miércoles, 2 de mayo de 2018

Mi Salvador: Capítulo 48

—Pero  alguien  tiene  que  darle  un  empujoncito  —dijo  Sonia—.  Si  no,  todavía  irá  de flor en flor cuando esté en el hogar de jubilados.

—Estás  celosa  porque  yo  he  salido  con  muchas  mujeres  y  tú  llevas  toda  la  vida  con el mismo hombre —le dijo Pedro.

Su hermana se puso colorada y agarró la mano de su marido.

—Cuando  una  encuentra  lo  que  busca,  no  hay  necesidad  de  perder  el  tiempo  probando otras cosas. Lo que me recuerda, hermanito, que me debes un fin de semana con mis hijos.

Pedro envidió el destello de amor que había en sus ojos cuando Gabriel y ella intercambiaron una larga mirada.

—Consultaré  mi  agenda,  y  ya  veremos  —  le  prometió—.  Intenten  no  hacer  manitas, mientras tanto. Hay niños en la mesa.

—Estás celoso, hermanito.

—Ya basta —declaró su padre—. Dejenlo en paz. Hará lo que tenga que hacer sin que se entromentan.

—Gracias,  papá  —dijo  Pedro. 

—No  me  lo  agradezcas.  Yo  soy  de  los  que  piensan  que  eres  tonto  si  dejas  pasar  a  Paula.  Pero  no  voy  a  gastar  saliva  intentando  convencerte.

Mientras  recordaba  la  conversación,  sintió  que  la  tensión  crecía  en  su  interior.  Su  familia  tenía  demasiadas  expectativas.  En  cambio,  parecía  que  Paula no  tenía  ninguna. Ella no le había pedido nada, salvo un poco de sinceridad y un poco menos de interferencia. Y, lo que era peor, Pedro sospechaba que planeaba mudarse, y no sabía cómo detenerla.Cuando por fin acabó su turno, sopesó la invitación de Sergio de irse a tomar unas cervezas, pero finalmente la declinó.

—¿Te vas a casa? —le preguntó Sergio—. ¿Tienen planes Paula y tú?

—No, ninguno.

A Paula la llevaba a casa una de sus amigas, de modo que ni siquiera estaba seguro de que estuviera allí cuando llegara, pero quería irse directamente a casa, por si acaso.

—¿Y  más  tarde?  —preguntó  Sergio—.  ¿Quieres  que  nos  veamos?  ¿Qué  te  parece una cita en parejas?

Pedro lo miró con curiosidad.

—¿Tienes una cita?

—Con Nadia —le confesó su amigo.

—Vaya, qué sorpresa. ¿Cómo la has convencido?

—En  realidad,  le  dije  que  Paula y  tú  vendrían  para  hacer  de  carabinas.  Está  ansiosa por conocer a la mujer que te ha echado el lazo.

—¿Y si no apareciéramos?

—Estaría perdido. Seguramente Nadia no querría ni salir de su casa —dijo Sergio, con aspecto abatido.

Pedro se compadeció de él.

—De acuerdo, veré lo que puedo hacer. Te llamaré a casa de Nadia dentro de una hora.

La cara de Sergio se iluminó.

—Gracias. Te debo una.

— Sí. Desde luego.

Cuando llegó a casa, se encontró a Paula en la cocina, revisando el contenido de la nevera.  Estaba descalza  y  llevaba  puestos  unos  pantalones  cortos  y  una  camiseta  amplia. Se había recogido el pelo descuidadamente en una cola de caballo. Parecía que acabara  de  dejar  atrás  la  adolescencia  y,  al  mismo  tiempo,  estaba  muy  sexy.  Pedro tuvo  que  resistir  la  tentación  de  deslizarse  tras  ella  y  darle  un  beso  en  la  nuca  despejada.

—Sé que estás ahí   —dijo ella, sorprendiéndolo. 

Se giró lentamente, con expresión seria.

—¿Cómo lo has sabido?

Ella esbozó una sonrisa.

—Creo que es mejor que me guarde ese pequeño secreto.

Pedro pensó que sería mejor que lo recordara para otra vez.

—Puedes cerrar la nevera —dijo—. Vamos a cenar fuera.

Ignoraba  cuál  iba  a  ser  su  reacción.  Mientras  pronunciaba  la  frase,  pensó  que  debería haberla hecho en tono de pregunta. Pero, para sorpresa suya, pareció aliviada.

—Qué bien. La nevera está vacía. ¿Adonde vamos?

Por alguna razón, su inesperada aceptación lo molestó.

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