lunes, 28 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 28

—Pedro..., gracias.

—No me las des, fui yo quien creó el problema.

Admitir aquello era algo tan extraordinario. .. Y de pronto se le ocurrió una cosa.

—Gira a la izquierda, Pedro.

—Pero si casi estamos ya en tu casa.

—Lo sé, pero quiero enseñarte algo.

—¿Sabes que son más de las doce?

Ella asintió. Sabía bien la hora que era. A la mañana siguiente tenía una cita a las nueve con un fotógrafo que iba a hacer las fotografías publicitarias de un grupo de escolares que estaban donando su paga dominical para Model Children. No estaría bien que se presentara con ojeras, pero el desvío merecía la pena. Enseguida llegaron a una avenida con poca luz que conducía a un pequeño parque, al cual se accedía a través de un arco de entrada.

—Estaciona al lado del arco —le pidió.

Pedro obedeció y Paula miró al asiento de atrás. Afortunadamente el cachorro se había dormido. Cuando se bajaron del coche, lo hizo pasar por debajo del arco, un poco estrecho para que dos personas pasaran sin rozarse, y sus sentidos se dispararon en cuanto entró en contacto con su cuerpo. Se había puesto para la subasta un vestido de Aloys Gada de seda fucsia que le dejaba los hombros al descubierto, y se había adornado el pecho con un colgante de amatista regalo de Pedro, que él no había dado señales de reconocer. Aunque de lo que sí se había dado cuenta era del contacto entre ambos, porque había reaccionado apartándose de ella como si quemara. Avanzaron hasta detenerse junto a un muro en la que había varias placas y hornacinas, algunas adornadas con flores. El muro estaba rodeado de rosales. Respiró hondo.

—Esta es la de Bautista—dijo, tocando la placa.

—¿Qué es esto? —preguntó él.

—Mi hermano me dijo que lo había dispuesto un grupo de mujeres cuyos hijos habían muerto al nacer o antes. Querían que la sociedad reconociera que sus hijos habían vivido, y reunieron fondos para la construcción de este jardín, que está dedicado a ellos —se volvió a mirarlo—. Cuando perdí al bebé, mi hermano quiso que me uniera al grupo. Yo al principio no quería, porque pensaba que podía superarlo sola, pero no fue así.

Bajó la mirada. Le había costado mucho trabajo llegar a aceptar la ayuda de su hermano, que como especialista en Obstetricia comprendía lo que estaba pasando. Hasta que la llevó a aquel hermoso lugar para mostrarle que no estaba sola. Fue como si una presa reventase en su interior. Por fin accedió a compartir su dolor con él, y comenzó a sanar. Enterrar las cenizas de Bautista allí le proporcionó la paz que necesitaba. Entonces se dio cuenta de que Pedro estaba inmóvil como una estatua, con las manos apoyadas en la pared. Parecía rígido. Ella sabía mejor que nadie cómo debía sentirse.

—Tranquilo —le dijo—. Te recuperarás.

—¿Cómo pudiste soportarlo?

—Al principio no pude. Laura y Gonzalo me ayudaron. Gonza me habló de otras pacientes que habían pasado por lo mismo y luego me trajo aquí. Pero al final, eres solo tú quien tiene que superarlo, día a día.

Pedro hizo una mueca.

—Cuando me lo dijiste, te hubiera matado por ocultármelo. De este modo, es como si el dolor se volviera real.

—Esa es la cuestión —explicó—. La pérdida será siempre dolorosa, pero este lugar demuestra que nuestro hijo existió. Una de las madres del grupo de apoyo que dirige Gonza le dijo que detestaba que la gente le dijera que era afortunada por tener otros dos hijos sanos, como si pudieran compensarla de la pérdida del tercero. Quiere mucho a sus hijos, pero se ve como madre de tres, no de dos.

—¿Así es como te ves tú, como una madre?

—Durante un tiempo, sí.

Pedro leyó la placa que decía solo Bautista, y su fecha de nacimiento. Cuando volvió a mirarla, los ojos le brillaban y el pecho subía y bajaba por el esfuerzo de contener las lágrimas. Por un momento, Paula se preguntó si iba a compartir sus sentimientos con ella, pero luego lo vio suspirar y supo que había vuelto a cerrarse. No iba a ocurrir. ¿Qué esperaba? ¿Que visitando aquel monumento conmemorativo podría conectar con ella? Qué absurdo.

—¿Qué crees que podría haber sido nuestro hijo? —a ella la sorprendió la pregunta de Pedro—. ¿Médico, que encontrara cura para el cáncer? ¿Científico espacial?

—O quizá periodista, como su padre.

Él se quedó pensativo.

—Su padre. Qué raro suena.

—No. Habrías sido un buen padre.

—¿Cómo lo sabes tú, si no lo sé yo? —la aspereza de la respuesta la obligó a mirarlo—. ¿Cómo podría ser padre de nadie cuando nunca he tenido un padre en el que fijarme?

—Pedro, no pretendía...

Fue a tocarlo, pero él no se lo permitió. Aquel lugar lo había afectado mucho, pero no como ella esperaba. Vio tristeza por el niño que nunca conocería, pero también ira dirigida a ella.

—No fue culpa tuya que tu padre no estuviera a tu lado.

—Antes de que me digas que yo no habría podido hacer nada, ¿no crees que eso me lo he dicho yo ya miles de veces? Sé perfectamente, como el adulto que soy, que aunque hubiera sido un niño mejor, mi padre habría seguido sin estar conmigo.

—No debería haberte traído aquí —dijo.

—Es una placa adecuada para una vida tan breve —contestó él, negando con la cabeza, y la voz se le quebró—. Solo desearía haber estado a tu lado.

—Yo también.

De pronto lo vió agacharse para recoger algo.

—¿Vienes muy a menudo?

—Hacía un par de semanas. ¿Por qué?

Le mostró una única rosa, el tallo metido en un estrecho tubo.

—Entonces, ¿No has sido tú quien ha dejado esta flor junto a la placa de Bautista?

—No suelo traer flores. A lo mejor se ha caído de otra.

—Está demasiado bien sujeta para eso. La han traído para él.

—¿Quién? —preguntó con un escalofrío.

—No sé. Alguien que te conozca.

—Muy poca gente sabe lo de Bautista, solo mi hermano, mi cuñada y el personal del hospital. Y mi madre. A ella le he hablado del niño, pero no de este lugar.

—Qué curioso. O es un caso de identidad equivocada o no somos los únicos que lloramos la pérdida del niño.

—Tiene que ser un error —insistió ella—. ¿Qué otra explicación puede haber?

—No lo sé, pero pienso averiguarlo —contestó, mirando la flor.

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