Paula captó el mensaje. En comparación, los riesgos que asumía Pedro eran mucho menos frecuentes. Se estaba comportando como una cobarde al no aceptarlos como un pequeño precio a cambio de un amor que podía ofrecerle la felicidad. Por desgracia, también sabía cómo acababa la historia de Juana.
—Pero, al final, tus temores se cumplieron —le recordó a su amiga suavemente.
—Sí —admitió esta, con los ojos empañados por las lágrimas—. Él murió en acto de servicio, y yo quedé destrozada. Pero, por lo menos, había pasado treinta años con el mejor hombre sobre la faz de la tierra. Sí me hubiera dejado dominar por el miedo, no habría tenido nada. Ni recuerdos, ni hijos, ni nietos. Pedro es un hombre de los que hay muy pocos, querida. Es compasivo y valiente. Y merece una mujer que sepa apreciar esas cosas.
—Yo las aprecio —dijo Paula enérgicamente—. Por eso todo esto es tan duro. Sé lo maravilloso que es Pedro.
—Entonces, no dejes que te venza el miedo —dijo Juana. Recogió las tarteras vacías y acarició la mejilla de Paula—. Piénsalo. Solo te pido eso. Y escucha a tu corazón.
Al volver a casa y encontrarse a Paula haciendo el equipaje, Pedro se dijo a sí mismo que era lo mejor. Él no buscaba una relación duradera. Ayudarla a encontrar un lugar nuevo donde vivir solo habría provocado otra situación embarazosa.
—¿Adonde vas? ¿Has encontrado algún sitio? —le preguntó.
Ella evitó mirarlo directamente.
—Voy a quedarme con una amiga temporalmente.
Pedro no pudo evitar preguntarse quién sería esa amiga.
—¿Te importa decirme quién es? —le preguntó—. Por si necesito contactar contigo o mandarte el correo, o lo que sea.Ella puso una expresión desafiante.
—Es Sonia.
Pedro sintió que empezaba a hervirle la sangre.
—¿Te mudas a casa de mi hermana?
¿Cómo demonios se les ha ocurrido tal cosa?¿Y cómo demonios iba a olvidarse de Paula, si se iba a vivir con su familia?
—Ella vino, me vió haciendo las maletas y se negó a permitir que me fuera a un hotel.
—Bueno, eso no es muy fraternal por su parte —murmuró Pedro amargamente.
Paula se sentó en el borde de la cama. Su expresión desafiante se desvaneció.
—Lo siento. Sé que esto es muy embarazoso para tí. Intenté evitarlo, pero ya conoces a Sonia—dijo, encogiéndose de hombros con resignación.
—Desde luego que la conozco —dijo él sombríamente, imaginándose cómo habría sido la conversación.
Paula no era adversaria para su hermana, si esta decidía que tenía una misión. La única pregunta era cuál sería esa misión.
Pedro se dió media vuelta y se dirigió al teléfono. No le sorprendió que su hermana contestara al primer tono.
—¿Esperabas mi llamada? —preguntó sarcásticamente mientras caminaba de unlado a otro con el teléfono inalámbrico en la mano.
—Algo así.
—¿Qué estás tramando?
— Tú no eres el único en la familia que puede ayudar a un amigo en apuros —respondió ella—. Paula necesitaba un sitio donde quedarse. Nosotros tenemos una habitación de invitados. Así que se la ofrecí.
—¿Por qué no dejas que se mude a un hotel o a un departamento alquilado, como quería?
— Yo podría hacerte la misma pregunta. ¿No fue así como acabó en tu casa?
—Sonia, no estás ayudando.
Ella se echó a reír.
—Puede que no te esté ayudando a tí, pero estoy convencida de que le estoy haciendo un favor a Paula. En realidad, estoy convencida de que algún día me darás las gracias.
—¿Porqué?
—Por no permitir que se vaya.
—Paula no pensaba mudarse precisamente a California —señaló él—. Podría haberla encontrado, si hubiera querido.
—Pero así no tendrás que perder el tiempo buscándola —dijo María alegremente—. Tengo que dejarte. Los niños quieren ver un vídeo. Dile a Paula que la estaré esperando a la hora de la cena. Tú también puedes venir, si te apetece.
—No me esperes.
—Como quieras —dijo ella mansamente—. Pedro...
—Sí, ¿qué?
—Te quiero.
—Lo sé.
—Y Paula también.
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