miércoles, 16 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 3

Así que, cuando descubrió que estaba embarazada, supo que no iba a poder obtener de él un compromiso que no estaba dispuesto a ofrecer. Por esa misma razón, no podía irse con él; y aunque esperaba que decidiera quedarse por ella, no fue así. A juzgar por su comentario de aquella noche, nada había cambiado.

Siguió adelante con la presentación, explicando que la fundación había surgido de la experiencia de una mujer que inesperadamente había dado a luz a trillizos, y que no tenía recursos para vestirlos y equiparlos.

Paula estaba internada en aquel mismo hospital, aunque no lo mencionó, sobre todo estando Pedro en la sala. La madre soltera que había dado a luz a los trillizos había sido la comidilla del hospital y en cuanto le dieron el alta, Paula ocultó su agudo sentimiento de vacío haciendo llamadas telefónicas a colegas y compañeros para persuadirlos de que donaran ropa para los bebés. Uno de sus diseñadores favoritos había ido más lejos, creando un guardarropa en miniatura para los trillizos. La publicidad obtenida empujó a otros colegas de Paula a ofrecer dinero y asistencia, y la fundación no tardó mucho en hacerse realidad.

Paula no esperaba que la nombrasen portavoz. Al principio, ni siquiera podía estar con niños sin derrumbarse, pero poco a poco se fue dando cuenta de que sus heridas empezaban a sanar. Ver tantos niños a los que se les ofrecía un futuro nuevo la había ayudado a recuperar la esperanza, y el dolor había pasado a un segundo plano. Ayudando a los demás había conseguido ayudarse a sí misma, y rebuscó en su interior con el fin de obtener la fuerza necesaria para mantener la calma en aquel momento y seguir describiendo las actividades de la fundación y el trabajo que aún quedaba por hacer.

Cuando hicieron un descanso para tomar café, quedó inmediatamente rodeada de gente, pero mientras contestaba a sus preguntas no pudo evitar reparar en que Zeke estaba al otro lado de la habitación, con una taza de café intacta en la mano y la mirada puesta en ella como una llama que acariciara su cuerpo. Había llegado el momento de resolver aquello, así que se disculpó y se acercó a él con su propia taza de café actuando como escudo.

—Hola, Pedro.

—Una buena charla. Muy persuasiva.

—No en tu caso.

—Yo no he venido a ser reclutado —contestó—. Ya conoces mi filosofía: la caridad empieza por uno mismo.

—Entonces, ¿Para qué has venido?

—Quiero saber a qué te dedicas —contestó, y su voz profunda resonó muy cerca, tanto que el calor de su respiración hizo que Paula  desease retroceder.

—¿No es un poco tarde para eso? —consiguió preguntar, aunque tenía la garganta más seca que el desierto australiano. Los dos sabían que no se refería al trabajo.

—Según la portavoz, nunca es demasiado tarde para hacer lo que hay que hacer — contestó en voz baja—. A menos que no pongas en práctica lo que predicas.

Precisamente él tenía que saber que sí, pensó con tristeza.

—Supongo que pretendes dejarme en ridículo delante de los chicos de la prensa — contestó, refiriéndose al reportero de Australian Life, que tomaba notas en un rincón.

Pedro parecía sentirse insultado.

—No necesito a Australian Life para hacerme oír. Mi columna tiene tantos lectores a la semana como ellos en todo un mes.

—¿Vas a escribir sobre la fundación? —preguntó, acongojada.

Su sonrisa hizo que a Paula se le encogiera el estómago.

—Es posible.

—Para tu serie sobre las fundaciones que se sirven más a sí mismas que a los demás.

No era una pregunta, y el estómago le dijo que estaba en lo cierto incluso antes de
que la sonrisa de Pedro se volviera lobuna.

—Desde que empecé a escribir esa serie, he visitado sedes de organizaciones sin ánimo de lucro que harían palidecer al Taj Mahal, y desenmascararlas ha sido un placer.

—No es el caso de Model Children —le dijo, haciendo un esfuerzo por no alzar la voz—. Hemos salvado a familias enteras ayudando a los niños.

—Es una pena que nuestra familia no fuese una de ellas.

Paula lo miró boquiabierta.

—No puedes culparme a mí por lo que ocurrió. Fuiste tú quien decidió irse a Estados Unidos, y quien luego se fue a vivir con otra persona —él enarcó las cejas, sorprendido—. Los rumores vuelan, ya lo sabes. Por cierto, ¿Qué tal está Micaela?

—Tendrás que preguntárselo a su marido.

Por primera vez, vio un dolor auténtico oscurecerle los ojos.

—Lo siento. No lo sabía.
Sonrió con cinismo.

—Porque, de haberlo sabido, te habrías venido conmigo a Estados Unidos, ¿Verdad? Y si tú hubieras estado allí conmigo, Micaela no habría existido.

—¿Estás diciendo que fue culpa mía?

—¿Es que no lo fue?

—No podía ir contigo —dijo con voz ahogada, y no porque alguien pudiera oírles. — No me dijiste por qué.

—Te dije que...

—Excusas —la cortó—. No me contaste cuál era la verdadera razón.

—Tenía mi trabajo.

Él miró a su alrededor. Poco glamour había en aquella sala, que pertenecía a una universidad técnica.

—Diecinueve meses después ya no trabajas como modelo, sino que vas de acá para allá por todo el país intentando convencer a la gente de que se desprenda de su dinero, y sin embargo no pudiste venir conmigo a un lugar en el que tu carrera podría haber despegado de verdad. ¿Tenías miedo del éxito, o del fracaso?

—De ninguna de las dos cosas —insistió, con el corazón en la garganta. En esa época no había podido hablarle de sus verdaderas razones, y ya no tenía sentido—. Tenía otras prioridades.

Él hizo una mueca de cinismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario