lunes, 7 de mayo de 2018

Mi Salvador: Capítulo 58

Además,  y  ahí  estaba  el  verdadero  problema,  él  no  dudaba  en  poner  su  vida  en  peligro. Paula se estremecía cada vez que pensaba en su forma de ganarse el pan. Ellaquería  un  hombre  que  estuviera  en  casa  cada  noche  y  cuyo  mayor  riesgo  fuera  atravesar   la   autopista   de   camino   al   trabajo.   La   vida   ya   era   suficientemente imprevisible sin necesidad de asumir riesgos añadidos. Ella lo sabía mejor que nadie. Como si quisiera confirmar sus temores, Pedro se incorporó de repente y levantó el  auricular  del  teléfono. 

Paula miró  el  reloj.  Estaban  en  plena  noche.  Una  llamada  telefónica a las dos de la madrugada no podía ser nada bueno. Se crispó, observando la cara de Pedro en busca de claves sobre lo que le decían desde el otro lado de la línea.

—Estaré allí —dijo él a su interlocutor, lanzándole una mirada de disculpa a Paula.

—¿Qué pasa? —preguntó ella cuando colgó.

—Ha  habido  un  terremoto  en  El  Salvador.  Ocurrió  hace,  una  hora.  El  epicentro  está a pocos kilómetros de San Salvador. Es muy grave, Pau. Tenemos que ir.

Ella tragó saliva,  intentando  reprimir  el  deseo  de  decirle  que  se  quedara.  Aquel  era  su  trabajo.  Pedro no  tenía  alternativa.  Ella  lo  sabía,  pero  aquel  desastre  había  sucedido  en  el  peor  momento.  Se  sintió  abandonada  cuando  él  la  soltó  y  empezó  a  prepararse,  rápida  y  metódicamente.  Su  mente  parecía  seguir  un  esquema  mental  establecido hacía mucho tiempo.Se acurrucó en la cama, con la sábana hasta la barbilla, y lo miró transformarse de  amante  en  bombero  de  salvamento  en  un  abrir  y  cerrar  de  ojos.  Sus  movimientos  enérgicos  y  su  expresión  ceñuda  difuminaron  cualquier  rastro  de  la  ternura  que  Paula había experimentado en sus brazos unos instantes antes.Estuvo duchado y listo en cuestión de minutos. Se paró junto a la cama.

—Lo siento. Si tuviera elección, me quedaría contigo.

—Lo entiendo —le aseguró ella.

Y era cierto, lo entendía. Pero eso no evitó que se le hiciera un nudo de miedo en el estómago, ni que su corazón latiera desmayadamente, ni que en su cabeza se formaran imágenes de Pedro herido y ensangrentado.

—¿Estarás  bien?  —preguntó  él—.  Quiero decir,  respecto  a  todo  esto  —señaló hacia la maraña de sábanas, todavía tibias por el frenesí del amor.

—Hablaremos  de  eso  cuando  vuelvas  —  dijo  ella—.  Sé  que  tienes  que  irte.  Ten  mucho cuidado.

—Lo tendré —dijo él, y rozó sus labios con un beso fugaz y distraído.

Ya tenía la cabeza en otra parte. Paula lo notó, y le dolió en lo más hondo saber que la había abandonado antes incluso de salir de la habitación.Él se detuvo en la puerta.

—Te llamaré en cuanto pueda.

—¿Cómo? —le  preguntó  ella  con  frustración  al  darse  cuenta  de  que  Pedro no  podía  simplemente  descolgar  un  teléfono  y  llamarla  como  si  se  tratara  de  cualquier  otra mujer.

—No  te  preocupes  —dijo  él  suavemente,  percibiendo  su  ansiedad—.  Todo  depende  de  que  puedan  usarse  las  líneas  telefónicas,  pero  ya  se  me  ocurrirá  algo.  Llamaré a la clínica y le pediré a alguien que te dé un mensaje, o les diré a Sonia y a mi madre que vengan.

Ella  asintió,  aliviada  al  saber  que  no  tendría  que  pasarse  días  o  incluso  semanas  enteras sin saber qué estaba pasando y si estaba a salvo.

—Gracias...

Cuando  Pedro abrió  la  puerta,  Paula vió  que  Apolo estaba  allí,  preparado  y  alerta, como si hubiera sentido que a él también lo llamaba el deber.Se  derrumbó  en  cuanto  los  dos  desaparecieron.  Saltó  de  la  cama,  se  puso  una  camisa de Pedro para rodearse de su olor y, luego, se fue al cuarto de estar y miró por la  ventana  mientras  el  coche  se  alejaba.  Se  quedó  mirándolo  hasta  que  los  faros  se  perdieron en la oscuridad.

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