miércoles, 30 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 35

—Ojalá hubiese podido conseguir más, pero me encontré con la historia demasiado tarde. Las pistas estaban empezando a desaparecer —se lamentó—.En fin, será mejor que me vaya —dijo, pero no parecía tener muchas ganas de hacerlo—. ¿Podemos vernos mañana? Me gustaría volver después del programa, pero no sé a qué hora acabaremos.

Su ofrecimiento le resultaba mucho más tentador de lo que él se imaginaba, seguro. Sería tan fácil abrirle de nuevo la puerta de su vida y recibirlo con los brazos abiertos, del mismo modo que ya lo había recibido en su cama..., pero con ello solo conseguiría un dolor que no estaba preparada para soportar.

—Me parece que no. Tengo que marcharme mañana.

—¿Adónde vas?

La complacía saber que no le hacía gracia que se marchara.

—A Melbourne. Quiero alquilar un coche para ir a Phillip Island a echarle un vistazo a la casa, y si me gusta, a lo mejor me quedo unos días. Luego, más adelante, me instalaré allí durante un tiempo para empezar con el libro.

—Preferiría que no te marchases de Sidney hasta que haya hablado con Matías Ellison.

—¿Para qué? ¿Para demostrar que yo tenía razón desde el principio y que ha sido algún familiar quien ha dejado la flor en el lugar equivocado? Olvídalo, Pedro. Esto tiene que ver con nuestro hijo, y no con la historia que has publicado, y que andes revolviéndolo todo solo me sirve para avivar todos los recuerdos. Y eso duele.

No pretendía reaccionar así, pero de pronto su respiración se volvió entrecortada y los ojos le ardieron. Se dió la vuelta y se aferró al borde de la mesa.

—No, por favor, Paula. No quiero hacerte daño.

Ella siguió dándole la espalda.

—Pues lo estás consiguiendo. Ojalá no te hubiese llevado a ver la placa.

—Te olvidas de algo, y es que eso también tiene que ver conmigo.

Se dió la vuelta echando fuego por los ojos, pero las palabras que iba a lanzarle murieron en sus labios al percibir un innegable dolor en sus ojos. Debía estar muy cansado para dejar que se le notara.

—Ya. Pretendes devolverme la pelota por no haberte hablado de todo esto en su momento, ¿Verdad?

Un segundo y volvía a ser Pedro Alfonso, el periodista de acero. Aunque así era más fácil tratar con él, prefería al otro Pedro, que tenía sentimientos que ella podía tocar. También tenía que reconocer que ese otro Pedro sería más fácil de amar y mucho más  difícil de dejar. Seguramente debería alegrarse de que apareciera muy de tarde en tarde.

—Eso es una tontería, y tú lo sabes.

—Llámalo como quieras, pero no podrás dejar de sufrir mientras sigas aferrándote a cualquier risibilidad. Eso solo sirve para alargar el proceso.

Él asintió con frialdad.

—Puede que tengas razón, pero quiero hacer esto a mi manera.

Paula estuvo a punto de echarse a reír.

—Tú siempre lo haces todo a tu manera.

Pedro se acercó.

—No te vayas aún a Phillip Island. Espera unos días más.

Si esperaba unos días más, seguramente terminaría por no ir.

—Ya tengo el billete de avión reservado.

—Entonces, dime al menos cómo puedo localizarte.

Ojalá tuviera el valor para decirle que no quería que la localizara.

No Estás Sola: Capítulo 34

—Eso es cierto. Son los hombres quiénes se sienten abocados al suicidio o a la violencia cuando les niegan el acceso a sus hijos.

—No hay ganadores en esas situaciones —contestó ella, y el sentido de la justicia le hizo preguntar—: ¿Es un hombre tu informante?

Él negó con la cabeza.

—No puedo decírtelo. Lo siento.

—Lo comprendo. Teniendo en cuenta la clase de gente que vendería bebés, tu informante debe correr un riesgo tremendo al hablar contigo.

—Mayor de lo que te imaginas.

Se alegraba de que la conversación hubiese vuelto a un terreno neutral.

—¿Y los culpables?

—La gente a la que podemos identificar por el momento son peces pequeños. Los peces gordos, que es en realidad el médico que lo ha organizado todo, ha desaparecido. Lo último que sabemos de él es que está en Sudamérica. Hay un partero con el que me gustaría hablar sobre los historiales alterados, y por supuesto a la policía también, pero ha desaparecido igualmente.

—¿Y los niños?

—En ese sentido, hemos tenido más suerte. Uno de los niños va a reunirse hoy con sus verdaderos padres. La historia saldrá esta noche en las noticias, si quieres verla.

—No me la perdería —contestó, alegrándose por él—. ¿Qué pasará con la gente que aceptó pagar a cambio de que les dieran un niño?

—Han arrestado a una pareja. Son portadores del gen de la fibrosis quística y eran demasiado mayores para adoptar, así que decidieron quedarse con el hijo de otros.

—Es horrible estar así de desesperado.

Pedro frunció el ceño.

—No deberías sentir lástima por ellos. Su abogado ya ha explotado esa lástima más de lo que te imaginas. Recuerda que permitieron que otra pareja creyera que su hijo había muerto. No se merecen ni un gramo de piedad.

—Tienes razón —contestó, mientras él abría la tapa del teléfono móvil—. ¿A quién vas a llamar?

—A Matías Ellison, el detective privado.

Paula tragó saliva. Mientras hablaban, casi se había olvidado de él. ¿Qué estaría tan
ansioso por decirle?

Pedro escuchó durante unos segundos y cerró la tapa del teléfono con un gesto de fastidio.

—El maldito contestador.

El alivio de Paula fue notable. Las noticias que tuviera que darle el investigador no debían ser muy urgentes, o habría intentado hacer un esfuerzo por localizar a Pedro .

—Puede que se haya ido ya a casa.

 —Quizás —marcó otro número y esperó, y maldijo entre dientes cuando saltó otro contestador—. Tampoco ha habido suerte.

—A lo mejor no tenía mucho de lo que informar —aventuró.

Pedro frunció el ceño.

—No tengo tiempo de andar persiguiéndolo. Cuando me llamaste, estaba de camino a un estudio de televisión para participar en un coloquio —consultó el reloj—. Menos mal que se trata de un programa grabado, pero aun así el productor debe estar comiéndose las uñas.

—No pretendía entretenerte.

—Ha sido por elección propia. Quería asegurarme de que estabas bien —contestó, y se pasó la mano por la cara—. Después de la semana que he tenido, un programa máso uno menos no supone ninguna diferencia.

—Eres toda una celebridad —dijo, sin poder ocultar el orgullo en su tono de voz.

Él también lo percibió, y la miró sorprendido. ¿Es que no esperaba que se alegrara? Tenían demasiada historia a sus espaldas como para no sentirse orgullosa de sus logros, sobre todo de algo así, que tanto bien podía hacer. Y así se lo dijo.

Él sonrió de medio lado.

—Dudo que la gente que vendió los bebés opine lo mismo que tú. Han pasado ya diez meses, y creerían que estaban a salvo.

Y gracias a él, aquellos niños podrían reunirse con su verdadera familia.

—Lo único malo de todo esto es que, después de salir en la tele, la gente te acosa en la calle. Escribir todos los días en un periódico no te da esa clase de popularidad.

—Pobrecito —bromeó—.Así que tendrás que aguantar hordas de adolescente persiguiéndote por las calles para pedirte un autógrafo y arrancarte la ropa, ¿No?

—No es broma. Ayer estaba en el lavabo de caballeros y un hombre que se puso de pie junto a mí quiso hablar del tema mientras...

—Se calmará, ya lo verás —le dijo por experiencia—. Y mientras tanto, piensa que
estás haciendo un bien.

No Estás Sola: Capítulo 33

—¿Y por qué me ha seguido?

—Porque le enseñé una foto tuya. Seguramente quería presentarse —hizo una pausa—. O porque tenía algo de lo que informarte.

Paula acercó un taburete al teléfono y se sentó.

—¿Y qué podía tener que decirme? ¿Que las rosas están bonitas? No puede decirme nada porque no hay nada que decir.

—¿Estás bien?

Ella se rió.

—Perfectamente. Un hombre me ha perseguido por el parque. Es la mejor forma de pasarlo bien.
—¿Estás en casa?

—Sí, pero...

—Quédate ahí. Llegaré en diez minutos.

—No es necesario, Pedro. Estoy bien —le aseguró, pero él había colgado.

Cuando el timbre sonó, pensó en fingir que no estaba, pero al final decidió aplastar unos cojines y abrir una revista para que no diera la sensación de que había estado paseándose de un lado a otro, esperando su llegada. Hacía poco tiempo se habría echado en sus brazos. No habría importado si se habían visto horas o minutos antes.

—No tenías por qué venir tan deprisa, no me pasa nada.

Él se sentó en una silla frente a ella, tan elegante como un felino, como una pantera. Parecía cansado, como si las exigencias de su trabajo le estuvieran pesando demasiado.

—Parecías preocupada.

Ella negó con la cabeza.

—Sí, estaba preocupada, pero ya se me ha pasado. Si tu amigo llega a tocarme, lo habría dejado seco en la hierba.

Pedro se rió, pero vió preocupación en el fondo de sus ojos.

—Ya no me acordaba de aquellas clases de defensa personal que tomaste hace unos años, pero debería advertirte que Matías no está precisamente indefenso.

—Es sorprendente lo que se puede hacer cuando te sientes acorralada.

—Siento que te hayas asustado. Le pedí a Matías que investigase porque quería obtener respuestas.

—Tú siempre quieres respuestas, Pedro—le contestó, mirando la revista—, pero no siempre es posible darlas.

Él apoyó los codos en las piernas.

—Mucha gente quería que pensase precisamente eso cuando empecé a investigar lo del tráfico de niños. De no haber sido por una persona con conciencia que trabaja en el hospital, no habría podido ir más allá de la puerta.

—¿Es esa mujer el contacto anónimo que mencionaste en la radió?

—¿Y cómo sabes que era una mujer? Evité dar cualquier tipo de pista sobre su identidad.

Paula había hablado sin pensar.

—Pues no lo sé. Supongo que inconscientemente he pensado que es la clase de situación que preocuparía más a una mujer que a un hombre.

—¿Y de dónde diablos has sacado esa idea?

—No lo sé. Supongo que...

—Que un hombre no siente por un bebé lo que una mujer, ¿No? ¿Es eso? — preguntó, y parecía como si fuese a saltar de la silla y a agarrarla por el cuello.

—Claro que no —recordó entonces el comentario de Laura sobre cómo Pedro trataba al cachorro y tuvo que descartar otra imagen de cómo trataría a un bebé—. Los hombres y las mujeres entendemos los lazos familiares de un modo distinto. Son muchos más los hombres que abandonan sus hogares y a sus hijos.

No estás Sola: Capítulo 32

Llevaba un cuarto de hora conduciendo cuando se dió cuenta de dónde estaba. No había tomado la decisión de ir al jardín donde estaba la placa de Bautista; es más, de hecho lo había evitado desde la noche que estuvo allí con Pedro, pero se encontró sin darse cuenta ante la puerta. Necesitaba unos momentos de tranquilidad y reflexión, se dijo, y bajó del coche.

Momentos después, estaba sentada en su banco favorito. El sol de la tarde se colaba entre las hojas de los árboles, prestándoles un halo dorado a las pequeñas placas de cobre. Poco a poco fue relajándose y dió las gracias al instinto que la había llevado hasta allí. Pero un momento después, esa sensación de bienestar fue alterándose, reemplazada por la sospecha de que alguien la observaba. Miró a su alrededor. Un hombre vestido con un mono oscuro estaba podando un rosal en un rincón del parque. Levantó la mirada brevemente y siguió con su trabajo. Debía ser su presencia lo que la había inquietado. Pero cuando volvió a mirarlo, se dió cuenta de que se había acercado. No estaba podando los rosales, sino más bien disimulando, porque no llevaba nada en las manos. Aun así, Paula se pidió calma. El hombre fue acercándose cada vez más, hasta que ella llegó a la conclusión de que ya estaba bien, y se levantó para dirigirse con paso decidido a su coche. El hombre echó a andar tras ella y Paula apretó el paso.

Cuando llegó a la entrada del parque, tenía el mando a distancia en la mano y abrió la puerta. Cuando se sentó en el asiento del conductor y cerró, respiraba como si hubiese corrido el maratón. Pero el corazón se le subió a la garganta cuando el desconocido corrió hasta el coche y llamó a la ventanilla.

