martes, 22 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 74

Parecía tan tranquila, tan confiada… ¿De verdad era todo tan simple?
—¿Entonces no he echado a perder las oportunidades de Miguel?
—En absoluto.
—Muy bien —Paula se secó las lágrimas—. Pues me alegro.
Se enderezó en el asiento y se palmeó las mejillas.
—Ya estoy bien. Por lo menos de momento. ¿Tengo un aspecto horrible?
—Estás perfecta.
—Gracias. Quiero que sepas que no he pretendido nunca hacerte ningún daño. Y, por si te sirve de algo, no voy a volver a ver a Pedro.
Carmen intentó no reaccionar ante aquella noticia. A pesar de todo, había descubierto que Paula  le gustaba. Aquella joven era sincera y, además, Carmen tenía debilidad por todos aquéllos que sufrían.
En cuanto al hecho de que Paula y Pedro dejaran de verse, aunque no podía decir que la alegrara, sí que le provocaba un inmenso alivio. Si no estaban juntos, posiblemente dejarían de hacerle preguntas sobre ellos constantemente. Estaba cansada de sentirse humillada por culpa de todas aquellas preguntas sobre la hija de su marido.
Llamaron en ese momento a la puerta.
—Adelante —dijo Carmen.
Luisa entró corriendo en el estudio.
—¡Paula! Me han dicho que estabas aquí.
Paula sonrió a la adolescente.
—Sí, aquí estoy. ¿Qué tal estás? ¿Todavía te gustan tus zapatos?
—Más que nada en el mundo.
Carmen bebió un sorbo de agua e intentó comportarse como una persona madura. No le importaba que Paula hubiera llevado a Luisa a comprarse unos zapatos de tacón. Sinceramente, a ella jamás se le habría ocurrido hacerle a su hija una oferta parecida. Para Luisa era bueno salir con otra gente, con gente que no formara parte de su círculo familiar. Y ella estaba encantada de que lo hiciera.
Bueno, tenía que reconocer que le dolía un poco no haber sido ella la que compartiera esa experiencia con su hija, pero lo superaría.
—Voy a tener un baile en el colegio —anunció Luisa— . Es el mismo día que mi cumpleaños y tengo que comprarme un vestido especial.
—Qué suerte —le dijo Paula—. Ya estoy deseando ver las fotografías.
Luisa se sentó en el suelo y le agarró la mano.
—¿Me llevarás a comprarme el vestido? Quiero que me ayudes a comprarlo. Por favor, Paula, dí que sí.
Aquellas palabras se clavaron en el corazón de Carmen con la precisión y la intensidad de un rayo láser.
Ella quería ir de compras con Luisa. Quería ser ella la que la ayudara a construir esos recuerdos. Aunque su hija y ella nunca habían hablado en concreto de ello, había dado por sentado que acompañaría a Luisa a comprarse el vestido.
Unos celos tan intensos como irracionales le hicieron desear atacar a la persona que consideraba responsable de aquella situación.
—Luisa, me encantaría —contestó Paula, y parecía sincera—. Carmen, ¿a tí te parece bien?
Carmen era consciente de que estaba dejando que la dominaran los celos, de que se estaba comportando como una niña. Recordaba las lecciones que había aprendido de su madre: tenía que mantener siempre la calma, sintiera lo que sintiera por dentro. Actuar siempre de manera correcta, no hacer ninguna inconveniencia.
—Por supuesto. Eres muy amable, Paula. Estoy segura de que Luisa disfrutará mucho contigo.
Le dolía pronunciar aquellas palabras, le dolía sonreír cuando lo que le apetecía era bufar y arañar como una gata acorralada.
Luisa se levantó y las abrazó a las dos.
—¡Bien! ¡Bien! —comenzó a girar en círculo con las manos en alto y el rostro resplandeciente de placer.
Carmen miró a su hija e intentó encontrar la felicidad del momento. Pero, sencillamente, no pudo.
Cuando Luisa se marchó, Paula suspiró.
—Es genial. La adoro.
—Yo también —contestó Carmen, haciendo lo imposible para evitar que su voz reflejara un tono afilado.
—Gracias por dejarme llevarla de compras.
—De nada. Ahora, ¿de qué estábamos hablando?
Paula cambió de expresión; de pronto, pareció desolada.
—De Pedro—musitó—, de que ya no vamos a volver a vernos.
—Ya entiendo —dijo Carmen—. ¿Y qué es lo que te ha hecho cambiar de opinión? ¿Las encuestas?
Aquél debería ser el momento de decirle a Paula que no podía permitir que otras personas dirigieran su vida. Pero antes de que hubiera podido decidir si iba a comportarse como una persona madura o no, Paula le dijo:
—No, mi decisión no tiene nada que ver con las encuestas. Pedro también me ha acusado de eso.
—¿De verdad?
Paula asintió. Sus ojos habían perdido el brillo y reflejaban un intenso dolor.
—Siento lo de las encuestas, pero no ha sido ésa la razón. Él cree que quiero quitarme del medio para facilitar las cosas.
—¿Y no es así?
—No —Paula tragó saliva—. Creo que… creo que Pedro continúa viendo a Silvina. Silvina vino a hablar conmigo y se aseguró de que lo comprendiera.
Carmen podía sentir el dolor de Paula. Lo veía en los ojos que tenía clavados en ella.
—Tú les conoces a los dos, ¿crees que es posible? ¿Crees que es posible que Pedro todavía esté saliendo con Silvina?
Era como estar viéndose a sí misma desde fuera, pensó Carmen mientras recorría la habitación con la mirada. Podía verse a sí misma sentada en el sofá, tan perfecta, pensó, con el jersey de cachemir y las perlas. La esposa y madre ideal. Un modelo de mujer cuya vida había cambiado de un día para otro por culpa de aquella joven cuya mera existencia demostraba que su marido podía tener hijos y ella no.
Se dijo a sí misma que Paula no tenía la culpa. Que ella no sabía de la humillación y la vergüenza que había llevado a su vida. Que el hecho de que se llevara bien con Luisa era una suerte. Podía oír la voz de su madre diciéndole que tenía que comportarse siempre como una dama.
¡Y un infierno!, pensó con amargura. Por una vez en su vida, iba a hacer exactamente lo que le apetecía. Lo que tenía ganas de hacer y lo que podía ayudarla a aliviar su dolor.
Miró a Paula y mintió.
—No quiero hacerte daño, pero creo que es bastante posible que Pedro y Silvina hayan seguido viéndose.

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 73

¿Había perdido el corazón? ¿Era eso posible? ¿Se había enamorado de Pedro?
Continuó sin moverse, esperando una respuesta a su pregunta, y no tardó en darse cuenta de que hacía tiempo que conocía la verdad. Claro que estaba enamorada de Pedro; si no hubiera sido así, le habría resultado mucho más fácil separarse de él.
—Al parecer, nunca voy a dejar de sorprenderme —musitó para sí, y continuó avanzando hasta la puerta.
Lo único que ella pretendía cuando había decidido buscar a su padre era sentir que pertenecía a algún lugar. Y lo único que había conseguido era complicarse extraordinariamente la vida.
Llamó a la puerta e intentó relajarse. Tenía que concentrarse en su reunión con Carmen. Ya se enfrentaría a su propio dolor cuando llegara a casa.
—¡Paula! —Carmen abrió la puerta y sonrió—. Pasa, pasa. ¿Estás nerviosa? Espero que no. Porque estoy segura de que lo vas a hacer genial y yo tendré que decirte «¿Ves? Lo sabía».
Paula entró en la casa e inmediatamente se sintió envuelta en el calor de la bienvenida. Carmen continuaba tan amable y cariñosa como siempre.
—Estoy intentando no pensar en el discurso —admitió mientras seguía a Carmen  a su estudio—. Cada vez que pienso en él, tengo la sensación de que voy a vomitar. Y creo que no quedaría bien.
—No, no suele quedar bien. ¿Quieres tomar algo? ¿Un café? ¿Un refresco? ¿Un vaso de agua?
—Tomaré un vaso de agua.
Carmen  se acercó a una antigua cómoda que, una vez abierta, resultó contener un pequeño refrigerador.
—Es uno de mis caprichos —admitió Carmen mientras sacaba un par de botellas de agua—. Cuando estoy trabajando en algo, no soporto interrumpirme. Soy una mujer increíblemente mimada.
—Eres genial —dijo Paula, e inmediatamente se sintió ridícula. Como si estuviera diciendo tonterías delante de una persona a la que admiraba, que era, precisamente, lo que estaba haciendo.
—Gracias —le dijo Carmen—. Eres muy amable —señaló la carpeta que había dejado encima de la mesita del café—. Aquí tienes el famoso discurso.
Paula ahogó un gemido. Agarró la carpeta y hojeó los folios que contenía. Eran sólo cinco y mecanografiados a doble espacio. En él se hablaba de una madre que había descubierto que tenía un cáncer terminal y había pedido que buscaran una familia que pudiera hacerse cargo de sus cuatro hijos.
Quizá fuera por la situación de los planetas, o quizá porque estaba a sólo tres días de que le bajara la regla, o a lo mejor por el doloroso trauma que estaba sufriendo, pero el caso fue que Paula se descubrió de pronto luchando contra las lágrimas.
Se hundió en el sofá mientras hacía un esfuerzo sobrehumano por no ponerse a llorar. Respirar hondo no la ayudó, y tampoco tragar saliva o intentar pensar en otra cosa.
Carmen se acercó a ella.
—¿Paula? ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien. Sólo un poco estresada —parpadeó varias veces e intentó sonreír—. Lo siento, pero no te preocupes. Cuando dé el discurso no me pondré así. Estaré demasiado asustada.
Carmen le tendió una caja de pañuelos de papel.
—No te disculpes. Cada uno siente lo que siente. ¿Puedo hacer algo para ayudarte?
Era una pregunta muy sencilla, pero la amabilidad con la que Carmen la formuló terminó de desbordar a Paula. Se le escapó una lágrima, y después otra. Paula hizo todo lo posible para recuperar la dignidad que acababa de abandonarla.
—Lo siento —repitió—. Pero últimamente he tenido que enfrentarme a muchas cosas nuevas. Por supuesto, tú puedes comprenderlo mejor que nadie. Mi repentina aparición sólo ha servido para empeorar tu vida. Lo sé. Pero te aseguro que no era ésa mi intención. Te admiro profundamente y siento muchísimo haber irrumpido de esta forma en tu vida.
Carmen se sentó a su lado.
—Tú no me has estropeado nada.
—Pero por mi culpa has tenido que asumir nuevos retos —Paula sorbió por la naríz—. No te mereces todos los problemas que te he causado.
—Tú no has hecho nada. Y al final todo se arreglará.
—Yo no quería hacerte ningún daño.
Carmen tensó los labios.
—Y no me lo has hecho.
Estaba mintiendo, pero Paula comprendía que lo hiciera. En aquellas circunstancias, Carmen no tenía ningún motivo para confiar en ella.
—Lo he destrozado todo sin intentarlo siquiera. Imagínate lo que hubiera podido hacer si me lo hubiera propuesto de verdad.
—¿A qué te refieres? —preguntó Carmen.
—A las encuestas. El otro día estuve viendo un programa en televisión y decían que por culpa de mi historia con Pedro las encuestas estaban bajando. Decían que la campaña de Schulz se daba casi por terminada.
Carmen le palmeó el brazo.
—No puedes creerte todo lo que oyes. La campaña va a seguir adelante, claro que sí. En el peor de los escenarios posibles, Miguel ganará con un tercio de los votos. Las encuestas bajan y suben. Esta semana has sido tú, la que viene las moverá otra cosa.

