—No hace falta que seas tan cortés. Sé que se suponía que esto iba a ser temporal. Además, estaba pensando en ir a ver un par de departamentos el sábado.
Pedro sintió un nudo en el estómago al ver confirmada su sospecha de que pensaba mudarse.
—No seas ridícula —le dijo—. ¿Para qué vas a gastar dinero en un departamento cuando aquí tienes tu propia habitación?
—No quiero molestarte más.
—Pau, ¿Qué te ocurre? —preguntó él, ocultando apenas su impaciencia—. Pensaba que nos las arreglábamos bien.
Ella lo miró con expresión culpable.
—Lo siento. Tú te has portado maravillosamente. Pero noto que te estoy imponiendo mi presencia. Debo volver a vivir por mi cuenta.
—¿Por tu cuenta? ¿O lejos de mí?
Ella se levantó precipitadamente.
—Tengo que irme a trabajar. ¿Podemos hablar de esto en otro momento?
Salió rápidamente de la habitación, sin esperar respuesta. Pedro la siguió con la mirada.
—¿Pero qué demonios le pasa? —murmuró cuando ella desapareció. Agarró el teléfono y marcó el número de Nadia—. Tengo que hablar contigo —le dijo cuando esta respondió.
—De acuerdo, habla, pero si es sobre Sergio, pierdes el tiempo.
—No es sobre Sergio, aunque podría darte una conferencia sobre ese tema. Pero lo dejaremos para otro momento. ¿Tienes idea de lo que le pasa a Paula?
—¿A Paula? ¿Es que le pasa algo? —preguntó Nadia, en tono sinceramente preocupado.
—Eso es lo que te he preguntado. Desde que salimos los cuatro juntos, está muy rara. ¿Tú sabes qué le pasa?
—Tal vez —contestó Nadia, pensativa—. Pero, primero, deja que te pregunte algo. ¿Estás enamorado de ella?
—Me preocupo por ella —dijo él.
—Eso no es lo mismo, ¿No?
—No. ¿Adonde quieres ir a parar?
—Paula es una buena persona, Pedro. No juegues con ella.
—Por el amor de Dios, Nadia, yo no estoy jugando con ella. No entiendo lo que pasa entre nosotros. ¿Y cómo voy a averiguarlo, si ella me evita?
—¿Eso hace?
—A mí me parece que sí. Sigue en mi casa, pero apenas me habla. ¿He dicho algo que la haya ofendido?
—Estás realmente preocupado, ¿Verdad?
—Por supuesto que lo estoy. Por eso te he llamado.
—Bien, entonces, te diré lo que sé. No estoy del todo segura, pero creo que tiene que ver con tu trabajo. El día que nos vimos estuvimos hablando del miedo que me da la carrera de Sergio. Paula parecía igual de preocupada por tí. Al parecer, acababa de darse cuenta de que te juegas la vida continuamente.
—¿Mi trabajo? —repitió Pedro con incredulidad.
—No puedo decirlo con certeza, pero creo que sí.
Él gruñó. Podía prescindir casi de cualquier cosa. ¿Pero qué demonios se suponía que tenía que hacer con su carrera? Él amaba su profesión. Formaba parte de él. Nadia debía de estar equivocada. Probablemente estaba proyectando en Paula el miedo que sentía por Sergio. Decidió abordar directamente la cuestión, sin esperar al día siguiente. Lo haría esa misma noche.
Al volver del trabajo, Paula se encontró la casa iluminada con velas y la cena calentándose en la cocina. Picadillo, judías negras y arroz. Pensó que debía agradecerles la comida a la señora Alfonso o a Sonia. Pero no estaba segura respecto a las velas. Justo en ese momento, Pedro salió del cuarto de baño con una toalla anudada alrededor de la cintura y el pecho y el cabello todavía mojados por la ducha. No era precisamente una imagen tranquilizadora. Su precaria determinación de combatir la atracción que sentía recibió un duro golpe, sobre todo cuando los labios de Pedro se curvaron lentamente en esa irresistible sonrisa suya.
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