—Espere. Quiero hablar con usted.

Paula no lo dudó. Puso el coche en marcha y aceleró a fondo, dejando al hombre atrás. No se detuvo hasta llegar a casa. Aquel tipo debía acosar habitualmente a las mujeres en los parques, y seguro que era inofensivo. Seguro. Pero... ¿Y si tuviera algo que ver con la flor misteriosa? Con manos temblorosas, marcó el número de Pedro.

—Contesta, por favor —murmuró mientras sonaba la llamada.

—Pedro Alfonso al habla.

Oír su voz fue un tremendo alivio.

—Pedro, gracias a Dios.

—Paula, ¿Qué te pasa?

—He estado en el parque —contestó, sin necesidad de especificar a qué parque se refería—. Un hombre me ha seguido hasta el coche.

—¿Qué aspecto tenía? —preguntó con un suspiro.

¿Por qué no le preguntaba si la había atacado, o si se encontraba bien, o algo así?

—Era más bajo que tú, con el pelo rubio oscuro y largo —le contó—. Estaba moreno, pero no parecía un moreno natural.

Recordar todos aquellos detalles le produjo un escalofrío.

—Matías Ellison.

—¿Cómo? ¿Lo conoces?

—Debería. Lo he contratado yo.

—¿Has contratado a un pervertido para que acose a las mujeres en un parque?

—No es un pervertido, Paula. Es un detective privado y un buen amigo. A veces me ayuda con las investigaciones. Cuando encontramos la rosa, le pedí que estuviera atento y que me informara de cualquier cosa sospechosa.

No Estás Sola: Capítulo 31

Laura se sirvió más ensalada.

—Sí que lo he visto. Ayer, en la televisión. Le hicieron una entrevista sobre lo de los niños, y antes de la entrevista, pusieron imágenes suyas en su despacho, trabajando en el ordenador, y luego paseando con el cachorro en un parque. Me recordó a Gonzalo cuando nacieron Joaquín y Martina: parecía como si no esperara sentirse tan cautivado por una criatura indefensa. Ya sé que estamos hablando de un perro, pero por lo que ví me parece que es de los que saben cuidar de criaturas indefensas.

Paula se vió asaltada por la imagen de Pedro en el suelo sobre una manta, jugando con un niño. La habitación empezó a darle vueltas. Era una fantasía, nada más.

—¿Tenía buen aspecto?

Laura dejó el tenedor en suspenso.

—¿Es que no has vuelto a verlo después de que se enterara de lo del bebé?

—La semana pasada lo llevé a visitar la placa de Bautista en el jardín y... discutimos.

—¿Por qué? ¿Por ocultarle la verdad?

—En parte. Pero es que alguien había dejado una rosa junto a la placa de Bautista.

Laura frunció el ceño.

—¿Sabes quién?

Paula esperaba que hubiera podido ser ella.

—Si no han sido Gonza o tú, nadie más sabe de esa placa conmemorativa. Tiene que ser un error. Alguien que dejó la flor en el lugar equivocado.

Laura se quedé pensativa un instante.

—Me parece poco probable, ya que todas las placas tienen los nombres de los bebés. Seguro que Pedro  tampoco estuvo de acuerdo contigo.

—Está tan metido en su investigación que ve conspiraciones en todas partes.

—Puesto que el hospital en el que han descubierto el caso es el mismo en el que tú estuviste, y todo pasó poco más o menos por la misma época, ¿Hay alguna posibilidad de que...?

—Ninguna —la interrumpió Paula.

Desde la publicación de la historia de Pedro, había visto a otros padres siendo entrevistados en televisión, y a pesar de todo, se sintió consumida por la envidia. Sus hijos habían sido entregados a otras familias a cambio de grandes sumas de dinero, pero por lo menos podían albergar la esperanza de encontrarlos. Pero ella no podía tener esa esperanza. Pedro había revisado cada posibilidad, incluida la del bebé que había nacido pocas horas después que el suyo. El contacto de Pedro en el hospital le había enseñado los resultados de una prueba de paternidad. Si había algo que encontrar, sabía que él lo encontraría.

—Encontró una pista falsa, pero resultó que los padres habían hecho una prueba de paternidad. No hay duda.

Laura tomó su mano por encima de la mesa.

—Lo siento mucho. Esperaba que...

—Yo también. Precisamente por eso la flor me inquietó tanto. Pedro estaba convencido de que tenía que significar algo, pero no he vuelto a verlo desde esa noche.

—¿Pero querrías verlo?

—Supongo que soy una completa idiota.

Laura sonrió.

—No más que el resto de la raza humana —contestó, y miró el reloj—. Debería volver a trabajar, pero si quieres que charlemos un poco más, puedo llamar y posponer mi próxima cita. La niñera está con los niños, así que puedo quedarme.

—Gracias, pero como dice la canción, «sobreviviré».

Laura la miró preocupada.

—En mi trabajo he visto desmoronarse a gente que debería aguantar bien la presión. También he visto a gente que se negaba a rendirse cuando haciéndolo habrían conseguido el apoyo que necesitaban. Ser fuerte no es siempre una virtud.

—Pero a veces es una necesidad —Paula se levantó y pagó—. Gracias por haberme dedicado este rato.

—Ya sabes que siempre estoy disponible para tí. Tú lo has estado siempre, desde que me casé con tu hermano.

Paula sonrió, pensando que a su hermano no le habría gustado nada aquel tema de conversación, pero sabía que podía confiar en la discreción de Laura.

—Dale un beso a los niños de mi parte.

—Lo haré. Aún siguen hablando de los juguetes que les llevaste el último día que viniste a cenar.

Había sido el día anterior a la subasta. Cuando se despidió de su cuñada, intentó no sentir celos de su familia. Tenía un trabajo que le gustaba, un marido que la quería y dos hijos adorables.

—«Sobreviviré» —fue canturreando con decisión al ir al coche.

lunes, 28 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 30

Mientras investigaba para el artículo, descubrí que los abortos y muertes de recién nacidos son muy frecuentes.

—Pero las estadísticas no te sirven de nada cuando tu hijo figura en ellas.

—Es cierto —contestó, y notó por primera vez en su voz que aquella visita no lo había dejado tan indiferente como ella creía.

¿Pero por qué no podía compartirlo con ella, en lugar de ocultar sus sentimientos e intentar convencerse de que no importaba? Pues por la misma razón que ella no podía desprenderse de su ilógica sensación de culpa. Los dos llevaban su equipaje a cuestas desde hacía mucho tiempo, y era lo que les impedía enfrentarse a las cosas en el presente. Seguramente por eso estaban mejor separados.

—Me alegro de que me hayas traído aquí —dijo Pedro.

Ella asintió y se apoyó en él.

—No sabes cómo desearía poder hacer las cosas de un modo distinto al que las hice.

—Significa mucho para mí oírtelo admitir.

Y la besó suavemente en lo alto de la cabeza, hundiendo las manos en su pelo. Mientras la acariciaba, se sintió consciente de hasta el último detalle que les rodeaba: la brisa moviendo las hojas de los árboles, el crujido de la grava bajo sus pies y, sobre todo, el calor y el olor de Pedro. Apoyó la mejilla en su pecho y al escuchar el latido de su corazón, se dijo que no lo había superado. Por mucho que intentase convencerse de ello, y por mucho que no formaran la pareja ideal, no podía separarse de él. Debía salir de sus brazos antes de que las cosas se complicaran. Fue él quien hizo el esfuerzo y la apartó.

—Debemos volver. Es tarde.

—Y el cachorro... —dijo, intentando disimular la desilusión.

Pero nada podría hacer desaparecer esa sensación de su interior.


Una semana más tarde, Paula saludaba a su cuñada con agrado. Habían quedado en la cafetería y Laura acababa de llegar.

—Siento llegar tarde —se disculpó—. Al llegar al tribunal he descubierto que mi cliente se fue anoche a Europa. No cayó en la cuenta de que iba a tener que presentarse en persona, y pensó que bastaría con enviar a su secretaria. Me ha costado un triunfo convencer al tribunal de que se aplazara el juicio hasta que pueda estar de vuelta.

El camarero llegó a su mesa.

—Un café solo —le pidió Laura—. Necesito una buena dosis de cafeína. Y una ensalada.

El camarero se llevó las cartas y Paula quedó sin nada tras lo que ocultarse. A Laura  le bastó mirarla un momento para saber que algo no iba bien.

—Vamos, habla. Cuéntame.

Poco después de la vuelta de Pedro, Paula le había contado que habían estado a punto de hacer el amor con él en su casa. Una semana después, se lo había permitido antes de ir a la subasta.

—La atracción física no basta para reavivar una relación —dijo, casi más para sí misma que para Laura.

Su cuñada sonrió.

—Si lo repites con insistencia, puede que hasta te lo creas.

—Es que tengo que creerlo —contestó, apoyándose en la mesa—. Pedro ya es historia. Aparte de mi trabajo en la fundación, tengo que escribir un libro, y he decidido irme a Phillip Island a trabajar en él.

—Bueno. Y si todo eso te hace feliz, ¿Dónde está el problema?

La verdad era que tampoco podía decir que eso la hiciera feliz. Tenía la sensación de estar perdiéndose algo, aunque intentaba convencerse de que era solo el pasado, reavivado por el regreso de Pedro. Con eso no le bastaba para controlar la excitación que sentía solo con pensar en él, pero por algo se empezaba. Y en la isla conseguiría quitárselo de la cabeza completamente.

Laura se sirvió ensalada en el plato y señaló el cuenco con el tenedor. Paula negó con la cabeza.

—Una mujer con una misión necesita una buena alimentación —dijo.

Paula sonrió.

—Voy a escribir un libro, no a subir al Everest.

—Si te costara tanto escribir como a mí, te parecería lo mismo.

—Menos mal que no es el caso. Estoy deseando empezar.

—Me alegro por tí, y estaré encantada de comprar una docena de copias del libro cuando salga —de pronto se quedó seria—. Cuando hemos hablado por teléfono, me ha dado la impresión de que había algo más que te molestaba. ¿Quieres hablar de ello?

—Me conoces demasiado bien —contestó, haciendo dibujos sobre el mantel con un dedo—. Pedro se ha enterado de lo del bebé. Encontró mi nombre en el registro del hospital mientras investigaba un caso de tráfico de niños.

—Vaya. Ya es casualidad que fuese en el mismo periodo de tiempo. ¿Y qué tal se lo ha tomado?

—Mal. Sabía que no iba a ser fácil para él, pero no me imaginaba hasta qué punto podía gustarle la idea de ser padre.

Laura la miró sorprendida.

—Estaba en contra de las familias felices...

—No cree en ellas, y con su experiencia, es comprensible. Por eso su reacción ante la paternidad me ha sorprendido tanto. Ha reaccionado como si le hubiese arrebatado algo, algo que creía que no iba a poder tener nunca.

—Pero no fuiste tú, sino la naturaleza —le recordó—. Necesitará un poco de tiempo para asimilarlo, igual que tú. Aun así, me cuesta trabajo imaginarme a Pedro de padre.

Paula detestaba las lágrimas que tan a punto estaban de salir a la superficie. Creía que por fin tenía controladas sus emociones, pero no era así.

—Es que no le has visto con su cachorro.

También le había hablado de ello.

No Estás Sola: Capítulo 29

De vuelta al coche, Pedrollevaba la flor entre el índice y el pulgar, como si se tratara de una prueba, mientras que Paula la veía simplemente como una flor depositada en el sitio equivocado, por error, por algún familiar apenado.

—Olvídalo, por favor —le pidió, conteniendo las lágrimas. No quería hundirse delante de él. No sabía qué esperaba de Pedro, pero en cualquier caso, una respuesta más emocional que la que estaba teniendo—. Acabas de visitar el monumento dedicado a nuestro hijo. ¿Es que eso no representa para tí algo más que otra posible pieza de tu rompecabezas?

—No si puede significar algo.

—Te traje aquí porque pensé que te ayudaría a cerrarlo todo, y no para darte una nueva pista para tu historia.

—¿Cerrar? Tú has tenido meses para llorar la muerte de nuestro hijo, ¿Y quieres que yo me olvide así, solo con chasquear los dedos?

—No es eso lo que...

—Pues yo creo que sí —le espetó—. No te gusta compartirlo conmigo ni siquiera ahora, ¿Verdad?

—Qué tontería.