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 72

Paula  odiaba haber tenido que pedirle a Gloria que mintiera por ella, pero no estaba preparada para enfrentarse a Pedro. De hecho, continuaba sin estarlo.
—Creo que todavía no estoy en condiciones de enfrentarme a todo esto —admitió.
—¿De enfrentarte a qué? ¿De qué estás hablando? Maldita sea, Paula, ¿por qué me evitas?
—Porque no quiero verte —replicó—. ¿Quieres que te lo diga más claro? No quiero verte.
Pedro se quedó como si acabaran de abofetearle.
—Muy bien, ¿y piensas decirme por qué?
No podía. No podía decirle todo lo que ocurría sin echarse a llorar y se negaba a derrumbarse delante de él. Se volvió.
—Por favor, vete —le dijo suavemente—. Creo que de esa forma será mucho más fácil.
Pero Pedro la agarró del brazo y le hizo volverse hacia él.
—A lo mejor no me interesan las cosas fáciles. A lo mejor lo que quiero es saber la verdad.
—No, lo único que a tí te interesan son las mentiras. Al fin y al cabo, es a lo que estás acostumbrado.
—¿De qué demonios estás hablando?
Sus ojos adquirieron de pronto el color de la media noche. Y Paula odió el ser capaz de fijarse en aquel detalle a pesar de estar dolida y enfadada.
Pedro  soltó una maldición y se cruzó de brazos.
—No me lo puedo creer —le dijo—. Esperaba algo mejor de tí.
—¿Qué?
—Estoy seguro de que viste el programa del domingo. Has estado leyendo los periódicos, sabes que están bajando las encuestas y has decidido huir, como dijiste que harías. Estás optando por la salida fácil. Jamás pensé que te adaptarías tan rápidamente al mundo de la política.
Paula pasó de la más absoluta tristeza a la furia en cuestión de segundos.
—En ese caso, bienvenido al mundo de los decepcionados. Porque a mí me ha pasado lo mismo contigo. Para empezar, no me he convertido de pronto al mundo de la política, pero te agradezco la facilidad con la que has sido capaz de juzgarme. En cuanto a los motivos por los que he estado evitándote, aquí está la razón: estoy cansada de hombres mentirosos, miserables y canallas y, al parecer, tú eres el último de una larga cadena. Te aseguro que eres un gran embaucador. Conseguiste engañarme como el que más. Felicidades, a tu lado, Ryan es sólo un aficionado.
Pedro  dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo.
—No sé de qué estás hablando.
—Deja de actuar. He hablado con Silvina. Estoy al corriente de la verdad.
—¿Qué verdad? No hay ninguna verdad.
—Por supuesto, olvidaba que eres abogado. Todo es relativo, ¿verdad? Así es como funcionan las cosas para tí. Pero no para mí. Soy tan increíblemente simple que pretendo que el hombre que se acueste conmigo no se acueste con nadie más. Supongo que al respecto podrías argüir que en ningún momento hemos hablado de exclusividad en nuestra relación. Y la verdad es que no sabes cuánto lo lamento. Eres una persona repugnante, Pedro. Siento haberte conocido, siento haberme acostado contigo y no puedo decirte cuánto lamento no poder alejarme para siempre de tí y no volver a verte en mi vida… Es una lástima que formemos parte de la misma familia.
Pedro dió un paso hacia ella.
—¿Crees que estoy saliendo con alguien?
—Sé que estás saliendo con alguien, con Silvina. Ella misma me lo dijo. ¿Estás emocionado con tu futuro bebé?
Pedro la miró absolutamente estupefacto.
—¿Está embarazada?
Paula se le quedó mirando de hito en hito.
—¿No te lo ha dicho? Vaya, siento haberle estropeado la sorpresa. Sí, Pedro, vas a ser papá. Al final vas a tenerlo todo.
—No me estoy acostando con Silvina —negó Pedro, pero sin ninguna firmeza.
—Qué convincente. Mira, no hace falta que sigas disimulando. Silvina me lo ha contado todo. Es evidente que ha estado en tu casa y en tu cama. Estoy cansada de librar esta clase de batallas. Renuncio. No quiero volver a saber nada de hombres. Llegué a creer que tú eras especial, que eras mejor que los demás, pero no lo eres.
—No me merezco esto. Yo no he hecho nada.
—Déjame imaginar… ahora lamentas que me haya enterado de esta forma.
Pedro la miró con los ojos entrecerrados.
—Si de verdad es eso lo que piensas de mí, entonces no tenemos nada más que hablar.
—¿No ha sido precisamente eso lo que te he dicho cuando has entrado?
Durante mucho rato, Pedro continuó mirándola en silencio. Paula se preparó para recibir sus disculpas, sus explicaciones. Esperaba, necesitaba desesperadamente que le demostrara que estaba equivocada. Estaba tan loca por él que quería oírle decir que no le había engañado.
Pero Pedro no pronunció una sola palabra. Dió media vuelta y se marchó sin mirar atrás.
Seguramente aquél era el peor momento posible para ensayar un discurso que nunca había querido dar, pero Paula no era capaz de inventar una excusa convincente para cambiar su cita con Carmen. Y ya había aparcado y se dirigía andando hacia la casa cuando se dio cuenta de que, sencillamente, podría haber llamado para decir que no se encontraba bien.
Pero por lo visto, además de su corazón, había perdido también parte del cerebro.
Aquel pensamiento entró y salió de su cabeza tan rápidamente que tardó varios segundos en comprender su significado. Cuando lo hizo, se detuvo en seco en medio del camino.

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 71

Bebió un sorbo de café y escuchó a uno de los invitados al programa hablar de la crisis en Oriente Medio. Casi inmediatamente perdió el hilo de la intervención. Seguramente porque estaba agotada. Llevaba cuatro días sin dormir apenas. No había vuelto a ser la de antes desde su conversación con Silvina.
Había estado evitando las llamadas de Pedro, algo que no podría hacer eternamente, pero no sabía qué decirle. Una parte de ella tenía miedo de enfrentarse a él porque sería desagradable, pero, sobre todo, porque la aterraba oírle admitir que sí, que era un canalla y que habían vuelto a engañarla otra vez. Hasta que no tuviera confirmación de lo contrario, era suficientemente débil como para seguir pensando lo mejor sobre él.
—No sé cómo puedo ser tan estúpida —musitó en el silencio de la habitación mientras en el programa daban paso a la publicidad—. Tengo que procurar ser más fuerte.
Y lo sería. Cuando llegara el momento. Hasta entonces, podía permitirse un poco de debilidad.
El programa comenzó de nuevo con un cambio de tema. Apareció la fotografía de Miguel Schulz y Paula subió inmediatamente el volumen.
—Aunque todavía faltan dieciocho meses para las elecciones a la presidencia —le oyó decir al conductor del programa—, en Washington la situación está al rojo vivo, ¿no es cierto Bill?
La cámara enfocó entonces a otro de los participantes en el programa.
—Sí, así es. El senador Schulz, que hasta ahora había aparecido como el preferido de los votantes, se enfrenta a una situación excepcional. Tiene problemas en su propia casa. Cerca de dos meses atrás, supimos de la existencia de una hija de una relación previa …
A Paula estuvo a punto de caérsele el café cuando vió una fotografía suya en la pantalla del televisor. Soltó un juramento.
—Paula Chaves—continuaron explicando en la televisión—, llegó de forma completamente inesperada y dió un vuelco a la campaña. El senador tuvo que sincerarse con el público y las encuestas demostraron que el votante de los Estados Unidos aprecia la sinceridad. Los expertos creen que uno de los principales motivos de esta reacción fue la actitud de su esposa, Carmen Schulz, una mujer que ha demostrado ser una esposa y una madre perfecta. Ella acogió a Paula entre sus brazos, tanto literal como figurativamente. Y si una esposa puede perdonar a un marido, entonces también puede hacerlo una nación.
—Con Hillary no funcionó —comentó el conductor del programa.
—La situación es diferente —continuó Bill—. En este caso, la relación del senador con otra mujer fue previa a su matrimonio. Pero aunque las cifras iban subiendo, durante las dos últimas semanas se ha producido un repentino descenso, fecha que coincide con el momento en el que se descubrió que el hijo mayor del senador, que es adoptado, y Paula, mantienen una relación sentimental.
Paula sabía lo que le esperaba a continuación y se preparó para ver aquella horrible fotografía en la que aparecía huyendo de casa de Pedro. Efectivamente, la fotografía apareció al instante en una esquina de la pantalla.
—El problema es —dijo Bill—, que los votantes tienen un cierto límite en cuanto a lo que están dispuestos a tolerar y, al parecer, no quieren aceptar que la hija biológica de un posible presidente de la nación salga con su hermano adoptivo.
—Pero en realidad no existe ningún vínculo de sangre entre ellos —replicó el invitado.
—Eso no parece tener ninguna importancia para los encuestados. Los puntos que hasta ahora había mantenido el senador han sufrido un drástico descenso. Si esto continúa así, es posible que Schulz no pueda optar a la presidencia. En ese caso, la campaña terminará antes de haber empezado siquiera.
—Aquí está tu joven —le dijo Bernie a Paula al día siguiente, poco después de las dos—. Vamos, yo acabaré con esto.
A Paula se le hizo un nudo en el estómago.
—No, no hace falta. Le diré que no puedo atenderle ahora.
Bernie sonrió de oreja a oreja.
—No tienes por qué hacerle esperar. Además, yo necesito trabajar un poco para distraerme. Vamos, no pasa nada.
Atrapada por la amabilidad de un hombre con buenas intenciones, Paula asintió y salió al salón principal del Bella Roma.
Ya había pasado la hora del almuerzo y quedaban solamente dos comensales. Inmediatamente vió a Pedro al lado de la puerta. No parecía muy contento.
—Has estado evitándome —le dijo Pedro en cuanto ella se acercó.
Llevaban casi una semana sin verse y, a pesar de todo, se descubrió a sí misma deseando acercarse a él para pedirle que la abrazara. Quería sentir sus brazos a su alrededor y respirar la esencia de su cuerpo. Quería besarle y ser besada y olvidar todo lo que los separaba. Lo cual sólo demostraba que era una mujer sin principios, débil, y que necesitaba entrar rápidamente en razón.
—No sabía qué decirte —admitió y señaló hacia atrás—. Podemos hablar en mi despacho.
Pedro la miró con el ceño fruncido.
—Así que hay algún problema.
—Prefiero que hablemos en privado.
Pedro la siguió hasta un despacho diminuto en el que había un escritorio y un archivador y apenas espacio para nada más, sobre todo desde que entraron los dos.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Pedro—, No me has devuelto ninguna de mis llamadas. Fui a casa de tu abuela este fin de semana y me dijo que estabas fuera de la ciudad.

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 70

Pedro esperó a que todo el mundo hubiera salido de la reunión. Quería hablar con su padre. Miguel descolgó el teléfono de su despacho y miró a su hijo.
—¿Querías algo más?
—Quería hablar contigo de cómo conseguiste que me retiraran los cargos.
Miguel sacudió la cabeza.
—No tienes por qué darme las gracias. Estuve encantado de hacerlo —miró el reloj—. Lo siento, pero ahora tengo que hacer una llamada.
Pedro ignoró aquellas palabras.
—No estoy aquí para darte las gracias. Estoy aquí para preguntarte qué demonios crees que estás haciendo. No entiendo cómo eres capaz de inmiscuirte de esa manera en mi vida. Ni siquiera tuviste la cortesía de consultarme antes de intervenir. Tú te ocupaste de arreglarlo todo porque era lo que pensabas que tenías que hacer.
Miguel se enderezó en la silla.
—Podrías mostrar un poco de gratitud. Si te hubieran conservado los cargos, habrías tenido que dejar la campaña y en tu firma de abogados no habrían querido que volvieras a trabajar con ellos. No sé que habrías hecho. Y en el caso de que hubieras salido condenado, es probable que no hubieras podido ejercer como abogado durante el resto de tu vida. Te he salvado, Pedro, no lo olvides.
—Yo quería hacer las cosas a mi manera.
—¿Ah, sí? ¿Y se puede saber cuál es tu manera?
—Dejar que el sistema funcione como debe.
—¿El sistema? El único sistema que importa es el que nosotros podemos controlar. Te estás comportando como un niño. ¿De verdad quieres ir a la cárcel?
—Si es necesario, sí —contestó Pedro.
Estaba decidido a no perder la calma. Conocía suficientemente bien el estilo de Miguel como para reconocer la técnica que estaba utilizando. Miguel conseguía que sus oponentes terminaran sintiéndose tan estúpidos que decidían retirarse antes de concluir la discusión. Pero Pedro no iba a permitir que le distrajera.
—Yo quiero hacer las cosas como es debido.
Miguel se levantó y rodeó su escritorio.
—Para tí, hacer las cosas como es debido es estar a la altura de tu potencial. Tienes una carrera brillante, no sé por qué vas a dejar que un periodista sin escrúpulos te la destroce. ¿Que hice unas cuantas llamadas? Por supuesto. Y puedes estar seguro de que volvería a hacerlas otra vez. Tú le das mucha importancia a la lealtad dentro de la familia, estás decidido a proteger a todos aquéllos que te importan, ¿verdad? Pues bien, yo también, así que eso fue lo que hice: protegerte.
Pedro se levantó.
—Te involucraste en una cuestión legal que no era asunto suyo. Utilizaste tu posición para influir en el fiscal del distrito. ¿Eso no te molesta? Porque te aseguro que a mí me ha molestado, y mucho.
Miguel se apoyó contra el escritorio.
—Había olvidado lo idealista que eres. Mira a tu alrededor. Esto no es una discusión intelectual en una clase de la universidad. Estamos en el mundo real. ¿Tú sabes por qué estás participando ahora mismo en mi campaña? ¿Por qué estás trabajando ahora conmigo? Porque tu firma de abogados quiere que estés aquí. Te dejaron marchar porque esperan que gane las elecciones y, de esa manera, tendrán más adelante un hilo directo con la Casa Blanca. Lo sabes tú y lo sé yo. En esta vida, todo es política, hijo mío. Es una realidad que tienes que aceptar.
—Pero en alguna parte tendrá que dejar de funcionar la política.
—¿Por qué? —preguntó Miguel, y parecía sinceramente confundido—. ¿Por qué tiene que parar en alguna parte?
Pedro  lo comprendió entonces. Hasta ese momento, no había visto nunca a su padre como realmente era. Su padre no era un hombre malo o sediento de poder. Simplemente, veía el mundo de la manera que le hacía la vida más fácil.
Pensó en Carmen, que vivía su vida cumpliendo con su obligación no sólo porque era eso lo que se esperaba que hiciera, sino porque era lo que la definía. Pero aun así, quería a Miguel con cada fibra de su ser. ¿Cómo podría su madre conciliar aquellas dos facetas tan diferentes de su vida?
Si estuviera allí en ese momento, estaba seguro de que Carmen le diría que querer a alguien implicaba aceptarlo tal y como era, con sus virtudes y sus defectos. Pedro podía querer mucho a su padre, pero aceptar sus defectos le iba a resultar mucho más difícil.
Tenía dos opciones, aceptar lo que había pasado o abandonar. Sus entrañas le decían que lo dejara todo. Que él no era un hombre preparado para formar parte de aquel mundo. Pero su corazón continuaba recordando el momento en el que lloraba junto al cadáver de su madre porque no había sido capaz de salvarla. Su corazón le recordaba la promesa de guardar lealtad, aunque no supiera a quién. Siendo muy niño, Pedro se había prometido que, si alguna vez volvía a tener una familia, permanecería siempre a su lado, protegiéndola, que jamás la abandonaría. Y su corazón recordaba a Carmen enseñándole que el deber lo era todo.
No tenía opción. Se quedaría junto a su padre porque era lo que tenía que hacer.
Paula ni siquiera sabía en qué canales emitían programas relacionados con la política los domingos por la mañana, pero estuvo recorriendo diferentes canales hasta que vio en uno de ellos a varios hombres y mujeres vestidos de oscuro y con aspecto serio. Se sirvió una taza de café y se preparó entonces para ser informada sobre el escenario político del país.
En realidad, nunca había tenido un interés especial por la política, pero tampoco había tenido nunca un padre que aspirara a ser presidente de la nación, así que, mejor tarde que nunca. Y, por lo menos, ella siempre había votado.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 69

