viernes, 4 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 12

—¿Cuánto quieres acercarte? —preguntó por fin.
—Digamos que lo suficiente como para ver sin tener necesidad de tocar.
—Pensaré en ello.
Teniendo en cuenta cuál había sido hasta entonces su actitud, era una gran concesión. Quizá, después de todo, no fuera Terminator. A lo mejor hasta era posible razonar con él. Aunque Paula  tenía la sensación de que, si se cruzaba en su camino, Pedro sería capaz de arrancarle el corazón sin pensárselo dos veces.
Se hizo el silencio. Un silencio embarazoso que le hacía desear salir huyendo de allí. Sabía que la estaba poniendo a prueba, que el primero en hablar perdería en aquel juego, pero era incapaz de continuar allí sentada sin decir nada.
—La casa es preciosa. Me encanta porque parece hecha para disfrutarla.
—Mi madre tiene un gusto excelente —miró el reloj—. El senador no tardará en bajar.
Paula se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Antes, en las oficinas de la campaña, también has llamado así a tu padre. Te refieres a él como «el senador», no le llamas «Miguel» o «mi padre».
—De esa forma es más fácil para todo el mundo. Al fin y al cabo, ése es nuestro ámbito de trabajo.
—Pero ahora no estás trabajando.
Pedro fijó la mirada en su rostro.
—De esa forma las cosas son más fáciles para todos —repitió.
¿Por qué?, se preguntó Paula.
—¿Es una forma de mostrar tu respeto o de asegurarte de que nadie te vea como el niño de papá?
Pedro arqueó una ceja, pero no dijo nada. Al parecer, Paula no iba a recibir otra respuesta.
—¿Te ha molestado la pregunta? —le preguntó—. Yo creo que en realidad lo haces por las dos cosas. Al fin y al cabo, tu padre quiere optar a la presidencia del país —algo que ella todavía no estaba en condiciones de asimilar—, pero a un nivel más personal, estoy segura de que odiarías que la gente pensara que ocupas el puesto que ocupas por la relación que tienes con tu padre y no por tus propios méritos.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Tengo una gran intuición. ¿Me equivoco?
—¿Quieres tomar algo?
Paula sonrió.
—No te gusta que hagan preguntas, ¿verdad? Muy propio de un abogado. Les gusta hacer preguntas, pero no contestarlas. No pasa nada. Si ahora te dedicas solamente a la campaña, ¿has pedido una excedencia en el trabajo o algo así?
—Algo así —contestó con desgana—. Si el senador decide optar a la presidencia, me sumaré a su campaña.
—Todo esto de la política es completamente nuevo para mí. Voto, pero eso es todo. De vez en cuando veo algún debate por televisión, pero no le presto mucha atención.
—Los procesos democráticos no son para los tímidos —dijo Pedro—. Optar a la presidencia del país no es una decisión que se pueda tomar a la ligera. Y un buen escándalo destrozaría la reputación de un hombre honrado durante el resto de su vida.
—No quiero hacerle ningún daño a nadie —se vio obligada a responder Paula.
—Eso no significa que no lo vayas a hacer.
Paula estaba acostumbrada a ganarse simpatías o antipatías en función de sus propios méritos. No era perfecta, pero tampoco era un demonio.
Antes de que hubiera podido señalarlo, una mujer delgada de unos cincuenta años entró en el salón. Paula se levantó inmediatamente mientras se fijaba en la belleza clásica de sus facciones y en su pelo lacio y brillante.
Pedro  también se levantó, cruzó el salón y la saludó con un beso en la mejilla.
—Ésta es Paula Chaves—la presentó—. Paula, mi madre, Carmen Schulz.
Los ojos azules de Carmen se humedecieron ligeramente mientras le daba la bienvenida.
—Paula, cuánto me alegro de conocerte. Estamos encantados de que vengas a cenar con nosotros.
Su tono era tan amable como sus palabras. Paula sabía que la situación tenía que estar siendo difícil para ella, pero no la vio dejar de sonreír en ningún momento.
Carmen se volvió hacia su hijo.
—¿No le has ofrecido una copa ni nada de comer? ¿Pretendes matarla de hambre?
—Claro que se la he ofrecido —contestó él, ligeramente a la defensiva—. Pero dice que no quiere nada.
Paula  se le quedó mirando fijamente. ¿Había alguna grieta en la armadura del dragón? ¿Su necesidad de proteger a su familia se habría debilitado ante la buena educación y la amabilidad de su madre?
Carmen  ensanchó su sonrisa.
—Me imagino perfectamente la amabilidad con la que se lo has preguntado —se volvió hacia Paula—. Yo tomaré una copa de vino blanco, ¿quieres tomar tú una también?
—Me encantaría —respondió Paula, y tuvo que reprimir las ganas de sacarle la lengua a Pedro.
Pedro  musitó algo ininteligible y se dirigió hacia el mueble bar. Carmen se sentó y le indicó a Paula con un gesto que la imitara.
—Miguel me ha comentado que hace poco que has descubierto la relación que tienes con él.
—Sí, es cierto. Todo esto es un poco complicado, pero el caso es que mi abuela me lo dijo hace varias semanas.

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