—¿Ah, sí? —hizo un gesto señalando lo que había a su alrededor—. Hemos compartido algo importante, Paula: hemos tenido un hijo juntos. Tengo que asimilar ese hecho antes de que pueda tan siquiera empezar a ponerle punto final. Me acusas de no compartir mis emociones contigo, y puede que tengas razón. No he tenido mucha práctica. Pero esta vez, eres tú quien me está excluyendo constantemente.

Ella había creído que hacía lo correcto manteniendo en secreto la existencia de su hijo, pero en aquel momento sintió dudas. ¿Habría guardado silencio porque no quería que él se sintiera obligado a quedarse, o porque no quería compartir la experiencia con él?

—Es más fácil acusarme a mí de ser frío que aceptar que no querías que estuviese presente —dijo.

Se alegró de que la poca iluminación no dejase ver su repentina palidez.

—No puede ser cierto.

—¿Ah, no? Antes me has dicho que no he tenido nunca una relación con mi padre. Tú no habrías tenido ese problema si eran solo el niño y tú.

—Yo quería que mi hijo tuviese padre —se defendió.

—¿Tu hijo, Paula?
—Nunca he querido hacerte daño, Pedro.

—Y no me lo has hecho. Lo que he sentido desde que me lo dijiste ha sido rabia, ira de la de siempre.

No podía culparlo por ello, aunque la intensidad la sorprendía.

—Supongo que tienes derecho a ello.

—No lo dudes. Después de lo que fuimos el uno para el otro durante más de tres años, sigo sin comprender cómo fuiste capaz de ocultarme algo tan importante como el embarazo.

—Pues porque, en un principio, pensé que decírtelo era como si estuviera haciéndote chantaje. Y después, porque no era capaz de admitir mi fallo.

Él frunció el ceño.

—¿A qué te refieres?

Paula bajó la mirada.

—Pues que tuvo que haber algo que debería haber hecho de otra manera.

Pedro puso las manos en sus hombros.

—¿Te lo ha dicho un médico?

—No. Es mi opinión.

—Sabes que es una tontería, ¿Verdad?

—Lo sé, pero es que no puedo dejar de pensarlo. Mi padre...

—¿Qué tiene que ver tu padre con esto?

—Si todo lo que hacía no era perfecto... si me equivocaba en algo...

La voz le falló.

—Sigue.

—Me castigaba para recordarme que podía hacerlo mejor.

A la escasa luz de las farolas, vio la expresión dolida de Pedro.

—¿Te pegaba?
Paula negó con la cabeza y la fuerza del recuerdo era tanta que el parque pasó a un segundo plano.

—No era tan directo. Simplemente me trataba como si fuese invisible. A veces eso se prolongaba durante días, hasta que prometía no volver a desilusionarlo para conseguir que volviese a mirarme o a dirigirme la palabra.

—¿Cómo se puede tratar a una hija con tanta crueldad?

—Es un perfeccionista.

—Yo diría que más bien un sádico. Gente como tus padres o los míos no deberían poder tener hijos.

—No todos son iguales. Mi madre me hablaba cuando mi padre se iba. No quería que sufriera.

—Pero sufriste de todos modos. Que te traten como si no existes le hace daño a cualquiera, pero sobre todo a una niña.

—Me aterrorizaba la idea de fracasar —reconoció con dificultad.

—Lo que le pasó a nuestro hijo no fue culpa tuya. No podías hacer nada para evitarlo —dijo con firmeza.

Cómo deseaba que la abrazara con fuerza y sentir el calor de sus brazos. Pero sabía por qué no lo hacía. Dijera lo que dijese, tenía que hacerla culpable de la pérdida de su hijo. Tenía todo el derecho del mundo.

—Mi parte adulta sabe que no fue culpa mía —intentó convencerse—. Pero a veces las emociones se apoderan de mí, sobre todo cuando las hormonas están disparadas. Al menos, eso es lo que me dijo el médico.

—Y tiene razón, así que haz el favor de no volver a decir que fue culpa tuya.

No Estás Sola: Capítulo 28

—Pedro..., gracias.

—No me las des, fui yo quien creó el problema.

Admitir aquello era algo tan extraordinario. .. Y de pronto se le ocurrió una cosa.

—Gira a la izquierda, Pedro.

—Pero si casi estamos ya en tu casa.

—Lo sé, pero quiero enseñarte algo.

—¿Sabes que son más de las doce?

Ella asintió. Sabía bien la hora que era. A la mañana siguiente tenía una cita a las nueve con un fotógrafo que iba a hacer las fotografías publicitarias de un grupo de escolares que estaban donando su paga dominical para Model Children. No estaría bien que se presentara con ojeras, pero el desvío merecía la pena. Enseguida llegaron a una avenida con poca luz que conducía a un pequeño parque, al cual se accedía a través de un arco de entrada.

—Estaciona al lado del arco —le pidió.

Pedro obedeció y Paula miró al asiento de atrás. Afortunadamente el cachorro se había dormido. Cuando se bajaron del coche, lo hizo pasar por debajo del arco, un poco estrecho para que dos personas pasaran sin rozarse, y sus sentidos se dispararon en cuanto entró en contacto con su cuerpo. Se había puesto para la subasta un vestido de Aloys Gada de seda fucsia que le dejaba los hombros al descubierto, y se había adornado el pecho con un colgante de amatista regalo de Pedro, que él no había dado señales de reconocer. Aunque de lo que sí se había dado cuenta era del contacto entre ambos, porque había reaccionado apartándose de ella como si quemara. Avanzaron hasta detenerse junto a un muro en la que había varias placas y hornacinas, algunas adornadas con flores. El muro estaba rodeado de rosales. Respiró hondo.

—Esta es la de Bautista—dijo, tocando la placa.

—¿Qué es esto? —preguntó él.

—Mi hermano me dijo que lo había dispuesto un grupo de mujeres cuyos hijos habían muerto al nacer o antes. Querían que la sociedad reconociera que sus hijos habían vivido, y reunieron fondos para la construcción de este jardín, que está dedicado a ellos —se volvió a mirarlo—. Cuando perdí al bebé, mi hermano quiso que me uniera al grupo. Yo al principio no quería, porque pensaba que podía superarlo sola, pero no fue así.

Bajó la mirada. Le había costado mucho trabajo llegar a aceptar la ayuda de su hermano, que como especialista en Obstetricia comprendía lo que estaba pasando. Hasta que la llevó a aquel hermoso lugar para mostrarle que no estaba sola. Fue como si una presa reventase en su interior. Por fin accedió a compartir su dolor con él, y comenzó a sanar. Enterrar las cenizas de Bautista allí le proporcionó la paz que necesitaba. Entonces se dio cuenta de que Pedro estaba inmóvil como una estatua, con las manos apoyadas en la pared. Parecía rígido. Ella sabía mejor que nadie cómo debía sentirse.

—Tranquilo —le dijo—. Te recuperarás.

—¿Cómo pudiste soportarlo?

—Al principio no pude. Laura y Gonzalo me ayudaron. Gonza me habló de otras pacientes que habían pasado por lo mismo y luego me trajo aquí. Pero al final, eres solo tú quien tiene que superarlo, día a día.

Pedro hizo una mueca.

—Cuando me lo dijiste, te hubiera matado por ocultármelo. De este modo, es como si el dolor se volviera real.

—Esa es la cuestión —explicó—. La pérdida será siempre dolorosa, pero este lugar demuestra que nuestro hijo existió. Una de las madres del grupo de apoyo que dirige Gonza le dijo que detestaba que la gente le dijera que era afortunada por tener otros dos hijos sanos, como si pudieran compensarla de la pérdida del tercero. Quiere mucho a sus hijos, pero se ve como madre de tres, no de dos.

—¿Así es como te ves tú, como una madre?

—Durante un tiempo, sí.

Pedro leyó la placa que decía solo Bautista, y su fecha de nacimiento. Cuando volvió a mirarla, los ojos le brillaban y el pecho subía y bajaba por el esfuerzo de contener las lágrimas. Por un momento, Paula se preguntó si iba a compartir sus sentimientos con ella, pero luego lo vio suspirar y supo que había vuelto a cerrarse. No iba a ocurrir. ¿Qué esperaba? ¿Que visitando aquel monumento conmemorativo podría conectar con ella? Qué absurdo.

—¿Qué crees que podría haber sido nuestro hijo? —a ella la sorprendió la pregunta de Pedro—. ¿Médico, que encontrara cura para el cáncer? ¿Científico espacial?

—O quizá periodista, como su padre.

Él se quedó pensativo.

—Su padre. Qué raro suena.

—No. Habrías sido un buen padre.

—¿Cómo lo sabes tú, si no lo sé yo? —la aspereza de la respuesta la obligó a mirarlo—. ¿Cómo podría ser padre de nadie cuando nunca he tenido un padre en el que fijarme?

—Pedro, no pretendía...

Fue a tocarlo, pero él no se lo permitió. Aquel lugar lo había afectado mucho, pero no como ella esperaba. Vio tristeza por el niño que nunca conocería, pero también ira dirigida a ella.

—No fue culpa tuya que tu padre no estuviera a tu lado.

—Antes de que me digas que yo no habría podido hacer nada, ¿no crees que eso me lo he dicho yo ya miles de veces? Sé perfectamente, como el adulto que soy, que aunque hubiera sido un niño mejor, mi padre habría seguido sin estar conmigo.

—No debería haberte traído aquí —dijo.

—Es una placa adecuada para una vida tan breve —contestó él, negando con la cabeza, y la voz se le quebró—. Solo desearía haber estado a tu lado.

—Yo también.

De pronto lo vió agacharse para recoger algo.

—¿Vienes muy a menudo?

—Hacía un par de semanas. ¿Por qué?

Le mostró una única rosa, el tallo metido en un estrecho tubo.

—Entonces, ¿No has sido tú quien ha dejado esta flor junto a la placa de Bautista?

—No suelo traer flores. A lo mejor se ha caído de otra.

—Está demasiado bien sujeta para eso. La han traído para él.

—¿Quién? —preguntó con un escalofrío.

—No sé. Alguien que te conozca.

—Muy poca gente sabe lo de Bautista, solo mi hermano, mi cuñada y el personal del hospital. Y mi madre. A ella le he hablado del niño, pero no de este lugar.

—Qué curioso. O es un caso de identidad equivocada o no somos los únicos que lloramos la pérdida del niño.

—Tiene que ser un error —insistió ella—. ¿Qué otra explicación puede haber?

—No lo sé, pero pienso averiguarlo —contestó, mirando la flor.

No Estás Sola: Capítulo 27

—No puedo creer que me haya comprado una isla —dijo Paula cuando salían de la cena de etiqueta aquella noche.

—Solo parte de una, y el derecho de ocuparla durante un año —la corrigió Pedro—. No está mal por lo que has pagado.

—Y está en Phillip Island —se maravilló en tono soñador.

Los abuelos de Paula habían vivido allí y ella había pasado muchas temporadas en su infancia con ellos. Cuando había salido a subasta el derecho a ocupar la casa durante un año, no se lo pensó. Pasaría cada minuto que tuviera libre en aquella casa. Quizá pudiera hacer una oferta de compra cuando pasara el año.

—Sería el lugar perfecto para escribir mi libro —murmuró.

Tras aquella primera reunión en la editorial, Pedro había decidido que fuese Carlos quien llevara el resto de las negociaciones, y Paula había firmado el contrato la semana anterior, de modo que ya estaba comprometida con el libro.

—¿Y crees que serás feliz encerrada en una isla, rodeada de agua con tan solo la compañía de los pingüinos y las focas?

—Como un sitio al que retirarme temporalmente, sí. En cualquier caso, Phillip Island es una comunidad moderna con población estable. No es un sitio ni solitario ni aislado —miró el asiento trasero del coche—. Al menos a mí no me han convencido de comprar un perro.

Al oírla hablar, el cachorro de piel moteada levantó la cabeza y la miró.

—Me sonríe —se sorprendió.

—Es un truco de estos perros —contestó Pedro—. Tienen la cara más expresiva del mundo de los perros.

—Y la madre de este hace montones de anuncios en la televisión.

La subasta había estado muy reñida, teniendo precisamente en cuenta la fama de la madre del cachorro.

—Me ha dado la impresión de que no era una decisión improvisada —comentó ella.

—No. Una de las épocas en que mi madre me llevó a vivir con ella, me compró un perro.

—¿Uno como este?

Él asintió.

—Un chico no olvida su primer perro, el único que tuve. Meggs fue mi primer amigo de verdad. Dormía a mi lado.

—¿Meggs?

—Sí. Lo llamé así por un personaje de dibujos, Ginger Meggs.

—¿Y qué fue de él?