—Tranquila, Paula, todo saldrá bien.
—¿De verdad? ¿Y tú cómo lo sabes?
—Lo sé porque eres demasiado fuerte como para dejar que este revés acabe contigo.
Paula intentó reír, pero de su garganta sólo salió un sonido estrangulado.
—Me temo que te equivocas. Estoy completamente destrozada. Peor aún, hecha añicos. No puedo continuar haciendo esto. No puedo seguir entregando mi corazón para que me lo pisoteen.
Agarró un puñado de pañuelos de papel, se sonó la nariz y comenzó a llorar otra vez.
Se sentía como si tuviera un agujero enorme en medio del pecho y tenía la sensación de que su mera esencia podía desparramarse sobre la alfombra y evaporarse. Estaba dolida a un nivel que iba mucho más allá del enfado. Ella había creído en Pedro, eso era lo que realmente la mataba. Ella había creído completamente en él.
—Me dijo exactamente lo que tenía que decirme para convencerme —se lamentó Paula—. Como Ryan, pero Pedro lo hizo todavía mejor, porque no hablaba directamente sobre mí. Siempre se refería a su familia y a su necesidad de serle completamente leal. Como si fuera un hombre intachable.
—Todavía no tienes la certeza de que no lo sea.
—Me ha engañado con su ex esposa después de haberme contado que ella le había estado engañado a él. De hecho, en gran parte nos sentíamos unidos porque a los dos nos habían engañado.
—¿Pero por qué crees que iba a contarte una cosa así si todavía se estaba acostando con ella?
—Para embaucarme.
Gloria sonrió con tristeza y le acarició la mejilla.
—Ése es un plan muy complejo, Paula. ¿De verdad crees que merece la pena tomarse tantas molestias para estar contigo?
A pesar de todo, Paula se echó a reír. Después, se arrojó una vez más a los brazos de su abuela y empezó a llorar otra vez.
—Está embarazada de él. He visto la ecografía. Y también he visto su vientre hinchado.
—A lo mejor tiene gases.
Los sollozos dieron paso a un bufido burlón.
—Las mujeres como Silvina no tienen gases.
—Todo el mundo tiene gases. Tú no tienes la certeza de que esté embarazada, y si lo está, no sabes si ese hijo es de Pedro. Silvina tiene su propio plan. Tú ya me comentaste en otra ocasión que quería volver con Pedro. Sacarte de la competición es la manera ideal de allanarse el camino. Sin tí tendría más posibilidades de recuperarle.
—Quizá —respondió Paula, que seguía sin estar dispuesta a concederle a Pedro el beneficio de la duda.
—Es posible que el padre sea otro.
Teniendo en cuenta lo guapa que era aquella mujer, Paula estaba segura de que habría miles de hombres que se ofrecerían como voluntarios para ser el padre de sus hijos.
—No sé qué pensar —admitió—. Me gustaría creer que todo es mentira, pero Silvina tenía muchos datos sobre la casa de Pedro. Datos muy concretos y, sin embargo, él me había dicho que Silvina nunca había estado allí. Así que, por lo menos en eso, Pedro me mintió.
—Estoy convencida de que tiene que haber alguna explicación lógica para eso.
Paula se sorbió la nariz.
—Te estás poniendo de su parte. Eso no vale.
—Estoy intentando ayudarte a ver que no tienes todos los datos. Si al final resulta que Pedro de verdad te ha traicionado, le pediré a Agustín que contrate un mercenario para que le haga morder el polvo.
Había una fiereza en la voz de Gloria que le hizo sentirse a Paula segura y querida. No servía para aliviar el dolor que la estaba desgarrando por dentro, pero ayudaba un poco.
—Me gusta el plan —admitió.
—Entonces, ya estamos de acuerdo en algo. Pero de momento, necesitas más información. Tienes que hablar con Pedro.
—Hoy no —respondió Paula al instante.
Apenas había conseguido aguantar todo el turno en el restaurante antes de escapar a casa de Gloria, donde se había derrumbado.
—Y creo que voy a tardar mucho tiempo en hablar con él.
—Pero tendrás que hacerlo.
—Quizá.
Paula  se secó las lágrimas, preguntándose mientras lo hacía, cómo iba a superar el hecho de que Pedro fuera el traidor que sospechaba. ¿De verdad no había un solo hombre bueno sobre la faz de la tierra o el problema era que ella estaba condenada a no encontrarlo?

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 68

Paula imaginaba que las cosas no podían ir mejor. La noche había sido espectacular, la mañana deliciosamente relajante y de pronto tenía una nueva oferta de trabajo.
Dirigir el Chave's era tentador. Sinceramente, lo único que le impedía aceptar aquella oferta era que sólo llevaba unas cuantas semanas trabajando con Bernie y no le hacía ninguna gracia dejarle en la estacada. Por supuesto, si le daba la noticia con tiempo de antelación, la situación no sería tan grave…
Rió en voz alta al darse cuenta de que ya había tomado una decisión: quería trabajar en el Chave's. De alguna manera, sería como completar el círculo.
Se dirigió al Bella Roma y no se fijó en la mujer que había en la puerta hasta que prácticamente chocó con ella. Paula retrocedió precipitadamente y se la quedó mirando de hito en hito.
—¿Silvina? ¿Qué estás haciendo aquí?
La pelirroja condujo a Paula hasta uno de los bancos que había en la puerta del restaurante.
—Tenemos que hablar.
A Paula no le gustó cómo sonaba eso.
—La verdad es que yo no creo que tengamos nada que decirnos. Además, tengo que marcharme. Entro a trabajar dentro de treinta segundos.
—Lo que tengo que decirte no me llevará mucho más tiempo. Es sobre Pedro. Por lo que han publicado los periódicos, me temo que no está siendo sincero con ninguna de nosotras.
Paula se tensó instintivamente. Inmediatamente se dijo que no debía ser tonta. Fiona tenía motivos para intentar causarle problemas, pero era imposible que tuviera ninguna clase de relación con Pedro. Absolutamente imposible. Pedro no era la clase de hombre que jugaba con los demás. Más aún, él jamás perdonaría el engaño de Fiona.
—Conmigo está siendo muy sincero —respondió Paula con voz firme.
—¿Ah, sí? ¿Entonces te ha dicho que continuamos viéndonos de vez en cuando? ¿Y que estuve en su casa hace un par de noches, y también la semana anterior?
Paula tomó aire. Tenía que mantener la calma. Silvina estaba mintiendo.
—Eso son tonterías.
Silvina inclinó entonces la cabeza.
—¿No te encanta la chimenea del dormitorio? Es increíble cómo se enciende con el mando a distancia. Y crea un ambiente tan romántico. ¿Y habéis usado ya el jacuzzi? Porque conmigo ya lo ha utilizado.
Paula sintió que se le helaba la sangre en las venas.
—Estás mintiendo.
Silvina la miró entonces con expresión compasiva.
—La verdad es que estoy intentando salvarte ahora que todavía estás a tiempo. Mi problema es que no puedo dejar de quererle, por muy mal que se porte conmigo. Pero tú todavía tienes alguna posibilidad de salvarte, o, por lo menos, eso espero —abrió el bolso que llevaba en la mano y le tendió una ecografía—. Mira, estoy embarazada de doce semanas. Todavía no se puede identificar lo que es, pero todo está progresando sin ninguna clase de problema.
Paula se quedó mirando la fotografía sin poder dar crédito a lo que estaba viendo. Era poco más que una mancha sobre el papel, pero tras haber visto las ecografías del embarazo de Sofía la reconoció perfectamente.
—Estás embarazada —dijo casi sin aliento.
—De Pedro —Silvina se alisó la parte delantera de la camisa, mostrando su vientre ligeramente abultado—. Estamos en proceso de reconciliación. Sé que tendré que convivir con otras mujeres, pero ése parece ser el destino de las esposas de los Schulz. Ellas aman a sus hombres sean ellos como sean. Mira todo lo que ha tenido que sufrir Carmen con Miguel.
Se refería al hecho de conocer la existencia de la madre de Paula. Pero eso no era nada comparado con la noticia que Silvina acababa de darle. Paula le devolvió la fotografía y se levantó.
—Tengo que ir a trabajar —farfulló.
Apenas era capaz de articular palabra. No podía pensar, no podía concentrarse. Nada de aquello era real. No podía serlo.
Pero, por supuesto, tanto con Martín como con Ryan había tenido aquella misma sensación de irrealidad.
Ella creía que Pedro era diferente, que no era como los otros hombres con los que se había cruzado a lo largo de su vida. Había confiado en él, le había entregado su corazón. Pero había vuelto a equivocarse: Pedro había demostrado ser un mentiroso sin escrúpulos como todos los demás.
Paula  se acurrucaba en la esquina del sofá, dejando que Gloria la abrazara y la meciera hacia delante y hacia atrás
Todo le dolía y apenas podía respirar por culpa de los sollozos. Se sentía como si le hubieran dado una paliza y después le hubiera pasado un camión por encima, pero su caso era todavía peor, porque ella era la única responsable de lo que le había pasado.
—Confiaba en él —lloraba—. Confiaba en él. Pero debería haber tenido más cuidado. Todos son iguales. Todos. Yo creía que Pedro era diferente. Pensaba que era mejor que Ryan y que Martín, pero no es cierto.
Gloria le acariciaba el pelo mientras intentaba consolarla.

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 67

Paula  canturreaba mientras subía en el ascensor al despacho de Agustín. Había pasado la noche en casa de Pedro y no había visto un solo periodista al salir. A lo mejor su vida personal había dejado de interesarle a la prensa, una posibilidad verdaderamente emocionante.
Pero pasar toda una noche haciendo el amor había sido todavía mejor. A Paula le encantaba dormir en la cama de Pedro, sintiendo sus brazos a su alrededor. A su lado se sentía a salvo. Estar con Pedro era algo a lo que podría llegar a acostumbrarse, pero continuaba habiendo miles de complicaciones en su relación.
Cuando llegó al despacho, esperaba encontrar allí también a Matías y a Federico, pero su hermano estaba solo.
—¿Sólo estamos nosotros? —le preguntó cuando él se levantó para ir a abrazarla—. Si tengo que prepararme para ser informada de un nuevo secreto de la familia, me temo que no estoy preparada. Como me entere de algo nuevo, soy capaz de ponerme a gritar en medio de la noche.
—Todavía no son las dos de la tarde —dijo Gloria en el instante en el que Paula entró en la habitación—. Así que tendrás que esperar antes de empezar a gritar.
Paula tuvo la sensación de estar de pronto en un pliegue espacio-temporal. Su abuela llevaba un traje que Paula le había visto en otras ocasiones. Estaba perfecta con aquel traje en tono oro viejo que tanto le favorecía. Gloria parecía en aquel momento exactamente lo que era: una poderosa matriarca.
Por un instante, Paula se sintió como si hubiera retrocedido un año en el tiempo, como si hubiera regresado a aquella época en la que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para impresionar a Gloria; quería entonces convertir el Burger Heaven en el mejor establecimiento de su clase. Casi podía sentir el calor en la frente y la desesperación de estar golpeándose una y otra vez contra una pared que no era capaz de ver ni comprender, pero que tampoco podía romper.
—¿Es algo malo? —dijo sin poder controlarse—. El motivo de la reunión, ¿es algo malo?
—No es nada malo en absoluto —respondió Gloria, señalando el sofá—. En realidad es una buena noticia. Siéntate. Agustín y yo queremos hablar contigo sobre algo.
—Si vais a decirme que tampoco soy hija de mi madre, no sé si voy a ser capaz de soportarlo.
Gloria sonrió.
—Cuando quieres, puedes llegar a ser muy dramática. Creo que eso lo has sacado de mí —miró a Agustín— . ¿Quieres decírselo tú o se lo digo yo?
—Creo que deberías decírselo tú.
Paula tenía el estómago tan revuelto que estaba a punto de vomitar.
—Queremos que dirijas el Chave's —anunció Gloria—. El director se va y necesitamos una persona brillante a cargo del establecimiento. Hemos estado hablando y tú nos pareces la opción más lógica, por no decir la mejor. Siempre te ha encantado ese restaurante, eres buena en tu trabajo y, además, eres parte de la familia. ¿Qué te parece?
Paula abrió la boca y después la cerró. Jamás se habría esperado nada parecido. ¿Dirigir ella el Chave's?
—¿Nadie está enfermo? —preguntó.
—Estamos todos perfectamente. Dí que sí.
¿Que dijera que sí? ¿Así de sencillo?
Aunque era cierto que el Chaves era su restaurante favorito, aquella oferta era completamente inesperada.
—Acabo de empezar a trabajar para Bernie —dijo, más para sí que para ellos—. Y me encanta mi trabajo. Estoy aprendiendo mucho. No creo que fuera correcto irme tan pronto.
—Es una gran negociadora —le dijo Gloria a Agustín—. Todavía no hemos empezado a hablar de dinero y ya voy a tener que aumentar mi oferta.
—No es cuestión de dinero —replicó Paula.
Aun así, no pudo dejar de preguntarse hasta dónde estaría dispuesta a llegar Gloria. ¿Cuánto pensaba su abuela que valía?
—Claro que es cuestión de dinero —dijo Gloria—. Tienes que intentar conseguir todo lo que puedas. Con Agustín tienes que defender tu trabajo con uñas y dientes.
Paula se echó a reír a carcajadas.
—Eh, que ya conseguí sobrevivir a tí.
—Desde luego. Hiciste un trabajo estupendo en el Burger Heaven. Aunque probablemente nunca te lo dije, ¿verdad?
Para su más terrible humillación, Paula sintió que tenía los ojos llenos de lágrimas.
—No, no me lo dijiste.
—Lo siento mucho. Y por eso te lo estoy diciendo ahora. Hiciste un trabajo increíble y siempre estaré orgullosa de ti. Aunque el Bella Roma es un restaurante maravilloso, no es suficiente para ti. Además, el Chave´s es un restaurante de la familia. Te necesitamos, Paula.
Paula miró a su hermano.
—Estás muy callado.
—Creo que la abuela está explicando mi postura de manera excelente. Supongo que, si yo te dijera eso mismo, no me creerías. Pero viniendo de Gloria, tiene que ser verdad.
—Una idea interesante.
—Tú eres la única candidata —continuó Matías—. Eres la única candidata que nos interesa para ese trabajo.
La tentación era fuerte, pero Paula tenía muchas cosas en las que pensar.
—Dadme unos cuantos días —les pidió mientras se levantaba—. Volveremos a hablar el viernes.
—Deberíamos hablar de dinero —insistió Gloria.
—Hablaremos de dinero si al final decido aceptar este trabajo. No te preocupes. Haré que me paguéis como si fuera la mejor para el puesto.
Gloria sonrió.
—Ésa es mi chica.

