viernes, 11 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 34

Pedro salió de casa poco después de las nueve. Carmen le observó marchar. Era un buen hombre y por mucho que a ella le hubiera gustado poder atribuirse el mérito de su bondad, sabía que en gran parte se debía a la propia personalidad de Pedro, así que no volvió a decirle nada más.
A veces, pensaba que Miguel  podría aprender algo de su hijo, pero solía descartar rápidamente aquel pensamiento por desleal. Aceptaba y quería a Miguel con todos sus defectos. Desear que fuera diferente sólo le serviría para hacerle infeliz y provocarle mal humor. Y ningún hombre quería una mujer malhumorada.
Oyó pasos en el pasillo y alzó la mirada. Silvina entró entonces en el más pequeño de los dos comedores familiares. Iba perfectamente vestida, pero tenía los ojos ligeramente enrojecidos, como si hubiera estado llorando.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Carmen—. ¿Estás bien?
Silvina tragó saliva.
—Lo siento. He llegado aquí hace una media hora. Quería terminar con los menús. No pretendía escuchar tu conversación con Pedro. Ni siquiera sabía que estaba aquí. Es sólo… —se le llenaron los ojos de lágrimas.
Carmen se levantó y se acercó a su ex nuera.
—Oh, Silvina, lo siento mucho.
—Continúo enamorada de él. Esperaba que las cosas pudieran arreglarse, pero ahora…
Carmen cerró los ojos, como si estuviera absorbiendo el dolor de aquella mujer. Sabía exactamente por lo que estaba pasando. Cuando Carmen había puesto fin a su relación con Miguel años atrás, se había sentido a las puertas de la muerte. Al final, había sido ese mismo dolor el que la había impulsado a volar hasta Seattle y a pedirle una segunda oportunidad.
—Todo ha terminado —dijo Silvina casi sin voz.
Carmen retrocedió ligeramente y sacudió la cabeza.
—Todo habrá terminado si de verdad dejas de intentarlo. Pedro es un buen hombre, si renuncias ahora a él, lo perderás. A veces hay que continuar amando incluso en los momentos más duros. No es fácil, pero no se puede hacer otra cosa. No renuncies a la esperanza, Silvina. Estoy segura de que puedes conseguir que Pedro vuelva a tu lado. Lo sé y haré todo lo que pueda para ayudarte.

Paula estaba sentada en una mesa apartada del Daily Grind, esperando a Pedro. No podía evitar acordarse de sus encuentros con Marcos, de cómo se habían conocido en un Daily Grind diferente y de lo desastrosamente que había terminado todo. Todavía se sentía un poco culpable por haber puesto fin a su relación cuando había descubierto que acababa de dejar el sacerdocio. Quizá una mujer con más corazón que ella habría luchado para que su relación saliera adelante. Pero ella sólo había sido capaz de pensar que aquél era un mensaje muy claro de que Dios quería que dejara de salir con Marcos.
Todo lo cual no tenía absolutamente nada que ver con Pedro, pero sí con el nudo de anticipación que sentía en el estómago. Estaba deseando verle otra vez. Llevaba esperando aquel encuentro desde que Pedro la había llamado y le había preguntado que si podía tomarse un café con él. Y esos sentimientos representaban un serio problema.
Una relación entre ellos sería un desastre de dimensiones descomunales y ella lo sabía todo sobre relaciones que terminaban de manera desastrosa. Pero se habían besado y ella se estremecía cada vez que pensaba en él. Tal como se estaban desarrollando las cosas, lo único que necesitaba era un iceberg y un barco llamado Titanic para completar el día.
Bebió un sorbo de café e intentó no reaccionar cuando vio entrar a Pedro en la tienda. Pedro miró a su alrededor, la vio y le sonrió. Inmediatamente, todo el cuerpo de Paula se puso en alerta. Sintió cómo se ruborizaba y comenzó a necesitar moverse como una adolescente nerviosa; síntoma todo ello de que tenía un serio problema.
Después de pedirse un exprés doble, Pedro se acercó a la mesa.
—Gracias por haber accedido a quedar conmigo —dijo mientras se sentaba.
—De nada, ¿qué ha pasado?
—Te has convertido en el tema de todas las reuniones de esta mañana y creemos haber encontrado ya una solución a nuestro problema.
El problema era ella.
—¿Y crees que me gustará?
—No. Hemos pensado que Carmen y tú deberíais aparecer juntas en un acto benéfico. En algo importante, espectacular, un acto en el que haya mucha prensa. Si aparecéis presentando un frente unido, todo el atractivo y el morbo de la historia desaparecerá.
Paula se le quedó mirando fijamente. Tuviera o no unos ojos preciosos, tenía que estar completamente loco. Sintió de pronto un pánico casi insuperable.
—¿Quieres que aparezca en público con tu madre? ¿En un acto benéfico? ¿Como un almuerzo de grandes damas o algo parecido?
—Sí, las dos hablarán y será…
Paula alzó las manos pidiendo tiempo.
—No digas nada más. Yo no hablo en público. No lo he hecho jamás en mi vida. Siento haber causado problemas y haber perjudicado a tu padre, y me gustaría poder hacer algo para enmendar las cosas, ¿pero no bastaría con que ayudara a ensobrar o algo parecido?
—No, Paula, no puedes decir que no. Esto es importante. Eres la hija del senador. Este tipo de cosas son las que se tienen que hacer por la familia.
No había un ápice de calidez en su mirada. Era como si hubiera vuelto a convertirse en el dragón y ella fuera una sierva despreciable que acabara de interponerse en su camino.
Paula  quería protestar, decir que en realidad no era familia de Miguel, que entre ellos sólo había una relación estrictamente biológica.
—No puedo. Jamás en mi vida he hablado en público. Y se me haría muy raro estar con tu madre en esas circunstancias.
Por no decir que sería terriblemente embarazoso. Carmen le gustaba. No quería hacer nada que pudiera ponerle en evidencia.
—Paula, esto no es una opción —replicó Pedro en un tono casi de impaciencia—. Es lo mejor que podemos hacer. Ya hemos hablado con mi madre y ella está dispuesta a seguir adelante con esto. Para ella es mucho más duro que para ti. Tú eres la hija desconocida del senador. Carmen es sólo la esposa. ¿Eres consciente de lo que ha supuesto tu aparición para ella? Hace dos semanas era una mujer respetada y admirada por haber adoptado a un puñado de niños con dificultades a los que ha sabido cuidar y querer como si fueran propios. Ahora mucha gente especula, dice que no podía tener hijos y que lo único que hizo fue intentar hacer de la necesidad virtud.

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