lunes, 14 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 43

Paula dejó el bolso en un taburete, delante del mostrador que separaba la cocina de la zona de estar de aquel enorme salón. Mientras Pedro le servía el vino, ella olfateó delicadamente.
—No huelo a comida —bromeó—. ¿Debería preocuparme porque voy a pasar hambre?
—Está todo en la nevera. Lo único que tengo que hacer es calentarlo ¿Tienes hambre o puedes esperar un poco?
Paula le miró a los ojos. El problema no era la comida. A lo que no sabía si iba a poder esperar era a él.
Pero era peligroso, se dijo inmediatamente. Peligrosamente sexy. ¿Acaso no había aprendido ya la lección? ¿Sería una de esas mujeres condenadas a repetir siempre los mismos errores con los hombres?
—Puedo esperar —cuanto más, mejor.
Pedro le tendió una copa de vino y la condujo al patio. El suelo era de piedra, de pizarra quizá. A un lado había una barbacoa enorme, un fregadero de obra y una nevera pequeña.
—Un sitio ideal para celebrar una gran fiesta —musitó Paula mientras Pedro encendía una estufa de butano y señalaba un sofá de mimbre cubierto de cojines de aspecto mullido.
—Ése es el plan, en cuanto consiga tiempo para ello.
—Dicen que ésas han sido las últimas palabras de muchos. Tienes que darte tiempo para disfrutar de la vida, lo sé por experiencia propia.
Pedro  se sentó a su lado y se volvió hacia ella.
—¿Tú lo haces?
—No tanto como debería. Mi excusa es que tengo un trabajo nuevo y estoy intentando aprender tan rápido como me sea posible. Por supuesto, tu excusa es que estas trabajando en la campaña a la presidencia del país de uno de los candidatos, así que supongo que tu respuesta vale más que la mía.
—Todo esto es una locura —admitió Pedro—. Hoy he estado en una reunión rodeado de abogados, hablando de cómo ocuparnos de la denuncia que me han puesto por haber pegado a ese maldito periodista. Nunca había sido el tema de una reunión.
—Y supongo que no te ha gustado.
Pedro la miró con expresión insondable.
—No es mi estilo. La cuestión es que me gustaría no estar involucrado en este asunto, pero lo estoy. Si al final esto hace fracasar la campaña…
Paula sacudió la cabeza.
—Lo siento, pero me temo que yo ya he pasado por eso. Tendrás que encontrar a otra para quejarte.
—Tú no tienes nada que ver con la campaña.
—Oh, por favor. Están controlando todos mis movimientos. De momento, parece que los estadounidenses están encantados con saber de mi existencia. Pero ¿qué pasará si cambian de opinión? ¿O si hago algo que no debería? La verdad es que no me considero la persona más adecuada para el papel que me ha tocado. Tengo un pasado.
Pedro sonrió.
—No demasiado turbio, lo sé. Hice que te investigaran.
—Qué consuelo. ¿Así que no hay nada en mi vida que para ti represente un misterio?
—Conozco tu vida en general, no los detalles. Eso ya era algo.
—¿Y te impresionaría que te dijera que los detalles son lo más jugoso?
—De hecho, ahora mismo estoy realmente impresionado.
Oh, Dios.
—Me alegro de saberlo —contestó Pedro, y bebió un sorbo de vino.
Dejó su copa en una mesita que tenían frente a ellos.
—Paula, tienes que saber que a medida que la campaña vaya avanzando y tú comiences a convertirte en un personaje público, es posible que empieces a tener noticia de personas que pertenecen a tu pasado.
Paula se había quedado tan impresionada al oír las palabras «personaje público» asociadas a ella que casi se perdió la segunda parte de la frase.
—¿Cómo quién?
—No sé, como Martín, por ejemplo.
—¿Quieres decir que es posible que me pida algo?
—A lo mejor quiere que vuelvas con él. Estar casado con la hija del presidente no está nada mal.