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 66

Paula bajó la mirada hacia las medias que se había puesto aquel día. En condiciones normales, habría sido un par bastante más normal, pero previendo que la posibilidad de que Pedro y ella terminaran haciendo algo apasionado y salvaje, había optado por una lencería especialmente sexy.
Las bragas podrían haber pasado por un tanga e iban a juego con el sujetador de encaje.
—Me estás matando —musitó mientras la abrazaba y la agarraba por el trasero—. En serio, creo que estoy a punto de morir.
—No, no creo que vayas a morir, pero si lo prefieres, puedo dejarme los calcetines puestos.
Pedro  le acarició las curvas y descendió después hasta las medias. Cuando se enderezó, hundió la lengua entre sus senos, excitándola con aquel húmedo calor.
—Eres una fantasía que ni siquiera sabía que tenía —dijo antes de volver a besarla.
Paula se perdió en la pasión que comenzaba a arder entre ellos, pero aun así, no era capaz de olvidar aquellas palabras. ¿Ella era su fantasía? Jamás se había considerado a sí misma una mujer capaz de convertirse en la fantasía erótica de ningún hombre. Aun así, le gustaba tener derecho a soñar.
Pedro la empujó suavemente para que se apartara con el fin de poder verla mejor. Paula obedeció, dio media vuelta y comenzó a caminar hacia el dormitorio.
El dormitorio era tal como lo recordaba. Limpio, masculino, con muebles de gran tamaño y una chimenea tan grande que casi se podría vivir dentro de ella. Cuando pasaron por delante, Pedro presionó el mando a distancia para que se encendiera, dándole a la habitación una acogedora iluminación.
Paula se tumbó en la cama y la palmeó para que Pedro la imitara; éste sacó una caja de preservativos de la mesilla de noche, se tumbó al lado de Paula y comenzó a besarla.
Y fueron tan eróticos los movimientos de su lengua que Paula no se dio cuenta de que le estaba desabrochando el sujetador hasta que se lo quitó del todo. El aire frío acarició sus senos, haciéndole estremecerse. Pedro hundió la cabeza y tomó uno de los pezones con la boca. Succionó delicadamente y continuó acariciando el húmedo botón con la lengua hasta que Paula se sintió húmeda y henchida.
Se aferró a él, deseándole con tal desesperación que apenas podía respirar. Quería sentirle dentro de ella, quería sentir su erección entre sus piernas, llenándola, abrasándola. Quería entregarse a Pedro como no se había entregado nunca a ningún hombre. La necesidad de hacerlo era tan fuerte que la asustaba, pero no lo suficiente como para obligarle a interrumpir lo que estaba haciendo.
Paula alargó la mano hacia Pedro y le quitó el cinturón; inmediatamente después, le bajó los pantalones hasta las caderas.
Pedro terminó entonces de quitárselo. Los zapatos los había perdido en el trayecto al dormitorio de modo que sólo tuvo que deshacerse de los calcetines.
Su erección tensaba los bóxer. Paula alargó la mano hacia ella, pero antes de que hubiera podido acariciarla, Pedro la agarró por la muñeca y giró de manera que Paula quedara encima de él.
—La última vez dijiste que estabas dispuesta a atarme a la cama —le dijo con una sonrisa—. ¿Qué te parece si te dejo llevar las riendas?
—Me encantaría.
—Estupendo.
Paula estaba ya arrodillándose sobre él. Pero en el momento en el que debería haber retrocedido para permitirle hundirse dentro de ella, Pedro la urgió a avanzar lucia delante.
—Quiero que te deslices hacia delante —le dijo.
—¿Por qué?
—Ya lo verás.
Paula hizo lo que le pedía y fue deslizándose lentamente hacia delante. Pedro se movió hasta colocar los hombros entre las piernas de Paula. Después, deslizó las manos por sus muslos. Paula estaba a punto de protestar, de decir que se sentía demasiado expuesta en aquella postura cuando Pedro le dijo:
—Agárrate.
Paula se agarró a lo primero que encontró, el cabecero de la cama, y estuvo a punto de gritar cuando sintió la lengua de Pedro entre los muslos.
Pedro utilizó los dedos para abrirse camino entre sus pliegues, dejándole completamente expuesta a él. Después, comenzó a lamer y a succionar, pero permitiendo que fuera Paula la que marcara el ritmo con el movimiento de sus caderas.
Paula se aferró al cabecero de la cama buscando un punto de apoyo y comenzó a moverse alzándose cuando necesitaba menos presión y bajando cuando necesitaba más. A esas alturas, tenía sensibilizado cada centímetro de piel. El calor, el deseo y la presión aumentaban a una velocidad vertiginosa. Estaba a punto de llegar al orgasmo y, al mismo tiempo, desesperada por prolongar aquella sensación tan agradable.
Aceleró los ritmos de sus movimientos a medida que iba acercándose al clímax. Pedro posó las manos en sus caderas, urgiéndole a acelerar. Paula jadeó y gritó cuando llegó el orgasmo. Se tensó y abrió las piernas todavía más, deseando que Pedro tuviera acceso a todos los rincones de su cuerpo. Pedro continuó acariciándola hasta hacerle estremecerse y después, retrocedió y continuó besándola, lamiéndola y acariciándola hasta que cedió por completo el orgasmo.
Paula continuó allí, arrodillada sobre el cabecero de la cama mientras intentaba recuperar la respiración. Pedro se apartó. Paula oyó el sonido de un plástico al desgarrarse y después Pedro  regresó y le hizo volverse hacia él.
Paula se movió para dejar que se hundiera en ella. Pedro la llenó por completo, haciendo que sus terminales nerviosas, ya de por sí sensibles, cantaran de excitación.
La pasión oscurecía la mirada de Pedro y marcaba sus facciones. Asomó a las comisuras de sus labios una sonrisa. Apoyada en sus propios brazos, Paula comenzó a moverse hacia delante y hacia atrás. Y los dos gimieron.
Paula acababa de disfrutar de un orgasmo, pero mientras Pedro se hundía y salía de ella, sintió cómo comenzaban a tensarse sus músculos otra vez. Pedro alargó las manos para acariciarle los senos y en el instante en el que le rozó los pezones, el cuerpo entero de Paula pareció cerrarse alrededor de él.
Ella continuó moviéndose hasta que estuvieron los dos jadeantes y al límite y al final ya no fue capaz de contenerse. Se miraron a los ojos mientras los dos iban perdiéndose en su mutua liberación.

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 65

—Probablemente no. Esos tipos de la zapatería han sido magníficos. Voy a enviarle una carta a su jefe para explicarle lo que han hecho.
Algo brilló en los ojos de Pedro.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Paula—. ¿Te molesta que les haya pedido que fueran especialmente amables con ella?
—¿Por qué iba a molestarme una cosa así?
—No lo sé. Pero has pensado algo. Lo sé porque de pronto has cambiado de expresión.
—Pero es por algo completamente diferente. Por algo que debería dejar pasar.
Paula dejó la pizza en el mostrador y avanzó hacia él.
—¿Quieres que hablemos de ello?
Pedro se encogió de hombros.
—Sigo molesto con Miguel. No me gusta que utilizara su influencia para hacer que me retiraran los cargos. Tengo que hablar con él, pero no sé qué decirle. No quiero dejar la campaña, sé que debo serle leal. Pero lo que hizo no estuvo bien.
—¿Aunque te haya ayudado? —preguntó Paula, a pesar de que conocía de antemano la respuesta.
—Sí, aunque me haya ayudado.
Paula posó las manos en su pecho.
—A lo mejor, hacer algo mal por una buena causa no está mal de vez en cuando.
—¿De verdad crees lo que estás diciendo?
Paula suspiró.
—No, pero suena bien —le miró a los ojos—. Y ya que estamos hablando de temas que nos resultan ligeramente incómodos, yo también tengo uno.
Pedro  cubrió sus manos.
—¿Cuál es?
—Tu madre. Esta tarde le he oído hablando por teléfono con alguien. Estaban hablando de mí, de nosotros. Tu madre decía que estaba encantada con todo lo que estaba pasando, pero parecía… —Paula vaciló un instante. Después, decidió que no iba a decirle a Pedro que su madre estaba llorando—, triste —se limitó a decir— . Le estoy haciendo mucho daño, ¿verdad?
—Mi madre está teniendo que enfrentarse a un montón de cosas, y tú eres una de ellas. Pero tú no has hecho nada malo. Lo único que has hecho es buscar a tu padre. El resto es completamente accidental.
Sin embargo, Paula tenía otra opinión al respecto.
—No quiero hacerle la vida más dura. Admiro todo lo que hace. No quiero sentirme responsable de que su vida cambie para mal.
—Y no lo eres.
Paula no estaba de acuerdo con él.
—Pero si ella hubiera podido tener hijos biológicos, ¿no crees que los habría tenido? Ahora yo me he convertido en el recuerdo constante de que no pudo tenerlos.
—De la misma forma que lo somos todos nosotros.
Pero Paula no lo tenía tan claro.
—No sé cuál es la respuesta —admitió—. A veces me entran ganas de desaparecer.
Pedro tiró suavemente de ella.
—Huir no resolverá el problema.
—Pero puedo intentar ser menos visible.
—¿De verdad es eso lo que quieres hacer?
—No —admitió Paula—. No quiero desaparecer. Pero me duele saber que está sufriendo por culpa mía. Todas las cuestiones familiares son muy complicadas.
—Y las nuestras de forma especial.
Paula se echó a reír.
—Desde luego, es un auténtico enredo. Si alguien se pusiera a escribir un guión para una película sobre nosotros, todos los productores le dirían que es poco realista.
—Pero algo de esto sí que es totalmente real —respondió Pedro antes de inclinarse hacia ella.
Paula cerró los ojos, anticipando el roce delicado y firme de sus labios. El contacto fue tan cálido y dulce como recordaba. Paula alzó los brazos para rodearle con ellos el cuello y hacerle presionarse contra ella.
Estaba excitado. Excitado y deliciosamente sensual. Era todo lo que siempre había querido y era exactamente lo que necesitaba. Un hombre con sentido del deber y dispuesto a cuidar de lo que era suyo. Lo que no tenía muy claro era si en eso estaba incluida ella. Porque la verdad era que no le importaría mucho que la cuidara un poco.
Pedro  le mordisqueó el labio inferior con la lengua y, en aquel instante, desapareció de la mente de Paula cualquier forma de pensamiento coherente. Se entregó por completo a la sensualidad de las manos que recorrían su espalda; se rindió a las perversas caricias de su lengua mientras Pedro deslizaba la lengua entre sus labios.
En el momento en el que Pedro comenzó a desabrocharle los botones de la blusa, Paula se quitó los zapatos y se dedicó a desabrocharle la camisa. Chocaban el uno contra el otro y reían divertidos, pero continuaban trabajando. Después, Pedro le quitó la falda. Y en el momento en el que cayó al suelo, soltó un juramento.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 64

