dientes  cuando  al  dejarle  el  ordenador,  le  rozó  los pantalones con los dedos.

 -Sabes usar estas cosas, ¿Verdad? -añadió él.

 -¡Claro  que  sí!  Pero  no  estoy  segura  de  satisfacer  tu  nivel  de  exigencia.

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