Hubo un silencio tan largo a continuación que Paula se preguntó si pensaría contestar.

—Lo mismo que de mí —respondió al fin—. Que acabó en otra casa cuando mi madre se cansó de jugar a la familia feliz.

Paula puso una mano en su brazo.

—Es terrible, Pedro.

—Entonces yo pensaba que era normal que una madre se cansara de tener a un crío con ella, pero recuerdo que pensé que podía haberse quedado con el perro.

—Debiste echarlo mucho de menos.

Aquella tarde lo había condenado por no prestar atención a los sentimientos, pero ¿Cómo iba a ser de otro modo, habiendo aprendido por experiencia que los sentimientos no duraban?

—¿Por qué crees que he pujado por Mungo? —preguntó.

—¿Mungo? ¿Así se va a llamar?

Él asintió.

—En lengua aborigen significa silencio. El jaleo de la subasta debería haber puesto nervioso a un cachorro de seis semanas, pero ni ha llorado ni ha ladrado en toda la noche.

Como si no le gustara su nombre, el cachorro se incorporó y ladró, un sonido agudo y algo destemplado que a ella la hizo reír.

—¿No crees que se sentirá un poco encerrado en un departamento?

—Estoy buscando una casa con jardín.

No añadió «donde pueda echar raíces», porque él no debía verlo así. Pero ella sí. Demasiado tarde, le gritaba el corazón. Habían hablado de comprar una casa mientras estaban juntos, pero él siempre había rechazado el compromiso. Paula había comprendido su rechazo por la experiencia que había vivido, pero le dolía pensar que estuviera dispuesto a hacerlo por un perro. ¿Qué decía eso de su relación? Pues que no la había, se recordó con un suspiro. Lo único que tenían era buen sexo y una agradable compañía de vez en cuando.

—Gracias por acompañarme a la subasta —le dijo.

—Estoy seguro de que no habrías tenido que ir sola.

—Puede —contestó, encogiéndose de hombros—, pero tu entusiasmo en la subasta la ha hecho más interesante.

—Me encantan. El desafío, la atmósfera competitiva, todo.

Ella se echó a reír, aunque sus razones nada tenían que ver con las de él.

—Se celebran por motivos altruistas, Pedro.

Él se volvió serio.

—Tenía otra razón para asistir: la señora Beresford-Davis.

—Te ví hablando con ella durante el cóctel —comentó Tara—. A mí ha debido evitarme porque debe sentirse culpable de no ayudar a nuestra organización, después de haber dicho que lo haría.

—Creo que descubrirás que ha cambiado de opinión.

—¿Cómo lo sabes?

—Digamos que le he retorcido un poco el brazo —sabiendo que aquella señora había cambiado de opinión después de leer su columna, había decidido arreglarlo—. Solo quería poner las cosas en claro, así que le he dicho que considero que tu organización es irreprochable.

No Estás Sola: Capítulo 26

—No es un delito. Solo innecesario.

—¿Qué debería haber hecho, en tu opinión?

—Deberías haberme contado tus sospechas en cuanto las tuviste. Dios mío..., nuestro hijo ¿Vivo? Si hubiese podido imaginar esa posibilidad aunque hubiera sido solo durante un minuto...

—Nunca ha sido posible —respondió—, solo lo parecía porque las circunstancias eran similares a las otras. Yo sabía desde un principio que era muy poco probable, pero tenía que asegurarme por si acaso.

De pronto Paula tuvo una duda.

—Tú querías que fuese cierto, ¿Verdad?

—¿Tú qué crees?

—¿Cómo puedo saberlo, si no estás dispuesto a abrirte y decírmelo?

—Esto no va a funcionar, Paula. Claro que quería que nuestro hijo estuviera vivo, pero darle vueltas durante horas no habría servido para que fuese realidad.

—Pero yo podría haberte ayudado.

Lo había dicho con suma dulzura y sus palabras le llegaron al corazón.

—Ya me has ayudado a pasar por ello —confesó—. Abrazarte, sentirte tan viva debajo de mí... Ni mil palabras, ni una interminable conversación sobre mis sentimientos podría haberlo conseguido mejor.

—Lo dices como si hablar de los sentimientos fuese una estupidez, y no lo es. Y no me hace gracia que me utilicen como terapia de distracción, porque sé que serías capaz de hacer casi cualquier cosa antes que admitir que tienes sentimientos.

—Tú no eres una distracción, Paula. Tienes que creerme: mientras hacíamos el amor, tú eras lo único que tenía en la cabeza.

—Ya.

Pedro comenzó a vestirse.

—Esto no nos va a llevar a ninguna parte. Vine porque quería estar cerca de tí cuando me dieran la noticia, fuese buena o mala. No traía pensado hacerte el amor. Simplemente ha ocurrido. Pones en duda mis motivos y no te culpo por ello, porque ni siquiera yo estoy seguro, pero lo que sí sé es que no lo lamento, como es evidente que lo lamentas tú.

Ella lo miró sorprendida.

—Yo no lo lamento, Pedro. Solo desearía que hubieses sido más sincero conmigo.

—¿Como tú lo fuiste conmigo?

Paula sintió que se le hacía un nudo en el estómago.

—Tienes razón —dijo en un susurro—. Supongo que me lo merezco.

Pedro se abrochó el cinturón.

—Tú solo te mereces lo mejor, Paula, y espero que aparezca alguien que pueda dártelo.

—Esto se parece mucho a otra despedida.

Él terminó de abrocharse la camisa.

—Y seguramente debería serlo, pero me he comprometido a acompañarte a la subasta esa y lo haré.

—¿Y después? —se atrevió a preguntar.

—Después, será mejor que nos comportemos como adultos y nos separemos como amigos.

¿Cómo iba a poder ser amiga de un hombre que significaba tanto para ella?

—No sé
si puedo hacerlo.

Él asintió.

—Yo tampoco, pero solo hay un modo de averiguarlo.

Terminó de vestirse, se puso los zapatos y se acercó a ella. Paula retrocedió instintivamente y él frunció el ceño.

—No te preocupes, que no iba a besarte. Solo quería mi teléfono —dijo, y se lo mostró.

Seguramente tenía razón: debían separarse como amigos, mientras fuese posible. Si lo era ya. La desesperación que sentía sugería que era ya demasiado tarde.

—No hace falta que me acompañes —dijo él al ver que pretendía levantarse—. Pasaré a recogerte a las siete.

Un momento después, oyó la puerta cerrarse y tuvo que contenerse para no ir a la ventana y verlo marchar. Se quedó donde estaba durante mucho tiempo, con sus pensamientos sumidos en el caos. Le dolía el cuerpo después de haber hecho el amor, así que cada movimiento le recordaba a él. Estaba furiosa por que hubiera utilizado el sexo como distracción, pero ¿Qué esperaba? Él nunca había fingido estar enamorado, y ella antes nunca se había sentido utilizada, pero en aquella ocasión sí, y no podía saber por qué. Ojalá hubiera compartido con ella sus sospechas, pero no, había cargado con el peso solo, como hacía invariablemente. ¿Cuándo aprendería que querer a alguien era compartir lo bueno y lo malo, lo mejor y lo peor? Las parejas tenían buenas razones para compartir ambas cosas. Creaba un lazo único entre dos personas. Pero Pedro y ella nunca habían tenido ese lazo y nunca lo tendrían. ¿Sería esa la razón de que hubiera sido incapaz de decirle que esperaba un hijo suyo? ¿O sería porque, en el fondo, lo único que había entre ellos era el sexo, y temía que si eso dejaba de existir, lo demás desaparecería como por encanto? Sintió que un sollozo le atenazaba la garganta. Era tan sencillo y al mismo tiempo tan horrible que... ¿Por qué no se habría dado cuenta antes? Había esperado a sentir su amor antes de decirle lo del bebé, pero esos síntomas no habían llegado. Había seguido haciéndole el amor, eso sí, y que el cielo la protegiera, porque seguía ansiando lo único que podía darle, aun después de todo lo que había ocurrido.

—Esto no me va a llevar a ninguna parte —dijo en voz alta.

Podía ser una sentimental, como su madre, pero también era una mujer práctica, como su padre, y tenía cosas que hacer. Aquella noche debía dar un discurso y no iba a prepararse solo. Había acusado a Pedro de distraerse y era ella quien lo hacía. Intentaba convencerse de que los dos casos eran distintos, pero en el fondo no lo eran: la única diferencia era que ella pretendía perderse en el trabajo y Pedro había decido perderse en ella.

viernes, 25 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 25

Pedro sacó el teléfono del bolsillo. Iba a tener que andarse con pies de plomo en aquella conversación si no quería despertar sospechas en Paula.

—Pedro Alfonso.

—¿Estás solo?

La mujer parecía asustada. Ojalá pudiera asegurarle que después de aquella noche todo volvería a la normalidad, pero los dos sabían que no era cierto. Hasta que los criminales no fuesen detenidos, seguiría corriendo peligro. Era admirable el valor que había demostrado al acudir a él.

—Sí. ¿Has averiguado algo más sobre el caso del que te hablé?

—Lo siento —contestó—. Al bebé se le practicó una prueba de ADN poco después de nacer. No hay ninguna posibilidad de que fuese hijo tuyo.

No se había dado cuenta de hasta qué punto esperaba una respuesta distinta hasta que sintió el aliento helado de la desesperación. De pronto se sintió agotado, vacío, desilusionado. Sabía desde el principio cuál iba a ser la respuesta, pero para su tranquilidad había decidido investigarlo. Menos mal que no había compartido sus sospechas con Paula. No tenía por qué volver a pasar por algo así.

—Gracias. ¿Y los demás informes? ¿Has podido...?

—Viene alguien. Tengo que cortar. Y la línea quedó muda.

—Maldita sea...

—¿Qué ocurre?

Paula lo observaba desde el sofá; había cubierto su desnudez con una manta de suaves tonos pastel. Aún tenía la piel arrebolada y los ojos brillantes. Si había algún antídoto para la desilusión, era ella.

—Nada —dijo, odiando tener que mentirla—. Una pista que estaba siguiendo y que no ha conducido a nada, al final.

Algo en su voz despertó las sospechas de Paula.

—¿Sobre el tráfico de niños?

Él asintió sin mirarla a los ojos.

—Mi contacto en el hospital estaba intentando localizar cierta información, pero no ha resultado ser nada interesante.

—¿Tenía algo que ver con nuestro hijo?

—Ya sabes que no.

Paula cruzó los brazos encima del pecho. Presentía algo extraño. Tenía miedo, y no sabía por qué.

—¿Seguro?

Pedro suspiró. Solo iba a conformarse con la verdad, así que se puso los pantalones y se sentó junto a ella en el sofá. Paula intentó no perder la compostura, mantener el ritmo normal de la respiración, incluso sonreír, pero sabía que lo que oyera no iba a gustarle.

—He llegado a la conclusión sin ningún género de dudas que, poco más o menos cuando tuviste a tu... a nuestro hijo, un grupo de empleados del hospital estaba cambiando bebés enfermos por bebés sanos, e incluso en una ocasión, cambiando a un bebé muerto por otro vivo —se pasó la manos por los ojos—. Por un momento, pensé que nuestro hijo podía haber sido uno de ellos.

Paula sintió que las paredes de la habitación se cernían sobre ella. ¿Habrían podido cambiar a su hijo por el bebé enfermo de otra persona? La idea de que se pudiera traficar con la vida preciosa e inocente de un recién nacido le revolvió el estómago, pero si eso significaba que su hijo podía estar vivo, no le importaba.

—Dios mío..., ¿Es eso posible?

—Ha resultado ser una pista falsa. Lo siento. Siento no haberte dicho nada antes, pero no quería darte esperanzas antes de haberlo confirmado con mi contacto.

Los ojos de Paula echaban chispas.

—Y en su lugar decidiste que una distracción era lo mejor.

—Nada ha sido premeditado. Solo quería estar cerca cuando me diesen la noticia.

—¿Y cuándo pensabas compartirlo conmigo?

—No pensaba hacerlo. No tenía sentido.

—¿No tenía sentido hablarme de tus sospechas, tratándose de mi propio hijo? Por amor de Dios, Pedro, sé que te resulta difícil enfrentarte a tus propias emociones, pero deja que yo me enfrente a las mías. ¿Cómo has podido mantenerme al margen de un posible milagro?

La expresión de Pedro se volvió fría.