—Tiene usted una hija encantadora —le había dicho la desconocida—. Tiene un pelo idéntico al suyo.
—No es hija mía —había replicado Silvina al instante, casi en un tono defensivo—. Es la hermana adoptada de mi marido.
Tiempo después, Pedro se había preguntado por qué había tenido Silvina aquella necesidad de marcar las distancias con Luisa. ¿Tendría miedo de que alguien pensara que tenía alguna imperfección?
Había sido un detalle sin importancia, pero Pedro no había conseguido olvidarlo. Encontrarla haciendo el amor con otro hombre encima de la mesa podía haber sido la gota que había puesto fin a su matrimonio, pero no había sido la única razón por la que la había dejado.
Paula volvió con unos cuantos zapatos.
—¿Qué te parecen éstos? —le preguntó—. Pero antes de que digas nada, piensa que hay muchos más. Ésta es una decisión importante que no puedes tomar a la ligera —miró a Pedro—. Y no quiero protestas del sector masculino.
—Sí, señora.
—Estupendo. Luisa, vamos a necesitar ayuda. —Señaló a los dos hombres que estaban detrás del mostrador—. Este es Eric y éste es Cameron. Y ahora mismo, son tus esclavos.
Luisa se tapó la boca con la mano para disimular una risa y se escondió detrás de Pedro. Paula la agarró de la mano y tiró de ella para llevarla hasta unos asientos de cuero.
—Siéntate —le dijo Paula con firmeza—. Hoy eres tú la princesa, jovencita. Estamos aquí para hacerte feliz.
Luisa continuaba riendo. Eric le guiñó el ojo y Cameron le dijo que tenía un pelo precioso. Pedro se acercó entonces a Paula.
—¿Esto ha sido cosa tuya? —le preguntó, señalando a los dos dependientes.
—Les he dicho que tenía que ser algo excepcional. Coquetearán un poco con ella, pero no te preocupes. Quiero que tu hermana se sienta especial.
—Te estás tomando muchas molestias por una chica a la que apenas conoces.
Paula alzó la mirada hacia él.
—La conozco todo lo que necesito. No soy una santa, Pedro, no pienses cosas raras. En realidad, estoy haciendo esto de forma egoísta: lo hago porque me hace feliz.
—Sí, eso lo entiendo.
Y también entendía que Paula no consideraba que esa forma de actuar tuviera nada de extraordinario. Pero él sabía que sí. Sabía exactamente qué clase de persona se tomaría ese tipo de molestias y qué clase de persona jamás haría nada parecido.
Paula se sentó al lado de Luisa y se quitó los zapatos.
—Estoy pensando en algo llamativo —dijo cuando Eric, o quizá Cameron, le colocaron un par de zapatos de gamuza de color magenta a los pies.
—Yo también —dijo Luisa.
Inmediatamente, le pusieron delante un par idéntico.
Paula  se puso los tacones y se levantó. Luisa intentó hacer lo mismo, se tambaleó y volvió a sentarse. Paula suspiró.
—Ya veo que nos queda mucho trabajo por hacer.
Eric y Cameron agarraron a Luisa cada uno de una mano y la ayudaron a enderezarse. Cuando recuperó el equilibrio, Paula se colocó enfrente de ella.
—El truco está en mantener el peso ligeramente hacia delante. Si tú se lo permites, esos tacones pueden acabar contigo. Pero tampoco te inclines demasiado, porque corres el peligro de terminar de bruces en el suelo, y eso tampoco queda muy bien.
Luisa comenzó a reír a carcajadas mientras Paula le hacía una demostración de cómo debía caminar con los tacones, que completó con algunos movimientos exagerados de caderas y algunas vueltas. Luisa la siguió, ligeramente temblorosa al principio. Al dar una de las vueltas, estuvo a punto de caerse, pero uno de esos tipos la agarró a tiempo y consiguió enderezarse.
—¡Estoy andando! —gritó emocionada mientras caminaba por la zapatería—. ¡Mira, Pedro! ¡Estoy andando con tacones!
Su hermanita estaba creciendo, pensó Pedro mientras veía cómo iba ganando Luisa confianza con cada uno de sus pasos. Paula y ella volvieron a sentarse y se probaron otro par.
Dos horas después, habían tomado una decisión: tanto Luisa como Paula se compraron unos zapatos de gamuza violeta con unos tacones imposiblemente altos que, además, optaron por llevar puestos. Pedro iba tras ellas con las bolsas de la tienda.
Paula  le gustaba mucho, pensó Pedro. En caso contrario, no se habría acostado con ella. Pero aquel día, había conocido una faceta diferente de ella. Un aspecto de su personalidad que le había impresionado de manera especial. Paula era mucho más que un rostro bonito; tenía un corazón extraordinariamente generoso. Era inteligente, atractiva y se preocupaba por los demás. Todo ello la convertía en una mujer sorprendente. En una mujer que Pedro no pensaba dejar escapar.
—En realidad no deberíamos estar haciendo esto otra vez —dijo Paula mientras seguía a Pedro a la cocina. Ella llevaba la pizza que habían comprado de camino hacia allí y él las cervezas—. Nos pueden pillar.
—Ya nos han pillado.
—Ya lo sé —no iba a tentar al destino diciendo que las cosas podían ponerse peor todavía. Sabía que era perfectamente posible y no tenía ninguna gana de demostrarlo— . Por eso sería interesante que no volvieran a pillarnos por segunda vez.
Pedro dejó las cervezas sobre el mostrador de la cocina.
—¿Estás preocupada? ¿Preferirías marcharte?
—No, estoy bien —le encantaba estar con él y la perspectiva de tener un nuevo encuentro en su cama era lo suficientemente tentadora como para hacerle caminar sobre brasas de carbón—. Has sobrevivido a las compras. Supongo que estarás orgulloso.
—Ha sido divertido. Me ha gustado mucho salir contigo y con Luisa.
Paula estaba segura de que Pedro no le daba ninguna importancia a aquellas palabras, pero aun así, consiguieron conmoverla.
—Tu hermana es muy divertida. Espero que le gusten los zapatos que se ha comprado.
—¿Tienes alguna duda?
Paula sonrió al recordar lo emocionada que estaba Luisa.

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 63

A Pedro se le ocurrían otras muchas cosas que hacer infinitamente más divertidas que ir de compras a Bell Square, pero la perspectiva de pasar la tarde con la que era su hermana favorita, aunque no lo admitiría delante de nadie, y con Paula, le había parecido irresistible. Y por lo menos le ayudaría a distraerse durante un rato y a olvidar que tenía que hablar con su padre sobre lo que había pasado en los juzgados, aunque todavía no estaba seguro de lo que le iba a decir.
Su corazón y sus entrañas le decían que se alejara de todo aquello. El mundo de la política no era para él, él no pertenecía a aquel mundo tan complejo. Pero era algo que le debía a Miguel y, desde que era muy niño, desde el momento en el que Carmen le había adoptado, Pedro había aprendido lo importante que era cumplir con las propias obligaciones. Por eso abandonar no era una opción. Si al final Miguel  salía elegido candidato y ganaba la presidencia, ya nada volvería a ser lo mismo.
Después de almorzar por órdenes estrictas de Paula para no quedarse sin fuerzas, se dirigieron a Nordstrom.
—El lugar perfecto para comprar unos zapatos —le informó Paula mientras agarraba a Luisa del brazo y comenzaba a marcar el camino—. Tienen una selección fabulosa y los empleados son extraordinariamente amables. Te encantarán.
Luisa  sonrió de oreja a oreja.
—¿Y podré comprármelos del color que quiera?
—Por supuesto —contestó Paula —. Estos zapatos son tu regalo de cumpleaños. Tienen que ser algo especial. ¿Te gustarían unos de color rojo o violeta? Cuando yo tenía tu edad, me moría por tener unos zapatos de gamuza de color rojo. Mi abuela decía que era un color muy chabacano, pero a mí me siguen gustando. De hecho, a lo mejor me compro unos ahora.
Pedro, que caminaba detrás de las dos mujeres, se recreó por un instante en la imagen de Paula  vestida únicamente con unos zapatos de tacón de color rojo.
Y la imagen tuvo un efecto inmediato.
Entraron en los grandes almacenes y se dirigieron a la zapatería.
Pedro  también solía comprar en Nordstrom, aunque normalmente iba a los almacenes que tenían en el centro de la ciudad. Se dirigía a la sección de caballeros, les pedía el color que quería, se probaba el traje y en menos de treinta minutos estaba fuera. Si necesitaba corbatas o camisas, Frank, el hombre que habitualmente le atendía, siempre tenía hecha una selección previa. Para Pedro, ir a comprar ropa era tan interesante como ir a comprar comida. Al fin y al cabo, la cuestión era comprar lo que se necesitaba y marcharse, ¿no?
Pero las mujeres vivían en su propio mundo, se recordó, un mundo con diferentes expectativas y costumbres.
—Mira a tu alrededor —le aconsejó Paula a Luisa— . Yo también tengo que ir a mirar un par de cosas.
Y se alejó a uno de los mostradores situados en una esquina. Pedro le sonrió a su hermana.
—¿Te estás divirtiendo?
Luisa asintió, pero no sonrió. En cambio, apretó los labios y dejó escapar un trémulo suspiro.
—¿Estás enfadado conmigo? —preguntó en un tono que indicaba que le aterraba oír la respuesta.
—No —contestó Pedro—, ¿por qué iba a estar enfadado contigo?
—Porque… Porque hablé con un hombre y tú le pegaste y te metí en problemas.
—Cariño, no —Pedro se acercó a ella y la abrazó—. Luisa, eso no tuvo nada que ver contigo. Tú no hiciste nada malo. Te quiero.
Luisa le miró con los ojos llenos de lágrimas.
—¿Estás seguro?
—Te lo prometo.
Luisa no había sido el problema en ningún momento y Pedro odiaba que su hermana hubiera pasado tanto tiempo preocupada por ello.
—Te quiero —le dijo a su hermana.
Luisa sonrió.
—Yo también. Pero tú no eres mi hermano favorito.
El inicio de aquel juego habitual en la familia le indicó a Pedro que su hermana ya estaba bien.
—Claro que sí. ¿Quién va a ser tu hermano favorito si no?
—Ian.
—De ningún modo.
—Claro que sí.
—Estás completamente loca.
Luisa sonrió.
—El loco eres tú.
—Sí, claro, el loco soy yo.
Le pasó el brazo por los hombros. Pedro quería a todos sus hermanos con locura, pero Luisa ocupaba un lugar especial en su corazón. No sabía por qué, pero le gustaba aquella necesidad de tener que cuidar de ella.
De pronto, aquel gesto de abrazar a Luisa en medio de unos grandes almacenes y esa necesidad de protegerla, le hicieron evocar un momento parecido. ¿Cuánto tiempo había pasado desde entonces? ¿Dos, tres años?
Todavía estaba casado con Silvina y habían salido los tres de compras. Luisa había tropezado y se había hecho daño en el brazo. Había comenzado a llorar de dolor y Pedro había corrido a abrazarla. Silvina acababa de ofrecerle un pañuelo de papel cuando una anciana se había detenido a su lado.

