jueves, 17 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 55

Apareció en ese momento el camarero con las bebidas y el pan. Carmen normalmente lo ignoraba, pero aquel día, tanto el pan como la mantequilla le apetecían.
—Ayer ví las fotografías del periódico —dijo Silvina con voz queda, arruinando el placer del primer bocado de Carmen—. Me quedé desolada. ¿Cómo es posible que Pedro haya hecho una cosa así? Y con ella, precisamente. Por supuesto, en la primera en la que pensé fue en tí. ¿Cómo estás llevando todo esto?
Las palabras no podían ser más adecuadas. El tono era perfecto. Pero de pronto, Carmen tuvo la impresión de que Silvina estaba actuando.
Lo cual no era justo. Evidentemente, Silvina quería darle una segunda oportunidad a su matrimonio. Al menos desde la perspectiva de Carmen, había sido una buena esposa. ¿Pero qué secretos ocultarían su hijo y su ex nuera? ¿Qué había pasado realmente entre ellos?
—Al ver esas fotografías, no sabía qué pensar.
—Supongo que lo único que se puede pensar es que Pedro está saliendo con alguien —contestó Carmen al instante. Suspiró sintiéndose culpable y le palmeó el brazo a Silvina—. No pretendía que sonara tan duro. Lo digo por tu propio bien. A lo mejor ha llegado el momento de que intentes seguir con tu propia vida.
A Silvina se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¿Por qué me dices eso? ¿Pedro te ha contado algo?
Carmen vaciló.
—Me ha dicho que no cambiará de opinión. Ya no quiere estar contigo.
—Ya entiendo…
—Quizá sea lo mejor para todos.
—No, no es lo mejor. Todavía le quiero. Es el único hombre al que amaré durante el resto de mi vida. Para mí, es como para ti Miguel.
Carmen no estaba tan segura. De las dos personas que habían compuesto aquella pareja, en la única en la que confiaba plenamente era en Pedro.
—Siento oírte decir eso —contestó—. No creo que mi hijo vaya a cambiar de opinión.
Silvina asintió. Las lágrimas desaparecieron como si nunca hubieran existido.
—Ya veo. Gracias por ser tan sincera. Es por culpa de Paula, ¿verdad? Se ha encaprichado de ella.
—Yo no lo diría así. Creo que están saliendo juntos. Y es evidente que ya se han acostado, como todo el mundo parece haber descubierto.
—Pero tú no puedes estar contenta con esa relación —presionó Silvina.
—La acepto, y creo que también tú deberías aceptarla. Hay cosas que nadie puede cambiar.
Silvina vaciló un instante, pero inmediatamente dijo:
—Por supuesto. Tienes razón. Jamás se me ocurriría interponerme entre ellos.
Pedro se encontró con Pete fuera de los juzgados, dispuesto a entrar a la audiencia que comenzaba a las nueve.
—¿Estás nervioso? —le preguntó Pablo.
—No —contestó Pedro.
Había hecho todo lo que había podido para prepararse aquella audiencia. Poco más se podía hacer para tener alguna influencia en el veredicto.
Incluso en el caso de que el fiscal del distrito quisiera utilizarlo como ejemplo y le imputara todos los delitos imaginables, era poco probable que Pedro pasara la noche en la cárcel. Tenía un historial completamente limpio, de modo que, al menos en ese sentido, no corría ningún riesgo.
Pero saber que podría continuar durmiendo en su propia cama no cambiaba el hecho de que su futuro estaba en juego. Porque si le condenaban…
No quería ni pensar en ello. No quería pensar en la posibilidad de poner fin a su carrera de abogado. De la misma forma que tampoco quería pensar en la maldita suerte que tenía aquel periodista que iba a salir indemne de todo aquello a pesar de haber utilizado a Luisa de una forma tan despreciable. Porque, fuera cual fuera la sentencia, Pedro se negaba a arrepentirse de lo que había hecho, que no era otra cosa que proteger a los suyos. Para él, eso era mucho más importante que su trabajo de abogado.
Pablo miró el reloj.
—Vamos —le dijo, y entraron en los juzgados.
Pedro era especialista en derecho mercantil. Había asistido a un par de juicios, pero casi todo el trabajo lo hacía en el despacho. Para un abogado mercantil, era un desprestigio tener que llegar a juicio. Y aunque se había sentando alguna vez en el banquillo de la defensa, nunca había sido él el defendido. Algo que tampoco le apetecía de manera especial en aquel momento.
Había ya varios asistentes en la sala. Periodistas, por supuesto. No estaban los padres de Pedro. Éste les había pedido que no fueran. Su presencia sólo habría servido para darle más carnaza a la prensa. Había algún miembro de su firma de abogados, una de las personas que trabajaban en la campaña… y también estaba Paula.
Pedro la miró sorprendido. Hacía casi una semana que no hablaban. No habían vuelto a llamarse desde el día que se habían peleado. Pero cuando Paula le miró con aquellos enormes ojos de color avellana, Pedro ya no fue capaz de recordar por qué habían discutido.
Se detuvo en el pasillo de madera que separaba el banquillo de los asientos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó.
Paula se levantó.
—Vengo para apoyar la verdad, la justicia y la democracia —sonrió—. He pensado que te gustaría ver algún rostro amigo. No ha venido nadie de tu familia.
—Les pedí que no lo hicieran. No quería darle carnaza a la prensa.
La sonrisa de Paula desapareció.
—Maldita sea. Así que ahora escribirán sobre mí.

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