—No hay milagro que valga. Es cierto que otro niño nació pocos minutos después que el tuyo; era moreno también y tenía un perfil médico similar. Pero en los informes del hospital consta que la madre quiso que le hicieran una prueba de ADN al bebé, y esa prueba demostró que es su hijo sin ningún género de dudas. Genéticamente no puede ser ni tuyo ni mío. Y no quise decírtelo para que no te pusieras histérica.

—No estoy histérica, sino enfadada. No puedo creer que hayas sido capaz de hacerme el amor como si tal cosa mientras esperabas saber si nuestro hijo podía estar vivo.

Pedro se pasó la mano por el pelo.

—No sé de qué habría servido que nos sentáramos cada uno en una esquina del sofá a comernos las uñas.

—Puede que de nada, pero no puedo hacerme a la idea de que yo podía estar... pasándomelo bien en un momento así.

—Gracias, mujer —dijo en tono sarcástico—. Por lo menos eres capaz de admitir que has disfrutado.

Paula enrojeció.

—Esa no es la cuestión.

—Entonces ¿Cuál?

—Que puedas dejarme al margen en cuestión de sentimientos. Ese era nuestro problema antes, y sigue siéndolo ahora. Nada ha cambiado.

—Querrás decir que yo no he cambiado, y seguramente tienes razón. Micaela me dijo lo mismo cuando terminó nuestra relación, y ahora tú también me dices que soy un bastardo insensible, así que supongo que debe ser cierto. Si intentar protegerte es un delito, soy culpable.

No Estás Sola: Capítulo 24

Era como si no se hubieran separado, pensó Paula, sorprendida. Durante el largo año de espera, porque eso era lo que había sido, se había preguntado muchas veces cómo sería si volviese. Y ahora que ya estaba a su lado, resultaba aún mejor de lo que se había imaginado. En la enloquecedora exploración de los sentidos, había pasado por alto uno: el oído. Un sentido del que estaba disfrutando en aquel momento tumbada junto a él, oyendo latir su corazón y el de ella. Con cuidado de no molestarlo, se incorporó levemente para mirarlo. Estaba de cara a ella, con los ojos cerrados. Incapaz de contenerse, deslizó una mano por su costado duro y musculoso y sintió un estremecimiento en respuesta.

Pedro abrió los ojos.

—Sigue haciendo eso y no nos levantaremos de aquí en todo el día.

—¿Te importaría?

—Yo siempre estoy dispuesta.

Ella sonrió.

—¿Tan pronto?

Él intentó mantenerse serio, pero en los ojos le brillaba la risa.

—No soy tan viejo como para necesitar un intervalo largo para recuperarme.

La necesidad de compensar el tiempo que habían perdido la volvió irreflexiva.

—Demuéstramelo.

—Pícara... —besó sus mejillas, su cuello, sus párpados—. ¿Tienes idea de lo que me haces?

Era solo una milésima parte de lo que él le hacía a ella, pensó Paula.

—Tendrás que explicármelo. Aprendo despacio.

—Pues no me lo ha parecido. Pero tengo que irme.

—Es sábado —se quejó ella, a pesar de que sabía que muchas veces trabajaba los fines de semana—. No tendrás que irte ahora mismo al periódico, ¿No?

—Debería.

Su contacto en el hospital había prometido llamarlo entre las cuatro y las cinco,pero era incapaz de moverse de allí. La llamada sería desviada a su teléfono móvil, de modo que no iba a perderla, pero no quería que Paula oyera la conversación.

—¿Y tú? —le preguntó.

—Tengo que asistir esta noche a una subasta benéfica a favor de Model Children. Puedes venir conmigo, si quieres.

Lo dijo como si no le importara la respuesta, pero sabía que no era así.

—Puede que lo haga.

—Es de etiqueta.

—Le robaré el esmoquin a las polillas.

Su respuesta la encandiló, aunque se recordó que no debía leer entrelineas más de la cuenta. Tema una noche libre, ¿Y qué? No por eso iba a resucitar lo que habían tenido una vez. Entonces recordó otra cosa y se apoyó en un codo.

—Por cierto, ¿Para qué habías venido a verme?

Él acarició su cadera y ella se estremeció.

—Para esto.

Lo conocía lo bastante para darse cuenta de que era una evasiva.

—No.

—Sí, es cierto —besó sus párpados y la abrazó—. Y si había otra razón, me la has quitado de la cabeza.

Pero entonces, como si alguien quisiera recordarle que no era así, su teléfono móvil sonó en el bolsillo del pantalón.

No Estás Sola: Capítulo 23

—Ya te compraré más. Ahora me estorban.

Así era como le gustaba... dirigiendo la escena. O al menos, aquella escena.

Empezaba a derretirse por dentro con la espera cuando le vió quedarse inmóvil.

—¿Qué?

—Si hacemos esto...

—¿Sí?

Le asustó que pensara que podían parar.

—¿Qué?

—Nada de remordimientos, ni promesas.

Solo había una respuesta adulta posible.

—Nada de remordimientos.

Ojalá pudiera vivir con las consecuencias. Pero por el momento le era imposible pensar en el futuro, ya que estaba totalmente concentrada en el presente.

—Penétrame, Pedro, por favor. Ha pasado mucho tiempo.

—Cuando esté preparado —contestó, usando sus mismas palabras.

Y lo estaba, comprobó cuando se quitó el resto de la ropa. Pero aún no iba a saciar su sed. Había más, mucho más tormento que soportar antes. El sofá era ancho y grande y no cedió bajo el peso de Pedro cuando este apoyó una sola rodilla sobre su superficie para comenzar a acariciarla lentamente y provocar en ella un fuego líquido que la recorría de arriba abajo. Instintivamente Paula arqueó la espalda y él pasó un brazo por debajo para acercarla más a su cuerpo.

—He esperado tanto tiempo —susurró él.

La respiración se le volvió casi dolorosa. Si Pedro no la penetraba pronto, iba a explotar.

—¿Merece la pena la espera?

—Pronto lo averiguaremos.

Colocó un cojín bajo su cabeza y otro bajo sus caderas para dar comienzo después a una experiencia tortuosa, un placer tan extremo que rozaba el dolor y que la obligó a contener el deseo de gritar. Sabía que sus pechos y sus caderas estaban más redondeados que antes del embarazo, pero sabía que aquellas curvas la hacían parecer más voluptuosa y nunca se había sentido más mujer que en aquel momento. Cuando su atención fue descendiendo sintió que las lágrimas le humedecían las mejillas por el puro éxtasis que le estaba haciendo sentir. Iba describiendo círculos lentos por el interior de sus muslos, ascendiendo más y más, hasta que llegó a formar parte de ella. Aunque lo hubiera querido, era imposible resistirse. Sus músculos temblaron y ya no pudo ahogar el grito de puro placer antes de dejarse arrastrar por una riada de sensaciones.

Paula consiguió volver a la realidad con un esfuerzo supremo, consciente de que todo el cuerpo le dolía de placer. Pedro parecía tan sereno que se preguntó si aquella sensación de abandono sería solo suya, pero enseguida vio brillar el tormento en su mirada oscura y supo que estaba librando una batalla suprema consigo mismo para darle tanto a ella sin pedir nada para sí mismo. Aquel aspecto de Pedro era totalmente nuevo para ella y la conmovió más allá de lo explicable.

—¿Qué te pasa? —preguntó él, rozando sus pestañas humedecidas—. ¿Te estoy haciendo daño?

—Nunca —contestó ella con voz ahogada—. Son solo lágrimas de alegría.

—Entonces será mejor que me prepare para una inundación porque apenas hemos empezado —prometió—. Siempre has sido hermosa, pero ahora...

Ella lo miró sorprendida.

—No es normal que te falten las palabras.

—No importa. Hay otras opciones aparte de la palabra. Como las caricias —dijo, y volvió a acariciarla—. Como el olor —hundió la cara en su pelo y respiró hondo—. Como la vista.

Y se incorporó para contemplar su cuerpo. Ver el deseo brillar en la mirada de Zeke y saber que había sido ella quien lo había puesto allí la hizo sentirse débil y poderosa a un tiempo.

—Te olvidas del gusto —dijo ella, y tomando su cara entre las manos, le acarició con la lengua. Sabía a sal, a piel, a hombre.

—Si es sabor lo que quieres —la desafió—, estaré encantado de servirte.

Con una mano apoyada en su abdomen, se dejó llevar. Empezó por sus pezones, y Paula creyó posible morir de placer. Y cuando ya creía que podía volver a respirar, Pedro descendió hasta llegar entre sus piernas.

—Déjame hacer, por favor —le pidió al oírla gemir—. Déjame.

Como si pudiera hacer otra cosa. Como si desde aquel momento no fuera el dueño de su cuerpo. Paula se sintió al momento vagamente consciente de que se estaba entregando a él con más abandono del que nunca había sido capaz. Pedro también lo presintió. Tras la maternidad, había esperado cambios en ella, pero no así. No esperaba la confianza absoluta con que se estaba entregando. Nunca antes le había entregado el control de aquella manera, y sentirlo lo enorgulleció, aunque también se dió cuenta de con qué facilidad podía hacerle daño. Luchando por no perder su propio control, le dió todo cuanto pudo, sintiéndose recompensado por sus gemidos y los pequeños movimientos de resistencia que no lo eran en realidad. Pero el tiempo le pasó factura y empezó a sentir que ya no podía esperar más.

—Agárrate a mí —dijo, y pasó una pierna por encima de su cuerpo para penetrarla.

Sintió que el sudor le mojaba la frente por el esfuerzo de contención, pero se obligó a ir tan despacio como le fuera posible, hasta que sus gemidos le confirmaron que estaba preparada. Solo entonces se rindió a su propia necesidad de satisfacción, hundiéndose en ella con toda su energía, llevándola consigo cada vez más y más alto.

—Te quiero —gimió Paula entre dientes, aferrándose a él.

Aun perdido en la pasión, sintió que automáticamente se ponía en guardia, como si sus palabras quisieran enredarlo en una red de compromiso y obligaciones que rechazaba por instinto. Pero era demasiado tarde para detener la ola que los arrastró a ambos y terminó por fin rompiendo en la orilla.

No Estás Sola: Capítulo 22

Si algo sabía Pedro era cómo le gustaba a Paula que le hiciera el amor. Nada de tumbarse sobre sábanas blancas en un dormitorio perfumado con velas. Prefería la aventura de diferentes escenarios inesperados, la sorpresa. Y no podía negar que le gustaba la sensación de tener el control, tanto de la situación como de ella. Y a menos que hubiese cambiado mucho, a ella también. Así que no la tomó en brazos para llevarla al dormitorio sino que comenzó a hacerle el amor donde estaban, en el vestíbulo, con una bolsa llena de trastos viejos desparramada por el suelo. Fotos y juguetes de niño, comprobó, sorprendido. ¿Qué demonios querría hacer Paula con aquel viejo oso de trapo? Pero no tenía tiempo de preguntarse cosas así. Estaba demasiado ocupado explorando cada centímetro de sus labios, de su cuello, de su rostro, algo con lo que llevaba meses soñando. Bebía de ella como si fuese vino, pero el banquete aún estaba por llegar y él se sentía como un hombre que no hubiese comido desde hacía mucho tiempo. Ella tenía también la respiración rota.

—No me he vuelto de porcelana, Pedro —le dijo con impaciencia.

—Pero has cambiado.

Sus pechos eran más maduros, por ejemplo. ¿Qué otros cambios lo esperaban?

—Los dos hemos cambiado. Tú eres más tierno, más generoso quizás.

Pedro hundió los dedos en su pelo.

—¿Quieres decir que antes no lo era?

Ella echó hacia atrás la cabeza para franquearle el acceso a su cuello.

—No eras así —dijo con voz ahogada tras unos besos que le hicieron cerrar los ojos.

Él frunció el ceño, intentando recordar cómo era antes. Siempre se había asegurado de que ella estuviese preparada para recibirlo antes de pensar en su propio placer. Al menos, eso creía él. Pero como parecía gustarle lo que estaba haciendo, decidió seguir así. El único problema iba a ser su aguante. Continuó viajando con sus besos hasta alcanzar el valle entre sus pechos, y desabrochó el primer botón de su blusa. Ella tomó su cabeza entre las manos para acercarlo más, hasta que él notó el errático latido de su corazón. Sintió una ola de deseo tan intensa que le costó mucho no rendirse a ella. «No pienses. No sientas», se ordenó, intentando mantener su cuerpo bajo control. Cuando estuvo convencido de que había evitado el desastre a base de imágenes de terremotos, de frentes de guerra, de noches solitarias cubriendo historias en cualquier rincón del mundo, centró su atención en el sujetador de encaje de Paula, una prenda que siempre le había llamado la atención. Afortunadamente se abrochaba por delante, así que pudo desabrocharlo sin demasiada torpeza. Y por fin pudo beber de su maravilloso cuerpo. La boca de Pedro ardía sobre sus pezones y Paula respiró aire a bocanadas, como si el recibidor se hubiese quedado sin oxígeno. La pared estaba fría a su espalda, pero donde su boca la tocaba, la piel le ardía.