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 62

Paula  regresó a la casa de los Schulz dispuesta a llevarse a Luisa de compras. La adolescente le había llamado el día anterior emocionada porque su madre había dicho que sí, que podía ir de compras con ella, y tenía una tarjeta regalo de Nordstrom para comprarse con ella los zapatos que quería para su cumpleaños.
Pero la persona que le abrió la puerta no fue Carmen, ni tampoco Luisa, sino un hombre alto y atractivo al que recientemente había visto desnudo.
Pedro le sonrió, miró por encima del hombro, salió al porche y cerró la puerta tras él. La agarró por los hombros y la estrechó contra él.
Paula alzó la cabeza hacia él anticipando su beso y, en el instante en el que Pedro rozó sus labios, sintió el calor y el cosquilleo que esperaba.
Le encantaba que la besara. Adoraba la firme presión de sus labios, su olor, su sabor, lo bien que encajaban con los suyos. Le encantaba sentir su cuerpo fundiéndose con el suyo y ver cómo desaparecían como por arte de magia todas sus preocupaciones. Cuando Pedro la besaba, sólo le importaba él, el deseo y el beso.
Le rodeó el cuello con los brazos. Aquella postura añadía la ventaja de que podía presionar todo su cuerpo contra el de Pedro; sentir su dureza contra su suavidad, una dureza que destacaba en ciertos lugares de especial interés. Paula se restregó contra él. Pedro gimió y retrocedió.
—Eres una fuente constante de problemas —le dijo, acariciándole la mejilla.
—Es la mejor forma de acabar con el aburrimiento.
—Desde luego. Luisa me ha pedido que las acompañe a ese acontecimiento histórico que son las compras de unos zapatos de tacón, ¿te parece bien?
—Claro, ¿pero te apetece pasarte toda una tarde recorriendo zapaterías?
Pedro esbozó una mueca.
—Desde luego, no es la idea que tengo de diversión, pero Luisa quiere que las acompañe y así tendré oportunidad de verte.
—Eso me gusta.
—Estupendo —Pedro le rodeó los hombros con el brazo y la condujo al interior de la casa—. Me cambio en cinco minutos y vengo. Luisa también se está cambiando. Carmen está en su estudio, ¿por qué no pasas a saludarla?
Paula consideró sus opciones.
—Creo que preferiría ayudarte a cambiarte de ropa.
—Ésa es también mi primera opción. ¿Y si digo que sí?
Paula negó con la cabeza.
—Todo es palabrería. El ayudarte a desnudarte en casa de tu madre se acerca a un nivel de perversión en el que no me siento cómoda en absoluto.
Pedro se inclinó hacia ella para volver a besarla.
—En ese caso, te veo dentro de cinco minutos.
Paula lo vió alejarse por las escaleras. Miró alrededor del vestíbulo, pero no vio a ninguno de los niños por allí. Aunque le apetecía acercarse a saludar a Carmen, no quería resultar molesta. Aun así, si sólo se acercaba a decirle hola, no tenía por qué obligarla a interrumpir lo que quisiera que estuviera haciendo.
Recorrió el pasillo que conducía al estudio de Carmen, una habitación situada en la parte sur de la casa y, por lo tanto, rebosante de luz. Paula recordaba el cálido contraste de las paredes amarillas y los muebles de color azul del recorrido por la casa que Carmen la había invitado a hacer la última vez que había estado allí.
La puerta del estudio estaba semiabierta. Paula alargó la mano para llamar, pero la bajó cuando oyó que Carmen estaba hablando de ella.
—Por supuesto que estoy encantada con la aparición de la hija de Miguel —estaba diciendo Carmen.
Paula cambió de postura y vio entonces que Carmen estaba hablando por teléfono. Comenzó a alejarse, pero se detuvo. Quería saber cómo continuaba aquella conversación.
Sabía que no estaba bien. Que era un actitud irrespetuosa e infantil. Pero aun así, no se movió de donde estaba.
—Por supuesto —continuó diciendo Carmen—. Sí, fue toda una sorpresa, pero no una sorpresa desagradable. Miguel está emocionado —se produjo una pausa—. Oh, no. Él conoció a la madre de Paula mucho antes de que nosotros nos comprometiéramos. Las cosas terminaron, yo vine a Seattle y el resto ya es historia. Ajá. Sí, creo que Paula está encantada de haber encontrado a su familia. Sí, era muy pequeña cuando su madre murió.
Carmen se volvió. Paula retrocedió otro paso. Muy bien, había llegado el momento de marcharse. Pero antes de que hubiera empezado la retirada, vió que Carmen se llevaba la mano a la cara y comprendió entonces que estaba llorando.
—Ya conoces a Pedro —continuó diciendo Carmen con una risa forzada—. Siempre ha sido muy poco convencional. En realidad entre ellos no hay ningún lazo de sangre y todos la adoramos, así que, por supuesto, estamos todos muy contentos. De esa forma todo queda dentro de la familia.
Había dolor en el semblante de Carmen. Su expresión y las lágrimas que bañaban sus mejillas contrastaban de manera notable con sus palabras. Paula se preguntó con quién estaría hablando. Evidentemente, con alguien con quien no quería sincerarse.
Regresó de nuevo al vestíbulo, arrepintiéndose de haber escuchado a escondidas. Había sido un gesto maleducado y egoísta. Pero precisamente gracias a él, había conocido una incómoda verdad. Acababa de comprender que, involuntariamente, había herido profundamente a una mujer a la que respetaba. Y lo peor de todo era que no tenía ninguna manera de ayudarle a aliviar a aquel dolor.

tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 61

—Lo superaré —dijo Sofía, haciéndose la ofendida— , a la larga.
—No dejes que te coma la moral —le advirtió Gloria a Clara—. Cuando no se sale con la suya, puede ser una auténtica bruja.
Se hizo un silencio absoluto en la habitación. Malena y Clara intercambiaron miradas, como si no estuvieran seguras de cómo interpretar aquel comentario. Sofía se quedó mirando fijamente a Gloria, probablemente pensando en una posible respuesta.
Paula  no estaba segura de si su abuela estaba intentando mostrarse divertida o de si aquél era uno de sus habituales ataques de sarcasmo. Al fin y al cabo, ninguna transformación era nunca completa.
Decidida a mantener el buen humor de la velada por el bien de Clara, miró a Gloria y dijo:
—Tiene de quién aprender.
Gloria bebió un sorbo de champán.
—Desde luego.
Sofía soltó entonces una carcajada y alzó su copa en dirección a la anciana.
—He aprendido de una auténtica maestra.
—Yo creo que lo has aprendido completamente sola, pero estoy dispuesta a atribuirme el mérito —Gloria se volvió entonces hacia Clara—. Tengo algunas ideas sobre la boda. No quiero presionarte, así que, por favor, si te molesta, puedes decirme que cierre el pico —frunció el ceño—. La gente joven ya no utiliza esa expresión, ¿verdad?
—No, en realidad no —dijo Malena alegremente—, pero no te preocupes. Yo tampoco estoy ya muy al tanto de lo que dicen los jóvenes.
—Lo mismo digo —añadió Clara—. A no ser que tenga en cuenta las expresiones de Luz, aunque la pobre sólo tiene cinco años. Bueno, Gloria, ¿qué ideas tienes para la boda?
Parecía un poco nerviosa mientras hacía la pregunta.
—¿Estás recibiendo demasiados consejos? —le preguntó Paula.
—Sobre todo de mi madre —respondió Clara—. Es como si quisiera recuperar de pronto todo el tiempo perdido. La quiero con locura y sé que sólo está intentando ayudar, pero a veces me desespera.
—Espero que lo que voy a decirte no tenga el mismo efecto —respondió Gloria mientras se apoyaba en el bastón para levantarse—. Ni siquiera sé por qué lo he conservado, pero el caso es que todavía lo tengo y, si lo quieres, es todo tuyo. Eres un poco más alta que yo, pero yo me lo puse con unos tacones imposibles. Ven conmigo.
Siguieron a Gloria al cuarto de estar. Habían apartado todos los muebles y en medio de la habitación había colocado un maniquí de sastre con un vestido de novia de color marfil.
Era un vestido de seda y encaje, con manga larga y escote de corazón. Las líneas eran exquisitas, el encaje increíble. Paula no sabía mucho de diseño, pero era capaz de reconocer un vestido extraordinario cuando lo veía.
—Es francés —les explicó Gloria—. Un modelo de alta costura. Si quieres, puedes ponértelo el día de tu boda.
Clara había palidecido.
—No puedes estar hablando en serio. Es demasiado bonito para mí.
—Me comporté de una manera horrible contigo, Clara. Admito que siempre he sido una mujer brusca y difícil, pero lo de amenazaros a tí y a tu hija fue algo imperdonable. Tú has sido siempre muy amable conmigo. Te has mostrado recelosa, pero has sido amable. Ésta es mi manera de pedirte disculpas.
Clara negó con la cabeza.
—No tienes por qué hacerlo.
—Lo sé, pero quiero hacerlo.
—Ese vestido debería ser para Paula.
Paula retrocedió un paso.
—Yo estoy de acuerdo en que lo lleves tú.
El vestido era precioso, pero no era en absoluto de su estilo. Además, a Paula le gustaba que Gloria hubiera tenido aquel gesto. Realmente, se había portado fatal con Clara.
—Paula ya sabe que la quiero —dijo Gloria.
—Claro que sí —contestó Paula, pensando que, un año atrás, ni siquiera habría sido capaz de imaginar que aquella anciana pudiera tenerle alguna simpatía.
—Pero tú estás muy delgada —musitó Clara—. Yo no he estado nunca tan delgada.
—En aquella época no lo estaba. Si no te gusta el vestido, sólo tienes que decírmelo. Lo comprenderé. Pero si te gusta, pruébatelo. Podemos mandarlo a arreglar para que te valga.
Clara emitió un sonido estrangulado y corrió hacia Gloria. Las dos mujeres se abrazaron.
Sofía se acercó entonces a Paula, se abrazó a ella e invitó a Malena a sumarse a su abrazo.
—Gloria —musitó Malena—, me estás desgarrando el corazón. Lo odio.
—A mí también —dijo Paula feliz, y suspiró—. A mí también.

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 60

—Tiene sentido. Mi abuela habría convertido su vida en un infierno si se hubiera enterado —Gloria había cambiado, sí, pero Paula estaba segura de que veintiocho años atrás, debía de ser una auténtica bruja.
Pero, pensó al instante, en realidad Gloria lo sabía. O por lo menos lo imaginaba. Durante años, había sabido que ella no era una Chaves. ¿Cómo lo habría averiguado? A lo mejor se lo había dicho alguien… ¿Y cómo era posible que Miguel no hubiera sabido nunca nada?
De pronto, tuvo la absurda sensación de que su padre debería haber sabido de su existencia. De que, de alguna manera, debería haber sentido que estaba viva y a sólo unos kilómetros de él.
Sabía que era absurdo, pero aquella certeza no le impedía seguir pensando en ello.
—Han cambiado tantas cosas —dijo—, para todos nosotros. Y tú eres candidato a la presidencia. Todavía me choca cada vez que lo pienso.
—Y a mí también —contestó Miguel con una sonrisa. Casi inmediatamente, desapareció de su cara todo rastro de humor—. Paula, soy un hombre influyente y tú eres mi hija. Quiero ayudarte en todo lo que pueda. Puedo darte dinero, presentarte a quien necesites, lo que sea. Estoy a tu disposición.
Paula parpadeó varias veces sin estar muy segura de qué podía decir.
—Ah, gracias. Pero no necesito nada.
—Aun así, la oferta sigue en pie. Siempre lo estará para tí.
¿A eso se refería Pedro cuando había dicho que había sido su padre el que había conseguido que le retiraran los cargos? Aunque estaba segura de que Pedro se alegraba de no haberse quedado sin futuro profesional, sabía que habría preferido que Miguel no interviniera de ninguna manera en aquel asunto.
Paula  tampoco quería que Miguel hiciera nada por ella. En vez de un padre influyente, quería un padre con el que poder establecer algún vínculo emocional. E, ironías del destino, tenía la sensación de que eso era lo único que Miguel no era capaz de ofrecerle.
Carmen era el corazón de la familia Schulz. En ese instante, Paula supo que todo habría sido diferente si hubiera sido Carmen la madre con la que se hubiera reencontrado.
Pero era absurdo pensar en algo así. E imposible. Carmen jamás habría abandonado a uno de sus hijos. Tampoco podía decir que Miguel lo hubiera hecho, puesto que, al fin y al cabo, ni siquiera sabía de su existencia. Aun así, con Carmen había conseguido conectar de verdad y estar a su lado le hacía echar de menos a su propia madre.
Paula no recordaba a Alejandra Chaves. Todavía era un bebé cuando su madre había muerto. Había sido Gloria la que les había criado a ella y a sus hermanos. Pero qué diferente habría sido todo si Alejandra hubiera vivido. O quizá no hubiera sido tan distinto. Probablemente, Gloria habría continuado dirigiendo sus vidas.
Las familias podían llegar a representar una gran complicación, pensó Paula. Y ella tenía dos. ¿Qué demonios iba a hacer con ellas?


Matías entró en el despacho de Agustín poco después de las tres de la tarde. Federico ya estaba allí, recostado en uno de los sofás de cuero oscuro que su hermano había comprado. La habitación estaba decorada en tonos tierra, un cambio agradable respecto del antiguo despacho de Gloria, que era completamente blanco.
—¿Qué es eso tan importante que no podías decirme por teléfono? —preguntó Matías mientras se acercaba Federico.
—El director de Chaves se va —dijo Agustín—, necesitamos un sustituto.
—Paula es la mejor opción —respondió Matías—, siempre ha querido dirigir ese restaurante.
—Estoy completamente de acuerdo contigo, pero no va a aceptar el puesto. Pensará que se lo ofrezco porque es mi hermana y no creo que esté dispuesta a dejar el Bella Roma cuando prácticamente la acaban de contratar.
Tenía razón, pero debían encontrar la manera de convencer a Paula de que era allí donde debería estar.
—Le diremos a Gloria que se lo pida —propuso Federico—. Seguro que a ella le hará caso.
Agustín sonrió lentamente.
—Sí, a lo mejor eso podría funcionar.
Paula bebió un sorbo de champán. El sabor era sutil, pero refrescante, con un rastro de… de algo que no acababa de definir.
—¿Cómo lo haces? —le preguntó a Sofía, que estaba sentada en un butacón con Sol en brazos.
Sofía alzó la mirada con expresión de absoluta inocencia.
—No sé a qué te refieres.
—Le has echado algo al champán. Unas gotas de… Maldita sea, no consigo adivinarlo. Es casi imposible mezclar el champán con cualquier otra cosa. Pierde las burbujas. Pero tú has sabido conservarlas…
—Me siento intensamente halagada.
—¿Cómo lo has conseguido?
—No pienso decírtelo. Lo utilizarías en el Bella Roma y es una fórmula secreta.
—Eres odiosa, ¿lo sabes?
Sofía sonrió.
Clara  alzó su copa.
—A mí no me importa cómo lo haya hecho, lo único que quiero es otra copa. Esto está riquísimo.
—Estoy de acuerdo —añadió Malena—. Además, es la primera vez en mi vida que tomo champán a las dos de la tarde. Me gusta tu estilo.
—Gracias —contestó Sofía—, el estilo siempre es importante.
—Te está halagando para que le prepares algo parecido en la cena del día anterior a la boda —dijo Gloria— . Además, quiere que te arrepientas de no haberle insistido en servir tú el banquete.
Paula miró a su abuela. Estaba segura que tenía razón en las dos cosas.
—Por supuesto, me encantaría preparar tu cóctel para la cena —admitió Sofía—, pero en cuanto a lo demás, no sé a qué te refieres.
Clara suspiró.
—No vas a perdonarme nunca, ¿verdad? Aunque lo haya hecho para que puedas disfrutar de la boda.

