—Pero alguien tiene que darle un empujoncito —dijo Sonia—. Si no, todavía irá de flor en flor cuando esté en el hogar de jubilados.
—Estás celosa porque yo he salido con muchas mujeres y tú llevas toda la vida con el mismo hombre —le dijo Pedro.
Su hermana se puso colorada y agarró la mano de su marido.
—Cuando una encuentra lo que busca, no hay necesidad de perder el tiempo probando otras cosas. Lo que me recuerda, hermanito, que me debes un fin de semana con mis hijos.
Pedro envidió el destello de amor que había en sus ojos cuando Gabriel y ella intercambiaron una larga mirada.
—Consultaré mi agenda, y ya veremos — le prometió—. Intenten no hacer manitas, mientras tanto. Hay niños en la mesa.
—Estás celoso, hermanito.
—Ya basta —declaró su padre—. Dejenlo en paz. Hará lo que tenga que hacer sin que se entromentan.
—Gracias, papá —dijo Pedro.
—No me lo agradezcas. Yo soy de los que piensan que eres tonto si dejas pasar a Paula. Pero no voy a gastar saliva intentando convencerte.
Mientras recordaba la conversación, sintió que la tensión crecía en su interior. Su familia tenía demasiadas expectativas. En cambio, parecía que Paula no tenía ninguna. Ella no le había pedido nada, salvo un poco de sinceridad y un poco menos de interferencia. Y, lo que era peor, Pedro sospechaba que planeaba mudarse, y no sabía cómo detenerla.Cuando por fin acabó su turno, sopesó la invitación de Sergio de irse a tomar unas cervezas, pero finalmente la declinó.
—¿Te vas a casa? —le preguntó Sergio—. ¿Tienen planes Paula y tú?
—No, ninguno.
A Paula la llevaba a casa una de sus amigas, de modo que ni siquiera estaba seguro de que estuviera allí cuando llegara, pero quería irse directamente a casa, por si acaso.
—¿Y más tarde? —preguntó Sergio—. ¿Quieres que nos veamos? ¿Qué te parece una cita en parejas?
Pedro lo miró con curiosidad.
—¿Tienes una cita?
—Con Nadia —le confesó su amigo.
—Vaya, qué sorpresa. ¿Cómo la has convencido?
—En realidad, le dije que Paula y tú vendrían para hacer de carabinas. Está ansiosa por conocer a la mujer que te ha echado el lazo.
—¿Y si no apareciéramos?
—Estaría perdido. Seguramente Nadia no querría ni salir de su casa —dijo Sergio, con aspecto abatido.
Pedro se compadeció de él.
—De acuerdo, veré lo que puedo hacer. Te llamaré a casa de Nadia dentro de una hora.
La cara de Sergio se iluminó.
—Gracias. Te debo una.
— Sí. Desde luego.
Cuando llegó a casa, se encontró a Paula en la cocina, revisando el contenido de la nevera. Estaba descalza y llevaba puestos unos pantalones cortos y una camiseta amplia. Se había recogido el pelo descuidadamente en una cola de caballo. Parecía que acabara de dejar atrás la adolescencia y, al mismo tiempo, estaba muy sexy. Pedro tuvo que resistir la tentación de deslizarse tras ella y darle un beso en la nuca despejada.
—Sé que estás ahí —dijo ella, sorprendiéndolo.
Se giró lentamente, con expresión seria.
—¿Cómo lo has sabido?
Ella esbozó una sonrisa.
—Creo que es mejor que me guarde ese pequeño secreto.
Pedro pensó que sería mejor que lo recordara para otra vez.
—Puedes cerrar la nevera —dijo—. Vamos a cenar fuera.
Ignoraba cuál iba a ser su reacción. Mientras pronunciaba la frase, pensó que debería haberla hecho en tono de pregunta. Pero, para sorpresa suya, pareció aliviada.
—Qué bien. La nevera está vacía. ¿Adonde vamos?
Por alguna razón, su inesperada aceptación lo molestó.
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