Unas llamas que amenazaban con devorarla cuando él le desabrochó del todo la blusa. Ella respondió tirando de la de él, arrancándole los botones sin darse cuenta, deseando, necesitando sentir su piel contra la de ella. Exploró su pecho suave, bronceado y fuerte, acariciando sus músculos, con la necesidad de tocarlo, acercándose a un punto cercano a la locura. Sus caricias eran como fuego. ¿Es que no se daba cuenta de lo difícil que se lo estaba poniendo?, pensó Pedro, un poco más, y ni el mejor faquir podría contenerse. La abrazó, sujetándole los brazos contra el cuerpo para detener aquellas caricias antes de que fuese demasiado tarde, y la besó fieramente, hondamente, hundiendo su lengua en la caverna oscura y húmeda de su boca en busca de la lengua de Paula para iniciar un baile sinuoso que hizo que todo su cuerpo se sacudiera. No estaba siendo tierno. Por fin había recibido el mensaje de que no era eso lo que deseaba. Quería que la poseyera del modo más sincero y elemental. Solo entonces sabría que había vuelto de verdad a ella.

—Vamos al salón —dijo, y ella asintió. Pedro la tomó de la mano. Las cortinas estaban echadas para evitar el sol de la tarde, y la habitación estaba bañada en una luz dorada que lo tocaba todo, desde la alfombra al sofá de terciopelo—. Ahora —dijo, cuando llegaron junto al sofá—, desnúdate para mí.

Paula se sintió tentada de desobedecer para obligarlo a quitarle la ropa, pero no quiso esperar, así que se quitó la blusa y el sujetador ya desabrochado y los dejó caer al suelo.
—¿Es esto lo que quieres?

Su gruñido de respuesta le confirmó que no era bastante, pero tuvo un instante de timidez al llevarse la mano a la cremallera de los pantalones. Se sentía casi como una novia en su noche de bodas, hasta que recordó que aquel hombre era Pedro, el hombre que la conocía más íntimamente que cualquier otro sobre la faz de la tierra. Aquel pensamiento bastó para olvidarse de la timidez y dejó caer los pantalones al suelo junto con el resto de su ropa, de modo que quedó vestida tan solo con una delgada banda de encaje en las caderas.

—Eso también —dijo él, tirando con impaciencia.

Ella lo desafió con la mirada.

—Cuando esté preparada.

—Aún no sabes quién es el jefe, ¿No? —bromeó.

Le encantaba aquella parte del juego. Era el único momento en el que le dejaba encantada tomar el control, porque la fantasía le resultaba muy tentadora.

—¿Jefe? ¿Dónde ves tú un jefe por aquí?

Él se cruzó de brazos y a Paula se le secó la boca al contemplar su magnífico torso.

—Me parece que se te ha olvidado todo lo que te enseñé. Voy a tener que empezar desde el principio.

—¿Ah, sí? ¿Y podrás hacerlo tú sólito?

No se molestó en contestar, sino que la tumbó sobre el terciopelo del sofá para arrancarle las braguitas sin contemplaciones.

—¡Eh! Que cuestan una fortuna.

No Estás Sola: Capítulo 21

Paula seguía dándole vueltas a las palabras de su madre cuando volvió a casa, cargada con una bolsa de cosas y fotografías que su madre se había empeñado en que conservara. Sujetó la puerta con el pie, metió la bolsa y guardó la llave en el bolsillo antes de entrar y cerrar. Inmediatamente un sexto sentido le dijo que no estaba sola.

—¿Hay alguien aquí? —preguntó con un escalofrío.

Moviéndose con cuidado de no hacer ruido, sacó del paragüero el palo de golf que se había dejado una amiga que se quedó a dormir en su casa. De pronto, la silueta de un hombre quedó dibujada a contraluz al fondo del pasillo y contuvo la respiración hasta que lo reconoció;

—Paula, no pasa nada. Soy yo.

—Menos mal, porque un paso más y te hubiera sacudido con esto —dijo, enseñándole el arma.

—Menos mal que no disparas primero y preguntas después —bromeó—. No me hace falta un agujero más en la cabeza.

—Ya me imagino. ¿Qué haces aquí? Creía que me habías devuelto la llave que te dí.

—Y te la devolví, pero me acordé de la copia que guardabas en el jardín debajo de esa piedra. Una medida de seguridad muy convincente, por cierto.

Tendría que buscar un nuevo escondite.

—Lo era hasta que llegaste tú —contestó; muchas cosas estaban bien antes de su vuelta—. ¿Y tenías que darme un susto de muerte?

—Lo siento. No era mi intención.

Entonces reparó más en él. Parecía tenso.

—¿Qué haces aquí? —repitió, cansada.

—Créeme, Paula. A mí me hace tan poca gracia como a tí.

Habría querido entrar en el salón y sentarse, pero no quería tener que pasar tan cerca de Pedro.

—Entonces, no lo hagas. Hay una cosa que se llama teléfono. Y también fax, y correo electrónico. Yo tengo de las tres, y el número sigue siendo el mismo de antes de que te marcharas.

—Lo mismo digo.

Podía haberse puesto en contacto con él en Estados Unidos si hubiera querido, sí. Dejó el palo de nuevo en el paragüero.

—Lo sé. Muchas cosas podrían haberse hecho de otro modo, pero ahora ya es demasiado tarde —levantó la mirada—. No sé si vas a creerme, pero siempre lamentaré no haberte dicho que estaba embarazada. Si hubiera algún modo de cambiar ese hecho, lo haría.

—¿Ah, sí? —preguntó con incredulidad.

—Sí, así que no necesito que me des la charla.

—No he venido para eso.

Su cuerpo reaccionó antes de que lo hiciera su sentido común para protegerla. Era una idiota, pero la primitiva respuesta de su cuerpo no se alteró.

—¿Vamos al salón? —sugirió. Necesitaba alejarse un poco de él.
—Detrás de tí—contestó él, pegándose a la pared del recibidor.

Demonios... Paula dió un paso y el pie se le enganchó en la pesada bolsa que había traído de casa de su madre. Pedro reaccionó rápidamente, sujetándola antes de que pudiera caer al suelo. Había temido rozarse con él y supo que sus temores eran más que justificados. Al sentir cómo la sujetaba, una llamarada recorrió su cuerpo y tuvo que hacer el mayor de los esfuerzos por no colgarse de su cuello y besarlo hasta que no pudieran respirar. Vio su necesidad reflejada en los ojos de Pedro mientras la ayudaba a recuperar el equilibrio sujetándola por las caderas. Con la respiración entrecortada, Paula puso sus manos sobre las de él.

—Pedro...

—Paula, ha pasado tanto tiempo —dijo, apretando sus caderas contra ella.

—No deberíamos.

Su mirada era oscura como la miel y seductora como la de una sirena. Resultaba difícil sustraerse a ella.

—Necesito saberlo —dijo él en voz baja.

Ella echó la cabeza hacia atrás. Sus manos le habían arrebatado la capacidad de resistir.

—¿Es que no lo sabes ya?

Él asintió. Aquello era tan duro para él como para ella, y Paula sintió cierta satisfacción al descubrirlo.

—Aun así quiero oírtelo decir.

Lo que quería era asegurarse de que ella no fuese a lamentarlo después, lo cual seguramente ocurriría, pero nunca podría acusarlo de no haberle dado la posibilidad de dar marcha atrás.

—Está bien, lo diré: te deseo, Pedro. Si te vas sin hacerme el amor, me volveré loca. ¿Eso te basta?

—Si me bastara, me iría.

Parecía tan ansioso como ella, y supo por el modo en que la abrazaba y besaba su boca, que no iba a ir a ninguna parte durante un buen rato.

miércoles, 23 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 20

Paula ladeó la cabeza para apoyarla en la palma de su madre. Sus padres se habían separado durante su embarazo y ella no había querido añadir más a la carga de su madre. Afortunadamente, esta se había marchado durante unos meses después de la ruptura, porque de otro modo habría sido imposible mantener el secreto.

—De todos modos, es difícil separarse de un hijo.

Alejandra la miró sorprendida.

—Me extraña oírte decir eso.

Paula sintió un nudo en la garganta.

—No estaba hablando de tí, sino de mí.

—No entiendo...

Había llegado el momento.

—Estaba pensando en mi hijo. No te lo conté porque nació justo cuando papá y tú se estavban separando. El niño murió al nacer, y ya no tenía sentido contártelo.

—¡Paula, hija! Sabía que algo pasaba, pero estaba tan metida en mis propios problemas que no se me ocurrió pensar que pudieras estar embarazada. Pedro era el padre, ¿No?

Paula asintió.

—No había nadie más.

Alejandra sonrió con tristeza.

—Desde que lo conociste fue así. ¿Fue esa la razón de su ruptura?

—No. Él no lo sabía.

—¿Y tuviste que pasar sola por esa experiencia? Ojalá me lo hubieras dicho, hija.

—Pedro había recibido una oferta de trabajo con la que llevaba mucho tiempo soñando y tú ya tenías más que suficiente con lo tuyo. Me pareció injusto cargarte con mis problemas también.

—¿No se te ocurrió pensar que un nieto podría haberme devuelto parte de lo que estaba perdiendo?

En su deseo de proteger a su madre de más dolor, no había considerado esa posibilidad.

—Supongo que no era capaz de pensar más allá, sobre todo después de haber perdido al niño.

La expresión de su madre estaba tan llena de compasión que quiso echarse a llorar, pero ya era demasiado tarde para las lágrimas. Sintió algo presionándole el pecho y se dió cuenta de que tenía una muñeca de plástico en los brazos. La dejó a un lado con delicadeza.

—¿Tienes ganas de hablar de ello? —le preguntó su madre.

Arrodillada entre los restos de su niñez, Tara le contó a su madre toda la historia, incluido el regreso de Pedro y su ira al saber que había sido excluido de lo que él consideraba el acontecimiento más importante de toda su vida.

—Y lo peor de todo es que tiene razón —concluyó—. Cuando estaba embarazada, no pensé en nadie más; ni en Pedro ni en tí —apoyó la mano en la pierna de su madre— ¿Me perdonas?

—Te olvidas de que la naturaleza misma se encarga de que no nos fijemos en nada más que en el hijo que llevamos en el vientre —puntualizó su madre—. Incluso en las familias que funcionan a la perfección, muchas veces los padres sienten que son solo un estorbo durante la gestación, porque nosotras estamos totalmente centradas en lo que llevamos dentro. No hay nada que perdonar, hija. Lo único que me entristece es no haber podido estar a tu lado.

—No te culpes —le dijo—. Simplemente ese niño no estaba destinado a vivir.

—¿Y qué pasa ahora con Pedro y contigo?

Paula pretendía zanjar ahí la conversación, pero la expresión de su madre le confirmó que no iba a ser posible.

—¿Qué quieres que pase?

—Ahora que ya está en casa, ¿Van a volver a estar juntos?

Paula negó con la cabeza.

—Me odia demasiado por haberlo marginado.

—Se parece un poco a tu padre. Nunca se conformaría con un segundo plano.

Su padre siempre había antepuesto la belleza externa a cualquier otra cualidad. De hecho, su madre siempre había sido una mujer hermosa y él se había sentido orgulloso de ello, pero descubrieron un melanoma en su mejilla y tuvieron que operárselo, de modo que quedó una pequeña cicatriz.

Para todo el mundo Alejandra seguía siendo una mujer atractiva y de buena figura, pero no para su padre, quien al principio decidió cambiar de sitio en la mesa para quedar frente a lo que él llamaba «su lado bueno», para luego marcharse unos meses para pensar las cosas, según él.

Paula odiaba la idea de que Pedro pudiese tener algo en común con un hombre tan insensible.

—Seguramente —continuó su madre—estará muy enfadado por lo que le arrebataste: la oportunidad de tener una verdadera familia.

¿Qué estaba intentando decirle su madre? Se puso de pie de un salto.

—No pude evitar lo que ocurrió.

Alejandra tomó su mano para que volviera a sentarse, aunque tardó en convencerla.

