miércoles, 2 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 7

—No vas a deshacerte fácilmente de mí —le advirtió—, no te preocupes.
—No me queda más remedio que preocuparme. Soy mayor que tú, así que es lo que me toca. Pero bueno, dime, ¿vas a venir a la boda o no?
—Eres tan dulce, tan persuasivo… Tienes tanta capacidad de comunicación…
—¿Eso es un sí?
—Era un sí. Me encantaría ser una de las ayudantes de Clara.
—Estupendo. ¿Qué tal ha ido tu encuentro con el senador?
Paula le condujo a una mesa y se sentó.
—Interesante. Extraño. La verdad es que no he sentido ninguna clase de conexión ni nada parecido.
Le habló de Miguel y de la rapidez con la que había aceptado lo que le había contado.
—Pedro  insiste en que me haga una prueba de ADN y creo que es una buena idea. De esa forma, todos estaremos seguros de que es mi padre.
—¿Pedro es su hijo?
—Sí, su hijo adoptado.
—¿Y te ha causado algún problema?
Paula sonrió de oreja a oreja.
—¿Estás ofreciéndote a deshacerte de él si causa problemas?
—Estoy dispuesto a ayudarte si lo necesitas.
A Paula le gustó aquel gesto.
—Creo que puedo manejar a Pedro—pensó en la determinación de sus ojos—. O por lo menos intentarlo. Además, no quiero que te pelees con él. Por lo menos todavía. Es un hombre muy guapo.
Agustín hizo una mueca.
—Creo que preferiría no saberlo.
—No te preocupes. No pasará nada. Ya he aprendido la lección. A partir de ahora, no quiero nada de relaciones. De todas formas, es un hombre que ha conseguido llamarme la atención. Pero no va a servirme de nada. Me considera una molestia. Un inconveniente que podría echar a perder la campaña electoral de su padre.
—¿Y tú qué piensas?
—Yo creo que está sacando las cosas de quicio. Lo único que a mí me interesa es saber si Miguel Schulz  es o no mi padre. Si es mi padre, me gustaría conocerle. Y nada más. Aunque la verdad es que Miguel me ha invitado a cenar esta noche en su casa. Quiere que conozca a su esposa.
—¿Y qué va a pensar ella de todo esto?
Paula esbozó una mueca.
—No tengo ni idea, pero supongo que nada bueno.

Carmen Schulz entró en casa por la puerta del garaje seguida por su ex nuera. Como siempre, Silvina  iba elegantemente vestida, con un traje que realzaba su esbelta figura y el color rojo de su pelo. Carmen bajó la mirada hacia su propio vestido de diseño. A pesar del ejercicio que hacía a diario y de que vigilaba constantemente su dieta, su cuerpo estaba empezando a cambiar. Nunca había pensado que le importaría envejecer, pero cuando se enfrentaba a la realidad de su cintura y a la desagradable demostración de que la fuerza de gravedad no era precisamente su amiga, pensaba con añoranza en la elasticidad de la juventud.
—Ya tengo preparada la lista de invitados —dijo Silvina con eficiencia—. Todos, salvo tres diseñadores, han confirmado su presencia y pienso presionar hasta el último momento para que también ellos acepten. Estoy decidida a aumentar los beneficios de este año en por lo menos un veinticinco por ciento.
—Tanto el hospital como yo apreciamos tu entusiasmo —dijo Carmen mientras se quitaba los zapatos.
Había estado presentando sus planes para el desfile de moda destinado a recaudar fondos para el hospital y después habían ido a tomar el té. Llevaba horas sin sentarse y sus pies estaban comenzando a hacérselo saber, otro síntoma de envejecimiento.
A la edad de Silvina, habría sido capaz de hacer todo eso y de pasarse después la noche bailando.
—Deberíamos limitarnos a enviar un cheque —dijo Carmen mientras se servía un vaso de agua. Después le sirvió otro a Silvina—. Eso supondría mucho menos trabajo.
Silvina sonrió.
—Siempre dices lo mismo, pero estoy segura de que no hablas en serio.
—Tienes razón.
Aunque las tareas benéficas ocupaban la mayor parte de su tiempo, le encantaba saber lo mucho que podían cambiar las cosas gracias al dinero recaudado.
El sonido de alguien corriendo le hizo volverse. Anticipando el encuentro, Carmen dejó el vaso sobre el mostrador, se agachó y abrió los brazos.
Segundos después, Ambar entraba corriendo en la cocina y volaba hasta ella.
—Mamá, mamá, por fin has vuelto. Te he echado mucho de menos. Marta me ha leído un cuento y he estado viendo un vídeo de una princesa con Luisa. Hemos comido una hamburguesa con queso y luego Ian nos ha leído otro cuento y ha hecho voces.
Carmen se enderezó sin dejar de abrazar a su hija.
—Así que te lo has pasado muy bien.
—Sí —contestó Ambar sonriendo.
Tenía cinco años, la piel del color del café con leche y los ojos oscuros. Su pelo era una maraña de rizos. Carmen sospechaba que con el tiempo se convertiría en una auténtica belleza. Miguel y ella iban a tener problemas para alejar a los chicos de su lado en unos años. Pero de momento, sólo tenían que preocuparse de que la niña creciera sana y fuerte.

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