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 59

Paula alzó la mirada y vió a Miguel entrando en la habitación. Carmen se levantó y se acercó a su marido. Cuando se inclinó para besarle, Paula vió la emoción que reflejaban sus ojos.
Estaba realmente enamorada de él, pensó, extrañamente complacida por aquel dato. No sabía por qué, pero era como si el hecho de que Miguel y Carmen disfrutaran de un matrimonio feliz, de alguna manera mejorara su situación.
Miguel le sonrió a su esposa y se volvió después hacia Paula.
—Espero que no te esté enseñando todas esas fotografías antiguas. A Carmen le encanta documentar con imágenes cualquier acontecimiento.
—Estoy disfrutando mucho —dijo Paula.
—Estupendo —Miguel miró de nuevo a Carmen—. ¿Cuánto tiempo falta para la cena?
—Una hora.
—Paula, ¿quieres venir a mi despacho? Podemos hablar de la familia. Si quieres, podemos ver juntos esas fotografías —se volvió hacia Carmen—. ¿Te parece bien?
—Por supuesto.
Miguel volvió a besar a su mujer y le palmeó el trasero.
—Por aquí —dijo, indicándole a Paula con un gesto que le siguiera.
Paula agarró los álbumes de fotos y comenzó a caminar tras él.
Luisa la interceptó en el pasillo.
—Paula—la llamó—, ¿puedo hablar contigo?
—Claro, ¿qué quieres?
Luisa inclinó la cabeza.
—Falta muy poco para mi cumpleaños.
Paula sonrió.
—Si, lo sé.
—¿Podrías regalarme unos zapatos de tacón como los tuyos?
Paula vaciló. No tenía la menor idea de que pensaría Carmen al respecto. A ella le parecía natural que una niña de quince años quisiera sentirse mayor utilizando tacones.
—Tendré que hablar antes con tu madre, pero si a ella le parece bien, creo que es una buena idea.
—¿Podremos ir de compras? ¿Tú y yo?
Paula sonrió entonces de oreja a oreja.
—Me encantaría. Pregúntaselo a tu madre y, si ella te deja, quedaremos un día. Podemos ir a un centro comercial, comer allí y pasar la tarde juntas. ¿Qué te parece la idea?
—Genial —Luisa tomó aire—. Voy a preguntárselo ahora mismo.
Giró y comenzó a caminar, pero de pronto se detuvo, se volvió y abrazó a Paula.
—Eres la mejor.
—Y tú eres genial —contestó Paula, esperando que Carmen le dejara ir de compras con ella.
Siguió a Miguel a su despacho, una habitación enorme y llena de estanterías. Los colores oscuros y el cuero creaban un ambiente muy masculino.
Miguel se sentó detrás de un enorme escritorio de madera y le hizo un gesto a Paula para que ocupara una de las sillas que tenía enfrente.
—Esas fotografías me hacen sentirme viejo —musitó Miguel, señalando los álbumes que Paula había llevado consigo.
Paula dejó los álbumes encima de la mesa y se sentó.
—Carmen lo tiene todo muy bien organizado. La conocí cuando estaba en la universidad. En aquel entonces, yo me creía la bomba. Tenía todo mi futuro planificado. Hasta que la conocí a ella. Carmen  procede de una familia de dinero, de una familia que ha tenido dinero durante muchas generaciones. Yo le gustaba, pero a sus padres no les hacía mucha gracia que su hija saliera con un pobre hombre que no pertenecía a su círculo.
Se reclinó en la silla y fijó la mirada en el vacío, como si estuviera contemplando las imágenes de un pasado que sólo era visible para él.
—Era preciosa. Todavía lo es. Y una mujer fuerte, mucho más fuerte que yo.
A Paula le intrigaba la imagen que estaba dando Miguel de sí mismo. Estaba de acuerdo con él, pero le sorprendía que lo admitiera.
—Pero no hemos venido aquí a hablar de Carmen—continuó diciendo Miguel—. Supongo que quieres oírme hablar de tu madre.
—Sí, me gustaría —dijo Paula.
Pero la verdad era que se sentía ligeramente desleal; como si, al hablar de Alejandra, le estuviera faltando a Carmen al respecto.
—Alejandra no quería tener nada conmigo —admitió Miguel—. Era una mujer casada y no quería engañar a su marido. Fui yo el que la convencí de que lo hiciera —se encogió de hombros—. No estoy orgulloso de lo que hice, pero tampoco puedo decir que me arrepienta. Ni de haber conocido a ella ni de haberte tenido a ti. De hecho, me gustaría haberte conocido mucho antes.
—A mí también —contestó Paula.
Pero mientras lo decía, se preguntaba si sería del todo cierto. Miguel le habría complicado considerablemente la vida. Si miraba hacia su propio pasado, no podía encontrar un momento adecuado para la aparición de su verdadero padre.
—A tu madre le aterraba que nos descubrieran —continuó Miguel—. Cuando puso fin a nuestra relación, pensé que lo hacía porque el estrés de nuestra aventura había podido con ella. Jamás se me ocurrió pensar que podría estar embarazada.

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 58

—Yo también estoy muy unida a mis hermanos. Sobre todo a matías, que es el mayor. Supongo que es porque siempre ha cuidado de mí.
—La familia es muy importante —dijo Carmen—. Y también recaudar fondos para la investigación sobre el cáncer de mama, que será el objetivo del almuerzo al que vamos a asistir. Creo que ya te comenté que tendrás que decir algo.
Paula tragó saliva.
—Sí, ya me lo dijiste. Y creo que yo comenté algo sobre que probablemente vomitaría.
—No te preocupes. Seguro que lo harás perfectamente. Estamos hablando de cinco o seis minutos como mucho.
Como si eso fuera poco, pensó Paula, diciéndose a sí misma que era una tontería dejarse llevar tan pronto por el pánico. Debería esperar a que estuvieran más cerca del acontecimiento. Entonces ya tendría tiempo de vivir aterrada.
—Tenemos que pensar en la ropa que nos vamos a poner —continuó Carmen—. No podemos ir demasiado parecidas, pero tampoco es bueno que contraste mucho nuestra imagen. Normalmente no me preocupo por este tipo de cosas, pero nos harán muchas fotografías. Un vestido y una chaqueta siempre son una buena opción. También un traje chaqueta. Si no eres capaz de decidirte, estaré encantada de echarte una mano. Por supuesto, admito que soy mucho mayor que tú, así que comprendería que te diera terror mi opinión.
—Al contrario. Me encantaría que me aconsejaras —dijo Paula—. Siempre vas tan elegante…
Carmen bajó la mirada hacia su sudadera.
—No lo dirás por hoy. Pero bueno, volvamos al almuerzo. La verdad es que deberías comer algo antes de ir. Habrá tanta gente queriendo hablar contigo que probablemente no tendrás oportunidad de probar bocado. Además, supongo que no querrás salir en ninguna fotografía con un trozo de comida entre los dientes.
—¿Voy tomando notas? —preguntó Paula mientras su inicial aprensión se tornaba en miedo—. ¿Qué pasará si no soy capaz de hacer esto? No quiero poneros en evidencia ni a tí ni a tu familia. En realidad, este tipo de cosas no se me dan nada bien. No tengo ninguna experiencia.
Carmen  posó la mano en su brazo.
—Tranquilízate, no pasará nada. No será tan difícil. Admito que puede asustar un poco al principio, pero estoy segura de que serás capaz de superar la prueba y, la próxima vez, será mucho más fácil.
¿La próxima vez?
—No creo —musitó Paula, pensando tanto en su capacidad de superar la prueba como en la posibilidad de que hubiera una próxima vez.
Carmen le sonrió.
—Confía en mí.
—Tú no tienes por qué hacer esto —dijo Paula en un impulso—. No tienes por qué ser amable conmigo, ni ayudarme, ni aceptarme. Y, sin embargo, lo estás haciendo. Lo siento, de verdad. Jamás pretendí causarte ningún problema. Nunca he querido hacer daño a nadie.
—Por supuesto que no —le dijo Carmen—. Reconozco que la situación representa para mí un auténtico desafío, pero sé que tú no tienes la culpa de nada.
—Eres increíble —susurró Paula.
—Tengo mis momentos —admitió Carmen—. No siempre estoy orgullosa de lo que hago, pero es algo a lo que tengo que enfrentarme. Tú querías conocer a tu padre y eso es algo completamente lógico —frunció el ceño—. Hablando de Miguel… hay algo que me gustaría enseñarte.
Se levantó y se acercó a una de las estanterías de obra del salón. De las puertas inferiores sacó un par de álbumes de fotografías. Después, volvió a sentarse en el sofá, al lado de Paula.
—Son fotografías —anunció—, tengo centenares de ellas. Así que, si algún día no consigues conciliar el sueño, puedes pasarte por aquí y morirte de aburrimiento viendo fotografía tras fotografía. Fue la madre de Miguel la que preparó los álbumes. —Carmen la miró—. Seguro que a ella le habría encantado saber que tenía una nieta. Blanca murió hace diez años
Abuelos. Paula no había pensado en una familia extensa ¿Tendría también otros parientes? Antes de que pudiera preguntarlo, Carmen  le aclaró.
—El padre de Miguel murió cuando Miguel tenía cinco o seis años. Y que yo sepa, no hay ningún otro pariente.
—Oh —Paula no sabía qué sentir al respecto.
De momento, le bastaba con intentar asimilar la existencia de Miguel.
Carmen abrió el álbum más viejo.
—Aquí tienes las fotografías de Miguel cuando era pequeño —le explicó mientras las iba señalando.
Carmen iba pasando las páginas, contándole quiénes eran los que aparecían en las fotografías. Paula intentaba decirse que aquélla era su familia, pero la verdad era que todos le resultaban unos perfectos des conocidos.
—Ah, están aquí.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 57

Paula  llegó a la casa de los Schulz a la hora que había acordado con Carmen. Se suponía que tenían que hablar del acto benéfico. Mientras llamaba al timbre, a Paula se le ocurrió pensar que ni siquiera sabía qué tipo de acto benéfico iba apoyar. Probablemente, ésa sería la primera pregunta que tendría que hacer.
Carmen  abrió la puerta. Por primera vez desde que Paula la conocía, no estaba perfectamente arreglada. Tenía el pelo lacio e iba vestida con una sudadera y unos vaqueros.
—¿Ya son las tres? —preguntó mientras se alisaba la sudadera—. Ni siquiera he tenido tiempo de mirar el reloj. Están todos los niños en casa, así que esto es un caos.
—Si lo prefieres, podemos dejarlo para otro momento .
—No, no, pasa —Carmen retrocedió para invitarla a entrar—. No voy a hacerte venir hasta aquí para nada.
Despeinada y con aquella ropa informal, Carmen parecía una persona mucho más accesible. Por supuesto, siempre había sido exquisita con ella, pero aquel aspecto le daba más tranquilidad.
Paula  la siguió hasta el cuarto de estar. Ambar, Gastón y Leandro estaban sentados en el suelo, alrededor de un juego de bloques de construcción y Luisa en una silla, leyendo un libro de Nancy Drew.
En cuanto vio a Paula, Luisa se levantó de un salto.
—Hola. Mamá nos había dicho que ibas a venir.
—Hola a todos —saludó al resto de los niños y se volvió hacia Luisa—. ¿No te encanta Nancy Drew? Un verano, mi abuela me regaló toda la colección, y me dediqué a leer un libro tras otro.
Luisa asintió con timidez.
—Éste era de mi madre, pero lo cuido mucho. Me lavo las manos antes de leerlo y todo.
—Estoy segura de que Carmen lo aprecia —contestó Paula—. Y me parece muy bien que sepas lo importantes que son los libros.
Luisa sonrió de oreja a oreja y Carmen le pasó el brazo por los hombros.
—Estoy muy orgullosa de Luisa en muchos sentidos.
Luisa se reclinó contra ella. Carmen la abrazó y suspiró.
—Paula, tengo que hacer una llamada de teléfono. ¿Puedes quedarte con mi rebaño?
—Por supuesto.
—Sólo serán unos minutos. Y después hablaremos de ese almuerzo al que tenemos que ir.
Sinceramente, Paula prefería jugar con los niños a tener que hablar de los detalles del almuerzo. Se sentó en el suelo y Ambar corrió inmediatamente a su regazo.
—Hola, Ambar —le dijo Paula.
—Hola, Paula —Ambar se echó a reír—. Éste es un juego de chicos. Tendríamos que jugar a algo de niñas. Como a disfrazarnos.
Luisa apretó los labios.
—Eso es para niños pequeños.
—Yo soy una niña —dijo Ambar con orgullo—. Soy la pequeña. Mamá no quiere que crezca nunca. Me lo ha dicho.
Paula  se preguntaba cómo afectarían las diferencias entre los hermanos a la dinámica de la familia.
—Yo también era la más pequeña —le explicó Paula—. Y la única chica. Es divertido ser la pequeña, pero Luisa se está convirtiendo en toda una jovencita.
A Luisa pareció gustarle aquel comentario.
—Dentro de poco voy a cumplir quince años.
—Vaya, quince años —dijo Paula—. Me acuerdo del día que los cumplí yo. Es una fecha muy importante.
—Yo voy a cumplir seis —anunció Ambar.
—Los seis años también son muy importantes, pero convertirse en una adolescente es algo muy especial. Mi mejor amiga sólo era tres semanas mayor que yo. Me acuerdo de que su madre nos llevó a comprarnos juntas nuestros primeros zapatos de tacón cuando mi amiga cumplió quince años. Fue muy divertido. Todavía los guardo.
En realidad, no pensaba ponérselos nunca, estaban completamente pasados de moda. Pero eran un buen recuerdo.
—Los chicos no llevan zapatos de tacón —dijo Leandro.
—Tienes razón —al menos en general. Porque aquél no era momento para ponerse a hablar de drag queens.
Carmen llegó en aquel momento.
—Ya está. ¿Te han torturado mucho?
—En absoluto.
—Estupendo —Carmen miró el reloj—. Creo que éste es el momento de que vayan a merendar. ¿Quién quiere ir a ver si Marta ya ha preparado la merienda?
Los niños y Ambar se fueron corriendo, pero Luisa vaciló.
—Paula, ¿quieres tomar algo? —preguntó.
Carmen arqueó las cejas.
—Gracias por ser tan educada, Luisa. Me parece mentira que a mí se me haya olvidado preguntárselo. Paula, ¿quieres tomar algo?
Paula le sonrió a Luisa.
—No, estoy bien, pero gracias por preguntarlo.
—De nada.
Luisa salió entonces de la habitación y Paula se acercó al sofá.
—Son maravillosos. Todos ellos. Pero no sé cómo puedes continuar cuerda con todo el trabajo que dan.
Carmen se echó a reír.
—Lo de menos es la cordura. Lo único que hace falta es paciencia y amor.
—Y es evidente que a tí te sobran.
—Tú también te llevas muy bien con ellos.
—Me encantan —admitió Paula—. Y tengo debilidad por Luisa. Es tan dulce… y tiene un pelo precioso.
—Estoy completamente de acuerdo contigo, en las dos cosas. Cuando Pedro y Silvina todavía estaban casados y la gente nos veía juntos, muchas veces pensaban que era hija o hermana de Silvina.
Carmen frunció el ceño ligeramente y sacudió la cabeza.
—En parte también porque Pedro siempre ha estado muy unido a Luisa. Hay un vínculo muy especial entre los dos.
Paula  prefería con mucho tener información de la relación de Pedro  con su hermana a oír hablar de su ex esposa.