—No pretendía sugerir que pudieses haber cambiado lo que le sucedió al niño; solo cómo lo enfocaste respecto a Pedro. Debe sentir que le robaste los nueve meses del embarazo. Ya sabes que él nunca ha tenido una familia de verdad. Tu padre y yo tenemos ahora nuestras diferencias, pero cuando Gonzalo y tú eran pequeños, intentamos darles un hogar en el que pudieran sentirse protegidos y queridos.

—Y lo consiguieron—contestó Paula apretando la mano de su madre. Tuvo que parpadear rápidamente para que los ojos no se le nublaran—. Puede que quizá por eso espere yo tanto de una familia.

—Siempre y cuando no pidas tanto que no haya ningún hombre que pueda estar a la altura de tus exigencias...

No Estás Sola: Capítulo 19

—¿Y por qué no lloró su hijo, si estaba sano?

Pedro se había hecho aquella misma pregunta y la misma investigación le contestó.

—No todos los recién nacidos lloran. Algunos tienen que ser estimulados para que respiren por primera vez, y supongo que es el momento que aprovechó el partero para llevárselo con el pretexto de la reanimación. De todos modos, parece ser que ha habido más de un tipo de estratagema —añadió—. He hablado con una pareja que dice que su hijo estuvo bien durante los dos primeros días, pero que luego se enfermó de golpe.

Esa posibilidad le ponía encogía el estómago, pero en el desarrollo de su profesión había visto suficiente para saber que algunas personas eran capaces de cualquier cosa si el precio era el adecuado.

—¿Piensa que pudieron cambiar a su hijo por el de alguna otra pareja lo bastante rica para pagar lo que les pidieran por cambiar a su hija enfermo por un niño sano?

—Supuestamente enfermos —corrigió Pedro—. Mi contacto en el hospital estaba reuniendo en secreto informes de ADN para demostrar que al menos dos bebés fueron cambiados nada más nacer para luego ser entregados a parejas dispuestas a pagar lo que se les pedía. Mi informante está convencido de que ha debido haber más, pero los informes han sido convenientemente destruidos o extraviados. Hasta que los localicen, no sabremos de cuántos bebés estamos hablando o dónde terminaron.

El hombre miró a Pedro a los ojos sin parpadear.

—¿Cómo puede saber que no ocurrió lo que nos dicen que ocurrió? Algunos bebés mueren nada más nacer, o poco tiempo después.

Pedro entrelazó las manos bajo la mesa para evitar que temblaran. Eso era lo que le había ocurrido a su hijo. Después del relato que Paula le había hecho de cómo había tenido en brazos a su hijo muerto, sabía que aquel no podía ser el caso de Bautista, pero aun así, hacía que toda aquella historia tomase un cariz mucho más personal para él. No conseguiría devolverle la vida a su hijo, pero podría salvar a otros niños del infierno que él había vivido.

—Lo sé, pero lo que me preocupa es que la historia se repita. He descubierto al menos cuatro casos en los que los padres bien dudan de la identidad del bebé que murió, bien tuvieron un niño sano que luego de pronto se puso enfermo y murió. Son demasiadas coincidencias, sobre todo cuando es el mismo equipo médico el que interviene en todos los casos.

Lo que no le dijo fue que su informante en el hospital le estaba facilitando la información con cuentagotas. Se trataba de una mujer de un escalafón bajo y de quien nadie podía sospechar que tuviera acceso a la información. La mujer le había dicho que tenía demasiado miedo para acudir a la policía con sus sospechas, pero que cuando él empezó a investigar decidió prestarle su ayuda a condición de que mantuviera en secreto su identidad. Y no la culpaba por tener miedo. La gente que estaba dispuesta a cambiar la vida de un bebé por dinero podía ser capaz de cualquier cosa.

El hombre extendió un brazo sobre la mesa.

—¿De verdad cree que existe la posibilidad de que nuestra hija siga viva? Nos dijeron que murió al poco de nacer, y mi esposa se quedó tan destrozada que no quiso verla. Yo, por su bien, no insistí, aunque ahora desearía haberlo hecho.

—Si estamos en lo cierto, seguramente habría dado lo mismo.

El dolor desdibujó las facciones del otro.

—Hay que detener a esa gente.

—Creo que ya han dejado de hacerlo. Según las cifras que me han enseñado, la tasa de mortalidad infantil del hospital bajó mucho poco después de que naciera su hija, lo cual significa que o han puesto en marcha nuevas medidas de seguridad o las personas que estaban implicadas han decidido ponerle fin para evitar despertar sospechas.

—Demasiado tarde para ayudar a nuestra hija y a otros bebés como ella —la voz del hombre sonaba ahogada por las lágrimas—. ¿Cómo se puede traficar con la vida de inocentes?

Pedro se apoyó en la mesa.

—Mi experiencia me dice que todo está en venta si se dispone del dinero suficiente.

Por ahora, quiero que no olvide que quienquiera que tenga a su hija, la deseaba lo suficiente para estar dispuesto a correr un gran riesgo por ella, y no es probable que le hayan hecho ningún daño. Era un consuelo casi insignificante, pero el hombre intentó recuperar la calma con evidente esfuerzo.

—No descansaré hasta averiguar qué le ocurrió de verdad, y hasta recuperar a mi hija.

Pedro lo miró a los ojos.

—Yo no soy un héroe, pero haré todo lo que esté en mi mano para que se haga justicia con su hija y con ustedes.

—Gracias —dijo, y se levantó—. Será mejor que vuelva con mi esposa. La espera la está matando. Encuentre a nuestra hija, por favor.



—¿Por qué guardas todas estas cosas? —le preguntó Paula a su madre al abrir otra caja llena de cosas de su niñez.

Le dolía pensar que aquella era la última vez que iba a ayudarla a limpiar aquel desván. Su madre había decidido vender la casa de la familia y trasladarse a otra más pequeña. Su padre vivía en un pequeño departamento en la playa y se había negado a participar en aquella limpieza porque decía que no había nada que pudiese querer de cuanto se guardaba en el desván. Varias cajas con juguetes que habían pertenecido a Tara y a su hermano estaban ya en un lado, junto con ropa y otras cosas que podían ser donadas. Habían reservado para sus sobrinos un caballo de madera y un coche de juguete.

Alejandra Chaves miró a su hija con tristeza.

—Guardando todas estas cosas te sientes como si tus hijos siguieran siendo pequeños, y cuando las das es como si tuvieras que aceptar que ya no lo son. Cuando tengas hijos propios, lo comprenderás.

Paula contuvo el deseo de abrazarse para consolarse. No había llegado a decirles a sus padres que estaba embarazada, y las palabras de su madre hicieron más profunda su desolación. Bautista debería haber heredado esas cosas, pensó con rabia, sin saber a quién iba dirigida aquella rabia pero incapaz de contenerla.

—No te pongas tan triste. No es el fin del mundo —dijo Alejandra, acariciándole la mejilla—. Solo son cosas. Aún tienes tus recuerdos.

No Estás Sola: Capítulo 18

—¿Cómo se siente, sabiendo que es padre y sin tener el derecho a criar a su hijo?

Al hacerle la pregunta a su entrevistado, Pedro supo que también se la estaba haciendo a sí mismo. La respuesta era mucho más complicada de lo que se había podido imaginar. De haber sabido que Paula estaba embarazada, se habría quedado en Australia. Y no porque pensar que ella no era capaz de salir adelante sola, sino porque detestaba que tuviera que hacerlo. Se la imaginó embarazada; se imaginó cómo su piel tan delicada debía haber florecido en las mejillas y cómo su figura de modelo debía haber madurado para adquirir una clase distinta de belleza. Ya nunca tendría la oportunidad de verla así, ni de poner la mano sobré su vientre fecundado y sentir el movimiento de su hijo.

Tampoco tendría que pasar por la pérdida de su hijo, pero en el fondo eso lo privaba de la oportunidad de velarlo. De haber estado junto a Paula, podría haberlo tenido en brazos. Podrían haber llorado juntos, sanado juntos. ¿Cómo iba a poder perdonarle que le hubiera negado una oportunidad así?

El hombre que estaba sentado frente a él contenía las lágrimas. Pedro sabía bien cómo debía sentirse. Él también había estado a punto de derrumbarse después de hablar con Paula. De hecho, en aquel momento le estaba costando mucho ocultar la emoción. No tenía sentido agonizar por lo que podría haber sido, pero la idea seguía ardiendo en su interior como una de esas velas de cumpleaños de broma que vuelven a encenderse una vez apagadas. ¿Habría sido su padre biológico víctima de las maquinaciones de su madre, lo mismo que él lo había sido de las de Paula? De haber sabido de su existencia, ¿se habría ocupado de él? ¿Lo habría salvado de aquella lista interminable de casas de acogida que le habían hecho imposible confiar en los demás? Podía ser una ilusión, pero la verdad era que nunca lo sabría. Su madre, la única persona que podría haber dado respuesta a esas preguntas, se había negado a hablar de su padre, diciéndole que estaba mejor sin él. Ahora había fallecido y sus esfuerzos eran inútiles. Tampoco podría saber nunca si las cosas entre Paula y él podrían haber resultado distintas. Se los imaginó juntos, al lado de la cuna de un bebé de cabello oscuro que reía y movía las piernas, y sintió abrirse un abismo en su interior. Había estado más cerca de amar a Paula que a ningún otro ser humano. Por eso su traición le había dolido tanto: porque le había permitido llegar a rincones de su alma que ningún otro ser humano conocía.

—¿Y cómo asimila uno algo así? —le preguntó a su entrevistado frotándose las sienes cuando terminó de hablar.

El hombre lo miró con una gratitud que no se merecía.

—Exacto. Usted lo comprende. Mi mujer decía que no lo iba a entender.

Pedro dió un respingo; menos mal que tenía la grabadora en marcha e iba a compensar aquella falta de concentración.

—¿Pues cómo pensaba su mujer que iba a ser?

El hombre bajó la mirada.

—Pues dice que es demasiado duro y mundano para entender nuestros sentimientos. Los nuestros y los de otros padres cuyos hijos se suponía que habían muerto, pero que fueron vendidos a cambio de dinero. Como usted ha dicho, ¿cómo vamos a vivir así?

Pedro se sintió avergonzado de que le atribuyeran más compasión de la que se merecía, pero decidió callar. La verdad es que no habría comprendido la situación de aquellos padres si Paula no le hubiese hablado de Bautista.

—Nadie tendría que pasar por lo que han pasado ustedes —dijo.

El hombre dió un golpe sobre la mesa.

—Si usted no hubiera empezado a investigar...

—La verdad es que a quien debería darle las gracias es al padre que acudió a mis con las sospechas.

El hombre apretó los puños.

—Sí, pero fue usted el único dispuesto a escucharle. La policía y las autoridades del hospital le dijeron que el dolor por la pérdida de su hijo le hacía imaginar cosas.

Pedro asintió.

—Admito que yo también tuve mis dudas. Pensar que su mujer vuelve al hospital a consulta y se sienta junto a una madre con un bebé en los brazos que le parece que es su hijo muerto...

El hombre se frotó los ojos.

—Es fácil convencerse para ver lo que se quiere ver. Cuando Nadia murió, yo la seguía viendo por todas partes. Me decía que no podía ser, que tenía que ser culpa de mi imaginación, pero puede que no lo fuera.

—La esposa del hombre que vino a verme estaba tan convencida de que aquel bebé era el que ellos habían perdido que al llegar a casa se obligó a examinar una fotografía que su marido había tomado de él y que hasta aquel momento ella no había sido capaz de mirar. Pero cuando la estudió más detenidamente, se quedó horrorizada.

—El bebé de la fotografía no era su hijo, ¿Verdad? —preguntó el hombre, destrozado.

Su estado anímico era comprensible. Las parejas de su lista debían haber pasado mil veces por el infierno desde que él empezase la investigación.

—Dice que no. Jura y perjura que el color del pelo y la forma de los ojos eran distintos a los del bebé que ella dio a luz. Antes de que pudiera moverse o llorar, el partero se lo llevó, al parecer para reanimarlo, aunque aparentemente no había ninguna dificultad.

La imaginación de Pedro transformó a aquel bebé en un niño llamado Bautista, y tuvo que aclararse la garganta.

—Le dijeron que los esfuerzos por reanimarlo habían sido inútiles, y le permitieron tenerlo en brazos un instante para despedirse de él. Solo pudo ver al bebé al que dió a luz unos instantes antes de que se lo llevara el partero, pero está convencida de que el bebé que le trajo después era otro. Parece ser que intentó decírselo a alguien, pero no le prestaron atención por pensar que se trataba de la histeria del momento —respiró hondo—. Sigo investigando, pero parece ser que cambiaron a su hijo por otro que murió casi al mismo tiempo que ella daba a luz.