En la mente de Paula apareció en ese momento la imagen de Silvina, pero pensó rápidamente en otra cosa.
—Martín no es tan estúpido —le dijo—. Sabe que todo ha terminado. No pienso perdonarle nunca que me engañara y, además, no quiero volver con él. Hace tiempo que terminé de lamentarme por el fracaso de mi matrimonio y decidí que quería continuar con mí vida.
—Pero procura ser consciente de que podría pasar.
Paula pensó en los últimos hombres que habían formado parte de su vida. Sabía que Marcos nunca le molestaría, pero Ryan era suficientemente estúpido como para intentarlo.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó Pedro.
—En quién más podría aparecer.
—¿Vas a dar nombres?
Hablaba sin ocultar su diversión, con un tono de voz tan increíblemente sexy que Paula habría sido capaz de confesar cualquier secreto de estado, o incluso de inventárselo si no supiera ninguno.
—Después de romper con Martín, estuve saliendo con un tipo del Waterfront, uno de los restaurantes de mi familia.
—He comido alguna vez allí. Es muy bueno.
—Gracias. Contratamos a un director que es un chico encantador, divertido y además muy atractivo.
—Un canalla.
Paula se echó a reír.
—Pues la verdad es que sí. Tenía las palabras adecuadas para cada ocasión y yo decidí que podía ser el hombre que me ayudara a olvidar a mi ex marido.
—¿Y lo fue?
—Eso y más. Justo cuando pensaba que estaba empezando a quererle de verdad, aparecieron su mujer y su hijo. Literalmente. Se presentaron un día en el restaurante.
—Vaya.
Pedro la estaba mirando fijamente, pero ella no desvió la mirada. No tenía nada que ocultar. Todavía continuaba arrepintiéndose de haber sido tan estúpida, pero no guardaba ningún secreto.
—Lo que más me afectó, más que el engaño o la traición, fue lo que me dijo. No se le ocurrió otra cosa que decirme que sentía que tuviera que averiguarlo de esa forma. Fue increíble. ¿Cómo pretendía que lo averiguara? El caso es que estaba afectado y lamentaba que yo lo supiera, pero no se arrepentía en absoluto de haberme engañado.
—Algunos hombres son así.
—¿Tú has engañado alguna vez a alguien?
—No.
Lo dijo con voz firme y serena y Paula le creyó.
—Me lo imaginaba —dejó la copa al lado de la de Paula—, así que en lo que respecta a mi relación con Ryan, fui una verdadera estúpida.
—¿Por qué? ¿Cómo podías saber que iba a hacerte algo así?
—Podría haberle hecho más preguntas. Él estaba jugando conmigo, ¿no crees que debería haberme dado cuenta?
—Tú no juegas con la gente, ¿por qué ibas a esperar que lo hicieran otros?
—Tienes razón. Pero me sentí tan estúpida que me prometí no volver a salir nunca con ningún hombre.
—Pero lo hiciste.
—Sí. Con un chico que se llamaba Marcos. Era un hombre callado y tan dulce que me hacía sentirme a salvo.
—¿Te he comentado ya que era un canalla?
—No, ése era Ryan. Marcos estaba muy lejos de ser un canalla. Me gustaba, pero no había ninguna química entre nosotros. Yo pensaba que eso podía ser bueno, que, al fin y al cabo, había sido la química lo que me había llevado a tener problemas con Ryan. Durante algún tiempo, llegué a pensar incluso que era gay.
Pedro se echó a reír.
—No creo que eso sea algo que le guste escuchar a ningún hombre.
—Dímelo a mí. Aun así, él consiguió llevarlo todo con mucha elegancia y estilo y, cuando me pidió que saliera con él, le dije que sí.
Se interrumpió. No estaba muy segura de cómo llevar aquella conversación. Una cosa era contar algún secreto y otra muy diferente deleitarse en los detalles.

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