miércoles, 16 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 1

En cuanto  entró en el salón de actos y vio quién estaba sentado en la primera fila, Paula Chaves sintió crecer la tensión en su interior, como una serpiente que se dispusiera a atacar. ¿Qué hacía allí Pedro Alfonso? Pues seguramente lo mismo que el resto de la audiencia: escuchar lo que tuviera que decir sobre la organización benéfica dedicada a la infancia de la que ella era representante. Pero por alguna razón, tenía la impresión de que se traía algo más entre manos. Pedro siempre se traía algo más entre manos.

Ya se había enterado de que había vuelto a Australia, y como los periódicos habían seguido ocupándose de él aun durante su estancia en Estados Unidos, estaba acostumbrada a ver su fotografía publicada al menos tres días a la semana. Había conseguido convencerse de que a aquel hombre tan endiabladamente atractivo le resultaba ya indiferente, pero al verlo ante sí en carne y hueso, no tuvo más remedio que rendirse a la evidencia: Pedro jamás le resultaría indiferente, por mucho tiempo que pasaran separados.

Otros miembros de la audiencia, todos ejecutivos de las tiendas de ropa de la ciudad, lo miraban con curiosidad. Siendo uno de los periodistas australianos más conocidos, tanto su imagen como su reputación lo precedían. Su melena de pelo negro era característica, lo mismo que el aire desafiante que brillaba siempre en aquellos ojos del color gris de la piedra. Era más alto que la medía, y parecía relajado, incluso a gusto, en una silla que resultaba evidentemente demasiado pequeña para su tamaño. Pero era la suya una relajación engañosa, se dijo Paula. Seguramente estaría calibrando hasta el último detalle de su apariencia física y su aspecto.

Pues que calibrara lo que le pareciera oportuno. No iba a permitir que se diera cuenta de que su presencia la afectaba. Había cambiado desde la época en que estaban juntos, pero sabía que su aspecto seguía siendo bueno. Había engordado un par de kilos, pero le sentaban bien. Llevaba el pelo liso y á la altura de los hombros, mientras que antes su melena era mucho más larga y rizada. A Pedro le gustaba hundir sus dedos en aquella cascada de bucles, recordó, y el recuerdo trajo consigo un estremecimiento.

Se alegró de haberse puesto aquel traje de chaqueta de falda azul marino y chaqueta color cereza. Era serio y femenino al mismo tiempo, y le sentaba bien. La melena más corta realzaba las facciones que habían hecho de ella una modelo bien pagada antes de convertirse en la portavoz de Model Children, la fundación que unos cuantos diseñadores y ella habían creado para ayudar a los niños más necesitados. Suspiró. Por mucho que intentase deshacerse de su aspecto de modelo y centrarse en su nuevo trabajo, no lograba pasar desapercibida. Era reconocida dondequiera que fuese, igual que Pedro Alfonso . Pero no podía quejarse. Su bagaje profesional le había servido para reclutar a algunos de los diseñadores más importantes de la industria de la moda para colaborar con su causa, y su fama servía también para que la organización consiguiese la publicidad necesaria para ayudar a cuantos niños fuese posible.

Lo que debía hacer en aquel momento era concentrarse en aquellos ejecutivos sentados en el salón. Tenía que conseguir ganárselos para la causa, y por una vez se alegró de medir un metro ochenta y cinco sin los tacones de aguja que llevaba en aquellas ocasiones. Pedro solía decir que era una de las pocas mujeres que podían mirarlo de frente a los ojos... o casi. A él le gustaba lo del «casi», recordó con amargura. La «casi» igualdad no era lo mismo que la igualdad, algo que él no quería en una mujer, o al menos no en ella. Le gustaba considerarse un hombre de la nueva era, cuando en realidad no tenía un solo hueso de la nueva era en todo su cuerpo.

El corazón se le desbocó. Hubo un tiempo en que su actitud de hombre de lascavernas le gustaba. Le gustaba sentirse protegida y sí, también querida por él. Tragó saliva al recordar el calor de sus brazos, tan fuertes y fiables, su boca sensual jugando con la de ella mientras sus manos la tocaban con la habilidad de un virtuoso del violín. Ella había sido el instrumento y Pedro, el arco. Y qué música tan magnífica habían creado juntos... Las palmas de las manos se le humedecieron y el corazón se le encogió al recordar el resultado de su amor, un resultado que ella se cuidó bien de ocultarle. Hubo un tiempo en el que ni siquiera habría soñado con ocultarle nada, y mucho menos algo tan importante como el hijo que habían concebido juntos, pero la decisión de Pedro de marcharse a trabajar a Estados Unidos hizo imposible que le dijera la verdad sin que él pudiera llegar a pensar que lo estaba manipulando.

Su hijo había nacido muerto, de modo que no había sido necesario decírselo. Pedro no tenía por qué soportar la angustiosa sensación de vacío que había sufrido ella durante tanto tiempo. Él no habría podido hacer nada, y no quería forzarlo a renunciar a sus sueños para quedarse con ella. Al final, su vida juntos habría terminado desastrosamente. Habían pasado muchas cosas en un año. Un año, siete meses y un puñado de días. No se había dado cuenta de que contaba los días, pero en aquel momento descubrió que había estado contabilizando todos los minutos desde que él se marchó. Se obligó a respirar hondo y controló sus nervios en un esfuerzo de voluntad. No podía revelar hasta qué punto la molestaba la presencia de Pedro. Se lo debía a sí misma y a los niños.

—Buenas noches, señoras y señores —dijo, dirigiéndose al público—. Gracias por haberme invitado a que me dirija a ustedes para hablarles de los proyectos que tenemos en marcha en la Fundación Model Children. Me han informado de que cada año eligen una organización benéfica diferente con la que colaborar, y puesto que Model Children se puso en marcha gracias a gente del sector de la moda como ustedes, espero convencerlos de que este año elijan a F.M.C. ¿Alguno de ustedes conoce mi trabajo? Vió alzarse la mano de Pedro como si quisiera intervenir.

—Me refiero al trabajo de la fundación, por supuesto —aclaró, y le vió bajar el brazo, aunque sus ojos parecían seguirla retando, «no puedes ignorarme siempre», parecían decir. A ella le hubiera bastado con unos minutos.

Otro hombre levantó la mano. Parecía más joven que todos los demás; debía de rondar los veintitantos, y mostraba mucho menos aplomo que el resto de la audiencia.

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