miércoles, 2 de mayo de 2018

Mi Salvador: Capítulo 49

—¿Eso es todo? ¿Solo «qué bien» y «adonde vamos»?

Ella lo miró, perpleja.

—¿Es que quieres que me ponga a discutir?

—No, pero como normalmente lo haces...

—¿Te  refieres  a  que  normalmente  me  das  órdenes,  en  vez  de  preguntarme  por  mis preferencias?

Él sonrió.

—Exactamente.

Ella se echó a reír.

—Para  una  vez  que  tu  arrogancia  coincide  con  mis  deseos,  ¿Para  qué  perder  el  tiempo discutiendo? Yo no discuto porque sí.

—Tiene  gracia.  Empezaba  a  pensar  que  sí  —murmuró  él,  olvidándose  por  un  momento  de  que  no  bastaba  con  bajar  la  voz  para  evitar  que  ella  entendiera  lo  que  decía.

Para enfatizar su error, ella le tocó los labios.

—Te he visto.

Su  caricia,  aunque  ligera  y  suave,  despertó  todo  el  deseo  latente  que  Pedro llevaba  días  reprimiendo.  La  atrajo  hacia  sí  y  su  boca  se  cerró  sobre  la  de  ella  justo  cuando Paula dejaba escapar un ligero gemido de sorpresa. Solo  vagamente  se  dió  cuenta  de  que  ella  no  se  resistía,  de  que  ni  siquiera  intentaba  protestar.  Estaba  demasiado  perdido  en  su  sabor,  en  la  forma  en  que  el  cuerpo  de  Paula se  amoldaba  al  suyo,  en  cómo  se  apretaba  más  fuerte  contra  su  inmediata erección.Dios  santo,  aquella  mujer  era  una  bruja.  Fría  y  serena  un  momento,  lo  ponía  al  borde  del  frenesí  sin.  que  Ricky  apenas  pudiera  reaccionar  y,  al  siguiente,  se  volvía  toda fuego y tentación. ¿Cómo iba a tratar con una mujer que podía cambiar de humor en  un  abrir  y  cerrar  de  ojos?  ¿Con  mujer  que  parecía  un  ángel  y  besaba  como  una  diablesa?En ese momento, habría dado todo lo que poseía por tomarla en brazos, llevarla a la  cama  y  aprovecharse  de  todo  lo  que  ella  le  ofrecía.  Dudaba  que  ni  siquiera  su  voluntad  de  hierro  y  su  sentido  del  honor  pudieran  disuadirlo.  Solo  el  recuerdo  del  compromiso  con  su  mejor  amigo  tiraba  de  él,  hasta  que  finalmente la  soltó,  suspirando.

—Uno de estos días vamos a tener que poner fin a esto —dijo, jadeando.

—Ahora  es  tan  buen  momento  como  cualquier  otro  —dió  ella,  con  expresión  aturdida y esperanzada.

—Sergio nos está esperando.

Ella lo miró, confusa.

—¿Sergio? ¿Qué tiene que ver con esto?

—Por fin ha convencido a su ex mujer para que salga con él.

—¿Y?

—Ella solo irá si vamos nosotros.

Paula lo observó fijamente, fascinada.

—¿Y por qué?

—Tiene más interés en conocerte a tí que en salir con Sergio.

—Vamos a ver. Están divorciados, ¿No?

Pedro asintió.

—Entonces, ¿Por qué quieren salir juntos?

—Según mi madre, todavía se quieren.

 —¿Y tú qué crees?

—Estoy seguro que él todavía la quiere. No he hablado con Nadia, pero mi madre dice que el sentimiento es mutuo.

—¿Pero por qué diablos se divorciaron entonces?

—Porque  son  demasiados  tozudos  para  llegar  a  un  acuerdo.  Ella  quiere  que  Sergio deje el trabajo de bombero y se ponga a trabajar en la empresa de su padre. Y a él le gusta su trabajo tanto como a mí. A los dos nos encanta el peligro.

El  color  pareció  huir  de  la  cara  de  Paula.  Se  giró  rápidamente  y  se  dirigió  a  la  puerta, pero Pedro comprendió que algo iba mal.

—Voy a arreglarme —dijo ella, con voz demasiado tranquila, demasiado sumisa.

Pedro la sujetó por la muñeca.

—Eh, ¿Qué te ocurre?

—Nada —dijo ella, tensa.

—Pau,  dímelo.  Hace  un  momento  tenías  un  montón  de  preguntas  sobre  Sergio y  Nadia, y ahora te comportas como si le hubiera dado una patada a tu osito de peluche.

Ella sacudió la cabeza.

—No  tiene  importancia.  Será  mejor  que  nos  demos  prisa,  si  vamos  a  vernos  con  tus amigos.

Pedro la  dejó  ir.  Pero  tuvo  la  sensación  de  que  no  podría  librarse  fácilmente  de  las  preguntas  que  había  suscitado  su  extraño  comportamiento.  Sospechaba  que  las  respuestas eran más importantes de lo que imaginaba.

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