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 56

Pedro no se molestó en mirar a los periodistas. Sabía que en aquel momento estaban ya tecleando furiosamente en sus ordenadores.
—Probablemente, pero no me importa.
—En ese caso, tampoco a mí —posó la mano en su brazo—. Espero que todo vaya bien.
Era preciosa. El equilibrio entre sus ojos y su boca era perfecto. Aquel día iba vestida con un traje con el que podría haberse hecho pasar perfectamente por abogada. Aunque seguramente, en el caso de que se lo dijera, ni siquiera lo consideraría un cumplido.
Quería estar con ella. Y no sólo en la cama, aunque si Paula se lo pedía, no tendría ningún inconveniente en complacerla. Le apetecía hablar con ella. Pasar tiempo a su lado. Durante la semana anterior, la había echado de menos. Se había acostumbrado ya a tenerla cerca.
Le presentó a Pablo y, segundos después, el abogado y Pedro fueron a sentarse al banquillo. Pedro  tomó asiento y esperó al juez.
Treinta minutos después, su destino estaba sellado, pero no de la forma que esperaba. El ayudante del fiscal del distrito dijo que, debido a la falta de pruebas, le retiraban los cargos. El juez desestimó el caso y abandonó la sala.
—No podría habernos ido mejor —dijo Pablo, estrechándole la mano—. Felicidades.
—Yo no he hecho nada.
—Aun así, esto resuelve muchos problemas. Voy a llamar a tus padres. Estoy seguro de que querrán conocer la noticia.
Pablo salió, Pedro le siguió con la mirada y, al volverse, vió que Paula se acercaba.
—¡Qué bien! —exclamó Paula feliz—. Eres libre. No sabes lo contenta que estoy. Me preocupaba que ese periodista tan repugnante pudiera arruinarte la vida —se interrumpió y le miró con el ceño fruncido—. ¿Por qué no estás contento?
Pedro tenía ganas de dar un puñetazo a algo. A pesar de haber crecido en un entorno privilegiado, jamás había querido nada que realmente no se mereciera. Se enorgullecía de trabajar con tesón para conseguir lo que quería. Pero sabía que, si había salido sin cargos de aquella audiencia, era porque su padre había hecho algunas llamadas.
—Esto no tiene que ver con la falta de pruebas —dijo sombrío—. Mi padre es el responsable del resultado de este juicio.
—¿Qué quieres decir? ¿Crees que habló con el fiscal?
—Habló con alguien, de eso estoy seguro. No sé con quién, pero lo averiguaré.
Paula suspiró.
—No sé qué pensar. Me alegro de que no tengas que responder por ningún cargo, y también de que no te detengan ni nada parecido. Por supuesto, eso es estupendo. Pero no me parece justo que Miguel intervenga en una cosa así.
Pedro se la quedó mirando fijamente. Le había entendido. No había tenido que explicarle por qué no estaba contento. Lo sabía, y lo sabía precisamente por ser ella quien era.
—¿Qué piensas hacer? —le preguntó Paula.
—Ojalá lo supiera. No puedo presentarme ante el fiscal y pedirle que me procese.
—Sería una conversación interesante.
—Tengo que hablar con el senador.
—Otra conversación con interés —contestó Paula.
Pedro posó la mano en su espalda y le empujó suavemente para salir de la sala. Pensaba que la prensa estaría esperándole, pero no había nadie. ¿También se habría ocupado de eso Miguel?
—Lo ha hecho porque eres su hijo —dijo Paula—. Eso también es importante.
—Lo ha hecho porque está en plena campaña.
—Eso no lo sabes.
—Claro que lo sé.
Paula se enfrentó a él.
—Pedro, es tu padre. ¿De verdad quieres tener esa discusión con él?
—Tengo que tenerla.
—Eres un cabezota.
Pedro consiguió sonreír.
—Sí, ésa es una de mis más grandes cualidades.
Paula le miró como si no supiera qué más podía decir. Pedro le acarició la mejilla.
—Siento lo que te dije el otro día.
—Yo también —sacudió la cabeza—. Sé que no eres como Ryan y Martín. Eres un buen hombre. Pero ahora mismo mi vida no es nada fácil. Supongo que por eso reaccioné como lo hice. Estaba reaccionando a lo difícil de mi situación, no a tí.
—Sí, y supongo que yo te presioné demasiado.
—Sí, me presionaste demasiado.
Paula sonrió mientras hablaba.
Pedro la condujo entonces hacia una pequeña habitación y la besó.
Paula le devolvió el beso con la boca suave y anhelante y apoyó las manos en su pecho. Olía a flores y sabía a café y a aquella sensual esencia que Pedro no había olvidado desde que había hecho el amor con ella.
Cuando Paula entreabrió los labios, Pedro deslizó la lengua en su interior. Deseaba acariciarla, pero ignoró aquel deseo. Aquél no era ni el momento ni el lugar. Pero no tardaría en encontrar otro momento para estar con ella. De hecho, pretendía hacerlo muy pronto.
Retrocedieron los dos casi al mismo tiempo.
Paula miró a su alrededor y después alzó la mirada.
—Esto podría ser ilegal.
—No técnicamente, pero no está bien visto —le acarició el labio inferior con el pulgar.
—Quiero volver a verte.
—Me alegro. Porque me estoy abriendo camino en tu mundo. No te va a resultar fácil escapar de mí.
—Y no quiero hacerlo.
Paula tembló ligeramente y contuvo la respiración.
—Eres realmente bueno —musitó—. Y peligroso.
Pedro sonrió.
—Exactamente, ése soy yo. ¿Cómo está tu abuela?
—Bastante bien. Está teniendo mucho cuidado con la medicación, así que no tiene ningún problema —miró el reloj—. Odio decir esto, pero tengo que irme. Supongo que tú también tendrás cosas que hacer.
Pedro asintió. Tenía que enfrentarse a su padre. Aunque, pensó, a lo mejor debería retrasar el encuentro hasta que fuera capaz de hablar con Miguel sin tener ganas de golpear algo… o a alguien.

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 55

Apareció en ese momento el camarero con las bebidas y el pan. Carmen normalmente lo ignoraba, pero aquel día, tanto el pan como la mantequilla le apetecían.
—Ayer ví las fotografías del periódico —dijo Silvina con voz queda, arruinando el placer del primer bocado de Carmen—. Me quedé desolada. ¿Cómo es posible que Pedro haya hecho una cosa así? Y con ella, precisamente. Por supuesto, en la primera en la que pensé fue en tí. ¿Cómo estás llevando todo esto?
Las palabras no podían ser más adecuadas. El tono era perfecto. Pero de pronto, Carmen tuvo la impresión de que Silvina estaba actuando.
Lo cual no era justo. Evidentemente, Silvina quería darle una segunda oportunidad a su matrimonio. Al menos desde la perspectiva de Carmen, había sido una buena esposa. ¿Pero qué secretos ocultarían su hijo y su ex nuera? ¿Qué había pasado realmente entre ellos?
—Al ver esas fotografías, no sabía qué pensar.
—Supongo que lo único que se puede pensar es que Pedro está saliendo con alguien —contestó Carmen al instante. Suspiró sintiéndose culpable y le palmeó el brazo a Silvina—. No pretendía que sonara tan duro. Lo digo por tu propio bien. A lo mejor ha llegado el momento de que intentes seguir con tu propia vida.
A Silvina se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¿Por qué me dices eso? ¿Pedro te ha contado algo?
Carmen vaciló.
—Me ha dicho que no cambiará de opinión. Ya no quiere estar contigo.
—Ya entiendo…
—Quizá sea lo mejor para todos.
—No, no es lo mejor. Todavía le quiero. Es el único hombre al que amaré durante el resto de mi vida. Para mí, es como para ti Miguel.
Carmen no estaba tan segura. De las dos personas que habían compuesto aquella pareja, en la única en la que confiaba plenamente era en Pedro.
—Siento oírte decir eso —contestó—. No creo que mi hijo vaya a cambiar de opinión.
Silvina asintió. Las lágrimas desaparecieron como si nunca hubieran existido.
—Ya veo. Gracias por ser tan sincera. Es por culpa de Paula, ¿verdad? Se ha encaprichado de ella.
—Yo no lo diría así. Creo que están saliendo juntos. Y es evidente que ya se han acostado, como todo el mundo parece haber descubierto.
—Pero tú no puedes estar contenta con esa relación —presionó Silvina.
—La acepto, y creo que también tú deberías aceptarla. Hay cosas que nadie puede cambiar.
Silvina vaciló un instante, pero inmediatamente dijo:
—Por supuesto. Tienes razón. Jamás se me ocurriría interponerme entre ellos.
Pedro se encontró con Pete fuera de los juzgados, dispuesto a entrar a la audiencia que comenzaba a las nueve.
—¿Estás nervioso? —le preguntó Pablo.
—No —contestó Pedro.
Había hecho todo lo que había podido para prepararse aquella audiencia. Poco más se podía hacer para tener alguna influencia en el veredicto.
Incluso en el caso de que el fiscal del distrito quisiera utilizarlo como ejemplo y le imputara todos los delitos imaginables, era poco probable que Pedro pasara la noche en la cárcel. Tenía un historial completamente limpio, de modo que, al menos en ese sentido, no corría ningún riesgo.
Pero saber que podría continuar durmiendo en su propia cama no cambiaba el hecho de que su futuro estaba en juego. Porque si le condenaban…
No quería ni pensar en ello. No quería pensar en la posibilidad de poner fin a su carrera de abogado. De la misma forma que tampoco quería pensar en la maldita suerte que tenía aquel periodista que iba a salir indemne de todo aquello a pesar de haber utilizado a Luisa de una forma tan despreciable. Porque, fuera cual fuera la sentencia, Pedro se negaba a arrepentirse de lo que había hecho, que no era otra cosa que proteger a los suyos. Para él, eso era mucho más importante que su trabajo de abogado.
Pablo miró el reloj.
—Vamos —le dijo, y entraron en los juzgados.
Pedro era especialista en derecho mercantil. Había asistido a un par de juicios, pero casi todo el trabajo lo hacía en el despacho. Para un abogado mercantil, era un desprestigio tener que llegar a juicio. Y aunque se había sentando alguna vez en el banquillo de la defensa, nunca había sido él el defendido. Algo que tampoco le apetecía de manera especial en aquel momento.
Había ya varios asistentes en la sala. Periodistas, por supuesto. No estaban los padres de Pedro. Éste les había pedido que no fueran. Su presencia sólo habría servido para darle más carnaza a la prensa. Había algún miembro de su firma de abogados, una de las personas que trabajaban en la campaña… y también estaba Paula.
Pedro la miró sorprendido. Hacía casi una semana que no hablaban. No habían vuelto a llamarse desde el día que se habían peleado. Pero cuando Paula le miró con aquellos enormes ojos de color avellana, Pedro ya no fue capaz de recordar por qué habían discutido.
Se detuvo en el pasillo de madera que separaba el banquillo de los asientos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó.
Paula se levantó.
—Vengo para apoyar la verdad, la justicia y la democracia —sonrió—. He pensado que te gustaría ver algún rostro amigo. No ha venido nadie de tu familia.
—Les pedí que no lo hicieran. No quería darle carnaza a la prensa.
La sonrisa de Paula desapareció.
—Maldita sea. Así que ahora escribirán sobre mí.