miércoles, 16 de septiembre de 2015

tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 51

Paula sorbió la nariz y se enderezó.
—¿A qué te refieres? —le preguntó mientras se secaba las lágrimas.
Gloria sonrió y parpadeó para apartar las lágrimas que también empañaban sus ojos.
—Te estaba diciendo que he sido muy dura contigo. Demasiado dura. Quería que fueras mejor que yo, pero nunca encontré la mejor manera de decírtelo. Tú no salías huyendo como tus hermanos. Yo continuaba presionando, esperando que lo hicieras algún día y, cuando quise darme cuenta, te había perdido. Te he echado mucho de menos.
Las lágrimas empapaban el anciano rostro de Gloria.
—Lo siento. Sé que no sirve de nada decirlo, pero es absolutamente cierto. Te quiero. Te quise desde que tu madre te puso por primera vez entre mis brazos —sonrió—. Aunque la verdad es que ya entonces eras una niña muy decidida. Me agarraste del pelo y no me soltabas.
Paula no sabía qué pensar. De pronto estaba recibiendo demasiada información como para poderla procesar, aunque fuera la mejor información que podía imaginar. Se sentía feliz, confundida y unida por fin a la mujer a la que más había admirado en toda su vida.
—Yo también te quiero —le dijo—. Siempre he querido ser como tú.
—A lo mejor deberías buscar un modelo de mujer mejor que yo. Como Carmen Schulz. Es una santa, ¿no es cierto? Todo el mundo lo dice.
—Es una mujer muy especial, pero tú formas parte de mi familia.
Gloria le tomó la mano y se la apretó con calor.
—Ahora ellos también forman parte de tu familia. A partir de ahora, para tí la Navidad va a ser mucho más interesante.
Paula se echó a reír.
—Ni siquiera he pensado en eso —tomó aire—. La doctora dice que estás bien, que dentro de unas horas te mandarán a casa. Ahora tendré que vigilarte.
—Tendré que vivir como una prisionera en mi propia casa —se lamentó Gloria, pero sonreía mientras lo decía.
En ese momento se abrió la puerta de la habitación y entraron los hermanos de Paula. Ésta se apartó para dejar que se acercaran a Gloria, pero no se marchó. Necesitaba estar cerca de su abuela.
No se le escapaba lo irónico de la situación. Un año atrás, se sentía sola en el mundo. Sólo podía contar con el apoyo de sus hermanos. De pronto, tenía a Gloria y a toda la familia Schulz. Había pasado de la pobreza a la riqueza sin apenas darse cuenta.
Aunque no todo en su situación era bueno. Tenía el presentimiento de que en cuanto viera los periódicos de la mañana, iba a sentirse humillada como pocas veces lo había estado en su vida. Hasta entonces no había querido decir nada, estando como estaban todos pendientes de la evolución de Gloria. Pero probablemente debería contarles lo ocurrido antes de que lo vieran con sus propios ojos.
Esperó a que se hiciera un silencio en la conversación para acercarse de nuevo a la cama y preguntar:
—¿Sabes lo que terminé haciendo anoche?
Cuando Pedro se presentó en casa de Gloria era ya media tarde. Paula le invitó a pasar y le condujo hasta la cocina.
—¿Qué tal está tu abuela? —preguntó Pedro.
—Bien, ahora mismo está durmiendo La doctora nos ha dicho que pasará el resto del día adormilada. Yo voy a quedarme aquí con ella, echándole un ojo de vez en cuando. Me lo ha pedido Cristina. Se siente culpable, y la verdad es que yo también.
Pedro se reclinó contra el mostrador.
—¿Por qué te sientes culpable?
—Por haber estado disfrutando de una noche de sexo apasionado y salvaje mientras mi abuela confundía su medicación.
—Así que una noche de sexo apasionado y salvaje —sonrió—. ¿Eso fue para tí?
—No te lo creas tanto. Para empezar, tú tuviste la culpa de que no estuviera en mi casa —en realidad, no le culpaba en absoluto de lo ocurrido.
—¿Porque siempre le controlas la medicación antes de que la tome?
—No
—Entonces, ¿es porque tu abuela no es capaz de controlar su propia medicación?
—Mi abuela es perfectamente capaz de controlar su medicación. Fue un error, un error estúpido que no volverá a cometer. Por cierto, me fastidia profundamente que utilices la lógica en un momento como este. Deberías limitarte a aceptar tu culpa y prometer que no volverás a hacerlo otra vez.
—¿Quieres que te prometa que nunca volveré a hacer el amor contigo?
No, claro que no.
—Bueno, a lo mejor eso no, pero algo parecido.
—¿En ese caso, no debería pensar en la posibilidad de que volvamos a hacerlo?
—¿No te he dicho ya que me molesta la lógica? Además, me llevas mucha ventaja. Seguro que has dormido más que yo.
—No mucho más —acortó la distancia que los separaba y la besó—. ¿Quieres que empecemos otra vez? —le preguntó.
Paula apoyó la mano en su pecho.
—Sí. Hola, Pedro. Te agradezco mucho que te hayas pasado por mi casa porque he tenido un día infernal.
—Estoy seguro. Pero ahora Gloria ya está mejor y eso es lo que importa.
—Es verdad. El problema es que llevo semanas montada en una montaña rusa emocional. Antes mi vida era muy aburrida. Echo de menos el aburrimiento.
—Yo también.

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