No Estás Sola: Capítulo 17

Todo esto ha sido una sorpresa tremenda.

—Lo sé —apoyó la cabeza en su hombro—. Todos podemos llegar a decir cosas que no sentimos.

—Me siento bien así —dijo con voz grave—, y no puedes negar que tú también.

—Debería.

—Nada de eso.

—¿Ni siquiera después de decirte lo del bebé?

Lo que se merecía era su furia y no su compasión, a pesar de que no le correspondía a él darle castigo ni absolución. Esas dos cosas tendrían que nacer en ella misma. Pedro tenía razón: era demasiado pronto para el perdón; pero demasiado tarde también para la ira.

—Hiciste lo que creías que debías hacer.

La generosidad de él solo sirvió para acrecentar su angustia. Entonces reparó en que le brillaban demasiado los ojos. Pedro nunca había dicho aquello de que los hombres nunca lloran, pero la verdad es que nunca había visto lágrimas en sus ojos, y verlas en aquel momento le produjo un hondo dolor.

—Aun así, duele.

—Más de lo que podría imaginar.

—Ay, Pedro, ojalá no...

—No sigas, por favor.

Y la silenció del modo más fácil para él. Paula le devolvió el beso con toda intensidad, consciente de que en aquel momento lo necesitaba más que nunca. Y ella, también. Cuándo pasó del beso de desesperación al de deseo, no podría decirlo, pero en un instante, él se transformó en el Pedro que tanto había anhelado y temido, porque era el hombre que podía hacerla perder el control. Como un avión cayendo en picado hacia el suelo, sintió que volvía a ocurrir. Y lo peor era que iba a permitirlo. Resistirse les había costado tanto una vez, que ya no estaba en su mano volver a correr ese riesgo aunque hubiera querido. Gimió al sentir sus labios dibujando la línea del pelo de la frente y pasando después por sus párpados cerrados. Aquel leve contacto bastó para provocar una necesidad primitiva en su interior. Instintivamente levantó una pierna para acercarse más a él, pero la falda del traje se lo impedía. Él bajó una mano, la metió por debajo de la falda y la deslizó por su muslo hasta llegar al borde de sus braguitas de encaje, y Paula contuvo la respiración al sentir cómo hundía los dedos en su interior, cada vez más cerca del centro de su ser.

—¿Aún sigues llevando estas frivolidades? —murmuró.

Un calor abrasador crecía en el interior de Paula a medida que sus dedos se acercaban.

—Antes nunca te quejaste.

—Ni ahora. Te he echado tanto de menos, Paula... No te imaginas cuánto. A veces la necesidad que sentía de tí era como una bestia rabiosa que me mordiera el alma. Una presencia incómoda se alzó entonces entre ellos.

—Pero no te impidió buscar consuelo en Micaela.

Pedro mordisqueó un lado de su cuello y sus gemidos se hicieron más intensos, de modo que el espectro quedó reducido a la nada.

—Estaba intentando acallar a la bestia, pero no tardé mucho en darme cuenta de que solo una persona podría conseguirlo.

Paula había tenido que soportar a sus propios fantasmas, que la atormentaban por la noche desde la otra mitad vacía y fría de la cama.

—A mí me ocurrió lo mismo.

Dejó que su mano la llenase, obligándola a arquear la espalda de modo que solo la solidez de la puerta en la que se apoyó evitó que cayera al suelo. La respiración se transformó en un jadeo hondo, y se preguntó hasta cuándo iba a poder soportar aquel tormento; hasta dónde iba a ser capaz de llegar antes de capitular y rogarle que le hiciera el amor. Ahora que ya sabía lo del bebé, no tenía por qué temer que notase los cambios de su cuerpo. Fue a pedirle que le pusiera fin a aquella agonía cuando se dió cuenta de que ya lo había hecho, pero no del modo que ella deseaba. Al apartar él la mano y bajarle la falda, a punto estuvo de gritar de frustración.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —le preguntó.

—Antes has dicho que no quería que usase el sexo para controlarte, y eso era precisamente lo que iba a hacer.

Estaba tan cerca que sintió la caricia de su aliento en la mejilla, pero bien podría haber un océano entre ellos por la frialdad que sintió.

—No es que lo estuvieras haciendo tú solo.

Pedro apoyó una mano en la puerta por encima de su hombro.

—¿Por qué me has dejado besarte? Aunque estaba enfadada, no pudo mentirle.

—Me necesitabas.

Él asintió como si acabara de confirmar una sospecha.

—Eso me imaginaba, y en lugar de aceptar lo que me ofrecías con el espíritu con el que me lo ofrecías, yo quería más.

—¿Y eso ha hecho que te arrepintieras?

—Puede que ahora no, pero después puede que sí, cuando te hubieras dado cuenta de que habías traicionado tus principios con un hombre en el que no confías.

—¿Cómo puedes pensar que no confío en tí? —preguntó, horrorizada.

—Lo sé. Si hubieras confiado en mí, me habrías dicho lo del bebé.

Así que aquel iba a ser su castigo. Puede que comprendiera sus actos, e incluso que la perdonara. Pero no iba a poder olvidarse de lo que aquello había significado en su relación. ¿Y cómo rebatir su lógica? De hecho, incluso debería darle las gracias porque tuviera la fuerza suficiente para detener todo aquello antes de que las cosas se descontrolaran, aunque en el fondo tenía la sospecha de que ya era demasiado tarde. Lo que estaba sintiendo no tenía nada que ver con la gratitud.

—¿Esperas que te dé las gracias por haberme salvado de mí misma? —le preguntó, orgullosa de que apenas se notara que la voz le temblaba.

Él retrocedió. Era obvio que el momento de abandono había pasado.

—No espero nada de tí —dijo con absoluta frialdad, y le entregó la carpeta que el editor había preparado—. Ya hemos terminado aquí —añadió, abriendo la puerta.

¿Cómo podía haberse dejado llevar por sus besos hasta el punto de olvidar por qué estaba enfadada con él?

—No del todo. Había ido a buscarte al periódico.

—¿Por qué será que tengo la impresión de que no vas a alabar mi trabajo?

—Lo que has escrito en la columna de hoy podría haberle costado a Model Children un importante benefactor.

Él frunció el ceño.

—Yo no he hablado de tu organización en particular.

—El donante leyó entre líneas.

—Entonces tendré que elegir mis palabras con más cuidado en el futuro. No pretendía hacerte daño.

El daño ya estaba hecho. Pero no estaba pensando en su organización.

No Estás Sola: Capítulo 16

—Hemos tenido un hijo —lo corrigió.

—No —le espetó, echando fuego por los ojos—. Tú has tenido un hijo. A mí no te pareció bien incluirme, aunque el bebé era tanto mío como tuyo.

La ira de sus palabras era como dagas. Ella había ido quedándose sin esa rabia en los meses anteriores, dejando en su lugar una especie de resignación. Pero para él, el dolor estaba fresco, era nuevo. Necesitaría tiempo para asimilar la información, lo que para él era una pérdida reciente, y soportar aquel estallido de cólera era lo menos que podía hacer por Pedro.

—¿Por qué? —preguntó él—. Si me lo hubieras dicho, me habría quedado contigo, habría estado a tu lado.

—Precisamente por eso no te lo dije. No quería que sintieras que no tenías más remedio que quedarte.

—Y decidiste no dejarme elegir.

Incapaz de seguir allí sentada, se levantó y comenzó a pasearse por la habitación.

—Siento lo que hice. Me equivoqué apartándote en un momento así, pero ahora ya no puedo dar marcha atrás.

—¿Estás segura de que lo harías, si pudieras?

—No. El hecho de que estuvieras dispuesto a creer que podía estar embarazada de otro me dice que no has cambiado. Te sigue resultando más fácil creer lo peor de mí que enfrentarte a tus propios sentimientos.

—Ya te he dicho que lo siento —masculló, y Paula recordó que se había disculpado por algo, pero no precisamente por sojuzgarla a ella—. Una forma estupenda de enterarte de que eres padre. Bueno, de que eras padre.

Entonces le tocó a ella decir las palabras que llevaban quemándole en el corazón durante tanto tiempo.

—Yo también lo siento. Todo.

Y dió la vuelta hacia la puerta, incapaz de concentrarse en el trabajo, seguramente lo mismo que él.

—El bebé era... ¿Se... se parecía a mí?

Paula se volvió despacio, con los ojos húmedos. Sus pensamientos volaron a aquella noche oscura y lluviosa de hacía solo diez meses. Un hospital sumido en el caos. Corredores atestados de víctimas del accidente en camilla, demasiadas para disponer de camas para todos. El personal, ocupándose de todos lo mejor que podían y ampliando sus turnos. A pesar de todo, el partero, un hombre llamado Fabián, se había tomado el tiempo necesario para ponerle en los brazos a su hijo malogrado y quedarse  junto a ella mientras se despedía del niño con lágrimas. Muchas veces había repasado aquella escena en su cabeza, agradecida para siempre a aquel hombre que le había dado la oportunidad de tener a su hijo en los brazos. Por un lado, su pérdida había cobrado de ese modo una realidad cruel e inolvidable, pero por otro, al despedirse de su hijo había sentido que cerraba un capítulo. Pedro nunca tendría esa oportunidad y estaba claro que lo lamentaba. Pero había algo que sí podía darle:

—Cuando lo tuve en los brazos, parecía una muñeca pequeña y dormida. Tenía mucho pelo, y era oscuro como el tuyo.

Era lo único que le había recordado a él, pero no se lo dijo. No quería hacerle todavía más daño.

—Algo es algo, supongo.

—Pedro, lo siento de verdad. Sé que ya no sirve de nada y que debería habértelo dicho, pero en aquel momento no pude.

Él la miró con el mismo dolor en la mirada que ella.

—Es demasiado pronto para perdonar, y eso es lo que verdaderamente quieres que haga, ¿No?

—No quiero tu perdón, Pedro—le contestó—. No quiero nada de tí que no me des voluntariamente. Nunca lo he querido.

Pedro se levantó de su silla y atravesó la habitación, directo como una bala hacia ella. La mano de Paula apenas había rozado el pomo de la puerta cuando él tiró de su brazo y la obligó a volverse.

—No pienso permitir que te vayas de aquí como si no hubiera ocurrido nada.

—No puedes impedirlo.

—¿Ah, no?

Intentó no hacer caso del cosquilleo que le produjo el contacto de su mano, pero cuando la sujetó por la cintura, el escalofrío fue imposible de obviar, aunque no habría podido decir si era de temor o de añoranza. La apretó suavemente contra su cuerpo, casi como si necesitase aferrarse a algo. «Su ancla», volvió a pensar. Cómo debía necesitar algo así en aquel momento. Ella había tenido diez meses para llorar la muerte de su hijo, pero él acababa de descubrir su pérdida. ¿Sería demasiado prestarle su apoyo en un momento como aquel? Cuando sintió la presión de sus labios y le devolvió el beso, se dio cuenta de hasta qué punto pretendía engañarse. No lo estaba apoyando. Estaba tomando de él lo que llevaba tanto tiempo necesitando.

La dulzura de su boca le recordó otros besos compartidos en la oscuridad de la noche en una playa desierta, en la casa de la montaña, en cualquier parte lo bastante íntima. Su pasión era tan ardiente como la lava de un volcán, y Zeke la había animado a vivirla al máximo. Era ella quien siempre temía que los descubrieran.

—¿Y qué si nos descubren? —decía él—. Esto es libertad.

Él podía llamarlo libertad, pero ella había sido esclava de aquel ardor desde el primer momento. Pero, por desbocada que fuera su hambre, aquel festín no era para ella, se dijo cuando la cabeza empezó a darle vueltas.

—Esto no está bien —dijo débilmente.

—Está mejor que todo lo que he hecho durante meses-contestó él—.No puedo ni pensar en lo que has tenido que soportar sola y por culpa mía.

—No ha sido solo por tu culpa—contestó.

Había aceptado su abrazo para ayudarlo a sanar, y no porque pudiera ser una manifestación de piedad. Intentó separarse de él.

—Teniendo en cuenta que me gano la vida con las palabras —dijo él, sujetándola—, no siempre consigo decir lo que quiero. No pretendía compadecerte, pero es que no puedo recordar otra ocasión en la que mis pensamientos estuviesen más confundidos.